Tuesday, November 29, 2005

Intimidad

-Ahora vuelvo.
-¿A dónde vas?
-Al baño.
-¿A leer sin camisa?
-Sí.

Hay algo agradable en que conozcan algunas de tus manías.

Sunday, November 27, 2005

Lista.

Cosas que comí hoy:

1. Jugo de naranja.
2. Papaya con miel.
3. Sopa de letras.
4. Coca-cola.
5. Consomé de pollo.
6. Coca-cola.
7. Sincronizada de bisteck con salsa de frijol.

Las que fueron una mala idea comer, considerando que estoy enfermo del estómago: 2, 3, 7.
Las que sólo consiguieron que mi estómago hiciera guruguru: 1, 4, 6.
Número de veces que fui al baño hoy: 7.

Thursday, November 24, 2005

El tumor debería tener la última palabra

Jaja. ¿Lo ven? Esto es gracioso. Sí lo ven, ¿no? ¿Está claro? ¿No? Bueno, pues lo siento.

El humor debería tener la última palabra

El cine me ha educado sentimentalmente, como a tantas personas de mi generación. No hay nada emocionante en esto. Recuerdo que en la segunda parte de Volver al futuro, uno de los personajes, el Dr. Emmet Brown, decidía abandonar sus investigaciones sobre el espacio y el tiempo para dedicarse al gran misterio del universo: la mujer.
Cuando vi la película, recuerdo, pensé que tal vez el Dr. Emmet exageraba. Sin embargo, ahora me impresiona la espontánea bondad de las mujeres, una bondad mucho más constante que la de los hombres. También su retorcida manera de pensar. El superfluo actuar de algunas. El constante anhelo de paz. No puedo decir que conozco tantas mujeres como para hacer un juicio general. Pero es verdad que cuando me he sentido enamorado o desenamorado, todas estas consideraciones se han ido a la mierda. Es impresionante lo poco literario que es la felicidad. Creo que es el gran tema que pocos han podido representar.
No comprendo por qué la bondad y la felicidad se toman como un estado que se pierde, un estado no-positivo, aburrido, como la salud. Transcribo dos pequeños textos de Houellebecq que me hicieron pensar en estas cosas. Textos, por otro lado, con los que estoy en desacuerdo:
Cualquier cosa puede ser tratada con humor o de forma patética. "Cortesía de la desesperanza" es una fórmula perfecta para explicar el humor. Pero, a menos de que te calles, terminas por dejar de ser cortés. No hay que exagerar con la cortesía, no hay que ser demasaido cortés para escribir realmente un buen libro. El humor no debe tener la última palabra. Hablo desde el punto de vista de la novela, pero es cierto que, en la vida diaria, constituye una ventaja apreciable que lo aceita todo y vuelve soportable situaciones que no lo son.
Me gustaría hacer algo que tuviera alegría, pero tendría que dejar de dedicarme a la literatura. La extanción momentánea, está bien, el placer también, pero ¿la alegría? Hay en ella un aspecto que desalienta la escritura.
Cuando escribo, aún cuando no escribo poesía, me siento feliz. Cuando abrazo a las personas con verdadero cariño o cuando un cuerpo se acerca al mío o cuando estoy callado o riendo, soy feliz. Uno se vuelve lúcido, no todo está en paz, algunas cosas duelen, otras huelen muy mal, la felicidad no es un estado perfecto e ideal, no somos zombies que pasean a caballo en pastizales verdes al son de la bossa nova; los caballos nos muerden y su pelo nos pica en la entrepierna, pero cómo corren.

