Sunday, December 25, 2005

Historias de amor

En 1956, este mismo día, 25 de diciembre, murió Robert Walser y le tomaron una fotografía a su cadáver tendido sobre la nieve. Uno de los libros que me gustaría leer en esta semana que tengo de vacaciones es Historias de amor, de Robert Walser, una pequeña compilación que no estuvo en sus manos, pero que sacó hace poco Siruela. Por alguna razón, no me parece de mal gusto que el libro lleve la fotografía de su cadáver en la portada.
Me gustaría decir que estuve pensando en esto mientras intentaba desaparecer mientras veía el Sena, al atardecer. Que escribí varios poemas y que algunos de ellos los aventé al agua y otros los escondí en la Biblia de mi anónima habitación. Que en las playas construidas en algunas de las partes del Sena, a pesar del frío y con un acto de valentía y exhibicionismo, varios homosexuales se tendían en tangas a merced de los últimos rayos del Sol. Pero probablemente ahora París esté nublado y tal vez haya lluvia, no lo sé. Me hubiera gustado haber pasado algunos de mis días de vacaciones ahí, visitando museos para, una de dos, descubrir que estaban cerrados o advertir cómo las personas se detenían un momento ante una obra de arte, hacía una pose de estar interesados y, sin más, caminar a la siguiente obra de arte. Todos con cara de que lo disfrutan enormemente. También me hubiera gustado comer en un restaurante japonés, ser el único cliente, dejar que los meseros me invitaran a su mesa después de un rato, al descubrir que nadie me acompañaría en mi cena de navidad.
¿Qué es lo que más recuerdo de Lejos de Veracruz? La frase Rey del mambo y al mayor de los hermanos Tenorio que pasaba mucho tiempo en su casa con pos de escritor, escribiendo sobre viajes que nunca realizó, enfundado en una bata roja, fumando una pipa. Tal vez debería fumar una pipa. Prender una chimenea. Salir a pasear con mi perra, envuelto en mis pensamientos.
¿Qué es lo que más recuerdo de You shall know our velocity? La velocidad. El brinco que hacen los personajes de un árbol a otro árbol. La boda en Cuernavaca. El museo de memorias que está oculto bajo una verde colina. Las apresuradas compras antes de partir. Tal vez debería volver a hacer un viaje en compañía de mis amigos.
Tengo sed.

Friday, December 23, 2005

París, mismo día.

En la planta baja del edificio en el que se encuentra el hotel hay un pequeño restorán japonés del cual suben olores y ruidos de cocina que se me antojan muy acogedores. Debo subir una escalera de la calle para llegar a la "recepción" (un escritorio con un señor amarillento que lleva en una libreta un registro de las personas que entran, salen y qué habitación ocupan), así que cada que entro y salgo del hotel, paso por el restorán. Siempre imagino que la persona que está parada afuera (un japonés canoso que habla un buen inglés y un buen francés y seguramente masca el español), me va a invitar a pasar. Tal vez cene ahí esta navidad.

París, otro día.

Por supuesto, mi amiga sabía muy bien que no estaba en mi caracter hacer cosas motivado por un fuerte espíritu de aventura. Así que no está en mi caracter irme de Roma a París en el tren nocturno y gastarme, definitivamente, los ahorros que destinaría para El Inquilino. Así que no tomaría el tren nocturno ni conseguiría cama porque, como era de esperarse, el tren estaría atiborrado con turistas como yo y buenas y sensibles personas que quieren llegar a París para navidad. De ser así, por supuesto, sería un suplicio. En algún momento de la noche, que pasaría en un pasillo entre dos mochileros que ocuparían todo el espacio disponible con sus sleeping bags extendidos, entraría la policía de customs con sus perros y sus laptops y me pedirían mi pasaporte --que, seguramente, no encontraría porque estaría hasta abajo de mi mochila, una jodida mochila que habría de haber organizado en ningún momento por estar corriendo de un lado a otro. Estas cosas, de haber estado en mi caracter tomar el tren nocturno Roma-París, sucederían más o menos cuando estuviéramos cruzando los alpinos.
De ser un joven emprendedor, una persona que sale al mundo y no se queda encerrado en su cuarto en Roma, pasaría horas medio dormido en el tren hasta que el sol entrara como una explosión puesta en pausa por los ventanales de los pasillos y buscaría, probablemente, un asiento libre en otro de los compartimientos donde terminaría, de nuevo, You shall know our velocity. Conocería a un australiano que se llamara Dirk. Le preguntaría, estúpidamente, si conoce a Diana Palaversich, una australiana lectora de Bolaño y amiga de Villareal, un amigo; pero, por supuesto, a menudo olvido que Australia, la isla, también es un continente. Así que Dirk me vería un poco con cara de "No, después de todo Australia es un país enorme". Así que cambiaríamos de tema, si yo estuviera ahí, y le preguntaría sobre la sobrepoblación de liebres. Y le contaría sobre la sobrepoblación de tejones en China (Xian Yang) que intentaron solucionar criando ¡águilas! Así que eso, irremediablemente, nos llevaría a Dirk y a mí, al problema de la sobrepoblación de águilas que tienen ahora algunos pobres chinos. Reiríamos horrores. Y Dirk estaría visitando a su novia en París. Y guardaríamos silencio. Y luego comeríamos algo, el sándwich de queso frío más caro del universo, en el bagón-comedor.
De animarme, me hubiera despedido de Dirk, casi sin querer, en la estación y caminaría hacia Mont Martre donde vería un bonito amanecer. Luego buscaría un hotel que se acomodara a mis precios en el barrio latino y me obligaría a preocuparme hasta más tarde por cambiar mi boleto y por hablarle a mis padres y explicarles porqué no estaría en México para Navidad. Mis padres se enojarían, me gritarían o se sentirían muy desilusionados y esperarían que estuviera de vuelta para año nuevo. Seguramente eso harían. Así que, sabiendo esto, la preocupación por hablarles no sería demasiada y me dispondría a buscar el nuevo libro de Houellebecq en alguna de las librerías de Saint Germaine (la de Taschen aún no estaría abierta), pero no lo encontrarías, así que compraría uno de sus libros de poemas (La sense du combat), que, por supuesto, no entendería y seguramente tendría que regalárselo a alguien.
¿Vería el Sena? Sí. ¿Me emocionaría? Un poco. ¿Me sentiría parte de una novela? No hasta dar con la calle Veneu. ¿Cómo sería este sentimiento? Ligero, pasajero, vano.

Lista

Algunas cosas que llevo en mi mochila:

1. Pasaporte.
2. Cinco ñoñísimas mudas de ropa interior térmica.
3. Tres boxers.
4. Pantalón de mezclilla.
5. Pants.
6. Tres playeras.
7. Camisa.
8. Dos libros que ya leí.
9. Una barra de granola a medio comer.
10. Diccionario Italiano español, que no abrí.
11. Diccionario Francés Español, que no he abierto.
12. Guía turística de París.
13. Medallita de San Francisco de Asís.
14. Recibos.
15. Travellers Check (en realidad no los llevo en la mochila, sino en una especie de bolsita).
16. Reloj.
17. Tarjeta telefónica para llamadas internacionales que no he conseguido utilizar.
18. Un deseo ardiente por pasar penurias literarias.
19. Pedazo de boleto de Eurail.
20. Boleto de avión que aún debo cambiar.

Wednesday, December 21, 2005

Assisi-Roma, cuarto día.

Anoche decidí que no había nada realmente a lo que tuviera que regresar en Roma, a no ser mi anónima y desocupada habitación de la Villa Tinorio, así que decidí tomar una habitación muy barata en un hotel que se llama Dei Priori, aquí en Asís. El hotel está en un edificio que, con sus constantes remodelaciones, ha conseguido estar en pie desde 1400. Los nacimientos iluminan la mayoría de las calles y hace mucho, mucho frío. Pero, por alguna razón, no me parece tanto como en Roma. Traigo mi único abrigo, ropa interior térmica (cinco mudas en total), y varias capas de playeras --un solo suéter. La mejor época para visitar, entiendo, es en verano así que no hay demasiados turistas. Debo decir que, también a diferencia de Roma, Assisi es un lugar muy alegre y espiritual.
Ayer, después de comer en la estación me subí a un camión que trajo a unas cuantas personas al pueblo. Se paró en tres ocasiones distintas antes de llegar a Assisi --al final sólo quedó una pareja de japoneses, o de chinos (no sé distinguirlos, es terrible pero cierto), y cuatro chicos sudamericanos. En realidad, un chico y tres niñas a quienes preferí no dirigirles la palabra. Como equipaje llevaban pequeñas maletas cuadradas, de esas que parece tienen todas las aeromozas y pilotos, esas que, por alguna razón, exasperan cuando las vemos rodar por los aeropuertos. Exactamente cómo rodarían las rueditas subiendo por la gran puerta medieval que da entrada al pueblo y a través de las calles empedradas, lo ignoro. Visité muchas iglesias, comprendí más o menos por qué se puede ser santo aquí y vi a Dios. No lleva barbas blancas ni batas largas, es más bien como una esfera infinita cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna. No es un Dios sangrante ni crucificado. Es más bien como una mente que engendra la palabra y persevera en la unión. Me compré una pequeña medallita con la imagen del santo.
Cuando conseguí la habitación subí de inmediato y abrí una ventana y dejé que el frío me pegara en la cara. Abajo, un grupo de frailes (franciscanos) tenían a varios muchachos sentados en un círculo. Distinguí entre ellos a los sudamericanos. Estaban jugando algo, era como encantados, no sé, el caso es que tenían que correr alrededor del círculo y volver a su lugar antes que otra persona lo ocupara. Parecía divertido y debí haber bajado, pero me sentía muy cansado. Y algo triste. No sé por qué. Extraño a Mariana. No había televisión en mi cuarto.
¿Qué estoy haciendo aquí?, me pregunté por la noche, acostado. "Estás buscando de qué escribir", me dije con una voz que no era la mía, "crees que el único tema que vale la pena no es el amor ni la muerte, sino el viaje o la persecución". Y después me callé un rato. Y me agregué: "Estás buscando a Dios". Pero Dios es aquel a quien la mente sólo conoce en la ignorancia, me dije, la tiniebla que permanece en el alma después de toda luz, un amor que en cuanto más se posee más se esconde, el único que vive del pensamiento de sí mismo. Y dormí tranquilo.
Hoy el sol entró como un grito y vi un cardenal rojo en la ventana. Casi no me la creía. De las treinta y cuatro habitaciones, de los cuatro pisos del pequeño hotelucho, el cardenal había decidido posarse en mi ventana. Tal vez lo mandaron poner ex-profeso. Cuando estaba listo para salir, supe que la única razón o explicación de mi viaje y que se está comiendo todos mis ahorros y que probablemente me enemiste con mi familia durante varios meses, es que una amiga me dijo que no tenía un espíritu aventurero.
En el tren de vuelta a Roma, decidí que mañana tomaré un tren a París. Toma como día y medio, es más barato que el avión y me alejará de una vez por todas de esta jodida ciudad. Aunque tal vez debería tomarlo por la noche, así dormiría al menos la mitad del trayecto. Tendré que cambiar mi boleto de avión para el regreso a México. A nadie le importa, en estos cuatro días nadie me ha escrito preguntando por mí.
O bueno, sí, un amigo me dejó un mensaje aquí. Creo que fue Julián. Opina que debo ir a Nápoles a visitar al Dr. Pasavento. Según yo el Dr. Pasavento estaba en la Patagonia. No lo sé. Yo iré a París y visitaré, entre otras cosas, la Rue Vanue.

Tuesday, December 20, 2005

Asis!, tercer dia.

Acabo de comer una pizza en el pequenio Dominos Pizza de la estacion y he tomado el camioncito que lleva a Assisi, o como se escriba. He estado buscando un teclado en el que hayan enies y acentos, como en el del hotel de Roma, pero no hay nada. Por tanto, no escribire demasiado sino hasta en la noche ya que regrese a la ciudad. En el tren, un viaje de una hora y un cachito, termine finalmente Lejos de Veracruz por segunda vez. Tambien: revise mi correo y parece que a nadie le importa que me haya ido tan de improviso de la ciudad. A ver que encuentro a mi regreso.

Monday, December 19, 2005

Roma, segundo día.

