Tenía la intención de leer Al faro, Orlando y Un cuarto propio casi inmediatamente después de terminar La Sra. Dalloway que terminé, me parece, hace como semana y media, seguramente menos. Por supuesto, en lugar de comenzar con Al faro (el único libro que tenía intención de leer en un principio por razones que en realidad no son razones --como el fracaso de conocer la casa de Grimaldi la última vez que estuve en Europa, o la impresión que me causó la portada de Elsinore: un cuaderno de Elizondo, que trae un faro en la portada y debajo una anotación a lápiz que dice ¡Al faro!, o que el otro día vi en la televisión un programa sobre personas que viven en faros, o por la nueva librería del FCE que me recuerda, no sé por qué, la estructura de un faro) comencé, en fin, con La Sra. Dalloway, en un estricto sentido cronológico.
Bien. Si siguen leyendo, verán que soy una persona que lee mucho o que cree que lee mucho. A veces, incluso, me comporto como una persona dispuesta a tumbarse todos los libros que le resulten interesantes y con los que se tope en su camino, casi como si fuera una venganza. Entonces, ya. Están advertidos. Esa es la actitud.
El fin de semana lo pasé en Tepoztlán en casa del amigo de un amigo cerca de una casa a la que, escuché, Bolaño asistía de vez en cuando. La casa en la que me quedé era bonita y el clima agradable, había libros viejos casi por todos lados y me dieron un cuarto para mí solo, independiente de la casa. En los cajones del cuarto que me asignaron encontré más libros. Pensé en robarme alguno pero al final no me animé, como una especie de homenaje a Bolaño. Antes de dormir, tuve que matar dos alacranes negros y una araña. En esa habitación leí, por la noche, parte del Diario de Gombrowicz (uno de los libros que había dejado y que retomé y que entorpecieron mi lectura de Woolf) y escribí un poco. También le eché un ojo a Los cuadernos de Juan Rulfo, uno de los libros que estaban en la casa, pero me deprimió un poco. Por supuesto, estando ahí, escuchando los insectos afuera y un grupo de adolescentes gritando y chapoteando en una alberca vecina --era plena madrugada-- pensé que la mejor lectura hubiera sido Un cuarto propio. Deseé haber leído ya Al faro y Orlando para que durante el fin de semana, en esa habitación (¡La habitación del poeta! ¡De Robert Walser! ¡Ese hubiera sido otra buena lectura!) pudiera haber leído el texto de Woolf.
Coincidentemente, al día siguiente o durante la cena de la misma noche, todo es confuso, nuestro anfitrión recordó, a raíz de mi nombre, unas líneas de Orlando, donde se hace un brindis en honor a Shakespeare y que ha de ir algo así como: "Bill, tú estás en la cresta de la ola". Siempre me resulta, no sé por qué, terrible la manera en que a pesar de que quieres pasar el fin de semana exclusivamente con Amos Oz, Gombrowicz y Walser, otros jodidos libros se te meten en la cabeza, libros densos y terribles y que te persiguen, como los de Woolf. Buenos libros. ¿Quién le teme a Virginia Woolf?
1 comment:
Edward Albee se lo preguntó. No sé a qué conclusión llegó sobre quién o qué le teme a Virginia Woolf. Yo no, y su Orlando (y el de Sally Potter) es definitivamente grande. Por cierto, Guillermo, debo llamarte la atención sobre una sola cosa que me molesta de tu blog, especialmente cuando lo leo a altas horas de la madrugada, mientras me distraigo de mis labores editoriales: el fondo negro y las letras blancas. Me destrozan la córnea. Supongo que es la córnea. No sé bien. ¿Hay algo que se pueda hacer al respecto? ¿Vendes algún tipo de anteojos Moleskine, comprados en Europa pero distribuidos en todo México, que me ayuden a ver mejor lo que escribes? Salud y larga vida.
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