Wednesday, November 23, 2005

Pequeño problema creativo

Cuando afirmo que tengo un pequeño problema creativo, porque lo tengo, en realidad quiero decir que tengo un pequeño problema personal. Nada grave. Verán, esta es la cosa. Quiero ser una mejor persona. Y para esto, opino, debo dejar de ser excesivamente crítico o que al buscar temas, digamos, literarios evite la crítica destructiva o el sarcasmo. La tentación de escribir sobre la manera en que las personas bailan o se sienten obligadas a bailar en las bodas, por ejemplo, o en cómo es que las bodas son divertidas sólo para las personas que beben pero que seguramente pasan un mal rato en el tiempo que dura la ceremonia hasta el tiempo en que se les permite comenzar a comer (beber) se me hace algo fácil y, por decirlo en otras palabras, un mal camino.
Así que, ¿qué hacer? ¿Cómo escribir de lo positivo, de toda esa alegría que sucede en las bodas sin parecer un morlaco? ¿Cómo ser una mejor persona? ¿Quién puede describir bien a bien la bondad y la alegría pero de manera que no parezca una resignación? Yo ciertamente me siento incapaz. En su lugar tiendo a escribir críticamente sobre mí mismo pues es la única arena en la que, considero, nadie se atrevería a reclamar.
Escribo, hablo sobre algunas peculiaridades mías, como la convicción de que deberían existir clases para sostener conversaciones. Soy un pésimo conversador. Si hablo sobre el clima en el fondo de mi cabeza reconozco que es un tópico hablar sobre el clima así que rápidament cambio de velocidades y hablo sobre cómo la gente a menudo habla sobre el clima. Mis conversaciones, siendo un mal conversador, a menudo devienen meta-conversaciones. Y, peor, mientras las llevo a cabo reconozco que estoy en una meta-conversación y tiendo a explicitar esto. Digamos que me topo con un conocido en el semáforo. Sucedería más o menos:
"¡Hola!"
"¡Hola!"
"..."
"..."
"Qué bonito día, ¿no?"
"..."
"..."
"Pues sí".
"¿Has notado que cuando las personas no saben qué decirse hablan sobre el clima?".
"Sí, es horrible".
"Bueno, yo no diría eso, sólo es algo que pasa. Pero sí me parece curioso que me sintiera obligado a comentarte algo sobre cómo te comenté sobre el clima. Me temo que no sé llevar a cabo conversaciones. Creo que paso demasiado tiempo solo".
"Me tengo que ir..."
"¡Me dio gusto verte!"
"Por favor suéltame".

Anonimato

En mi opinión son demasiadas las actualizaciones a esta bitácora. ¿Es que puedo opinar sobre todo? Hoy enseñé en clase algo sobre los primeros retratos que aparecieron en el siglo XIV, en el arte gótico y sobre las primeras ilustraciones que fueron firmadas por el autor. También hablé un poco, sin saber demasiado, sobre Walter Benjamin y el cine y el arte narrativo y de cómo ahora la sobre producción parece ponernos a todos en el mismo mediocre nivel. Me temo que no hay bitácoras electrónicas realmente interesantes.
Hoy desayuné un jugo de naranja y una taza de café. Me bañé y me lavé los dientes en la regadera, una mala costumbre que tengo. Me puse mi traje azul con mi corbata violeta. Estudié un poco por la mañana, di aquella clase, tuve una reunión en la preparatoria, me sentí viejo, comí un croissant y una sopa de verdura. Me lavé los dientes, jugué un poco con mi perra, regresé a la universidad y evité grandes catástrofes, grandes guerras y situaciones extraordinarias.

Tuesday, November 22, 2005

La fortaleza de la soledad

Despierto porque escucho ladrar a los perros. Los gruñidos son fuertes e imagino que escucho la carne desgarrarse. Cuando me asomo por la ventana que da al jardín en Valle de Bravo no consigo ver nada. Hace frío y escucho roncar a otra persona en el cuarto. Creo que lo que más me gusta del inicio de los Diarios de Musil es que aclara, desde el principio, que vive en una de las zonas polares de nuestro planeta. El sonido de los perros peleando, que escuché dos noches seguidas, me impresionó especialmente pues había visto La cosa, de John Carpenter. Esta agradable historia de un extraterrestre que se apropia de la apariencia de otros seres vivos toma lugar en una de las zonas polares de nuestro planeta e inicia con una escena en la que unos hombres persiguen a un perro infectado con el virus extraterrestre. Una de las películas más asquerosas que he visto. Si la ven, presente especial atención a la escena en la que la cabeza de un hombre se desprende para transformarse en un arácnido que repta por el suelo de la morgue, hasta que la incineran con un lanzallamas.
Por alguna razón decidí comenzar mi diario, hace unas semanas, aclarando que no vivo en una zona polar, pero que he visto la nieve y que la he palpado con mi lengua. Mi diario, que escribo inconstantemente, a veces funciona como un registro donde me resguardo, la última fortaleza de aquello que conozco como mi núcleo y del cual desconfío cada vez más. Me encanta la idea de que Superman, a pesar de tener una vida hombre, en compañía de una mujer y un trabajo, debía viajar al polo norte para pasar tiempo consigo mismo en compañía de las reliquias que había adquirido en sus viajes interespaciales. Una actitud mucho más sana que la de Bruno Díaz, opino.Para redondear esta pequeña y estúpida reflexión supongo que debería decir algo sobre La fortaleza de la soledad, de Jonathan Lethem y que trata sobre crecer en Brooklyn leyendo cómics (especialmente los de Superman), pero no he terminado de leerla.

