Tuesday, August 30, 2011

Martes

Ayer retiré 500 pesos del cajero. Le di a O., con quien comparto departamento, 250, 140 para el gas y 100 para la persona que nos ayuda a limpiar en casa y que va todos los martes; es decir, 50% del gasto total que nos corresponde. Más tarde, por la noche, otros 50 para comprar cosas que necesitamos -productos químicos para la limpieza de pisos, dentrífico, jabón. Por la mañana pensé que debí pedirle cambio, pues tuve ganas de comprar un café (22 pesos). Al final pensé que lo mejor era utilizar el billete de 200 pesos que me restan y que, espero, pueda estirar hasta el fin de semana (el fin de semana pasado no gasté prácticamente nada, tengo comida en casa y sólo salí el viernes por la noche, para ir al cine). En el camino a la oficina me percaté de que una de las llantas de la bicicleta, la trasera, estaba baja, lo cual supone un gasto moderado de unos cinco pesos, si es que en efecto sólo está baja y no está ponchada; de estar ponchada, y de necesitar una nueva cámara, supondrá un gasto de unos 40 pesos o más si es que no tengo tiempo de regresar a casa para comer, ahora que salga de la oficina para arreglar el problema, y me vea obligado a comprar tacos en la calle, lo cual serían unos 35 pesos más. Antes de venir a la oficina leí esto del diario de Pessoa: "Sigo inquieto por los 5.000 reales de Rosa, los 5.000 que tengo que pagarle a Mayer antes del 20 y por la imposibilidad de ir ahora mismo al Algarve". Y en una nota a pie: "Ángel Crespo (La vida plural de Fernando Pessoa, Barcelona, 1988) cita además varios testimonios que reflejan que su situación económica no era tan negativa como la angustia del autor puede hacernos creer, e incluso da ejemplos de ofertas de empleos muy bien remunerados a los que Pessoa renunció para no tener que someterse a horarios establecidos".
Bathos o mañana es quincena.

Thursday, August 25, 2011

Wednesday, August 17, 2011

Miércoles

Lloraba dentro del coche, yo pasaba camino al Oxxo, regresando de la oficina. Lloraba sin poder parar y revisaba el monitor de su teléfono. Marcaba las teclas, observando, llorando. Un mensaje, pensé, está mandando un mensaje o leyendo uno. Estaba sentada en el asiento del copiloto, el coche estaba encendido, esperaba a alguien, las placas eran de Tamaulipas y entré al Oxxo. Cuando salí, el coche se iba, dando una vuelta prohibida, ella todavía lloraba y todavía marcaba su teléfono.

Entrada 1549

Fui a casa, comí, me lavé los dientes, me dormí un rato, leí una entrada del diario de Pessoa donde afirma tener un alma muy parecida a la de Rousseau, me lavé los dientes, regresé a la oficina.

Monday, August 15, 2011

San Judas Tadeo

Encontré una nota en el parabrisas de mi automóvil. Bajo el título de "San Judas Tadeo", informa: "Cuando te encuentras en una situación difícil por enfermedad, problemas económicos o morales, debo decirte que San Judas Tadeo te acompañará por siempre en cualquier situación por difícil que sea.
Nada debe evitar que esta carta circule por el mundo de los devotos.
San Judas Tadeo te pide que envíes 60 copias de esta carta a 60 personas diferentes y verás que a los 13 días recibirás una sorpresa o gratitud por el solo hecho de enviar 10 centavos como los que están en la carta [la carta, una fotocopia de un original, trae, en efecto, 10 centavos pegados].
La persona que reciba esta moneda deberá llevarla a un templo católico y depositarla como limosna; deberá rezar un padre nuestro a San Judas Tadeo y otro a las ánimas del Purgatorio. Esta cadena la envía un padre de California y por ninguna razón deberás burlarte de ella. Sigue las instrucciones y antes de 13 días recibirás una sorpresa".
La carta está acompañado por unos antecedentes, casos sobre personas que se burlaron, o no, o sencillamente se apegaron a las instrucciones, y cómo les fue en cada caso (aparentemente el presidente de Brasil las envió y no le dio importancia y a los 13 días se sacó la lotería, mientras que Esquivel Contreras la tomó en broma y, consecuentemente, perdió su trabajo y estuvo en peligro de muerte).
He tomado los 10 centavos para dejarlos como limosna en una iglesia católica.
No tengo claro si a la difusión de esta carta debo añadir 10 centavos por cada una.
La última vez que revisé, hace un par de años, este blog era leído por unas 30,000 personas (diferentes). Creo que es difusión suficiente de la carta.
No me estoy burlando de la carta.
Entiendo que San Judas Tadeo, además de los casos difíciles, es patrono de los ladrones.
Dejaron la carta en el parabrisas del automóvil que dejé estacionado en la calle.
Estoy muy preocupado.
***
Otra cosas que dejan en mi parabrisas.