Sigo en el hotel. Supuestamente mañana miércoles no va a llover y estará muy despejado. Pero puta madre, pinche frío. Y lo peor: no me pude ir a Asís. Toma sólo una hora en tren (en la línea que va de Roma a Ancana), pero no conseguí boletos sino hasta mañana. Seguramente si hubiera ido a la estación lo habría hecho, pero estuvo lloviendo todo el día y no me desperté hasta pasadas las dos de la tarde. De todas formas, un español muy amable que atiende en la recepción de aquí (o que al menos habla con acento de español), me registró para uno de los trenes que salen mañana por la mañana --sale uno cada hora. Me explicó que la semana pasada se terminó la recolección de la oliva en Asís y que durante esta semana se celebra algo que se llama "el buen samaritano de la carretera", pero no me explicó en que consistían las festividades. El pueblo estará prácticamente muerto hasta el día 24 con las liturgias solemnes, los conciertos de música navideña y los nacimientos que se ponen en todo el pueblo (para entonces ya estaré de vuelta en México).
Desayuné, almorcé: Un huevo duro. Un jugo de naranja. Un café (muy bueno). No había prácticamente nadie más en el comedor, lo cual se me hizo muy raro. Los camareros me veían como si tuviera la peste.
Ahora no tengo sueño, es cerca de la medianoche y tengo ganas de salir. Toda la tarde me la pasé en el cuarto de hotel buscando, sin éxito, pornografía en los canales del hotel. Por alguna extraña razón, y a diferencia de otras ciudades de Europa, en Roma no hay pornografía en la televisión abierta. Leí un poco de You Shall Know Our Velocity pero pronto lo dejé porque me llené de envidia. Ni ganas me dieron de abrir el Vila-Matas, así que fui a la ventana donde vi pasar las motonetas en la lluvia durante un rato. "Me hubiera traído Una novelita Lumpen de Bolaño", me dije. Pero seguramente tampoco la hubiera leído. Me acordé de que el día en que fui a casa de mi novia para despedirme (¡apenas hace tres días!), me dijo, casi como una confesión, que cuando se sentía triste iba a Gandhi a comprarse un libro. Bromeamos sobre el tipo de libros que uno compra cuando está triste. La última vez se llevó Crimen y castigo y La náusea. Se me va a acabar el tiempo de la tarjeta prepagada --tienes que pagar unos cuatro euros por una tarjeta de veinte minutos en la recepción. Mañana, Asís.

Sunday, December 18, 2005

Roma, primer día

En uno de los primeros años de primaria, recordé en el avión a Roma, uno de nuestros profesores nos enseñó cómo escribir números romanos. Comenzó con el I, luego con el II y luego con el III. Parecía sencillo, así que cuando nos preguntó si alguien sabía cómo escribir el número cuatro en números romanos, yo me aventuré y dije, "Yo sé", me levanté de mi pupitre, tomé el gis que me extendía y escribí en el pizarrón:
IIII
Otro compañero se levantó después de que me regresaran a mi asiento y escribió en el pizarrón:
IV
Y el profesor lo felicitó porque su padre le había enseñado algo que yo no sabía. Es uno de los primeros recuerdos que tengo en los que me siento tonto. Y en eso pensaba cuando, por otro lado, en el vuelo trasatlántico, veía cómo una chica despertaba a un chico para preguntarle si se acordaba de ella. Unas horas antes ambos habían platicado largo y tendido sobre la vida y del porqué iban a Europa. No escuché mucho porque estaba haciendo como que leía (retomé You shall know our velocity!, el único libro, junto a Lejos de Veracruz, que tomé en las prisas para el viaje), pero parecía que se entendían bien. Era ese momento en el vuelo en que todo mundo está muy despierto y la luz entra por las ventanas y las bebidas se están repartiendo. Pero horas más tarde, cuando todo mundo está dormido y las persianas abajo, es comprensible que el chico le haga gestos a la chica, gestos muy amables pero que quieren decir: No, no me acuerdo de tí, por favor déjame dormir. Ay, todo empieza y termina tan rápido.
Llegué al aeropuerto de Roma como a las cuatro de la tarde en un estado similar al del sonambulismo. Tal vez por eso decidí tomar un taxi pirata en lugar de los que te ofrecen ahí afuera, en el aeropuerto, lo cual contribuyó enormemente a que me estafaran y me cobraran demasiados euros sólo para que me llevaran al hotel Villa Tinorio (donde estoy ahora, en el "centro de negocios" --un cubículo con fax, conexión inalámbrica y varios teléfonos). El hotel está a unas cuadras del Coliseo, según vi más o menos en el trayecto. El taxista tenía tapado el taximetro con una cajita de cartón que no quitó sino hasta que llegamos. Esa tarde, dormí un chingo y cuando bajé a cenar ya habían cerrado el comedor. Tuve que salir hace como media hora buscando un súper donde me compré unas como papas fritas que no sabían a nada y una coca cola. Me caga Roma. No sé qué hago aquí. Es todo sucio y hostil y caótico. Es como si estuvieras visitando el DF por primera vez desde provincia. Entiendo que la gente no llega a caudales sino hasta finales de la próxima semana (para entonces ya no voy a estar). Hace un frío del carajo. ¿Ganas de ir al Vaticano? Ninguna. ¿Por qué? Porque ya lo conozco. ¿Coliseo? Tampoco. ¿Necesidad de haber conseguido un hotel barato y céntrico? Inexistente. ¿Me la estoy pasando bien? Más o menos. Mañana iré a Asis, he decidido.

¡Divertidísima lista!

Partes de mi cuerpo que preferiría perder antes de perder mi estómago:

1. Mi brazo izquierdo.
2. Mi pierna derecha.
3. Mi brazo derecho.
4. Mi pierna izquierda.
5. Mis dedos.
6. Mi pelo.

Partes de mi cuerpo que preferiría perder antes de perder mi capacidad de escribir:
1. Mi pelo.

Partes del cuerpo de mi vecino que le arrancó uno de sus pacientes durante una de sus consultas psiquiátricas:
1. Sus ojos.

Saturday, December 17, 2005

King Kong, reseña.

La versión de Jackson de King Kong es una buena película, deberían ir a verla. Yo la vi en uno de los cines de la cadena Cinépolis, al norte de la ciudad de México. En realidad, fuera de la ciudad de México, en una de esas ciudades dormitorio que están llenas los sábados. La sala, por supuesto, estaba casi a su capacidad máxima y me costó trabajo encontrar lugar, pues no buscaba lugar sólo para mí sino para la persona que me acompañaba. Temimos que nos tocara hasta adelante, donde seguramente terminaríamos con un dolor de cuello o donde, de haber sido un show de animales acuáticos entrenados, como el de Shamú en Waterworld, nos hubieran mojado. Pero no era un show de animales acuáticos entrenados, era una película y duraba bastante, y sabíamos esto, así que era necesario que encontráramos un buen lugar para disfrutarla y como habíamos entrado más o menos tarde (en parte por mi culpa y mi manía de comprar, tenga o no tenga sed, un refresco a la entrada del cine), era una tarea difícil. Finalmente, en el flanco extremo de la sala dimos con unos asientos. A la derecha, de frente a la pantalla, daban con un muro. A la izquierda, a una pareja que estaban muy acaramelados. Ella, que vestía de blanco y era gordísima, tenía sus pies postrados sobre las butacas. "Estás muy lejos de casa Guillermo", me dije a mis adentros. Temí por un momento que no llevara los zapatos puestos. Procuré no fijarme y preguntarle, sin titubear, si estaban apartando los lugares sobre los que había puesto sus patotas. No, no los estaban apartando. Bajó las piernas y nos sentamos a tiempo para ver cómo iniciaba todo.
Las personas que estaban sentadas inmediatamente detrás de nosotros no pararon de hablar durante toda la película. Mi acompañante olía muy bien. El descansabrazos estorbaba.

Tuesday, December 13, 2005

Pizza

Hoy inyectaron a Refu porque desde hace tiempo una pequeña infección le ha llenado el hocico de granos. Cuando nadie me ve, le doy besos en la boca a Refu. Permito que me lama y la lamo a cambio. Sin embargo, a mí no me ha pasado ninguna infección. Lo lógico sería pensar que yo le he pasado la infección; pero la verdad es que he estado mintiendo. En esto, más o menos, estaba pensando mientras calentaba un trozo de pizza y observaba a Refu a través de la puerta de la cocina. Siempre que hay pizza en casa Refu aparece a través de la puerta y me observa como el perro de La cosa, completamente inmóvil, como si supiera algo, como si un ser vivo, extraterrestre y hostil viviera en su interior.
A veces, cuando pido una pizza demasiado grande y estoy solo en casa y tiro los trozos que no me comí pues calentarlos después, para cenar o desayunar, me da flojera; cuando pasan estas cosas, decía, Refu quita la tapa del basurero, abre la caja y se da un pequeño festín. Es muy hábil mi perra. Tal vez no debería comer pizza, tal vez le haga daño, pero lo hace y ya no puede parar. Discutí al respecto con Sandra, la chica que nos ayuda en la casa a cambio de un pequeño, pequeñísimo sueldo --sin prestaciones, pero con techo y comida-- y a Sandra le dio mucha risa. No sé por qué.

Monday, December 12, 2005

Desesperación

Águilas, águilas, águilas.

Thursday, December 08, 2005

El paseo

Anoche estacioné el auto sobre el empedrado, junto al parque y caminé hacia la librería, al otro lado de la calle. Escuché mis pasos y noté que mis zapatos rechinaban. Imaginé, por un momento, que tenía una prótesis, una pata de palo y caminé con esa idea en la cabeza, entre los árboles del parque, caligráficos contra el cielo de noche. Muy bonito, pensé, caminas y piensas en literatura, pensé. Al llegar a la librería no encontré los libros que buscaba pero compré otro par de libros. Vale la pena mencionar Guardianes de la intimidad, una traducción de un libro de Eggers que ya leí (no lo compré para mí) y Una historia de amor y oscuridad, de Amos Oz. Lo empecé anoche, en la cama.

Monday, December 05, 2005

El tamaño sí importa

Entre más pequeñas son las actualizaciones que hago a mi bitácora electrónica más comentarios me dejan los amigos que me dejan comentarios. En ocasiones, incluso, recibo comentarios de personas que no conozco. Kafka, Walser y probablemente Musil, ante este describimiento comenzarían a escribir textos inacabables, densos y deliberadamente aburridos.

Sunday, December 04, 2005

Lumpen

Estuve pensando en varias cosas mientras se cargaba el programa que me permite escribir aquí. Intenté recordar qué era aquello que quería escribir. Pensé primero en cómo cada vez escribo menos y sólo me dedico a escribir aquí, en mi bitácora electrónica, o en mi diario, que tiende a aburrirme. Cuando tiende a aburrirme, dejo de escribir en él. Pasa uno o dos días sin que escriba, ahí; lo cual está bien, pues consigo escribir algo acá. También pensé en cómo insisto en llamar a esto bitácora electrónica en lugar de blog, lo cual, en realidad, sólo hago para hacerme el interesante. Cuando escribo aquí o en mi diario siento como si escribiera con ambas manos (de hecho, lo hago, pero creo que la gente que lee esto sabe lo que quiero decir; quiero decir que escribo con dos voces distintas, como si utilizara mi mano derecha y mi mano siniestra, igual que el autor de Peter Pan). Me creo mucho porque escribo, la verdad cada vez me someto a esa idea que leí en el periódico el otro día, una idea de Houellebecq o que Houellebecq también comparte; que uno necesita creerse un buen escritir para avanzar, pues no es suficiente con ser admirado. De hecho, uno en realidad desearía no ser admirado. Recuerdo que una chica que me rompió el corazón (¡oh!, lloré tanto y caminé por la playa mientras me desgarraba las vestiduras, y encontré a Dios, y perdió a Dios, y volví a encontrar a Dios después del drama), en lugar de decirme que me quería, decía que me admiraba. No tuve el valor de decirle que era otra cosa la que yo quería. Sabía que, cuando me lo dijo, si hubiera abierto la boca sería sólo para llorar (¡oh! ¡La humanidad! ¡La separación y el vacío! ¡Nada tiene sentido!). La otra cosa que recordé mientras el programa se cargaba, que en realidad es una persona, es a Pablo Soler y cómo él considera mejor escribir a mano que a máquina; o a máquina que a computadora. Entiendo sus razones. Mario Bellatin, por otro lado, opina que es mejor escribir a máquina (o a computadora, da igual), que a mano; lo cual, también lo comprendo. Al respecto, un recuerdo: estoy en Venecia y todo huele muy mal porque es verano y hay agua estancada en algún lugar de la ciudad. Camino por el puente de la academia y veo a un chico recargado contra una mochila que parece estar llena de muchas cosas y veo, también, que escribe en un pequeño cuaderno, muy bello el cuaderno, el tipo de cuaderno en el que uno gustaría estrenarse como poeta. Y debajo de sus anotaciones, veo que sigue con el dibujo de un edificio que está al otro lado del canal. Es un buen dibujo, en tinta.
Total, que me gustaría escribir en un cuaderno. Pero no lo hago.
También me gustaría leer sólo libros gordos, como lo hace Soler, pues los chicos siempre me dejan con ganas de más (un poco como la vida cotidiana); pero no tengo los ánimos para sentarme a leer, no sé, La montaña mágica que, por cierto, dejé en la página cuya primera línea, al menos en mi edición, dice: "Un perro --dijo entre dientes Gaenser-- no querría más tiempo vivir así". Me paré para revisarlo.