Monday, November 21, 2005

La humanidad

La humanidad abrió el refrigerador para descubrir que ya no tenía leche. Lo sensato hubiera sido salir en ese momento al supermercado y comprar un litro, pero en su lugar, decidió regresar a la mesa y tomarse su café tal y como estaba: caliente, negro, sin leche ni azúcar. Era una bonita mañana.
Más tarde, en el trabajo, la humanidad aprovechó uno de sus descansos para pensar en la manera en que algunos de sus escritores favoritos utilizaban metáforas sin referentes inmediatos a la realidad --la humanidad era una tímida gran lectora. Después de pensar en esto se distrajo con la idea de cómo algunas metáforas nombraban por primera vez, de una manera que era imposible simplificar o explicar claramente con un lenguaje coloquial.
A la humanidad le agradaba pensar en estas cosas, así como gastarse pequeñas bromas mentales. En ocasiones, sólo por el gusto de hacerlo, se imaginaba cómo sería su muerte o cómo reaccionarían sus seres queridos si esto sucediera. A veces pensaba en un estilo de vida alterno, en las decisiones que tomó a lo largo de su vida y lo que pudo haber pasado si se hubiera decidido por otra opción.
Generalmente, después de este tipo de reflexiones la humanidad se decía “Basta de filosofar” y volvía al trabajo. Pero no se lo decía con un tono despectivo, pues le gustaba invertir al menos algo de su tiempo en esto. Entonces, satisfecha, trabajaba varias horas sin parar.
Cuando regresaba agotada a casa, lo primero que hacía era prender la televisión. Aquél día vio un programa de concursos y noticias que tocaron varios aspectos de su vida. Después, apagó la televisión y bajó a la cocina para prepararse la cena y calentarse un vaso de leche. Tuvo que conformarse con un té.

Friday, November 18, 2005

Su saludable juventud

Guillermo estaba en tercera persona, leyendo en la biblioteca, trabajando para su jefe, cuando recibió una llamada telefónica. Era de la compañía de seguros, estaban renovando su póliza. Le aseguró a la señorita, entre otras cosas y de muy buen humor, porque también posee una buena salud mental (aunque sobre esto no hablaron), que no tenía cáncer y que el estado de su vejiga se encontraba bien. Ambos rieron, la amable señorita y Guillermo, porque este es el tipo de cosas de las que no se acostumbra hablar por teléfono.
-¿Alguna vez has perdido la movilidad de un miembro?
-No.
Guillermo estuvo tentado a agregar que alguna vez se le había dormido un miembro, pero al final se arrepintió. Era una broma obvia y tonta.
-Pues muy bien. Mira, hay otras preguntas, pero ya todas son para mujeres. Y no creo que estés embarazado, ¿verdad?
-Oh no. Espero que no.
Y ambos rieron porque esto es gracioso, ¿lo ven?
Guillermo hubiera deseado conocer a la señorita que estaba tan preocupada por su salud.

Tuesday, November 15, 2005

Monarca Absoluta.

[Aquí debería ir una fotografía de Refu, mi perra, mientras le sobo la panza, pero he descubierto que soy incompatible con la tecnología en más sentidos de los que imaginaba; esta fotografía la tomó mi primo Omar hace tiempo, en Valle de Bravo; a los interesados en recibir una imagen de la Monarca Absoluta y su fiel esclavo (o al menos del cuerpo de su fiel esclavo, mas no de su cara), dejen un mensaje con su dirección, prometo mandárselas pues es una manera más de agregarle emoción a mi vida. Pronto revelaré un nuevo rollo con más fotografías de Refu, un poco más gorda y grande, pues el tiempo no ha pasado en vano, que espero poder subir a algún lugar en la red para que todo mundo pueda ver un ser que participa de la Idea misma de la Belleza.]

