Un rato, al menos. Por la mañana. Lo retomé. Anoche iba a escribir que no había leído nada. No sé porqué me esperé a que leyera al menos unas cuantas líneas, para escribir aquí. Harto, quizá, de ver el rostro de Vendela Vida. Pero no, no creo que sea eso. De las páginas que leí subrayé estas líneas. Creo que en el momento me gustaron mucho:
Me entraban deseos insensatos: tirarme a la nieve, ovillado dentro de la pelliza, y quedarme ahí cuando el tren arrancase, oculto ya bajo una fina capa blanca, un capullo de crisálida, que me imaginaba suave, tibio y tierno, como aquel vientre de donde me expulsaron un día de forma tan cruel. Aquellos ataques de hipocondría me asustaban: cuando conseguía recobrarme, me preguntaba de dónde demonios saldrían. No era algo que casara bien con mis hábitos. El miedo, quizá, me decía por fin. Pero en tal caso, ¿el miedo a qué? Creía tener domesticada a la muerte, y no sólo desde las hecatombres de Ucrania, sino desde mucho antes. ¿Era quizá una ilusión, un velo que corría el subconsciente para cubrir el grosero instinto animal, que andaba ahí agazapado?
Curioso que me gustara. No creo en el "grosero" instinto animal. Creo que existe el instinto animal, sí. Pero no creo que sea una cosa que, cuando está activado, sea necesariamente salvaje y sangriento. Quisiera ser un bonobo.
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