Es redonda y autosuficiente, se coloca en el centro de Guillermo y en ocasiones parece, a diferencia de esas barriguitas de mujer que más bien parecen cintos o llantitas, iniciar desde el esternón y terminar en una parábola perfecta un poco más abajo de su ombligo. Pero últimamente algo, que al principio era casi una nada pero que como tal, como ese casi, ha conseguido crecer como una rama dentro de su aparente impasibilidad: la sospecha de que alguien quiere deshacerse de ella.
Durante mucho tiempo Guillermo creyó que tener barriga era algo de los hombres más hombres. De hombres de bigotes. De verdaderos caballeros, de varones, machos. Creyó esto especialmente porque sus amigos, al apuntar y burlarse a algunos jotillos que usaban camisas apretadas y pantalones estrechos, que salían sudorosos de gimnasios, le informaban a Guillermo que estar en forma era un poco ser un homosexual. Sin embargo, esta postura cada vez le parece más absurda a Guillermo: quizá por la campaña contra la homofobia y la obesidad que parece estar en todos lados y a la que Guillermo ciertamente no puede ser inmune. Está eso y también el hecho de que su novia se burla de su creciente barriga.
"Gordito", le dice.
Pero la barriga es redonda y autosuficiente, como esas barrigas de grandes estadistas, como la barriga de Churchill, o de grandes hombres, como Hitchcock, Sancho Panza, Santa Claus, Ratzinger, Plácido (el padre de Guillermo), Salman Rushdie, como la de Gandhi (¡sí, Gandhi!), como un sol que nace e ilumina una sabana africana, en un buen día de paz y poco calor. Es algo cómodo. Algo que Guillermo puede sostener y agitar con una mano, en signo de satisfacción y alegría. Aunque: ahora corre menos rápido. Es verdad que: ahora se cansa más rápido. Es cierto que: al verse en el espejo, en ocasiones se provoca asco y repugnancia.
Así que la barriga parece estar muy contenta, en ese centro vital y gravitacional que ocupa, llena de esa grasa, gravy, chocolates, Sabritas, refrescos, nachos, horas y horas de estar sentado; pero algo, una señal del alto mando, el cerebro, le advierte:
RESOLUCIÓN DE AÑO NUEVO.
"¡Ja!", ríe la barriga, "¿No soy yo la prueba misma de que Guillermo posee una voluntad frágil y endeble? ¿De que sus resoluciones son espurias e inconsecuentes?". Quizá, barriguita de mierda, pero escucha esto: mi voluntad podrá ser frágil como un vidrio, pero bajo presión puede ser igualmente aguda y filosa, así que aprovecha estas últimas grasas navideñas, de año nuevo y de bodas familiares, que en enero son cincuenta abdominales diarios. Tu oscuro reino de tiranía se acerca a su fin.