Wednesday, July 11, 2007

Tiresome little vanities


Hoy aprendí algo. Uno corre el riesgo de hacerlo si se sienta a leer. Adquirí una costumbre, que reconozco como mala, de subrayar mis lecturas. No sé muy bien dónde me contagié, si de los libros que me prestaban amigos y que encontraba subrayados (a veces pensaba que lo que subrayaban o anotaba al margen me lo decían a mí) o del sensato consejo que sugiere tomar apuntes de lo que uno lee. Quizá de la biblioteca de la universidad donde estudié, que alberga una ingente cantidad de libros manoseados, subrayados, con múltiples opiniones anotadas al margen. Extrañamente, éstos, a pesar de la tristeza que me provocaban (por distintas razones) no fueron suficientes para desanimarme en subrayar mis lecturas. Quizá bajo la sospecha de que lo que yo subrayo o anoto en mis márgenes, inevitablemente, me parece más interesante que lo que los demás subrayan o anotan en sus márgenes. Esto no es, por supuesto, un asunto de "Dejen en paz a los libros". Los libros son cosas. Les viene dando igual. El autor no se entera, los libros no sienten. Es idiota pensar que esto va por ahí. El asunto es la vanidad con la que uno se permite estos gestos. Veo mi biblioteca, a menudo, con miras hacia el mañana, con la confianza de que me sobrevivirá. Imagino los ojos que se posarán sobre mis libros, quizá buscándome entre líneas.
Estas cosas me preocupan. Están a menudo en mi cabeza. Pero hoy me saltaron con más fuerza. Leía a Salinger (ya, ya) cuando salió una frase que me llamó la atención en la que su protagonista afirma que no hay confesión en la que no apeste un poco el orgullo que tiene el confeso por haber abandonado todo su orgullo. Al margen, intenté recordar una frase de Nietzsche, que aún no recuerdo y sólo puedo parafrasear. Decía, Nietzsche, que quien se odia a sí mismo olvida a menudo que al menos puede considerarse un buen odiador, o que quien se critica demasiado a sí mismo al menos puede considerarse un buen crítico; algo por el estilo. Me hacía eco.
Al dar la vuelta a la hoja, sin embargo, ocurrió eso que a menudo pasa con los buenos libros que uno cree que está leyendo pero que en realidad lo están leyendo a uno. Y comprendí, pero Dios, para esto tienen que leer a Salinger, que todas estas cosas, estas anotaciones al margen, estos esperanzadores gritos al vacío que esperamos serán contestados, no son sino pequeñas gemas sucias producidas por nuestra vanidad. A veces, al menos.

8 comments:

Mariana said...

cuando era pequeña mis padres no me dejaban subrayar los libros. para ellos subrayar, anotar cosas al margen o doblar las esquinas de las páginas era mutilar el libro.

ahora, cuando subrayo uno de mis libros, aún siento el temor de estar haciendo algo malo y medio a escondidas.

Guillermo Núñez said...

A mí me da mucha pena releer mis anotaciones a los márgenes. Me hace sentir idiota. A veces ni siquiera tiene relación, lo que anoté, con el texto.

Guillermo Núñez said...

Un día me va a pasar con todos los comments que contesto en este blog. Así de: "Diablos, ¿cómo pude haber contestado eso?".

Alucard said...

Leerás esto un tiempo después, de la misma manera que escribiste las notas al margen de tus libros, y probablemente no te parecerán tener sentido.

G. Shumway said...

Tus apuntes en los margenes tienen una función: facilitar la lectura a los niños de prepa que leen copias de tus libros.

De-Scartes said...

dibujar genitales en los cuadernos de los compañeros de salon cuenta?

Roberto Rivadeneyra said...

En cambio yo me quedo con una frase de Borges que, como tú guillermo, no logro recordar del todo pero que dice algo así como que "los libros tienen que ser violados para poder afirmar que fueron leídos". Yo sí regreso constantemente a lo que subrayé y anoté al margen. Lo primero cuando quiero un buen epígrafe; lo segundo, por vanidad.

JoséManuel said...

Vas a decir lo mismo con tu tesis, sino es que ya lo hiciste.