Friday, May 08, 2009

Diario de la peste: confianza

Ayer comí en un restaurante, como lo hacía antes de que empezara la contingencia sanitaria (no me da tiempo de comer en casa para estar de vuelta en la oficina a las cuatro), y cuando nos dieron una mesa -pues iba con los compañeros de la oficina- la persona que nos dirigió a ella -hablándonos a través de su tapabocas- nos presentó un botecito con gel desinfectante y, en fila india, nos formamos para recibir la dósis en nuestra mano, tal y como los cadetes de la escuela semi-militar a la que asistí a mediados de los noventa nos formábamos para recibir, antes de entrar a las regaderas, una ración de shampoo. Se racionaba de este modo desde los ataques furtivos a los más débiles por parte de los más fuertes, en las noches, y que, además de golpes con toallas y (en pocos casos) salpicaduras de orina, involucraban embardunamientos de shampoo, crema para afeitar o humectar. La respuesta de los prefectos fue, como les digo, racionar el shampoo. Curioso que me acordara de eso.
El martes o lunes pasado visité a una persona en su casa, para comer, aprovechando que los compañeros de la oficina verían fútbol. Esta persona me invitó a comer, aunque me advirtió que estaba enferma de gripe. Uno se vuelve confiado, temerario, conforme pasa el tiempo. Mientras comíamos y se sonaba los mocos esta persona me habló de la despreocupación general que se vivía en la ciudad de donde viene y donde aún vive su madre (fue de visita en el puente pasado). Aunque, me dijo, en algunos casos, algunas personas se arrojaban aún a preocupaciones de orden sobrenatural y teológico. Creo que una semana antes, al estar al tanto de la gripe de esta persona, no la hubiera visitado.
Leo hacia el final de Diario del año de la peste, cuando la peste está en su apogeo, uno que le hace pensar a los londinenses que se trata de una obra de Dios, una condena contra la que no puede hacerse nada: "Y a fin de cuentas esto fue lo que hizo que mucha gente se acostumbrara al peligro, y cada vez se preocupara menos por él, y en las últimas semanas, cuando la epidemia estaba en su apogeo, tomara menos precauciones que en un principio. Entonces, dando muestras de una especie de fatalismo, a la manera de los turcos, decían que si Dios juzgaba oportuno herirles con Su mano, tanto daba que saliesen a la calle como que se encerrase en su casa".
Anoche me contaban, por cierto, que hacia Hidalgo apedreaban a los capitalinos porque no querían que pasaran por ahí, con su enfermedad; ¿alguien sabe si esto es verdad?

7 comments:

María Fernández-Aragón said...

No sé rumbo a Hidalgo, pero sí rumbo a Acapulco. En Torreón me trataron bien... mis padres.

Anonymous said...

noup. no es verdad
Pascual

Anonymous said...

no es verdad.
Pascual

Yameli said...

Wow! me has sorprendido con la escuela semi-militar a la que ibas. Ahora lo entiendo todo!

-No, no creo que sea cierto eso de que apedrean a los capitalinos en rumbos hidalguenses, conozco personas que han ido y venido y ninguna piedra les ha rebotado hasta ahora.

Nena said...

A mi todo esto me recordó al libro de la Peste de Camus. Pero no había emoción, ni carretones con muertos ni nada. Desde provincia se vive con psicosis esto también y mi jefe no deja de repartir cubre bocas diario...

Gabriela/undies said...

Orale, ¿en qué escuela ibas? ¿era una de religiosos que se vuelven locos como la mía?

Lorena said...

Hey! es el sueño de todo el país, agarrar a pedradas a todos los chilangos, la enfermedad sólo es un pretexto para satisfacer una fantasía.