Saturday, November 12, 2005

Imre Kertész

Encuentro un libro en mi librero, un libro que no recuerdo haber comprado y que seguramente me regalaron. Es Liquidación de Kertész y aún está envuelto en plástico y supongo que debo leerlo pues seguramente es un libro, como la mayoría de los libros lo son, como la mayoría de las cosas lo son. Pero en lugar de abrir este libro nuevo que encuentro en mi librero, saco You shall know our velocity, que está a su derecha, y que es un buen libro, uno que me ha abierto sus brazos en malos momentos, y decido leer las últimas dos hojas porque sé que estas dos hojas, al cuarto para las dos de la mañana, me harán sentir vivo y ayudarán a darme cuenta de que muchas personas están ya dormidas, a diferencia mía, y que no tienen la oportunidad de correr por su casa (porque estoy solo en mi casa) a oscuras, o bajar corriendo las escaleras, aún cuando no tengo prisa, y salir al jardín y apagar las luces y permitir que Refu me brinque encima porque le da gusto verme corriendo o siento tan tan tan puta madre feliz de estar aquí, en esta tierra.
Fui a una boda en Cuernavaca y la misa fue dada por un padre muy carismático, me dieron ganas de comulgar, de levantar en vilo a las niñitas que esparcían las rosas blancas y rojas camino al altar, de correr arriba abajo y salir gritando a las calles de Cuernavaca en mi guayabera porque todo estaba tan iluminado y caliente y feliz en la pista de baile, pero sin bailar porque ahora no me importa quedarme sentado, ni me siento mal viendo todo desde lejos, desde ese enorme jardín --y mi vecino me pregunta, en la boda, cuando me encuentra caminando de los baños de vuelta a donde se encuentra la carpa iluminada (¡como si fuera un trasatlántico en altamar!) si no traje a mi perra, porque él conoce a mi perra y yo conozco a su perro, un boxer que se llama Tarzán y que a veces pasea por la privada y que, como mi perra, también hubiera sido muy feliz en ese enorme jardín de Cuernavaca, donde los grillos cantaban y los mosquitos se alejaban y la gente gritaba porque ¡la música!, ¡y el calor! ¡Y Dios mío, porque todos estaban ahí y gritaban y bricaban! Y sí, a veces notaban que mi madre no estaba, que mi padre tampoco y debía dar explicaciones, ¿saben?, y estas explicaciones me tropezaban un poco la velocidad porque debía entonces que hablar de mi primo y de la carretera y de la carne que se corrompe pero no por mucho tiempo, porque de nuevo tenía permiso de seguir caminando entre las mesas, digiriéndolo todo, los camarones, la carne, el sorbette, el alcohol, las terribles ganas de llorar, el desprendimiento; y luego el encontrarme con un amigo, sí, un gran amigo de la infancia y sentarme en su mesa y platicar y preguntar y responder a sus preguntas y permitir que su novia nos tomara una foto, dos porque salí con los ojos cerrados en la primera, y luego verlos besarse y sentirme extrañamente fuera de lugar, ahí, a su lado, mientras besaba a su novia y entonces despedirme y decir que sí, que debo regresar temprano, que sí, también me hubiera gustado quedarme más tiempo y ver las estrellas, después de que los padres y los niños se hubieran ido a los hoteles o a sus casas y correr con la ropa empapada de sudor a la alberca, tan clara y calmada, con la ropa puesta. Pero no, tenía que regresar antes y correr en mi casa, a solas.

Friday, November 11, 2005

La relación que sostengo con mi diario

Esto es un fragmento de lo que escribí el pasado 20 de octubre, en mi recién iniciado diario:

"Me pregunto si será posible que en estos textos consiga hablar sobre mí mismo, realmente, sin que aquél supuesto núcleo (en el cual, en el “fondo”, no creo) me juzgue. Hay una constante ironía de la cual no puedo despegarme y que ha conseguido cansarme. Soy demasiado joven para esto. Debería tener un mejor humor. Debería tener un verdadero núcleo. Debería ser una mejor persona. No puedo evitarlo, la ironía se cuela por todas partes, la veo en cada uno de mis amigos y también en mis pensamientos, incluso en los más inocentes. Es como si algo hubiera aterrizado, un helicóptero de escepticismo cuyas aspas aún no terminan de girar, mientras se apaga el motor. Espero que pronto se le agote la fuerza centrífuga, pero sobretodo que no esté esperando levantar en vuelo una vez más. ¿Hacia adónde iría?