Friday, December 02, 2005

Sobre desaparecer

Lo más difícil de escribir, opino, es creer que uno es un buen escritor. No hay manera de avanzar sin esta pequeña mentira. Zagal, mi jefe y mentor en más sentidos de los que estamos orgullosos en reconocer, recuerda que durante un vuelo una persona que se dedicaba a vender terrenos y que estaba sentada a su derecha se asomó a ver lo que escribía y le preguntó: ¿Es usted escritor? Esta pregunta traía ese tonito, esa especie de admiración disfrazada de incredulidad. A Zagal le dio un poco de vergüenza decir que sí, pues después de unos momentos, en su cabeza, reconoció que escribía y que, lógicamente, había publicado alguno que otro libro. Tengo la extraña fortuna de no verme en la posición, a menudo, en la que debo contestar a lo que me dedico. Usualmente, digo que estudié filosofía. Esto desconcierta suficientemente a las personas como para que no insistan. Sin embargo, no todo mundo es tan impresionable, así que cuando insisten me veo obligado a decir que me gusta escribir y que a eso me quiero dedicar. También hablo sobre mis labores como asistente de un catedrático y procuro terminar hablando sobre lo que hace mi jefe, Zagal, para ganarse la vida. Y así, poco a poco desaparezco y no tengo que poner la labor de escritor en un pedestal. Ultimamente he estado pensando en Walser y los anónimos medievales y en Kafka y en extraña manera en que, sin poder controlarlo, frunzo el ceño mientras escribo.

Lo positivo es positivo

Estaba en San Francisco en la caja de un Barnes and Noble comprando un libro sobre Chris Ware y su arte cuando recordé, primero, que en una de las novelas de Ware, la única que he leído, se le llamaba a este tipo de librerías como Barnes and Ignoble, entonces empecé a sonreír, primero, por esto y, segundo, porque la otra cosa que iba a comprar era la última película de Wes Anderson. Y esto, pues, me poníade buenas. También llevaba un par de discos de Elliot Smith, una colección del mejor humor de McSweeneys, la peor novela de Nick Hornby (How to be good) y las ganas de comprarme el memoir titulado Oh The Glory Of It All! que tuve que comprar varios meses después. Ay, el dinero.
El chico de la caja, un tipo similar a mí en algunos aspectos y distinto en otros, me preguntó si me había gustado la película de Wes Anderson. Sí, le dije. A mí no tanto, me dijo sin que le preguntara. Pero, continuó, creo que tiene un estupendo gusto musical. Yo también creía esto, pero no se lo dije porque el opinar sobre casi cualquier cosa en casi cualquier espacio no es una de las cosas que compartíamos, este muchacho y yo.
Más tarde, esa noche y de vuelta en el hotel, abrí una de las revistas que había comprado en otra librería de San Francisco, una extraña librería que había sido decorada como si fuera el interior de un barco pirata. La revista traía una entrevista con Karen O, la cantante de los Yeah yeah yeahs! En algún momento dado la entrevistada opinaba que los blogs estaban plagados de un entusiasmo y una extraña necesidad por ser el primero en hablar sobre algo. Todo se volvía reseñable, aquí, en las bitácoras electrónicas. Desde entonces procuré hablar cada vez menos sobre los últimos libros que había leído, la última película o la última novedad. Es difícil. La entrevistaba la vocalista de Sleater Keane, quienes abrieron el año pasado a Pearl Jam. Y pues muy bien, anoche vi de nuevo la película de Wes Anderson con Mariana, en una de las salas de televisión más oscuras que existen, y mientras hacíamos esto, me puse a pensar en la música de las películas de Anderson, en esa canción de los Zombies que ponen cuando se muere el supuesto hijo de Zissou y después en Pearl Jam a quienes volveré a ver porque soy un animal de costumbres e iré en compañía de mis amigos y de Mariana, a quien, por otro lado, esto de Pearl Jam no le entusiasma demasiado, ¿pero qué se le va a hacer? Nada por supuesto, porque todas estas cosas son cosas buenas y agradables y que nos harán mejores personas o al menos adormecerán el peor de nuestros lados y lo mantendrán latente, bombeando pequeñas dosis de malicia, la suficiente como para no amargarnos la vida y la suficiente como para que nuestra bondad no parezca una especie de resignación sino un movimiento positivo, ascendente y que congela al acto.

Tuesday, November 29, 2005

Intimidad

-Ahora vuelvo.
-¿A dónde vas?
-Al baño.
-¿A leer sin camisa?
-Sí.

Hay algo agradable en que conozcan algunas de tus manías.

Sunday, November 27, 2005

Lista.

Cosas que comí hoy:

1. Jugo de naranja.
2. Papaya con miel.
3. Sopa de letras.
4. Coca-cola.
5. Consomé de pollo.
6. Coca-cola.
7. Sincronizada de bisteck con salsa de frijol.

Las que fueron una mala idea comer, considerando que estoy enfermo del estómago: 2, 3, 7.
Las que sólo consiguieron que mi estómago hiciera guruguru: 1, 4, 6.
Número de veces que fui al baño hoy: 7.

Thursday, November 24, 2005

El tumor debería tener la última palabra

Jaja. ¿Lo ven? Esto es gracioso. Sí lo ven, ¿no? ¿Está claro? ¿No? Bueno, pues lo siento.

El humor debería tener la última palabra

El cine me ha educado sentimentalmente, como a tantas personas de mi generación. No hay nada emocionante en esto. Recuerdo que en la segunda parte de Volver al futuro, uno de los personajes, el Dr. Emmet Brown, decidía abandonar sus investigaciones sobre el espacio y el tiempo para dedicarse al gran misterio del universo: la mujer.
Cuando vi la película, recuerdo, pensé que tal vez el Dr. Emmet exageraba. Sin embargo, ahora me impresiona la espontánea bondad de las mujeres, una bondad mucho más constante que la de los hombres. También su retorcida manera de pensar. El superfluo actuar de algunas. El constante anhelo de paz. No puedo decir que conozco tantas mujeres como para hacer un juicio general. Pero es verdad que cuando me he sentido enamorado o desenamorado, todas estas consideraciones se han ido a la mierda. Es impresionante lo poco literario que es la felicidad. Creo que es el gran tema que pocos han podido representar.
No comprendo por qué la bondad y la felicidad se toman como un estado que se pierde, un estado no-positivo, aburrido, como la salud. Transcribo dos pequeños textos de Houellebecq que me hicieron pensar en estas cosas. Textos, por otro lado, con los que estoy en desacuerdo:
Cualquier cosa puede ser tratada con humor o de forma patética. "Cortesía de la desesperanza" es una fórmula perfecta para explicar el humor. Pero, a menos de que te calles, terminas por dejar de ser cortés. No hay que exagerar con la cortesía, no hay que ser demasaido cortés para escribir realmente un buen libro. El humor no debe tener la última palabra. Hablo desde el punto de vista de la novela, pero es cierto que, en la vida diaria, constituye una ventaja apreciable que lo aceita todo y vuelve soportable situaciones que no lo son.
Me gustaría hacer algo que tuviera alegría, pero tendría que dejar de dedicarme a la literatura. La extanción momentánea, está bien, el placer también, pero ¿la alegría? Hay en ella un aspecto que desalienta la escritura.
Cuando escribo, aún cuando no escribo poesía, me siento feliz. Cuando abrazo a las personas con verdadero cariño o cuando un cuerpo se acerca al mío o cuando estoy callado o riendo, soy feliz. Uno se vuelve lúcido, no todo está en paz, algunas cosas duelen, otras huelen muy mal, la felicidad no es un estado perfecto e ideal, no somos zombies que pasean a caballo en pastizales verdes al son de la bossa nova; los caballos nos muerden y su pelo nos pica en la entrepierna, pero cómo corren.

Wednesday, November 23, 2005

Pequeño problema creativo

Cuando afirmo que tengo un pequeño problema creativo, porque lo tengo, en realidad quiero decir que tengo un pequeño problema personal. Nada grave. Verán, esta es la cosa. Quiero ser una mejor persona. Y para esto, opino, debo dejar de ser excesivamente crítico o que al buscar temas, digamos, literarios evite la crítica destructiva o el sarcasmo. La tentación de escribir sobre la manera en que las personas bailan o se sienten obligadas a bailar en las bodas, por ejemplo, o en cómo es que las bodas son divertidas sólo para las personas que beben pero que seguramente pasan un mal rato en el tiempo que dura la ceremonia hasta el tiempo en que se les permite comenzar a comer (beber) se me hace algo fácil y, por decirlo en otras palabras, un mal camino.
Así que, ¿qué hacer? ¿Cómo escribir de lo positivo, de toda esa alegría que sucede en las bodas sin parecer un morlaco? ¿Cómo ser una mejor persona? ¿Quién puede describir bien a bien la bondad y la alegría pero de manera que no parezca una resignación? Yo ciertamente me siento incapaz. En su lugar tiendo a escribir críticamente sobre mí mismo pues es la única arena en la que, considero, nadie se atrevería a reclamar.
Escribo, hablo sobre algunas peculiaridades mías, como la convicción de que deberían existir clases para sostener conversaciones. Soy un pésimo conversador. Si hablo sobre el clima en el fondo de mi cabeza reconozco que es un tópico hablar sobre el clima así que rápidament cambio de velocidades y hablo sobre cómo la gente a menudo habla sobre el clima. Mis conversaciones, siendo un mal conversador, a menudo devienen meta-conversaciones. Y, peor, mientras las llevo a cabo reconozco que estoy en una meta-conversación y tiendo a explicitar esto. Digamos que me topo con un conocido en el semáforo. Sucedería más o menos:
"¡Hola!"
"¡Hola!"
"..."
"..."
"Qué bonito día, ¿no?"
"..."
"..."
"Pues sí".
"¿Has notado que cuando las personas no saben qué decirse hablan sobre el clima?".
"Sí, es horrible".
"Bueno, yo no diría eso, sólo es algo que pasa. Pero sí me parece curioso que me sintiera obligado a comentarte algo sobre cómo te comenté sobre el clima. Me temo que no sé llevar a cabo conversaciones. Creo que paso demasiado tiempo solo".
"Me tengo que ir..."
"¡Me dio gusto verte!"
"Por favor suéltame".

Anonimato

En mi opinión son demasiadas las actualizaciones a esta bitácora. ¿Es que puedo opinar sobre todo? Hoy enseñé en clase algo sobre los primeros retratos que aparecieron en el siglo XIV, en el arte gótico y sobre las primeras ilustraciones que fueron firmadas por el autor. También hablé un poco, sin saber demasiado, sobre Walter Benjamin y el cine y el arte narrativo y de cómo ahora la sobre producción parece ponernos a todos en el mismo mediocre nivel. Me temo que no hay bitácoras electrónicas realmente interesantes.
Hoy desayuné un jugo de naranja y una taza de café. Me bañé y me lavé los dientes en la regadera, una mala costumbre que tengo. Me puse mi traje azul con mi corbata violeta. Estudié un poco por la mañana, di aquella clase, tuve una reunión en la preparatoria, me sentí viejo, comí un croissant y una sopa de verdura. Me lavé los dientes, jugué un poco con mi perra, regresé a la universidad y evité grandes catástrofes, grandes guerras y situaciones extraordinarias.

