Releo la mala-lechosa reseña de enero del año pasado de Ana Nuño de Las Benévolas de Littell, que pueden encontrar completa acá, en la que la descalifica como novela esencialmente porque la encuentra inverosímil, incapaz de realizar un "pacto de ficcionalidad" con el lector. En su intento por superar esta deficiencia, argumenta Nuño (si entiendo bien) Littell se dedica a llenar de datos la novela, que bien podrían haber sido sacados de, digamos, Google. Los últimos párrafos de su reseña:
"Dejaré de lado la inverosimilitud histórica de un SS que llegó a trabajar a las órdenes de Himmler que después de la guerra logra rehacer su vida tranquilamente en Francia (no en Alemania o en un país sudamericano), y que un buen día, sin que venga a cuento (o alguien nos explique por qué), decide consignar por escrito su testimonio. Pero incluso si obviamos estas irrealidades, con lo que nos quedamos es con un narrador que nos dice que ha vivido una vida que nadie ha podido haber vivido. Una vida que es un compendio de lo que hoy pensamos que fue lo más significativo del régimen nazi (¿habrá que recordar que el exterminio programado de los judíos es una realidad histórica plenamente establecida sólo desde hace tres décadas? ¿Que la mayoría de los nazis, ss incluidos, no supieron en su momento nada acerca de Majdanek o Belzec?), y que desempeña la única función narrativa efectiva de pasearnos por el parque temático de la guerra y las matanzas en la Europa de Hitler.
Quizás, después de todo, el pacto narrativo que nos propone esta novela sea el mismo que a cualquiera le ofrece Google: un puñado de palabras clave (“nazismo”, “exterminación”, “guerra”, “SS”, “testimonio”), y pulse “Buscar”."
Cuando leí la reseña, titulada en la versión impresa de Letras Libres (según recuerdo) como "La novela Google", me extrañó la exigencia de Nuño de una literatura que, al presentarse en formato de novela, deba ofrecer historias posibles (por lo demás, Nuño, aunque descalifica el texto como novela no afirma si se trata, entonces, de algo más; peor o mejor). La verosimilitud de dichas historias, para Nuño, dependen, en suma, de su posibilidad histórica. ¿Leí mal la reseña de Nuño? ¿Identifica, finalmente, verdad y verosimilitud?
He vuelto a ella por un eco que encontré en la reseña de Paul La Farge de la misma novela, recién publicada en The Believer, que pueden leer acá. Al inicio de su reseña Nuño se queja de que el texto de Littell no sigue un programa narrativo a pesar de que ella misma reconoce uno, "pasearnos por el parque temático de la guerra y las matanzas en la Europa de Hitler". Sobre por qué querría Littell hacer algo así, La Farge propone varias respuestas, entre ellas la intención de mostrar, precisamente, el modo en que un exceso de información adormece profundamente nuestra moral (algo puede decirse de nosotros, leemos periódicos y fornicamos, según Camus). Este entumecimiento moral está acompañado de un entusiasmo -la curiosa sensación de creer saber mucho. Para que estemos dispuestos a realizar dicho "paseo por el parque temático" (que, en realidad, nunca es agradable) Littell presenta a un narrador mareador en quien confiamos nos cuenta algo verificable sin percatarnos de que estamos ante un encantador de serpientes, algo que La Farge ve bien (fue este párrafor lo que me recordó la ocurrencia de Nuño):
"The enormous quantity of information contained in The Kindly Ones (you could call the novel “encyclopedic,” but, given its narrator’s subjective bias, “wikipedic” might be a better way of putting it) serves not only to enchant, but also to distract".
La Farge ahonda más adelante en el atractivo de este encantamiento escapista (ofrecido por un ojo que lo ve todo pero que, como todo ojo, es incapaz de verse a sí mismo):
"The totalitarian state is engrossing the way certain books, The Kindly Ones among them, are engrossing: it offers a complete world that masks the reader’s incompleteness; its fantastic descriptions set ablaze those lazy (or young, or sad) minds that want nothing to be left to the imagination".