Thursday, August 11, 2011

PLTMEX agosto-2011


Ya se distribuye la nueva Plataforma. Abajo, mi columna para este mes.

No lea en el Metro

«Precaución, no rebase la línea de seguridad», leo. No se alarmen, por favor, con lo que diré a continuación. Pero he descendido al metro, y como muchos otros pasajeros, como en tantas otras ocasiones, estoy esperando. Mientras lo hago, se instala un paréntesis en mis preocupaciones cotidianas y pronto me encuentro en una especie de trance hipnótico que tiene aires de familia con el vértigo. Y no puedo apartar la mirada de la indicación, «…no rebase la línea de seguridad…», ni de los rieles, ni de la barra alimentadora de tensión y, por favor, por favor, no se alarmen, pero estoy pensando en el suicidio.

Estoy pensando, casi simultáneamente, si más tarde, ya en la oficina, podré encontrar el dato duro de la cantidad de personas que se arrojan a las vías del metro anualmente en la ciudad, y si es realmente algo que quiero saber. Y, también, ¿por qué lo hacen? ¿Preocupaciones económicas? ¿Perspectivas limitadas de vida?

Finalmente, el transporte llega y la veloz mole naranja de los vagones me arrebata del trance para detenerse frente a mí. En una de las ventanas, antes de subirme al vagón alcanzo a distinguir una calcomanía con el siguiente verso de Raúl Renán (Mérida, 1928): «Sólo a los ángeles les es dado pisar la línea, sin temor a caer». Recuerdo entonces la queja del cosmonauta Krikaliev, el hombre que ostenta el récord actual de permanecer más tiempo en órbita (contra su voluntad, a principios de la década de los noventa) y quien, en un comunicado desde la extinta estación espacial mir informó al Kremlin que le parecía «de pésimo gusto» encontrarse en la videoteca de la estación una copia de la película 48 horas, cuya trama gira alrededor de dos astronautas a quienes se les agotará el oxígeno en un máximo de 48 horas.

Es decir: me parece de pésimo gusto que utilicen ese verso de Renán precisamente en el metro.

La calcomanía forma parte de Poesía en Movimiento, una «iniciativa de la Secretaría de Educación del Distrito Federal para promover la lectura al interior del Sistema de Transporte Colectivo Metro», como se ha repetido en varios medios impresos y electrónicos. ¿Por qué querría la Secretaría de Educación del df que se lea en el metro? Porque, como aseguran los publicistas de la librería Gandhi (en otro proyecto publicitario –antes que lectores, no lo olvide, se buscan clientes- apoyado por este sistema de transporte), en su propia iniciativa, se trata del “lugar ideal para leer”. Pero no lo es. El lugar ideal para leer es un escritorio, con tiempo para hacerlo; quizá en una biblioteca, o en un estudio, en una cama, en un sillón, en casa.

El proyecto de la secretaría se desprende de Más Libros, Mejor Futuro, un programa que, de acuerdo con el secretario Mario Delgado, busca «sembrar la semilla de la inquietud a la lectura». A mí me parece muy bien preocuparse porque la gente lea. Se nos ha recordado hasta el cansancio (como se nos recuerda que no rebasemos la línea de seguridad): en México se leen 2.7 libros al año, en promedio, por persona. No me parece tan bien, en cambio, que se espera que leamos en el futuro. Cedamos la voz a García Ponce: «…nuestras instituciones culturales subrayan abiertamente su carácter didáctico, anunciando que su propósito es también preparar para el futuro; pero esa continua mirada hacia el futuro nos deja sin presente. Y, sin embargo, ese presente es el único que puede dar realidad a la cultura».

Amigo lector, ¿está obligado a leer en el metro porque no tiene tiempo, porque trabaja demasiado? Lo que necesitamos no son más campañas publicitarias sino un mejor presente.