Tuesday, November 22, 2005

La fortaleza de la soledad

Despierto porque escucho ladrar a los perros. Los gruñidos son fuertes e imagino que escucho la carne desgarrarse. Cuando me asomo por la ventana que da al jardín en Valle de Bravo no consigo ver nada. Hace frío y escucho roncar a otra persona en el cuarto. Creo que lo que más me gusta del inicio de los Diarios de Musil es que aclara, desde el principio, que vive en una de las zonas polares de nuestro planeta. El sonido de los perros peleando, que escuché dos noches seguidas, me impresionó especialmente pues había visto La cosa, de John Carpenter. Esta agradable historia de un extraterrestre que se apropia de la apariencia de otros seres vivos toma lugar en una de las zonas polares de nuestro planeta e inicia con una escena en la que unos hombres persiguen a un perro infectado con el virus extraterrestre. Una de las películas más asquerosas que he visto. Si la ven, presente especial atención a la escena en la que la cabeza de un hombre se desprende para transformarse en un arácnido que repta por el suelo de la morgue, hasta que la incineran con un lanzallamas.
Por alguna razón decidí comenzar mi diario, hace unas semanas, aclarando que no vivo en una zona polar, pero que he visto la nieve y que la he palpado con mi lengua. Mi diario, que escribo inconstantemente, a veces funciona como un registro donde me resguardo, la última fortaleza de aquello que conozco como mi núcleo y del cual desconfío cada vez más. Me encanta la idea de que Superman, a pesar de tener una vida hombre, en compañía de una mujer y un trabajo, debía viajar al polo norte para pasar tiempo consigo mismo en compañía de las reliquias que había adquirido en sus viajes interespaciales. Una actitud mucho más sana que la de Bruno Díaz, opino.Para redondear esta pequeña y estúpida reflexión supongo que debería decir algo sobre La fortaleza de la soledad, de Jonathan Lethem y que trata sobre crecer en Brooklyn leyendo cómics (especialmente los de Superman), pero no he terminado de leerla.

Monday, November 21, 2005

La humanidad

La humanidad abrió el refrigerador para descubrir que ya no tenía leche. Lo sensato hubiera sido salir en ese momento al supermercado y comprar un litro, pero en su lugar, decidió regresar a la mesa y tomarse su café tal y como estaba: caliente, negro, sin leche ni azúcar. Era una bonita mañana.
Más tarde, en el trabajo, la humanidad aprovechó uno de sus descansos para pensar en la manera en que algunos de sus escritores favoritos utilizaban metáforas sin referentes inmediatos a la realidad --la humanidad era una tímida gran lectora. Después de pensar en esto se distrajo con la idea de cómo algunas metáforas nombraban por primera vez, de una manera que era imposible simplificar o explicar claramente con un lenguaje coloquial.
A la humanidad le agradaba pensar en estas cosas, así como gastarse pequeñas bromas mentales. En ocasiones, sólo por el gusto de hacerlo, se imaginaba cómo sería su muerte o cómo reaccionarían sus seres queridos si esto sucediera. A veces pensaba en un estilo de vida alterno, en las decisiones que tomó a lo largo de su vida y lo que pudo haber pasado si se hubiera decidido por otra opción.
Generalmente, después de este tipo de reflexiones la humanidad se decía “Basta de filosofar” y volvía al trabajo. Pero no se lo decía con un tono despectivo, pues le gustaba invertir al menos algo de su tiempo en esto. Entonces, satisfecha, trabajaba varias horas sin parar.
Cuando regresaba agotada a casa, lo primero que hacía era prender la televisión. Aquél día vio un programa de concursos y noticias que tocaron varios aspectos de su vida. Después, apagó la televisión y bajó a la cocina para prepararse la cena y calentarse un vaso de leche. Tuvo que conformarse con un té.

Friday, November 18, 2005

Su saludable juventud

Guillermo estaba en tercera persona, leyendo en la biblioteca, trabajando para su jefe, cuando recibió una llamada telefónica. Era de la compañía de seguros, estaban renovando su póliza. Le aseguró a la señorita, entre otras cosas y de muy buen humor, porque también posee una buena salud mental (aunque sobre esto no hablaron), que no tenía cáncer y que el estado de su vejiga se encontraba bien. Ambos rieron, la amable señorita y Guillermo, porque este es el tipo de cosas de las que no se acostumbra hablar por teléfono.
-¿Alguna vez has perdido la movilidad de un miembro?
-No.
Guillermo estuvo tentado a agregar que alguna vez se le había dormido un miembro, pero al final se arrepintió. Era una broma obvia y tonta.
-Pues muy bien. Mira, hay otras preguntas, pero ya todas son para mujeres. Y no creo que estés embarazado, ¿verdad?
-Oh no. Espero que no.
Y ambos rieron porque esto es gracioso, ¿lo ven?
Guillermo hubiera deseado conocer a la señorita que estaba tan preocupada por su salud.

Tuesday, November 15, 2005

Monarca Absoluta.

[Aquí debería ir una fotografía de Refu, mi perra, mientras le sobo la panza, pero he descubierto que soy incompatible con la tecnología en más sentidos de los que imaginaba; esta fotografía la tomó mi primo Omar hace tiempo, en Valle de Bravo; a los interesados en recibir una imagen de la Monarca Absoluta y su fiel esclavo (o al menos del cuerpo de su fiel esclavo, mas no de su cara), dejen un mensaje con su dirección, prometo mandárselas pues es una manera más de agregarle emoción a mi vida. Pronto revelaré un nuevo rollo con más fotografías de Refu, un poco más gorda y grande, pues el tiempo no ha pasado en vano, que espero poder subir a algún lugar en la red para que todo mundo pueda ver un ser que participa de la Idea misma de la Belleza.]

Saturday, November 12, 2005

Imre Kertész

Encuentro un libro en mi librero, un libro que no recuerdo haber comprado y que seguramente me regalaron. Es Liquidación de Kertész y aún está envuelto en plástico y supongo que debo leerlo pues seguramente es un libro, como la mayoría de los libros lo son, como la mayoría de las cosas lo son. Pero en lugar de abrir este libro nuevo que encuentro en mi librero, saco You shall know our velocity, que está a su derecha, y que es un buen libro, uno que me ha abierto sus brazos en malos momentos, y decido leer las últimas dos hojas porque sé que estas dos hojas, al cuarto para las dos de la mañana, me harán sentir vivo y ayudarán a darme cuenta de que muchas personas están ya dormidas, a diferencia mía, y que no tienen la oportunidad de correr por su casa (porque estoy solo en mi casa) a oscuras, o bajar corriendo las escaleras, aún cuando no tengo prisa, y salir al jardín y apagar las luces y permitir que Refu me brinque encima porque le da gusto verme corriendo o siento tan tan tan puta madre feliz de estar aquí, en esta tierra.
Fui a una boda en Cuernavaca y la misa fue dada por un padre muy carismático, me dieron ganas de comulgar, de levantar en vilo a las niñitas que esparcían las rosas blancas y rojas camino al altar, de correr arriba abajo y salir gritando a las calles de Cuernavaca en mi guayabera porque todo estaba tan iluminado y caliente y feliz en la pista de baile, pero sin bailar porque ahora no me importa quedarme sentado, ni me siento mal viendo todo desde lejos, desde ese enorme jardín --y mi vecino me pregunta, en la boda, cuando me encuentra caminando de los baños de vuelta a donde se encuentra la carpa iluminada (¡como si fuera un trasatlántico en altamar!) si no traje a mi perra, porque él conoce a mi perra y yo conozco a su perro, un boxer que se llama Tarzán y que a veces pasea por la privada y que, como mi perra, también hubiera sido muy feliz en ese enorme jardín de Cuernavaca, donde los grillos cantaban y los mosquitos se alejaban y la gente gritaba porque ¡la música!, ¡y el calor! ¡Y Dios mío, porque todos estaban ahí y gritaban y bricaban! Y sí, a veces notaban que mi madre no estaba, que mi padre tampoco y debía dar explicaciones, ¿saben?, y estas explicaciones me tropezaban un poco la velocidad porque debía entonces que hablar de mi primo y de la carretera y de la carne que se corrompe pero no por mucho tiempo, porque de nuevo tenía permiso de seguir caminando entre las mesas, digiriéndolo todo, los camarones, la carne, el sorbette, el alcohol, las terribles ganas de llorar, el desprendimiento; y luego el encontrarme con un amigo, sí, un gran amigo de la infancia y sentarme en su mesa y platicar y preguntar y responder a sus preguntas y permitir que su novia nos tomara una foto, dos porque salí con los ojos cerrados en la primera, y luego verlos besarse y sentirme extrañamente fuera de lugar, ahí, a su lado, mientras besaba a su novia y entonces despedirme y decir que sí, que debo regresar temprano, que sí, también me hubiera gustado quedarme más tiempo y ver las estrellas, después de que los padres y los niños se hubieran ido a los hoteles o a sus casas y correr con la ropa empapada de sudor a la alberca, tan clara y calmada, con la ropa puesta. Pero no, tenía que regresar antes y correr en mi casa, a solas.

Friday, November 11, 2005

La relación que sostengo con mi diario

Esto es un fragmento de lo que escribí el pasado 20 de octubre, en mi recién iniciado diario:

"Me pregunto si será posible que en estos textos consiga hablar sobre mí mismo, realmente, sin que aquél supuesto núcleo (en el cual, en el “fondo”, no creo) me juzgue. Hay una constante ironía de la cual no puedo despegarme y que ha conseguido cansarme. Soy demasiado joven para esto. Debería tener un mejor humor. Debería tener un verdadero núcleo. Debería ser una mejor persona. No puedo evitarlo, la ironía se cuela por todas partes, la veo en cada uno de mis amigos y también en mis pensamientos, incluso en los más inocentes. Es como si algo hubiera aterrizado, un helicóptero de escepticismo cuyas aspas aún no terminan de girar, mientras se apaga el motor. Espero que pronto se le agote la fuerza centrífuga, pero sobretodo que no esté esperando levantar en vuelo una vez más. ¿Hacia adónde iría?

En la tarde tuve una discusión sobre el desapego que parece caracterizar la escritura de Henry James, con una estudiosa del tema. La discusión me puso de mal humor por el resto del día. ¿Es posible que James sufriera por los personajes de su Otra vuelta de tuerca? Me cuesta trabajo creerlo. El malestar sólo fue comparable con la ocasión en que Margo Glantz no quiso contestarme la pregunta sobre la relevancia de hablar sobre una violencia contra mujeres, en lugar de una violencia en general. Me pregunto ahora si no habré escrito esto para hacer notar (¿a quién?) que conozco gente que escribe mejor que yo. ¿Albergo, en verdad, la idea de que soy mejor escritor que alguien? Ciertamente. Esto, como es de esperarse, me hace sentir tonto. Probablemente, al final no seguiré con este texto y le mandaré lo poco que haya escrito a alguna chica que quiera impresionar. Dios, la juventud, la carne".

Juan Rulfo

Salgo un momento de casa de mis tíos, evito las miradas de las señoras envueltas en rebosos y camino al panteón donde hace unos años enterraron a mi abuelo y donde en unas horas enterrarán a mi primo. "¿No quieres verlo?", me preguntaron. "No". "Velo, ándale". El tambor que se desprendió de la camioneta que venía en sentido contrario atravesó el parabrisas y lo golpeó en la cara. Muerte instantánea. "No, no quiero". De las tres personas involucradas en el accidente, fue el único que murió. En el panteón, que en esta ocasión me pareció mucho más pequeño que la última vez que lo visité, unos hombres construían o resanaban una lápida. A su lado, un ataud podrido o quemado, negro, hundido con hierbas por los lados. Una lápida, de un hombre que se llamaba Delfino, llevaba la fecha de dos días después de que yo hubiera nacido. Supongo que estaba buscando la tumba de mi abuelo. No la encontré, era imposible caminar entre los apretados pasillos. Quise memorizar más nombres, como lo hacía Rulfo para los personajes de sus cuentos, pero no pude. Me sorprendió la cantidad de niños que están enterrados en el panteón del pueblo.
De vuelta a la casa, mi tía sigue inconsolable. Y mi abuela. Y las hermanas de mi tía, mi madre. En una pared veo enmarcadas las constancias de los múltiples cursos de agronomía a los que fue Raúl, mi primo. "Reconocimiento por asistencia". "Constancia". "Diplomado en el estudio del NAFTA, por la universidad de Ohio". Una y otra vez, enmarcados. Todos. Con vidrio. Alineadas, unas a otras, las muestras de cariño.