En la tarde tuve una discusión sobre el desapego que parece caracterizar la escritura de Henry James, con una estudiosa del tema. La discusión me puso de mal humor por el resto del día. ¿Es posible que James sufriera por los personajes de su Otra vuelta de tuerca? Me cuesta trabajo creerlo. El malestar sólo fue comparable con la ocasión en que Margo Glantz no quiso contestarme la pregunta sobre la relevancia de hablar sobre una violencia contra mujeres, en lugar de una violencia en general. Me pregunto ahora si no habré escrito esto para hacer notar (¿a quién?) que conozco gente que escribe mejor que yo. ¿Albergo, en verdad, la idea de que soy mejor escritor que alguien? Ciertamente. Esto, como es de esperarse, me hace sentir tonto. Probablemente, al final no seguiré con este texto y le mandaré lo poco que haya escrito a alguna chica que quiera impresionar. Dios, la juventud, la carne".

Juan Rulfo

Salgo un momento de casa de mis tíos, evito las miradas de las señoras envueltas en rebosos y camino al panteón donde hace unos años enterraron a mi abuelo y donde en unas horas enterrarán a mi primo. "¿No quieres verlo?", me preguntaron. "No". "Velo, ándale". El tambor que se desprendió de la camioneta que venía en sentido contrario atravesó el parabrisas y lo golpeó en la cara. Muerte instantánea. "No, no quiero". De las tres personas involucradas en el accidente, fue el único que murió. En el panteón, que en esta ocasión me pareció mucho más pequeño que la última vez que lo visité, unos hombres construían o resanaban una lápida. A su lado, un ataud podrido o quemado, negro, hundido con hierbas por los lados. Una lápida, de un hombre que se llamaba Delfino, llevaba la fecha de dos días después de que yo hubiera nacido. Supongo que estaba buscando la tumba de mi abuelo. No la encontré, era imposible caminar entre los apretados pasillos. Quise memorizar más nombres, como lo hacía Rulfo para los personajes de sus cuentos, pero no pude. Me sorprendió la cantidad de niños que están enterrados en el panteón del pueblo.
De vuelta a la casa, mi tía sigue inconsolable. Y mi abuela. Y las hermanas de mi tía, mi madre. En una pared veo enmarcadas las constancias de los múltiples cursos de agronomía a los que fue Raúl, mi primo. "Reconocimiento por asistencia". "Constancia". "Diplomado en el estudio del NAFTA, por la universidad de Ohio". Una y otra vez, enmarcados. Todos. Con vidrio. Alineadas, unas a otras, las muestras de cariño.

Feliz.

Estoy feliz.

Tuesday, November 08, 2005

La intimidad de mi bitácora electrónica

No me gusta usar aretes en la cara ni en las orejas. Por alguna extraña razón, sólo me siento cómodo con el arete que uso en mi pezón derecho. Recuerdo que cuando mi psicoanalista me preguntó al respecto hizo una pequeña reflexión, una distinción, en realidad, sobre las personas que usan aretes como una forma de agresión y aquellas que lo hacían para llamar la atención. Me temo que poco a poco, este espacio, esta bitácora electrónica, se ha convertido en un arete para llamar la atención. Antes era distinto. Especialmente cuando nadie sabía de la existencia de este lugar. Pero luego comenzaron a llegar algunos amigos y algunos de sus comentarios. Y ayer, una amiga me enlazó con otras páginas. Estoy tentado a retirarlas.
He comenzado a escribir un diario. El otro día en él escribí que necesitaba ese diario porque me daba algo que este espacio ya no me da. Escribir esto, por ejemplo, que de alguna manera parece íntimo, me suena totalmente desapegado y lejano a mí, como el placer y el dolor que sentí cuando el frío metal cruzó mi carne por primera vez. Una especie de apéndice. Lo extraño es que muy pocas personas saben que poseo este blog, así como muy pocas personas saben lo que experimento día y noche con el discreto piercieng que uso debajo de mis camisas Lacoste o de mis playeras Banana Republic.
Es agotador escribir por varios frentes.

Sunday, November 06, 2005

Los que duermen y los que beben.