Wednesday, August 10, 2011

Urgente examen de conciencia

Hora de la comida. Salgo de la oficina. Pedaleo rumbo a casa. Me subo a una banqueta, reduzco la velocidad pues hay personas en la banqueta. No le pido a nadie que se mueva. Tengo un buen equilibrio, al menos sobre la bicicleta, y es algo que me gusta ejercitar, el equilibrio sobre la bicicleta. Iba detrás de una mujer, ya entrada en años. Llevaba a un par de niñas de la mano, personas diminutas, el tipo de personas por las cuales uno se siente responsable pues aún son animales racionales medianamente dependientes, frágiles. Quizá por esa razón, cuando la señora se percató de que iba detrás de ellas, dijo, con cara sorprendida, y con evidente esfuerzo: "La banqueta es para los cristianos. Y la calle para la bicicletas". No dije nada aunque era evidente que, sin dirigirse precisamente a mí, me estaba hablando a mí, reclamándome con ocasión del posible peligro en el que estaba poniendo a las niñas de las cuales se ocupaba. No le contesté, sólo sonreí sin verla y aproveché el primer momento que tuve a mi disposición para rebasarlas en la banqueta, dejándolas atrás.
Ahora, ocurre algo muy curioso y quizá preocupante. En realidad no he podido dejarlas atrás. He estado pensando en eso desde que llegué a casa. Cociné. Comí. Lavé los trastes. Prendí la computadora. Y no he dejado de pensar en eso. Aún más: no he dejado de pensar en eso ni en el modo en que lo iba a escribir aquí, pues sabía desde el principio que el tema de esta entrada, la preocupación que la anima, no es la señora sino el modo en que respondo generalmente a las injusticias. Pues, sépase de una vez, opino, creo, que la señora fue injusta conmigo. No le pedí que se moviera. No la asusté. Sus niñas no corrían ningún peligro. Aunque, ay, tengo la sospecha de que está prohibido circular con la bicicleta sobre la banqueta, pero no precisamente por las razones que adujo la señora (y que, cara a las razones por las cuales iba sobre la banqueta en lugar de la calle -la alta velocidad de los automóviles y la falta de una ciclovía-, eran ridículas).
Ahora bien, la cuestión, lo preocupante, es que estuve un buen rato rumiando las palabras que utilizó para recriminarme. Si la banqueta es sólo para los cristianos, ¿qué ocurre con quienes no creen en Cristo? ¿Qué ocurre con quienes creen en Cristo pero de un modo distinto a los cristianos? ¿Y los animales, incapaces de tener creencias? ¿Pueden ellos circular sobre la banqueta? ¿Y si uno es cristiano y ciclista? Es en serio: estuve pensando en esto. Quizá porque cruzó por mi cabeza lanzarle alguna ironía hiriente cuando la escuché. También estuve pensando en esto, en mi decisión (no resuelta) de arrojarle una ironía cruel (ser sarcástico, pues) en lugar de mentarle la madre o en lugar de explicarle que si andaba sobre la calle yo iba a correr peligro. Es curioso, creo, que frecuentemente recurra a ese camino medio entre la grosería y la explicación reconciliadora. En un mundo ideal las personas deberían recurrir a los argumentos conciliatorios. Extrañamente, mi decisión es otra: me percato de que estoy a punto de soltar una ironía, opto por callar y luego vengo a casa y escribo al respecto.
Me pregunto si realmente me preocupa o si sólo quería escribir. Hacer esto, sentarme frente a una computadora y teclear algunas cosas, es de las actividades que mayor placer me provocan, hacer de mis obsesiones algo comunicable, la búsqueda de empatía a través de la palabra escrita. Pero cuando me acerco peligrosamente a una realidad, específicamente a preocupaciones morales y mi modo de ver las cosas, siempre temo que paso por una especie de loco sin control alguno sobre el modo en que enfrenta al mundo.
Hace unos días alguien me preguntó en un comentario a una entrada reciente si estaba loco. Y una amiga, a propósito de las últimas entradas, me dijo en broma que era como el diario del Unabomber. Eso por un lado. Por otro lado: hace unos días me mandaron algunas preguntas de parte de la gaceta de la universidad donde estudié la licenciatura en filosofía relacionadas con el trabajo en el cual me desempeño actualmente. Entre ellas se encontraba una por el modo en que la filosofía me ayuda a mis actividades laborales. Dije que para un editor (que es más o menos lo que soy en el día a día) era importante ser preciso con las palabras y los conceptos y que de algún modo la filosofía me había entrenado para eso.
También venía pensando que una de las razones por las que no le dije nada a esta señora (pues, creo, como Platón, que es mejor padecer una injusticia que cometerla -es decir, creo que hubiera sido injusto de mi parte entablar una conversación necia con una señora necia-) es que sólo podría haber recurrido a la ironía a través de un uso preciso de las palabras (la cuestión de los cristianos en las banquetas). No he estudiado a Wittgenstein pero sé que escribió que cuando se nos pregunte por la última casa de la aldea no deberíamos contestar que esa casa no existe, pues aún podrían construirse más. Esto podría ser preciso, pero no sería verdad. Aún más, no sería prudente. Y quizá lo que me preocupa es por qué me preocupa ser prudente. Creo que es importante no contestarle a las personas que están enojadas, no iniciar discusiones que nos podemos ahorrar, pero me asusta endemoniadamente que al evitarlas en realidad no las estoy evitando, sólo las estoy guardando para después.
Lo que estoy diciendo es que temo que un día de estos agarre a todos a escopetazos.