Feliz.

Estoy feliz.

Tuesday, November 08, 2005

La intimidad de mi bitácora electrónica

No me gusta usar aretes en la cara ni en las orejas. Por alguna extraña razón, sólo me siento cómodo con el arete que uso en mi pezón derecho. Recuerdo que cuando mi psicoanalista me preguntó al respecto hizo una pequeña reflexión, una distinción, en realidad, sobre las personas que usan aretes como una forma de agresión y aquellas que lo hacían para llamar la atención. Me temo que poco a poco, este espacio, esta bitácora electrónica, se ha convertido en un arete para llamar la atención. Antes era distinto. Especialmente cuando nadie sabía de la existencia de este lugar. Pero luego comenzaron a llegar algunos amigos y algunos de sus comentarios. Y ayer, una amiga me enlazó con otras páginas. Estoy tentado a retirarlas.
He comenzado a escribir un diario. El otro día en él escribí que necesitaba ese diario porque me daba algo que este espacio ya no me da. Escribir esto, por ejemplo, que de alguna manera parece íntimo, me suena totalmente desapegado y lejano a mí, como el placer y el dolor que sentí cuando el frío metal cruzó mi carne por primera vez. Una especie de apéndice. Lo extraño es que muy pocas personas saben que poseo este blog, así como muy pocas personas saben lo que experimento día y noche con el discreto piercieng que uso debajo de mis camisas Lacoste o de mis playeras Banana Republic.
Es agotador escribir por varios frentes.

Sunday, November 06, 2005

Los que duermen y los que beben.

Hay quien bebe después de haber dormido y quien duerme después de haber vomitado por sus excesos con el alcohol y que lo hace soñando cosas muy extrañas, como el conocer al padre de su amigo, a quien nunca ha visto en su vida, pero que, en su sueño, usa aretes y le hace cariños extraños. Hay quien duerme solo. Hay quien duerme acompañado y con dificultad. Hay quien bebe demasiada agua antes de meterse a la cama y no puede dormir sino entre las constantes visitas al baño. Están los que duermen cansados, como un tronco, como un pez en el fondo del mar, para quien el agua se siente como se siente el aire para nosotros. Hay quien bebe pensando cómo será la sensación que experimentan los peces, con toda esa agua rodéandolos. Hay quien duerme llamándose Dave Eggers. Hubo quien dormía llamándose Hemingway. Hubo quien bebía y portaba el nombre de Bukoswki. Uno que se llama Kundera, seguramente duerme en sus laureles, como nunca lo hizo Walser. Hubo quien bebía como desesperado y que se llamaba Poe y que en más de una ocasión, al dormir, al igual que Kafka, sufrió. Duermen desnudos, algunos, en pijama, la mayoría. En su casa, la mayor parte del tiempo. En el avión, en el tren, en el subterráneo, en la oscuridad de la tierra, rodeados de carbón. Hay quien se mete a un bar y no sale sino para irse a dormir y no despertar. También los hay que, a la edad legal de ingerir alcohol, se meten a la cama y orinan sus sábanas, para poca sorpresa de su mamá. Están los que duermen en una cuneta, en una fiesta en una carpa de circo, porque han bebido demás y sienten ganas de llorar. Porque algunas de estas personas, se meten a dormir y no pueden dejar de pensar. En personas. Comienzan a beber y tampoco pueden dejar de pensar. En algunas personas. Y comienzan a sospechar que a pesar de toda la evasión que les proporciona la no vigilia, esas cosas perdurarán.

Milan Kundera

La primera vez que leí a Kundera ignoraba que era el escritor preferido de mi mejor amiga. Cuando lo hice, me acerqué con excesiva cautela porque también era el escritor preferido del único poeta de mi generación que se presentaba a sí mismo como un poeta. Recuerdo que en uno de los poemas de este poeta se comparaba a las cartas de despecho con pilotos kamikaze. En el fondo, era una buena persona.
Kundera escribe bien. A mí me gustaría escribir tan bien con Kundera. Pero algo pesado, un esfuerzo por definir y por hablar de verdad, vive en sus novelas. La primera cosa que leí de él fue su definición de La insoportable levedad del ser. Después leí su definición de La despedida y me aburrí horrores. Después leí otras definiciones y me pregunté por qué no escribía mejor tratados científicos o disertaciones sobre la condición humana. Como alguien que odiaba la vida, no comprendía ese afán por comprenderla. Poco a poco entendí, particularmente después de verlo a través de mi amiga, que Kundera se disfrutaba especialmente cuando hacías lo mismo con tu propia vida.
Yo también creo que la literatura es un tipo de alto conocimiento. No creo, en cambio, que sea algo que siempre debamos tener en mente. Tal vez K. ahora piense lo mismo y por eso ahora ha abandonado su lengua materna. Supongo que existe cierto heroísmo en escribir el mismo libro una y otra vez.

Thursday, November 03, 2005

Jack London

Desperté temprano para calificar unos trabajos y unos exámenes de la preparatoria. Hacía mucho que no me despertaba antes de las nueve o antes de las siete. Fue muy agradable. Debería hacer esto más a menudo, pensé y escuché, simultáneamente, las patas subir por la escalera, el hocico olisqueando afuera de mi puerta. Abrí y Refu entró cabizbaja a mi cuarto, moviendo la cola, feliz. De un brinco subió a la cama y me vio como si estuviera a punto de decir algo, por supuesto no dijo nada, porque los perros no hablan, pero si hubiera dicho algo, si se hubiera animado, hubiera sido algo así como: "¡¡Hola Guillermo!! ¡¡Buenos días!! ¡¡Mírame!! ¡¡Estoy aquí y muevo la cola y soy feliz y café y rápida como la puta madre es rápida y sí me como toda la pizza que tú no te comes cuando la tiras a la basura y no estás viendo y destapo el basurero con mi hocico y destrozo eso con mi quijada y me trago la salsa de ajo de un lengüetazo y ya, llévame al Ajusco carajo, estoy harta!! ¡¡Hola!! ¡¡Buenos días!".
Regresé a mi escritorio, aún en bata y volví al trabajo. De vez en cuando veía a mi perra, que se había acostado y me miraba desde la cama como si estuviera pensando en algo, en mí, como si me quisiera por algo más que la costumbre y la comida que le doy. De un momento a otro, estaba seguro, se levantaría y empezaría a gritar: "¡Hola! ¡Hola Memo! ¡Soy mucho más rápida y fuerte que tú y tienes un pequeño colmillo blanco, un pequeño colmillo de lecho que no te ha crecido como los demás! ¡Y estás chaparro y tienes los pies y el pelo café, como el mío, y si quisiera te podría derribar!"
Recuerdo una ocasión en que llevé a mi otra perra, un samuyedo que murió hace tiempo de cáncer, al veterinario. Cuando salimos del consultorio, un hombre me esperaba en el estacionamiento, parado junto a su coche. De las bocinas de su estéreo salía una terrible y estruendosa canción de Paulina Rubio. Cuando me vio, me dijo: "¿Este es tu coche?". "Sí", le dije. Y sabía que iba a tener problemas. No tanto por su manera hostil de dirigirse a mí, sino por su manera de moverse, su forma de vestir. Su Paulina Rubio tan fuerte. "¿Y fuiste tú quien me rayó mi coche?", me preguntó. "No señor, no fui yo", le dije. Mi samuyedo me defendería si las cosas se ponían rudas, imaginé. Pero apenas abrí la puerta de mi coche, brincó dentro. Carajo, pensé. "Pues más te vale que no hayas sido tú", me dijo, "o te parto la madre", me dijo. "Mire", le indiqué, "mi puerta ni siquiera alcanza a donde está el rayón de su coche". Se lo demostré. "¿Te estás burlando de mí?", me preguntó. Debí haberle dicho, con calma: "No señor, mire, sólo le estoy demostrando que no hay posibilidad de que yo haya rayado su auto, es una cosa muy simple, ¿lo ve? ¿Por qué no se calma un poco?". Pero en lugar de eso lo vi con cara de: Pffff.

Wednesday, November 02, 2005

Robert Walser

Recuerdo que en una ocasión, subiendo en bicicleta por la montaña me topé con un conocido de la carrera, un numerario, y a uno de los mejores y más ancianos profesores que teníamos en aquél entonces. Platicaban sobre metafísica y caminaban muy lento. Uno de ellos llevaba una boina. Los saludé y me despedí rápidamente. Yo llevaba mi bicicleta cannondale, la roja, con sus veintiún velocidades combinadas y mis licras y un gatorade.

Hace tiempo que no subo a la montaña para andar en bicicleta, como lo hacía hace tiempo con algunos de mis mejores amigos. He dejado de ver a estos amigos y poco a poco me he ido diluyendo en el trabajo, la rutina y preocupaciones sentimentales sin demasiada trascendencia. Por otro lado, sí he regresado a la montaña para dar pequeños paseos en compañía de mi perra, una muy buena amiga y su perro. No puedo decir que extraño la emoción del ciclismo de montaña, la adrenalina, el cansancio. Al menos no lo hago con entusiasmo. Pero había algo de aquella convivencia tan masculina que se ha perdido en este nuevo mundo que he descubierto. Es sólo una esfera distinta, supongo. Envejecemos.
Mi madre tomó prestada mi copia de El paseo de Robert Walser, publicada por Siruela. El libro es amarillo, es un relato muy pequeño y en la portada lleva un par de zapatos que me hacen pensar en las disertaciones de Heidegger sobre aquél famoso cuadro de Van Gogh que ha emocionado a tantas amas de casa y universitarios.
Lo que más me atrae de Walser es su calma. Me cuesta trabajo creer que no haya sido feliz escribiendo de la manera en que lo hacía. No creo que su escritura, como aventura Vila-Matas, haya sido un constante ejercicio para desaparecer. Probablemente sólo era un registro de la paz interior que lo dominaba, la planicie del buen observador, como si fuera un cubo de hielo derritiéndose en el desierto sin nadie que pueda hacer algo al respecto.
Yo no puedo afirmar que escribo para llevar un registro de mi desaparición o por un incontrolable anhelo de alejarme de las personas, o para manifestar la paz interior tipo zombie que reyna en mi interior. Escribo porque quiero estar cerca de las personas, como si mis letras fueran falanges que se estiran, pequeñas sonrisas e invitaciones impertinentes a una fiesta a la que nadie quiere ir porque sólo va a haber música, alcohol y papitas. Pero si hay algo que quiero y que no tengo y que tenía Walser en su escritura, es la falta de ironía, una no ironía rodeada de una no inocencia, de una no bondad, o de una bondad positiva, como un movimiento hacia afuera, no como una resignación.

Monday, October 31, 2005

Guillermo Núñez

Me siento feliz de volver al trabajo. Tal vez porque trabajar para mí significa levantarme a las nueve, a veces más tarde, entrar a las diez, beber café y darme unas vueltas por la red. Es verdad que de vez en cuando hago algunas cosas útiles, pero no es algo que me gusta presumir; la gente que lo hace, que muestra afanosamente las cosas que han hecho, me recuerda a los niños que le gritan a sus padres, desde el baño, que ya han terminado.
Hace tiempo dormí con tres hombres en el cuarto de un hotel de Xalapa. Dos de ellos eran de mi edad. Uno de ellos olía muy mal y roncaba por las noches. Ninguno se cambió la ropa que había utilizado durante el día para dormir. Aquél día, al llegar a Xalapa, lo primero que hicimos después de llegar al hotel fue bajar al bar a jugar dominó y beber unas cervezas. Después, salimos a comer en una pequeña fonda. Recuerdo que uno de ellos se llamaba Daniel y el otro Alejandro, o probablemente Benjamín. No consigo acordarme del nombre del mayor de ellos, pero sé que su trabajo consistía en visitar escuelas rurales para hacer un reporte del sistema educativo y de su nivel. Era una buena persona. Benjamín (o Alejandro) alguna vez, recuerdo, hizo una escultura a partir de un molde de yeso de su dentadura. Los cuatro escribíamos.
Después de comer dimos una vuelta por Xalapa (estábamos matando el tiempo para que diera la hora en que visitaríamos a Sergio Pitol) y nos metimos a una librería de viejo. Ahí, entre otras tonterías, encontré un libro de un escritor que se llamaba Guillermo Núñez. A todos nos pareció gracioso, pero no tanto. Ya había visto alguno de sus libros, pero en un viaje en crucero que hice con mi familia a Costa Rica. Escribe pésimo. Creo que también es pintor.