Hay quien bebe después de haber dormido y quien duerme después de haber vomitado por sus excesos con el alcohol y que lo hace soñando cosas muy extrañas, como el conocer al padre de su amigo, a quien nunca ha visto en su vida, pero que, en su sueño, usa aretes y le hace cariños extraños. Hay quien duerme solo. Hay quien duerme acompañado y con dificultad. Hay quien bebe demasiada agua antes de meterse a la cama y no puede dormir sino entre las constantes visitas al baño. Están los que duermen cansados, como un tronco, como un pez en el fondo del mar, para quien el agua se siente como se siente el aire para nosotros. Hay quien bebe pensando cómo será la sensación que experimentan los peces, con toda esa agua rodéandolos. Hay quien duerme llamándose Dave Eggers. Hubo quien dormía llamándose Hemingway. Hubo quien bebía y portaba el nombre de Bukoswki. Uno que se llama Kundera, seguramente duerme en sus laureles, como nunca lo hizo Walser. Hubo quien bebía como desesperado y que se llamaba Poe y que en más de una ocasión, al dormir, al igual que Kafka, sufrió. Duermen desnudos, algunos, en pijama, la mayoría. En su casa, la mayor parte del tiempo. En el avión, en el tren, en el subterráneo, en la oscuridad de la tierra, rodeados de carbón. Hay quien se mete a un bar y no sale sino para irse a dormir y no despertar. También los hay que, a la edad legal de ingerir alcohol, se meten a la cama y orinan sus sábanas, para poca sorpresa de su mamá. Están los que duermen en una cuneta, en una fiesta en una carpa de circo, porque han bebido demás y sienten ganas de llorar. Porque algunas de estas personas, se meten a dormir y no pueden dejar de pensar. En personas. Comienzan a beber y tampoco pueden dejar de pensar. En algunas personas. Y comienzan a sospechar que a pesar de toda la evasión que les proporciona la no vigilia, esas cosas perdurarán.

Milan Kundera

La primera vez que leí a Kundera ignoraba que era el escritor preferido de mi mejor amiga. Cuando lo hice, me acerqué con excesiva cautela porque también era el escritor preferido del único poeta de mi generación que se presentaba a sí mismo como un poeta. Recuerdo que en uno de los poemas de este poeta se comparaba a las cartas de despecho con pilotos kamikaze. En el fondo, era una buena persona.
Kundera escribe bien. A mí me gustaría escribir tan bien con Kundera. Pero algo pesado, un esfuerzo por definir y por hablar de verdad, vive en sus novelas. La primera cosa que leí de él fue su definición de La insoportable levedad del ser. Después leí su definición de La despedida y me aburrí horrores. Después leí otras definiciones y me pregunté por qué no escribía mejor tratados científicos o disertaciones sobre la condición humana. Como alguien que odiaba la vida, no comprendía ese afán por comprenderla. Poco a poco entendí, particularmente después de verlo a través de mi amiga, que Kundera se disfrutaba especialmente cuando hacías lo mismo con tu propia vida.
Yo también creo que la literatura es un tipo de alto conocimiento. No creo, en cambio, que sea algo que siempre debamos tener en mente. Tal vez K. ahora piense lo mismo y por eso ahora ha abandonado su lengua materna. Supongo que existe cierto heroísmo en escribir el mismo libro una y otra vez.

