Monday, February 23, 2015

Ritos iniciáticos



Papi (2005), la segunda novela de Rita Indiana (Santo Domingo, 1977), abre con un epígrafe en donde se cita un diálogo de El auto increíble (aunque socarrón, viene a cuento, pues describe la voluntad de independencia de Kitt ante un posible "divorcio" de Michael Knight, así como la novela describe el apego de una niña a su padre, primero, y su lento pero definitivo desapego como adolescente, después). En las primeras líneas se compara al papi titular con Jason, de Viernes 13: «Cuando una menos lo espera se aparece». La novela, como está prácticamente exigido en toda narrativa global contemporánea, está sembrada de incontables referencias a las culturas popular y del espectáculo, específicamente las norteamericanas, cuya influencia ha sido definitiva en la República Dominicana desde principios del siglo pasado (aquí se encuentra el único vínculo de Indiana con su contemporáneo Junot Díaz, quien, como un espejo oscuro, escribe en un inglés asistido por el español caribeño). Pero no son estas referencias las que insuflan un espíritu caótico y vigoroso a la novela, sino el «real maravilloso» de autores como Alejo Carpentier o el poder acumulativo y disparatado que se aprecia en la narrativa de Copi. Así, de pronto, el barroco caribeño de El siglo de las luces es evocado en las atmósferas pegajosas que aborrecen los vacíos, en Papi. La imaginación desopilante de cierta tradición latinoamericana (a menudo confundida con esa estrategia de mercado a la que se llamó «realismo mágico») se aprecia en las aventuras de la niña y su papi (ese «neomacho global», dice el crítico Juan Duchesne Winter), como cuando el ejército imparable de novias, de pronto arpías voladoras, los persiguen, o como cuando la visita de papi al barrio de la niña desemboca en una peregrinación que dura lo que parecen ser siglos –generaciones enteras de espectadores viven y mueren en las aceras.

Pero si Papi se encuentra henchida de imposibles atmósferas y texturas acaloradas y carnavalescas, Nombres y animales (2013), más atenta a la dimensión femenina del Caribe, se muestra recatada en comparación. Es un fenómeno extraño, el del poder acumulativo del barroco, pues su efecto es decisivo y a la vez parece dejar espacio para que siga creciendo (muy pronto uno se da cuenta de que en la narración afiebrada de Papi cualquier cosa puede ocurrir, como si tal cosa sólo fuera posible en el mundo masculino, siempre triunfador). Aunque Papi no es una novela mucho más extensa que Nombres y animales, ésta parece breve por las estrategias que utiliza, dirigidas no tanto al poder estilístico como a la precisión temática. No se ha perdido, claro, la atención a las locuciones caribeñas y antropofágicas, pero se encuentran dosificadas y sólo se ofrecen en momentos que tienen importancia para la trama –que ocurre durante el verano de 1992, cuando una adolescente pasa tiempo en el hospital veterinario de sus tíos, en Santo Domingo, mientras sus padres se toman unas vacaciones. Nombres y animales se trata, en este sentido, de una novela más tradicional.

Aunque ambas podrían ser consideradas narrativas de iniciación, en Nombres y animales la cuestión prácticamente se deletrea. El título refiere al pasatiempo de la adolescente en el hospital (elige nombres para un gato callejero, como cuando en el inicio Adán elegía nombres para los animales creados); cada capítulo es precedido por un fragmento de La isla del doctor Moreau, donde se describen las transformaciones de bestias, a través de una ciencia violenta, en algo parecido al hombre; de la misma forma en que la adolescente que narra se transforma, a fuerza de sexualidad, en una mujer (y no en una mujer cualquiera, sino en una que parece condenada, por destino, a un lugar aún más marginal: «como yo les había dicho que me gustaba la mitología griega me pusieron Edipo rey de un director que se llama Pasolini. Yo conocía la historia, la esfinge, el destino cruel, etc.,, pero lo que no me esperaba era que el papá de Vita me dijera en medio de la película que Pasolini era homosexual, y yo en ese momento no sabía si tenía que reírme o decir algo muy serio, me levanté para ir al baño y detuvieron la película hasta que yo volviera. Al entrar al baño me miré en el espejo porque realmente no tenía que utilizar el inodoro. Vi mi cara sin pómulos y mis ojos rasgados y toqué la punta de mi nariz empujándola hasta que surgió un cerdo en el espejo y dije con una vez extraña: "homosexual"»).

Los padres de los adolescentes han viajado a España, para la Exposición Universal de Sevilla de 1992, que celebró el quinto centenario del descubrimiento de América, así que tiene cierta importancia –temática– que la adolescente entable amistad con Radamés, un haitiano mal pagado que ayuda en la clínica veterinaria (su voz puede leerse en el conmovedor y efecto capítulo diecinueve, precedido por un fragmento de la novela de Wells donde se describe cómo una voz racional se desmorona hasta regresar a los balbuceos guturales de las bestias: el haitiano es deportado por la policía dominicana). ¿A qué animales se nombra en la novela? A los que recorren las sendas de las preocupaciones políticas de Indiana: la historia de la esclavitud en América, la religión y el espectáculo (Duchesne Winter), las incontables veces en que el homosexual debe, aún, salir del clóset («como las matrioskas rusas», escribió Indiana hace poco para su columna en El País); el uso del caló como afirmación de la identidad y el espacio «hipersensible del escritor inmigrante», quien posee tanto desarraigo como perspectiva.


Esta reseña apareció originalmente en la edición 99 de La Tempestad.