Immanuel Kant

Hace unos años Adriana le pidió a Guillermo que le explicara unos pasajes de la Crítica de la razón práctica de Kant. Probablemente fue de la Crítica de la razón pura, no lo recuerdo, en todo caso fue de alguna de las dos. Lo que sí recuerdo es que para sorpresa de ambos, cuando se sentaron en las butacas del Vips para platicar el asunto, no había mucho que explicar en parte porque Adriana sabía muy bien lo que quería decir Kant, en parte porque Guillermo no sabía muy bien explicar lo que quería decir Kant, pero sobretodo porque Kant, además de ser impresionantemente árido y aburrido (o tal vez precisamente por eso), era muy claro.

En la misma hoja donde elaboraron unos diagramas para distinguir los juicios sintácticos y los juicios estéticos de los otros, de los que no me acuerdo, hicieron un dibujito de un vampiro sonriente.

Años más tarde Adriana y Guillermo se encuentran frente a frente, borrachos, o ligeramente borrachos, o actuando como si estuvieran borrachos, en todo caso ella menos borracha que él pues él no puede retener demasiado alcohol. Y están platicando. Y escuchando música. Y lo hacen en compañía de amigos que no son tan amigos como lo son ellos. En algún momento dado, platican sobre Kant, pero no en un sentido pedagógico ni especulativo, sino despectivo porque, vamos, Kant es de hueva.

Por alguna extraña razón, la gente cree que cuando un escritor se vuelve exitoso, entra al Olimpo literario y sale a pasear con sus amigos escritores, a pasarla bien, de una manera en la que nadie más podría hacerlo; la misma extraña razón que le hace creer a algunos que Julia Roberts es íntima de Nicole Kidman o de Cameron Díaz; que Mel Gibson le habla a cada rato a John Travolta, y que, de vez en cuando, se pican el ombligo. ¿Por qué Kant es tan prestigioso? ¿Por qué está ahí, en el imaginario colectivo? ¿Cuántos amigos tendría Kant? ¿Le pesaría su soledad? Me cuesta trabajo creer que estuviera por encima de ella.

Hace poco un alumno de la preparatoria me saludó, lo saludé y vi que llevaba una sudadera con el símbolo de Le Mans Academy, en la que cursé el segundo año de secundaria, hace unos nueve años. Emocionado, como si fuéramos parte de un mismo club, le dije: “¡Fuiste a Le Mans!”. Y él: “¡Sí!”. Y yo: “¡Yo también!”. Y él: “¡Qué bien!”. Y luego: “Pues qué bien”. Y también: “Sí, qué bien”. Y esto otro: “Con el Brother Shaun y todos ellos”. “Sí, sí.” “¿Quiénes fueron tus preceptores?”. “Pues había uno gordo, de barba…” “¡Claro! ¡Que tenía una serpiente en su cuarto! ¡Mr. Tharp!” Y él: “¡Sí, él! ¡Y Mr. Torrijas!”. Después nos callamos y nos observamos con detenimiento, pues sabíamos que no era la gran cosa. Aún más, sabíamos que era una cosa terrible. No deberían existir lugares en la tierra como Le Mans, pues nos joden un buen rato haciéndonos creer que la ética kantiana es una buena cosa.

Se trata de uno de mis mejores alumnos. Me da gusto ver, en clases, que tiene buenos amigos.

Thursday, October 27, 2005

Ernest Hemingway

Le pregunté a Julio Hubard, hace un par de años, si podía leer una serie de cuentos que había escrito. Fue muy amable cuando me dijo que sí. Una o dos semanas más tarde me invitó un café para platicar al respecto. En el café, a unas cuadras de su casa, recuerdo, había una niñita de unos cuatro años que estaba jugando en el suelo. Hubard me dijo: "A ver, patéala". Había un cuento en el que el personaje, un tipo que se llamaba Guillermo, confesaba o pensaba en cómo, en ocasiones, cuando veía niñitos pequeños sentía ganas de patearlos. Después, cuando nos sentamos, extendió su mano y me dijo: "Mira cabrón, es: pulgar, índice, cordial, anular y meñique". Lo decía porque en otro cuento que escribí, el personaje, que también se llamaba Guillermo, y que era muy similar al personaje de la mayoría de los cuentos de aquella serie, se preguntaba cómo se llamaba "el dedo de en medio". A la fecha no sé si esas aclaraciones me las hacía o no en serio.
La nariz de Hubard tiene el tabique delgadísimo y la punta como una bola. Practicaba box, lo cual también explica la forma de sus orejas, que eran pequeñas. Las orejas de los boxeadores, como seguramente Hemingway sabía muy bien, se llenan de sangre y cartílago tantas veces que eventualmente se deforman y endurecen. En eso pensaba cuando platiqué aquella tarde con Hubard, y en que a mí también me gustaría ser un escritor de esos, de los machos, de los de bigotes, de los que salen y viven experiencias que merecen ser contadas, cosas que suceden en España o durante una guerra; escritores que escriben de seis de la mañana hasta el mediodía y que después levantan pesas o juegan futbol americano. Y que tienen esposas frágiles.
Mi padre salió temprano por la mañana y no ha vuelto en todo el día. Sospecho que no dormirá en casa. No sé por qué pienso esto. Hace unas semanas compró una copia de Por quién doblan las campanas, con un prólogo de Juan Villoro. Mi padre no pudo avanzar demasiado porque cuando se descuidó le robé el libro. Apenas voy en el segundo capítulo. El primero me encantó. Además de El viejo y el mar, que no disfruté, es lo único que he leído de Hemingway. Alguna vez leí algunas palabras suyas sobre un vino español. En la mañana escuché llorar a mi madre. No puedo dormir.

Monday, October 24, 2005

Kafka

Phillipe Ollé ve mi traje oscuro que sacudo para quitarme el agua de encima y mi paraguas recargado contra la pared, que gotea. "Heroico", me dice, "como Franz Kafka". Está exagerando, no es para tanto. Me he mojado. Eso es todo.
Kafka era un perro labrador muy similar a Refu, a tal grado que provocó confusiones entre personas conocidas. Ahora Refu usa uno de los juguetes que usaba Kafka, un hueso colorado.
Un amigo me acaba de mandar un link para una página en internet que me pone en contacto con la Cruz Roja mexicana. En caso de que necesiten voluntarios, de hacer el contacto, podrían llamarme a mí, para cualquier tipo de emergencia. En la misma página hay información también para las personas que quieran donar sangre. Entre la información para los donadores de sangre, hay un apartado de preguntas y respuestas. Si uno conduce o maneja maquinaria pesada, debe reposar 24 horas después de haber donado sangre, antes de volver al trabajo. Es preferible, he leído también, que las personas que hacen actividades de "alto riesgo" no donen a menudo. Entre las actividades de "alto riesgo" está tener relaciones sexuales con varias personas, sobretodo si eres hombre. No sé por qué me mandó esto mi amigo.
El huracá Wilma azotó una de las regiones del país donde vive uno de mis mejores amigos. Me gustaría salir a nadar.

Enrique Vila-Matas

Compré Doctor Pasavento, lo comencé a leer y escribí en mi diario, que recién empecé, que había comprado Doctor Pasavento y que además de mis lecturas de Walser y Musil y Rabelais, lo leería. Lo que llevo me ha parecido muy bueno. Después le escribí a una amiga, a quien, es verdad, cada vez siento que conozco menos, para contarle esto. Le pregunté también si podría reseñar la novela para la revista en la que trabaja, me dijo que tal vez no, tal vez sí, uno nunca sabe, ¿sabes?, además otro amigo, Victor Isolino, estaba pensando en reseñarla. O tal vez no, ¿o era así?, uno nunca sabe, el caso es que Isolino algo había comentado al respecto de la novela.
Victor Isolino, opinábamos mi amigo Julián y yo (uno de mis amigos que se llaman Julián), se parecía un poco a Enrique Vila-Matas. Se lo habíamos repetido tantas veces, que al final se la creyó (¿o fue al revés?, ¿fue Isolino quien nos dijo esto, que se parecía a Vila-Matas?). Así que en una ocasión que tuvo la oportunidad de conocer a Vila-Matas, le preguntó si podía tomarse una fotografía con él. Seguramente estoy contando esto mal, pero al final, quiero decir, le dijo que unos amigos opinaban que se parecían. Vila-Matas vio a Víctor como si estuviera viendo a un marciano, lo cual no es muy difícil de imaginar.
Ahora, cada vez que leo un nuevo libro de Vila-Matas, espero que en algún momento cuente algo así, cómo en una ocasión uno de sus fans más freaks (el tipo de fans que tenía Bolaño, el tipo de fans que tiene Fresán, tal vez) le dijo que se parecían. Por supuesto, esto nunca lo escribirá Vila-Matas, pues cada vez tiende más a desaparecer.
Hoy le regalé a Julián (mi otro amigo que se llama Julián) El bandido, de Robert Walser. Me aseguró que no lo había leído ya, pero no estoy tan seguro. Desde hace tiempo me ha pedido que le preste Jakob Von Gunten, uno de los libros que digo que son de mis favoritos (lo cual es falso), pero lo tengo prestado desde hace tiempo. Espero que pronto se lo pueda prestar. Es re bueno. Sin duda, uno de los libros que más me gustaría que más me gustaran.
Hay algo que extraño.

Sunday, October 23, 2005

Dave Eggers

Mientras espero en primera persona a que alguien salga del baño, me doy cuenta de que esto ya había sido sentido por alguien más, que el núcleo intacto de otra persona ya había observado con detenimiento sus propios sentimientos mientras hacía cola para entrar al baño, en una fiesta en la que la gente se movía como si estuviera realmente alegre, como si nadie tuviera la culpa de nada.
En tu situación, me dije, Dave Eggers hablaría con la chica que tiene enfrente. Le hablaría, muy probablemente, de algo que no tiene significado pero que establecería un vínculo, un nexo, una red de referencias entre los dos; hablaría de sus múltiples intervenciones de ortodoncia. La chica le mostraría sus muelas tapadas, Eggers le mostraría las suyas. Reirían. Y cuando él saliera del baño, ella aún estaría ahí, esperándolo. Esto lo has vivido antes, Guillermo, en otras fiestas, me dije.
Así que ahí estoy, caminando por el corredor oscuro que lleva al baño, iluminado todo muy hip y cool y chic con velitas, y hay una chica, esperando, sentada. Le pregunto: "¿Estás esperando?" Y lo hago por decir algo. Entonces ella se para, y sonríe. Y luego: "¿Te han dicho que te pareces un poco a Uma Thurman?". Esto es verdad. Realmente estás diciendo esto. Por un momento deseas ser Dave Eggers. "Sí, a veces. Digo, no todo mundo me lo dice, pero algunos amigos me lo han dicho", contesta. "Tal vez es la luz", le dices. Estás seguro de que platican de algo más, antes de que ella entre al baño, pero no consigues recordarlo. Cuando tú entras al baño te sientes observado, como si tu vida fuera una película o un libro muy bueno o como si no existieras realmente. Estando así las cosas, decido hacer algo. Tomas una de las velas que iluminan el baño para prender otra que se ha apagado, mientras orinas. Es difícil, te quemas, no puedes hacerlo con una sola mano. Terminas de hacer lo que estabas haciendo, y tomas papel de baño y lo acercas a la flama para prender la vela que está apagada. Pero el papel de baño se quema muy rápido. Sospechas que estás borracho, si estás haciendo esto, y sospechas que tal vez deberías dejar de hacerlo. Pero sigues. Y estás a punto de quemar la pared. Te ríes como un morlaco. Al salir, por supuesto, la chica no te está esperando.

