A dos días de la boda. Hoy recogí a un primo en el aeropuerto. Pasé dos horas en el tráfico, desde las Águilas hasta la terminal. No vivo en las águilas, mi jefe sí. Trabajé toda la mañana ahí y a mediodía emprendí el camino al aeropuerto. "Emprendí el camino" suena a frase que podría ser encontrada en una polvorienta bitácora de gran viajador.
Mi primo es un gran viajador. Voló de Los Cabos, donde hizo una parada de veinte minutos, hasta la Ciudad de México. Salió de California, donde está la base militar en la que trabaja y la universidad donde estudia para convertirse en ingeniero. Como marine mi primo ha conocido Australia, Hong Kong, las Filipinas, e Iraq. ¿Qué hace mi primo en la marina de Estados Unidos? Repara helicópteros. Pronto terminará su servicio --duración: cuatro años-- y aspira a trabajar en Continental donde reparará aviones.
"¿Confías en tus habilidades?"
"Sí", me contesta.
"¿Te subirías a alguno de los helicópteros que has reparado?".
"Pues. Sí. Supongo que sí."
"¿Alguno de los pilotos te ha invitado a subir?"
"Siempre declino, pero lo haría. Si nos los reparo bien, me meten a la cárcel".
Durante "el conflicto de Iraq" (así lo llama), cuando caían los helicópteros en territorio enemigo un grupo de ingenieros y soldados tenían que recogerlos para repararlos. Mi primo podía escuchar el zumbido de las balas. A mi primo no le gusta hablar de esto.
Así que vemos la televisión. Cenamos unos tacos, discutimos sobre el spanglish y cómo cada vez se le traba más el español. Hablamos sobre películas (particularmente de Los increíbles, Bob Esponja y Alexander). Le traté de explicar en qué consiste mi trabajo, así como lo hizo él. También guardamos silencio. En ese sentido, en nuestra capacidad de guardar silencio sin sentirnos obligados ni culpables por no hablar, o sin esperar que alguien rompa el encanto, nos parecemos bastante. Mi primo fue mi amigo de la infancia. Trepábamos árboles y nos aventábamos piedras, corríamos hasta que se nos acababa el aire y jugábamos a ser Indiana Jones (yo) y Bruce Lee (él). De vez en cuando yo prefería ser McGyver.
Justo ahora está frente a mí, durmiendo o fingiendo dormir. Puedo escuchar su respiración. Tiene catarro. Estuvo en Iraq. Lo pienso como una especie de beca: juega fútbol con nosotros, te pagamos tus estudios. Juega americano, una lesión no es nada, sé parte de nuestro equipo de polo, arriesga tu vida, conoce los horrores de la guerra, ve películas de Ben Stiller en el portaaviones, aquí hay un plan de estudios.
En casa comenzamos a ver Spun pero como me pareció demasiado intenso puse una película en Retro Channel. Cuatro hombres discutían frente a una fotografía hecha por satélite, aparentemente. Discutían algo sobre una fisura que se había hecho a las faldas de un volcán. Un volcán cerca de la Ciudad de México. En la siguiente escena el expreso de Monterrey se descarrila cuando un escorpión gigante lo embiste de frente. Los efectos especiales son sorprendentes. El blanco y negro ayuda. La gente grita y corre y detrás del escorpión gigante vienen muchos más. Los escorpiones se atacan entre sí por la comida. Deshacen en sus tenazas a un hombre (sorprendentemente, de todos los pasajeros sólo dieron con uno) pero en el alboroto se atacan entre sí. Gana el escorpión más grande, un enorme escorpión negro. El ejército decide movilizar a la gente (la cantidad de extras corriendo frente a Bellas Artes y el monumento a la Revolución era algo de admirarse), se ven escenas donde se bajan cortinas de hierro en el centro y camiones del ejército entre las calles. Y luego: un camión con mucha carne de cabrito se dirige al entonces aún Estadio Azteca. Dentro un plan se elabora. Atraen al escorpión gigante (que en los close-ups babea) y le disparan en el único punto que es vulnerable, debajo de la cabeza --le disparan con una especie de arpón conectado a un cable de cobre a través del cual correrán ¡60, 000 voltios!
Por supuesto el primero disparo lo falla un soldado mexicano, que de paso se electrocuta, y el segundo lo atina el único güero de la película. Que también se queda con la única vieja, para sonrisas de todos, incluyendo al Sr. Moreno y al Dr. Velasco, los cerebros del plan para derrocar las hordas invasoras de escorpiones negros, asesinos y gigantes.
Ay, el mundo.
Pasado mañana me emborracharé hasta vomitar o llorar, o ambas dos simultáneamente al mismo tiempo que intento pararme del suelo.
No comments:
Post a Comment