Sunday, August 07, 2011

Domingo

El viernes, saliendo del trabajo, vi Super 8. Me gustó. A M. no le gustó. El viernes, saliendo del cine, caminé solo a casa y me encontré a unos amigos en un bar, a M. y a P., me tomé una cerveza con ellos (habíamos acordado vernos un par de horas antes, me los encontré por casualidad en la calle, cuando iba camino al cine) y me despedí. Caminé solo a casa, donde estuve despierto hasta tarde. El sábado me levanté más tarde de lo que me hubiera gustado. Hice un par de llamadas, atendí algunos pendientes domésticos, y el resto del día es una especie de bruma. Pero sí recuerdo que por la noche fui a una fiesta de despedida, de M., otra M., donde me encontré a varios amigos. Moví el bote. Dormí en casa de mis padres. Al día siguiente desperté tarde, de nuevo, leí, vi televisión -pasaban Jurassic Park II, Minority Report, Close Encounters of the Third Kind e Indiana Jones and the Raiders of the Lost Ark, en distintos canales; vi la de Indiana Jones. Comí con mi padre, mi madre y una de mis hermanas. Después, regresé al departamento, atendí algunos pendientes y compré boletos para Midnight in Paris. A E., a M. y a mí nos gustó. Me reí en varias partes. Caminé solo a casa. En diez minutos será lunes.

Wednesday, August 03, 2011

Musée des Beaux Arts, W.H. Auden

About suffering they were never wrong,
The Old Masters: how well they understood
Its human position; how it takes place
While someone else is eating or opening a window or just walking
dully along;
How, when the aged are reverently, passionately waiting
For the miraculous birth, there always must be
Children who did not specially want it to happen, skating
On a pond at the edge of the wood:
They never forgot
That even the dreadful martyrdom must run its course
Anyhow in a corner, some untidy spot
Where the dogs go on with their doggy life and the torturer's horse
Scratches its innocent behind on a tree.

(Primera estrofa).

Monday, August 01, 2011

Lunes

Al salir de la oficina pedalié hasta la peluquería. Esperé mi turno leyendo un poco de las notas de Chéjov (en la edición de La compañía, con traducción y posfacio de Leopoldo Brizuela). Me detuve en estas líneas, pensativo: "Los hipócritas ordinarios aparentan ser palomas; los hipócritas de la política y de la literatura, águilas. Que su aire aquilino no te intimide. No son águilas, sólo ratas o perros". Me pregunté qué tipo de persona soy cuando incurro en la hipocresía, si procuro un aire aquilino o uno palomero.
Me ofrecieron un refresco mientras esperaba, en la peluquería. Pasaban de las siete y media de la noche. Agradecí el ofrecimiento pero lo rechacé, no así el adolescente a quien le cortaban el pelo y por quien más tarde pasó su padre. Extrañé a mi padre, pero no marqué a casa. En la televisión de la peluquería, un noticiero. Entonces Ricardo Cayuela Gally apareció repentinamente, una cápsula de opinión para Milenio TV, afirmando que la izquierda populista no podía llegar al poder pues representaba un peligro para las instituciones. Se le veía molesto. La cápsula duró poco. Sólo escuché esa parte. Ya en casa, con el pelo corto, leí un poco más de Terry Eagleton, pensé en mis amistades, dormí una pequeña siesta, desperté hace rato y ahora estoy un poco como tigre enjaulado.
El cuñado, después de la cena, anota Chéjov: "Todo llega a su fin en este mundo. Recuérdenlo: quien se enamora, sufre, se equivoca, se arrepiente; y quien deja de amar, recuérdenlo también, comprende que ha llegado el fin de todo". La amante del cuñado encanecía. El cuñado aún era muy bello.
Le marcaré a mi padre.
No contesta.