Thursday, October 20, 2005

La relación que sostengo con mi labrador

Regresábamos de pasear, Refu y yo. Esto sucedió hace tiempo. Recién le había comprado su correa, una mucho más resistente que la que compré cuando Refu apenas había llegado a mi casa. La correa que ahora usamos es de cuero y tiene un seguro de cobre. Puede permanecer en la lluvia sin estropearse. Es alemana. La estrenamos con un paseo desde mi casa hasta la librería más cercana. O al videoclub más cercano. Pudo haber sido cualquiera de los dos, porque uno está a lado del otro. Seguramente fue la librería, pues cuando regresamos de la calle, recuerdo, mi perra bebió agua de las macetas del jardín y yo me senté a leer. Por alguna razón, a pesar de toda la felicidad que me daba tener a Refu en mi casa, algo vibraba en mi interior. Algo pesado, como un pozole. Le leí a Refu en voz alta. Cada vez que alzaba la voz, es decir, que subía de tono, Refu me veía con sus ojos color almendra, como si no entendiera. El sol se estaba poniendo sobre la Ciudad de México.
Después de un rato cerré el libro, o empecé a leerlo en silencio. Refu perdió interés. Se paraba, olisqueba algo en el jardín. Regresaba. Creo que era La montaña mágica. O Lejos de Veracruz, lo que leía.
-Pinche perra, le dije.
-...
-Si no me vas a hacer caso, ¿para qué te leo?
-...
-Como que te vale madres, ¿verdad?
Refu me volteó a ver. Estas cosas que le decía, se las decía con un tono meloso. Como cuando le hablamos a un niño que no entiende. "Ay, sí, mi Refu pendejita, qué bonita, ay sí, sí, sí, eres una perra idiotita, dame tu patita". Refu movía la cola.
-Eres super transparente, siempre puedo adivinar cuando estás contenta.
-...
-Basta con advertir que mueves la cola, ¿lo has notado?
-No te engañes, me dijo Refu, puedo aparentar estar moviendo la cola, puedo actuar como si estuviera contenta. Puedo actuar como si estuviera actuando. Así que ten más cuidado con la manera en que te diriges a mí, cabrón.
-...
Desde entonces, Refu y yo no tenemos problemas.

La carne

Acabo de leer en Internet, gran casa de las mentiras, que uno de los ingredientes necesarios para producir la espuma contra-incendios de los extinguidores es la sangre de vaca. Por alguna razón, esto me sigue sonando a verdad, a pesar de haberlo encontrado en Internet.
El otro día vi en la librería La literatura nazi en latinoamerica, en la nueva edición de Seix Barral. Estuve tentado a comprarla, porque nunca había visto la portada que esta nueva edición trae. Pero recordé que ya la había leído. También, en Internet, vi la caligrafía de Bolaño, y escuché su voz. Y vi unos dibujos que había hecho, en Paint, de Windows.
Mi carne está hecha de átomos y músculos. Por alguna razón, cuando pienso en ellos, los imagino como si fueran cosas separadas, cosas que vibran en la oscuridad. Esto no simboliza nada.

Tuesday, October 18, 2005

Todo bien

Este fin de semana me invitaron a una fiesta. La fiesta es de un amigo. Mi amigo es novio de una amiga, quien ha sido, a su vez, la única persona que me ha correspondido sentimentalmente. Esto está bien, somos amigos. La fiesta será de máscaras y antifaces.

Estamos cenando, ¿no? Y parece ser que es la hora de contar historias crueles y perturbadoras. Mi hermana cuenta que en África, por ejemplo, están pensando sacar al mercado una especie de diafragma, o de condón, o de cinturón de castidad, realmente no lo sé, que prensa al pene cuando penetra la vagina. Es una medida contra el creciente número de violaciones, aparentemente. No supo bien a bien explicar el mecanismo.
-Ay hija, qué cosa tan fea, dice mi madre, ¿no se enteraron de los tres payasitos que atraparon hace poco?
-¿Payasitos?
-Unos niños de la calle que se disfrazan como payasos. Violaron a una niña de doce años. Luego la niña los denunció y –ay, Memo, ¡qué bonito suéter traes hoy!

Salgo del trabajo, por la noche. En la mañana le había comentado a un amigo que me sentía deprimido. Este amigo es mi jefe, me conoce desde hace tiempo. Me dijo: “Bueno, era de esperarse”. O algo parecido: “El licenciado Núñez insiste en guardarse las cosas”, me dijo. “Juega a la caja fuerte hecha de un material transparente”, dijo, o dijo algo que se le acerca mucho a esto. “Sí, bueno, supongo que sí”, creo recordar que le contesté. No hablamos más.

Pero salgo del trabajo, decía. Es de noche. Los niños de las escuelas vespertinas apenas están saliendo. Y un automóvil acelera frente a mí, sigue su camino, cruzando el semáforo se trepa a las jardineras que dividen el paseo de las Águilas, o como se llame, y se da una vuelta en el aire. No escucho el ruido pero veo las luces y pedazos de la carrocería brincar. No escucho el ruido porque traigo la música muy alta. Las personas que esperaban el camión cerca, corren al auto. Cuando me bajo del mío, también corro. Saco el celular. Estúpidamente marco al 040. Pido una ambulancia. “Aquí es información”, me dicen, “pero le doy el teléfono”. Una patrulla pasa de largo. “¡Sáquenlo!”, escucho. “¡Va a explotar!”, gritan otros. Hay un olor en el aire, como a quemado. Pero no va a explotar, por supuesto. Estas cosas no pasan en la vida real. Veo que los estudiantes, porque son estudiantes, sacan al hombre. Veo la bolsa de aire, desinflada, como un condón usado. El hombre camina y guarda silencio. Temo que de un momento a otro se vaya a desplomar por heridas internas, o algo, una hemorragia, un dolor terrible del que nadie se haya dado cuenta, algo de lo que no puede hablar y sobre lo que, si le preguntaran, mentiría porque prefiere pensar que se siente bien. Al final no pasa nada, regreso a mi auto. Subo la música y acelero rumbo a mi casa.

Saturday, October 15, 2005

Fun Farewell to a Friend

Everything you do, makes me want to die.
Oh, I just told the biggest lie.
Elliot Smith.
Imagina que esto es una especie de novela, que ha sido el plan desde el principio. Por supuesto, es difícil de creer. Pero finalmente el personaje ha pasado a través de algo que lo ha cambiado. El arco de la historia está en su punto cero. Porque, ¿recuerdas que todo comenzó con una especie de tristeza que pronto se transformó en alegría tipo zombie? Y la mayor parte del tiempo fue así, todo estaba en una bellísima y fría forma: en esa especie de felicidad que se asemeja más bien a la desesperación, a la falta absoluta de deseos y anhelos. No era precisamente el nirvana ni la eutrapelia (¿o es edaumonía?), ni la ataraxia. Era una ola cálida de indiferencia. Después dejó de ser eso, fue felicidad. Y después dejó de ser eso y volvió a lo del principio. Y ahora, pues, ha cambiado todo, se ha llegado a puerto y ahora puedes dejar de escribir tu pinche blog porque la verdad es que ahora te caga escribir, no puedes parar, así que pones música por la noche, la misma música que te hacía pensar en personas en específico y en sensaciones en la epidermis y en imágenes que aún te asaltan cuando estás viendo libros o buscando nuevas maneras de ser, y que entorpecen tu vida, es la verdad, y todas y cada una de estas madres se materializan aquí y carajo, has dejado de decidir, sólo estás yendo a donde ibas antes, todo se ha vuelto fácil y cuesta abajo; pero has decidido decidir, ahora, no seguirás más, no escribirás más, apagarás esto, y te cobijarás una vez más con tu coraza de autómata que sabe muy bien lo que está pasando. Dejarás de escuchar a Elliot Smith, porque cuando estás triste no es buena idea escuchar a un suicida; dejarás de leer a Séneca, prácticamente por las mismas razones, y ya. Matarás tu blog.

Depresión

Escribes en tu bitácora electrónica porque es un lugar seguro. El mero hecho de que últimamente hayas estado particularmente prolífico debería significar, piensas ahora que estás platicando con tu amiga, que el mundo se ha vuelto un poco más violento y peligroso para ti. O al menos supones que algún significado debe tener, porque estando sentado aquí, en este café tan hip y cool y agradable, y con esa lágrima en tu cara, algo debe tener significado. La verdad es que no tienes con quién platicar, no porque no tengas amigos, no, sino porque cada vez que comienzas a hacerlo también comienzas a llorar y eso, pues, vamos, molesta a la gente. Eres como un pordiosero.
Pero te permites una lágrima. Total. Una lágrima no es ninguna. Debes dejar de beber. Cada que bebes, Guillermo, imbécil, pasa esto. Lo sabes. Así que deja de beber y deja de tocarte la nariz, te la vas a deformar. ¿No te dice eso tu madre? ¿No es tu madre una experta en la manera en que la fiosonomía puede deformarse si la tocas a veces, especialmente frente a ella, durante la comida? ¿No es este un buen lugar donde descargar tu enojo a través de la ironía? ¿No? ¿Si tu madre supiera lo que haces diario por las noches frente a la computadora te diría que te vas a deformar el pene? ¿Diario? ¿Realmente diario? ¿¡Hasta dos veces por día?! ¡¿No significa que estás... enfermo?! Que eres una especie de... ¡¿pervertido?! ¡¡¿Qué?!! ¡¡¿Al momento que escribes esto estás bajando una película porno en una ventana aparte?!! No. No puede ser. No. Estoy seguro de que bromeas. Sí, seguramente estás bromeando. Ja. Sí. Lee más San Agustín, es lo que debes hacer.
Y después de tomarte unas cervezas y mantener silencios muy íntimos con tu amiga, sal y camina y descubre que te han robado un espejo del auto y habla sobre aquella sex-shop a la que fueron, jaja, fue tan diverto, ¿no? Y sobre la pendeja esa en que insistía en que era muy normal que estuvieran ahí, ¿no? Cero tabús. Pasen. Vean. Toquen. Es re-normal, ¿no? Vamos a gritar que es normal. ¡Total! ¡Es normal! ¡Carajo! ¡Pon cara de que es normal! Y sí, puta madre, también llorar es normal. Llora puta madre. Equis que llores. ¿The Cure? ¿Boys Don't Cry? No mames. Berrea chillón de mierda. Y mantén tu erección. Y compra un nuevo espejo para tu auto, que te hace falta.

Friday, October 14, 2005

Madre

Mi madre acaba de regresar de viaje. Me trajo Oh the glory of it all de Sean Wilsey. En una de las solapas del guardapolvos viene una fotografía del autor. Cuando la vi, pensé: demonios, esta cara yo la he visto en otro lugar. Eso lo pensé en mi armario, donde mi madre había dejado el libro (como una especie de sorpresa, supongo); cuando llegué a mi escritorio (las personas que conozcan mi cuarto sabrán que son unos pocos pasos), recordé dónde había visto esa cara, en video que viene en el número 11 del McSweeneys Quarterly Concern. Tendrían que ver el video para ver qué tipo de tipo tan excéntrico es este tipo.
En fin, el segundo párrafo de esta memoria, que promete, dice así:
Mi madre era el centro. Mi madre era irresistible. Cualquier cosa que estuvirea diciendo o usando o la manera en que oliera era cautivadora --todos nuestros sentidos estaban sintonizados hacia ella. Desde que fui lo suficientemente grande como para caminar me probé sus zapatos y sus camisones y su perfume, le admiraba y quería ser como ella, tanto que me mandaron con un psicoanalista desde que tuve tres años. El psicoanalista dijo que debía pasar más tiempo con mi padre. ¿Pero cómo? Mi madre era irresistible.

Thursday, October 13, 2005

Mujeres

Las revoluciones, lo sabemos, las hacen los hombres. La humanidad ha avanzado rápidamente gracias al garrote. Pero, ¿a dónde? Probablemente sería mejor que dejáramos todo en manos de las mujeres, quienes son buenas y sencillas y a menudo tienden a la espontaneidad de la bondad. Todo sería un poco más lento, pero no habría sangre ni fuego. Habría perros pequeños y flores. El mar sería cálido y los atardeceres se disfrutarían más a menudo. Y toda violencia sería exclusiva de la naturaleza. Y Houellebecq se callaría de una vez por todas, junto con esta madre que ahora vuelve a crecer en mi interior.

Algunas metáforas y algunas de sus claves:

Garrote: pene.
Flores: vagina.
Perros pequeños: vaginas.
Atardeceres: atardeceres.
Houellebecq: Tristeza infinita que aqueja a la humanidad.
Hombres: animales.
Mujeres: Dios.