Thursday, November 03, 2005

Jack London

Desperté temprano para calificar unos trabajos y unos exámenes de la preparatoria. Hacía mucho que no me despertaba antes de las nueve o antes de las siete. Fue muy agradable. Debería hacer esto más a menudo, pensé y escuché, simultáneamente, las patas subir por la escalera, el hocico olisqueando afuera de mi puerta. Abrí y Refu entró cabizbaja a mi cuarto, moviendo la cola, feliz. De un brinco subió a la cama y me vio como si estuviera a punto de decir algo, por supuesto no dijo nada, porque los perros no hablan, pero si hubiera dicho algo, si se hubiera animado, hubiera sido algo así como: "¡¡Hola Guillermo!! ¡¡Buenos días!! ¡¡Mírame!! ¡¡Estoy aquí y muevo la cola y soy feliz y café y rápida como la puta madre es rápida y sí me como toda la pizza que tú no te comes cuando la tiras a la basura y no estás viendo y destapo el basurero con mi hocico y destrozo eso con mi quijada y me trago la salsa de ajo de un lengüetazo y ya, llévame al Ajusco carajo, estoy harta!! ¡¡Hola!! ¡¡Buenos días!".
Regresé a mi escritorio, aún en bata y volví al trabajo. De vez en cuando veía a mi perra, que se había acostado y me miraba desde la cama como si estuviera pensando en algo, en mí, como si me quisiera por algo más que la costumbre y la comida que le doy. De un momento a otro, estaba seguro, se levantaría y empezaría a gritar: "¡Hola! ¡Hola Memo! ¡Soy mucho más rápida y fuerte que tú y tienes un pequeño colmillo blanco, un pequeño colmillo de lecho que no te ha crecido como los demás! ¡Y estás chaparro y tienes los pies y el pelo café, como el mío, y si quisiera te podría derribar!"
Recuerdo una ocasión en que llevé a mi otra perra, un samuyedo que murió hace tiempo de cáncer, al veterinario. Cuando salimos del consultorio, un hombre me esperaba en el estacionamiento, parado junto a su coche. De las bocinas de su estéreo salía una terrible y estruendosa canción de Paulina Rubio. Cuando me vio, me dijo: "¿Este es tu coche?". "Sí", le dije. Y sabía que iba a tener problemas. No tanto por su manera hostil de dirigirse a mí, sino por su manera de moverse, su forma de vestir. Su Paulina Rubio tan fuerte. "¿Y fuiste tú quien me rayó mi coche?", me preguntó. "No señor, no fui yo", le dije. Mi samuyedo me defendería si las cosas se ponían rudas, imaginé. Pero apenas abrí la puerta de mi coche, brincó dentro. Carajo, pensé. "Pues más te vale que no hayas sido tú", me dijo, "o te parto la madre", me dijo. "Mire", le indiqué, "mi puerta ni siquiera alcanza a donde está el rayón de su coche". Se lo demostré. "¿Te estás burlando de mí?", me preguntó. Debí haberle dicho, con calma: "No señor, mire, sólo le estoy demostrando que no hay posibilidad de que yo haya rayado su auto, es una cosa muy simple, ¿lo ve? ¿Por qué no se calma un poco?". Pero en lugar de eso lo vi con cara de: Pffff.

Wednesday, November 02, 2005

Robert Walser

Recuerdo que en una ocasión, subiendo en bicicleta por la montaña me topé con un conocido de la carrera, un numerario, y a uno de los mejores y más ancianos profesores que teníamos en aquél entonces. Platicaban sobre metafísica y caminaban muy lento. Uno de ellos llevaba una boina. Los saludé y me despedí rápidamente. Yo llevaba mi bicicleta cannondale, la roja, con sus veintiún velocidades combinadas y mis licras y un gatorade.

Hace tiempo que no subo a la montaña para andar en bicicleta, como lo hacía hace tiempo con algunos de mis mejores amigos. He dejado de ver a estos amigos y poco a poco me he ido diluyendo en el trabajo, la rutina y preocupaciones sentimentales sin demasiada trascendencia. Por otro lado, sí he regresado a la montaña para dar pequeños paseos en compañía de mi perra, una muy buena amiga y su perro. No puedo decir que extraño la emoción del ciclismo de montaña, la adrenalina, el cansancio. Al menos no lo hago con entusiasmo. Pero había algo de aquella convivencia tan masculina que se ha perdido en este nuevo mundo que he descubierto. Es sólo una esfera distinta, supongo. Envejecemos.
Mi madre tomó prestada mi copia de El paseo de Robert Walser, publicada por Siruela. El libro es amarillo, es un relato muy pequeño y en la portada lleva un par de zapatos que me hacen pensar en las disertaciones de Heidegger sobre aquél famoso cuadro de Van Gogh que ha emocionado a tantas amas de casa y universitarios.
Lo que más me atrae de Walser es su calma. Me cuesta trabajo creer que no haya sido feliz escribiendo de la manera en que lo hacía. No creo que su escritura, como aventura Vila-Matas, haya sido un constante ejercicio para desaparecer. Probablemente sólo era un registro de la paz interior que lo dominaba, la planicie del buen observador, como si fuera un cubo de hielo derritiéndose en el desierto sin nadie que pueda hacer algo al respecto.
Yo no puedo afirmar que escribo para llevar un registro de mi desaparición o por un incontrolable anhelo de alejarme de las personas, o para manifestar la paz interior tipo zombie que reyna en mi interior. Escribo porque quiero estar cerca de las personas, como si mis letras fueran falanges que se estiran, pequeñas sonrisas e invitaciones impertinentes a una fiesta a la que nadie quiere ir porque sólo va a haber música, alcohol y papitas. Pero si hay algo que quiero y que no tengo y que tenía Walser en su escritura, es la falta de ironía, una no ironía rodeada de una no inocencia, de una no bondad, o de una bondad positiva, como un movimiento hacia afuera, no como una resignación.