En efecto, es preocupante el éxito de una novela de este tipo pero también es importante que nos de la posibilidad de reconocerla como algo preocupante (adoro que La Farge recuerde a Tolkien al inicio de su texto). De allí que la novela no se sotenga sólo en información; no está exenta, finalmente, de un juicio; presenta, sí, a un ojo narrador cuya perversidad reside no sólo en su monstruosidad (el protagonista, Aue, no es un burocratilla que acata órdenes, es un asesino y un depravado; es, en realidad, fácil despreciarlo) sino en que se obstina en ser un ojo, un aparato inhumano que brinda información (el principal obstáculo que nos pone a la acción de dejar escucharlo, pues nos encanta con su enciclopedismo engañoso).
Es curioso: al iniciar esta entrada, no me percaté del rush que me da hablar de esta reseña por aquí, esta reseña por acá; sólo es ahora, cuando la reviso y siento cómo se van enfriando los motores, que comienzo a extrañar la pasión de buscar información para poder soltar opiniones.
Finalizo con esto: en el tercer apartado de su texto, La Farge anota algunas ideas sobre la relación de la novela con La Orestíada. Algo que Daniel Mendelsohn ya había hecho en su reseña, que pueden encontrar, acá, en The New York Review of Books; quizá el mejor texto que he leído sobre la novela.
En efecto, es preocupante el éxito de una novela de este tipo pero también es importante que nos de la posibilidad de reconocerla como algo preocupante (adoro que La Farge recuerde a Tolkien al inicio de su texto). De allí que la novela no se sotenga sólo en información; no está exenta, finalmente, de un juicio; presenta, sí, a un ojo narrador cuya perversidad reside no sólo en su monstruosidad (el protagonista, Aue, no es un burocratilla que acata órdenes, es un asesino y un depravado; es, en realidad, fácil despreciarlo) sino en que se obstina en ser un ojo, un aparato inhumano que brinda información (el principal obstáculo que nos pone a la acción de dejar escucharlo, pues nos encanta con su enciclopedismo engañoso).
Es curioso: al iniciar esta entrada, no me percaté del rush que me da hablar de esta reseña por aquí, esta reseña por acá; sólo es ahora, cuando la reviso y siento cómo se van enfriando los motores, que comienzo a extrañar la pasión de buscar información para poder soltar opiniones.
Finalizo con esto: en el tercer apartado de su texto, La Farge anota algunas ideas sobre la relación de la novela con La Orestíada. Algo que Daniel Mendelsohn ya había hecho en su reseña, que pueden encontrar, acá, en The New York Review of Books; quizá el mejor texto que he leído sobre la novela.
9 comments:
Nuño, Nuño, Nuño (gracias, gracias, gracias por la publicidad gratuita) te recuerda que la mala leche fue lo que acabó cegando a Edipo. Sólo te lo dice porque ve que tienes un alma tierna de adolescente, proclive al fulgor falso de los mitos.
Gracias por el recado, dígale que yo también creo que la mala leche ciega.
me gustó mucho tu entrada, Guillermo Nuñez
¿Le están diciendo a Guillermo que tiene complejo de Edipo? En fin, buena reseña de la reseñas y comparto. Por otro lado no hay nada que me interese menos que la novela histórica. Cuando te quedes ciego ¿vas a ser como Borges?
Un saludo,
Park, gut gut gut. Deberían de publicarla ennnnn, no sé. LL.
Sofía Ochoa: gracias. Muero de calor.
Doug: no seas mala-lechoso. Por otro lado, ¿a qué viene tu comentario de la novela histórica? ¿Por qué habría de quedarme ciego?
Adriana: ¿qué deberían publicar? Albinos.
También, un anónimo me dejó un comentario que no subí; no, un comentario no, copió una nota de la novela que apareció en The Newyorker en su sección de "Briefly Noted", esta:
http://www.newyorker.com/arts/reviews/brieflynoted/2009/03/23/090323crbn_brieflynoted1
Eres un alma tierna, Memo. Ay, Memo©. Everybody loves Memo.
Me encanta el copyright de David Miklos.
No le des cuerda park, le hace daño.
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