En ocasiones las personas consiguen reducir el espacio que les separa, para bien. Y consiguen mantenerse así, durante mucho tiempo. Hasta que la muerte los separa, incluso. Otras personas sencillamente no lo consiguen.
Durante toda mi infancia y gran parte de mi adolescencia, cada vez que recorría el espacio que me separaba del excusado en mi habitación, veía ésta, la primera fotografía que se tomó de la Tierra desde la Luna, colgada en la pared. Mis padres me la habían comprado en Houston, durante una visita que hicimos, pero no recuerdo, al Space Center que tiene la NASA ahí. A veces la urgencia me impedía detenerme, pero aparecía en mi campo de vista y sabía que seguía ahí. ¿Qué imaginé las veces que, en cambio, me detuve a contemplarla? ¿Podía acaso, desde entonces, pensar en los insondables vacíos del universo, en toda esa materia que alguna vez estuvo unida? ¿Sospechaba, tal vez, que no existía un vacío perfecto así que en realidad no hay vacío sino materia negra, en todos lados, a toda hora, en todo momento? Creo que sólo me gustaba cómo rebotaba la luz del planeta, el azul, el gris. El negro.
Esos hombres, los astronautas. Allá arriba, flotando, alejándose a pura fuerza de física de su planeta, encaramados en sus estaciones espaciales, ocupados y concentrados, sin miedo alguno. O quizá con algo de miedo, pero entorpecido por sus comunicaciones, sus rutinas y los trabajos que necesitan realizar para mantenerse con vida. Hay algo de romántico en todo esto, pero a la vez, sin demasiado sentido de aventura.
Leo lo siguiente en Rusia de Juan Ignacio Boido:
7 de febrero 1992. Moscú anuncia que carece de fondos para financiar el regreso de Krikaliev y que buscará transferir a Estados Unidos la estación espacial, el transbordador Soyuz y los laboratorios montados a bordo.
Krikaliev, el cosmonauta, estaba allá arriba, en la estación espacial MIR. Dos días después de esa fecha, anota Boido, pudo considerarse a Krikaliev el primer ser humano abandonado en el espacio (el récord en permanencia involuntaria, hasta ahora). El 28 de febrero de 1992: "Krikaliev comunica por radio que considera de 'pésimo gusto' haber encontrado en la videoteca de la nave una película llamada 48 horas, cuya trama gira alrededor de dos astronautas condenados a morir en la nave en un plazo máximo de cuarenta y ocho horas".
Al final, Krikaliev pasó trescientos trece días en órbita (se llegó a especular que comenzaba a perder la razón; su masa muscular bajó considerablemente). Rusia consiguió dinero subastando "plazas" en la estación, después de que la NASA mostró poco interés en comprarla --y en fin, todo mundo sabe, MIR jamás pudo funcionar del todo bien de nuevo y terminó desintegrándose en nuestra delgada pero persistente atmósfera.
El tiempo que pasó allá arriba, ¿se habrá sentido solo Krikaliev? Boido cuenta que su esposa le reclamaba que con lo que le daban las autoridades, no le alcanzaba para el gasto.
7 comments:
Laika, Krikaliev... Seres abandonados allá arriba. Mejor hubieran mandado a miembros del politburó a hacer política de altura. A comer fruta en el espacio, digo yo. A orbitarnos. A desintegrarse en nuestra efímera atmósfera. Ah, qué poético asunto.
Cerditos en el espacioooooooo...
te hace falta una cervecita?
Whiskillo, que engordo.
memo, celestia es un software GNU, libre y gratuito, un observatorio con la diferencia de que puedes colocarte desde cualquier parte del universo conocido y ver hacia otra
el rendereo de las imágenes no es excelente, para para un apasionado como tú eso no será impedimento
que día?
Preferentemente, fines de semana en horario estelar.
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