Granta es una revista rara, pensé. Estaba esperando a mi primo en la central de autobuses del norte, dándole la espalda a la efigie de la Virgen de Guadalupe que tenían ahí. Sin pensarlo me había sentado de manera que estuviera directamente frente a ella, pero dándole la espalda. Me ardía la cara del sol que me había pegado a lo largo del día y las personas que se acercaban a persignarse y a soltar monedas en las ranuras de unas cajas de metal color dorado que estaban ahí, a veces me veían con cara de ¿Y este qué hace aquí? pero la mayor parte del tiempo sin prestarme atención. Hacían: Norte, Sur, Este, Oeste con sus manos, sobre sus rostros, a altas velocidades, y caminaban a sus distintos destinos. La gente hablaba sin parar.
Es una revista rara porque a menudo hay textos muy buenos pero, por alguna razón, siempre, invariablemente, sentía agradecimiento al terminarlos. "Uno más, el que sigue", era la consigna. Todavía no la termino. De los veintiseis que conforman la revista de trescientas y pico páginas, me faltan cinco textos. No se trata precisamente de una revista sino de una especie de antología hecha al aventón. Las traducciones a veces son buenas, a veces no. Y hay una extraña combinación de periodismo con literatura. No es un mal producto, por supuesto. Pero, incongruentemente, me arden las orejas.
Creo que el peor texto que leí, en cuanto a erratas y edición, fue el de Rodrigo Fresán.
Quizá es otra cosa lo que me preocupa. Y es que este número, el segundo en español, titulado Hotel América: 26 habitaciones, piscina y tv por cable, pensaba leerlo bajo las categorías de una de mis obsesiones. Pero se resiste, de algún modo. Esperaba, realmente, que hubiera un aire de América como algo fugaz, como un gran edificio que se ha construido, que es habitado pero que está constantemente a la espera, aunque fuera tácitamente, de su verdadero dueño. Un dueño que no llegará pues se ha construido precisamente para todas esas personas que estamos de paso. En su lugar encontré un número atiborrado de sentimientos hacia Estados Unidos, una pequeña parte de América. Así que ahí está la culpa autoconsciente de algunos norteamericanos y la relación amor-odio que parecen llevar el resto de los habitantes de la tierra. Sin embargo, creo que ya leí el mejor libro de cuentos que toca el tema, de Bissel.
Referencias explícitas a hoteles en este número de Granta: Paul Theroux, en su Cautiverio, habla sobre el hotel en el que no pasó una sola noche por pasar un mal rato con una mujer y su hermano en Lusaka (un texto genial). A. M. Homes habla de la asepsia estadounidense como si se tratara de un vaso envuelto en plástico (me gusta Homes, no sé si puedo juzgar su texto). Nell Freudenburger habla de un grupo de personas, expatriados laosianos, que se alojan en el Hôtel de la Princesse, Luang Prabang, aunque tangencialmente. Y ya. Eso es todo. No más hoteles. Xenofobia. Guerra. Ilusiones marchitas. Sentimientos ambivalentes. Eso es este número de Granta. Creo que pasará mucho tiempo antes de que lea otro. Hoy me llegó la nueva McSweeneys.
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