Misteriosa, injustamente.

Es un secreto que albergamos, el mismo que nos permite terminar una relación o dejar que el teléfono siga sonando, cuando sabemos quién llama. He tenido amigos y he dejado de verlos. ¿Por qué? Por la simple y llana razón que vive en nuestro oscuro y húmedo interior, una verdad que procuramos no nombrar pues hacerlo nos acercaría cada vez más a las máquinas y a los fríos metales, pero que permanece ahí a pesar de todo. Y sí, nos ayuda a sobrevivir. Aceptémoslo, nos caga la gente.

¿Toda? No, no toda. ¿Siempre? No, no siempre. ¿Ahora? Sí, hijo de tu puta madre.

La ceguera

Uno es ciego. Toda su vida lo ha sido. Al principio, cuando supo que otras personas no lo eran, hubiera deseado ver. Existía otra manera de ser. La constante pregunta acerca de las formas pero sobretodo del color crecía en el interior de uno. Sabía que existían, estas cosas; podía imaginarlas, de alguna manera. Errónea y retorcida manera. En algún momento dado, uno dejó de ser ciego, trabajó mucho para poder someterse a la cirugía. Fue dolorosa y costosa. Obtuvo la vista, no la recobró. Más bien, fue como si hubiera perdido la ceguera. Tuvo que olvidar poco a poco la manera en que percibía y se movía en el mundo. La realidad se movió dos centímetros a la derecha. El color y las formas lo saturaron al grado que, en momentos, para descansar, cerraba los ojos y recordaba cómo se movía sólo a través del olfato, el tacto y el oído. Momentos en que se sentía en una fría y congelada paz, muy semejante a la felicidad (pero que no era la felicidad, obviamente; la felicidad, en comparación y por mayoría, era la vista).
Luego alguien decidió arrancarle los ojos y volvió a aquella felicidad que ya había dominado, un pequeño y seguro y moldeable estado de ánimo.
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Ejercicio de lectura.
¡Relaciona ambas columnas!
Metáforas:
a) Ceguera.
b) Color.
c) Formas.
d) Alguien.
e) Uno.
f) Ojos.
g) Tacto.
h) Olfato.
i) Oído.
Probables significados:
1. Guillermo Íñigo Núñez Jáuregui.
2. La humanidad.
3. Sexo.
4. Amor.
5. No tener dinero.
6. No tener pareja.
7. No tener dónde caer muerto.
8. Literatura.
9. Kant.
10. Zombies.
11. Amiga.

Muleta

Entonces, regresando de dar clases paso un rato a la oficina de un amigo, aquí en la universidad, y más tarde subo a la oficina de mi jefe, donde habría de estar esperándome. Al entrar, ¿qué encuentro? A un doctor en filosofía especialista en Aristóteles y algunos filósofos medievales, tumbado boca arriba (o espalda abajo), con las piernas levantadas sobre la silla. Se levanta, me ve como si no quisiera que lo viera, pero al final, supongo, recuerda que me tiene confianza y se acuesta una vez más. En ocasiones es agradable sentirse una especie de apoyo.
¿No es fabulosa la metáfora de la muleta tal y como la utiliza Chris Ware en Jimmy Corrigan the Smartest Kid on Earth?
Hace unos momentos salí de la oficina, me serví un café, platiqué con las secretarias y fuimos interrumpidos por una niña. Tenía algo en su cara y en su cuerpo que me provocó una ligera inestabilidad emocional, porque era muy guapa, pero no sólo eso, parecía una buena persona. Y le costaba trabajo subir las escaleras (traía una muleta; sólo una, así que apoyaba la mitad de su peso sobre ella, y, en fin, era como un caballito herido).
-[huf] ¿Aquí están las profesoras de matemáticas? [huf]
-No, aquí es filosofía, tal vez las encuentres en el piso de arriba.
(Subiendo las de por sí incómodas escaleras de caracol).
-[huf] Gracias. [uf, uf, uf, huf]
Y luego, la secretaria:
-Ay Memonu, ¿por qué no le ayudas?
La secretaria me dice Memonu.
-¿Cómo?
-Al menos la hubieras cargado.
Sí, podría haberla cargado. Era pequeña y seguramente ligera. Dios. ¿Por qué no le ayudé al menos con la mochila? Por un momento lo pensé, pero ya, demasiadas segundas intenciones. Me serví mi café y tomé de las galletas que sobraron del curso que dan para las señoras que vienen temprano por la mañana. Seguro es algún diplomado en la historia de, no sé, Egipto.

Wednesday, October 12, 2005

El mejor de los textos

Quiero escribir bien, un texto que nos ayude y nos haga mejores pero sin ironía, que convenza a las personas o al menos a una niña guapa de que es posible, que no es necesario ser ojete, que ser ojete es sólo un capricho pasajero que utilizamos para permanecer quietos en nuestro vibrante interior. Escribir un texto que utilice claves generacionales, algo donde la forma y el estilo estén supeditados a la bondad y el amor, pero no de manera irónica. ¿Se puede ser siempre irónico? ¿Se puede ser ligeramente irónico? ¿Se puede estar un poco muerto o apenas embarazado? Mi texto lo conseguiría. Sería el bien a secas y lo entenderías porque sería la misma voz que te hace sonreír cuando observas a un hombre desempleado esforzándose por hacer reír a su hijo, en la calle, en los semáforos, entre limosna y limosna. La misma voz que te hace sentir incómodo cuando haces chistes racistas pero que provocan la risa de todos tus amigos, la misma desesperada y anhelante carcajada. Realmente, ¿de qué nos reímos? ¿De la verdad que se revela tímida pero brutalmente? ¿Es una risa sincera? ¿O una que está por encima de esa pequeña maldad que en ocasiones nos permitimos? Mi texto no juzgaría a distancia, no necesitaría hacerlo: sabría diferenciar perfectamente entre el bien y el mal, lo necesario y lo superfluo, lo humano y lo cotidiano. Y se pegaría a ti, Dios mío, estaría en tu cabeza todo el tiempo. Mis palabras laterían en tu interior como un enorme sol naciente y sería tan bueno como un abrazo de personas que se aman sin segundas intenciones, tan bueno como una fría y helada cerveza. Por lo tanto, sería original. La gente intentaría copiarlo pero fallaría. Porque mi texto no usaría recursos trillados y no se vería en la necesidad de hacer pequeñas concesiones a sus predecesores, no sentiría pena, estaría seguro de sí mismo, no se arreglaría el cabello cada vez que se tope con un espejo. En mi texto se harían metáforas acerca del clima. Algunas de estas metáforas, que también serían sobre el heroísmo de la vida fáctica y aparentemente irrelevante, serían atinadas comparaciones (un par de limpios anteojos sería, simbólicamente, un alma impoluta; la clara voz de un estéreo sería la clara voz de tu conciencia; Dios sería una eterna carretera) pero otras serían aperturas y maneras de nombrar lo innombrable.

Mi texto uniría en lugar de separar. Te provocaría revisar tu vida y moverte para hacer algo al respecto. Dejarías de masturbarte. Dejarías de utilizar a las personas. Dejarías de ser egoísta. Dejarías que la vida siguiera su curso y te abandonarías poco a poco en las bondadosas manos de mi voz, pues te identificarías con ella. Si llegara a escribirlo, terminarías de una vez por todas con ese odio dirigido a los que no tienen suerte. Y comenzarías a respetarte. Y no habría, al final, una frase que te permitiría sospechar que, en realidad, no hablaba tan en serio. Al final, pues, no anularía mi texto.

Tuesday, October 11, 2005

Espacios reducidos

Antes leía y escribía en silencio, es decir, a solas y en mi cuarto. O en mi mente, durante las solitarias sesiones de cine. Las conversaciones de literatura eran pasajeras y sólo con amigos íntimos. Un día una amiga me recomendó ir a la Escuela dinámica de escritores. Fui, me hicieron una entrevista en la que, a una de las preguntas, contesté que estaba interesado en conocer a otras personas que escribieran. Ahora me parece extraño. Este anhelo de acercarme a las personas, el mismo anhelo que obliga a las personas a identificarse con una parte de su vida y de crearse un núcleo a partir de un grupo pequeño de historias, es una cosa extraña. Es como si la gente no le temiera a la vida. Como si el sueño de todos los hombres no fuera protegerse y alejarse de la sociedad, encerrarse en un bunker a leer, o ver películas, o ser como Howard Hughes. Todos quieren ser parte de algo. De un club de espeleología. De una escuela. De un equipo de fútbol. De un gangbang. De algo que les supere. No es por las nuevas experiencias que este impulso me ha otorgado que deseo, en el fondo, retirarme a una cabaña en la montaña para escribir o correr en el campo con mi perra; es otra cosa, algo elusivo y que no puedo definir. Un ruido constante que se materializa en el fondo de mi cráneo. Una pequeña y estúpida fantasía. Acercarme a las personas, escribir en esta bitácora, mostrar mis cuentos o mi novela, tener amigos, invitar a alguien a salir, besar, tener y buscar nuevas amistades, cultivar las antiguas, todo esto me ha traído buenas y malas experiencias. Y temo que si sólo hubiera experimentado las malas, aun entonces, querría seguir en el constante esfuerzo por no estar solo.
Si alguien ha prestado atención, habrá notado que sólo sé escribir sobre personas que buscan no estar solas pero que se sienten incómodas cuando consiguen compañía. No sé escribir sobre otra cosa. Tal vez debería intentar escribir sobre, no sé, Napoleón. En todo caso, seguiré con esta madre. Esta vida.

Sunday, October 09, 2005

Eat Meat

Vi The Texas Chainsaw Massacre por la noche. Se me aceleró el corazón pero no tuve pesadillas. Cuando me fui a dormir, apagué las luces de la casa y escuché los sonidos que venían del bosque y el jardín. Soñé con una amiga numeraria. Recuerdo que en el sueño leíamos un texto y discutíamos por algo. Cuando desperté supe que no nos habíamos puesto de acuerdo. Más tarde en la misma mañana, regresé a la librería de Valle de Bravo, la única, y le pregunté a la chica que atendía por su madre. Como el día de ayer, no estaba. Sonrió al verme, un poco apenada. Antes de que abriéramos la boca, lo sabía; su madre no llegaría sino hasta después. Platicamos un poco:
-¿Qué pasó con tu tercer ojo?
-[Risas]
-Se te veía bien. ¿Significa algo?
-Pues hay varias interpretaciones.
-¿La tuya?
-[Rollo agradable sobre sensibilidad y el karma y puntos tántricos y mamadas así].
-Pues regreso como en una hora.
Vi las copias de El inquilino que había dejado el día anterior bien alineados junto a libros y revistas de maternidad. Me pregunté si harían eso por el bebé de la portada. Me pareció curioso, pero no dije nada. Cuando regresé aún no estaba su madre. Volvimos a platicar, nos preguntamos nuestros nombres y dijimos tonterías. Después llegó su madre, platiqué con ella. Me dijo que se habían vendido dos Inquilinos desde el día anterior. Me sorprendí de sorprenderme, pero esto no debería sorprender a nadie. Oh, estoy diciendo tonterías. Qué violenta es la película que vi anoche. Hace rato, de regreso en la ciudad, comencé a ver Átame. Hay una escena donde la protagonista comienza a ver Night of the living dead, la versión en blanco y negro. Hay otra escena precursora de aquél mini-film mudo y en blanco y negro que aparece en Hable con ella, sólo que aquí se utiliza un pequeño buzo en la bañera. Hace rato, en el baño, se me ocurrieron varias ideas para actualizaciones y no utilicé ninguna. Quería escribir sobre toda la carne que aparece en la película de terror que vi. Y sobre el canibalismo. Leí una cosa muy buena en La tempestad, en el último número, y que es el diario de un puma. Me gustó mucho. Me duele la espalda, ahora. Leí mucho a Walser, durante el fin de semana. Tiene un poema que se llama "El poeta y su novia" y es muy cagado: El poeta es un genio. Se lo dice a su novia. Su novia le pide que lo pruebe pues para ella en realidad sólo es un inútil. Entonces, escribe un poema. La novia desprecia su poema. El poeta se busca un trabajo. Viven felices.
Me siento cansado. Que el lector se ocupe de lo que quise decir.