El otro día estaba en Conejoblanco esnobeando con los de la oficina. No, descansando con los de la oficina. No, tratando de acumular anécdotas que después podría usar, de algún modo u otro, pero de modo que el acumulamiento de anécdotas no fuera la actividad más importante sino la que envolviera el hablar y el convivir y el ya saben, con los de la oficina. Vamos poco a Conejoblanco: hay pocos periódicos, muchas revistas atrasadas y los libros que hay están muy caros como para comprarlos impulsivamente. Lo cual no significa que no compre libros allí, sino que siempre que lo hago me siento culpable (el mejor libro que he comprado allí, me parece, es el Diccionario filosófico de Voltaire, hace poco compré algo de Ibargüengoitia; generalmente, sólo compro café). También: va poca gente y nos gusta ver gente. Pero: aún así vamos, vamos seguido, los de la oficina y yo. Entonces: estoy ahí, sin estar al tanto de que estoy ahí para recopilar anécdotas, cuando tomo el nuevo número de Revista de libros de SP distribuciones (número 10, enero 2009). Y en la sección El rincón del librero vengo encontrándome con un texto titulado Sobre el trabajo de librero, escrito por Librería Conejoblanco.
Y pues aproveché para cometer la ingeniosidad de afirmar, en voz alta, que Miren, estamos en una librería que escribe textos (imagine aquí la librería sentada al escritorio) y Miren, de un momento a otro la librería comenzará a emanar sangre por las paredes (pues está viva, y eso es monstruoso). Etcétera.
El texto es un divertimento donde se cataloga a los distintos visitantes de la librería. Transcribo algunos, para su beneficio:
El que se sirve solo
Es aquel cliente que llega, saluda o no, revisa las secciones y autores que le interesan, generalmente no necesita de ayuda y nunca encarga ningún libro. [Mi vanidad me hizo creer que yo era este tipo de visitante].
El fan de un solo autor
Personaje que cuando necesita dar un regalo, ya sea a un nene o a un adulto, regala siempre lo mismo, a menos que se trate de su novia o novio.
El escritor que se busca
Nunca faltan y siempre da gusto saludarlos, nos conozcamos o no, pero sin falta se asoman al renglón de librero donde aparecen sus obras y en ocasiones se quejan porque hace falta alguna de ellas [De refilón, me he asomado al librero donde está la traducción que hice y al rincón en la sección de niños donde está el libro en el que colaboré; y siempre hojeo las revistas, buscándome, como si googleara mi nombre, vanidad de vanidades...]
El ocioso
Es aquel personaje que en realidad no quiere nada, nunca compra nada, se asoma por todos lados sin ver nada, hace recorridos muy parecidos al vuelo de una mariposa y sin que nadie se dé cuenta desaparece. La pregunta es: ¿por qué siempre regresa?
Me voy a comer.
3 comments:
¿es ese lugarcillo en la Roma de donde tomé "prestado" un florerito?
No parqui, es otro, ladronzuela.
yo iba al conejo blanco a distriburi mi revista en persona, además de otros lugares de la condesa. Hacen un pie como de trufa increíble, miniatura, como por 50 pesos.
Sí, la vanidad!
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