Había algo que quería citar de un libro que estoy leyendo, Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, pero olvidé la línea. Ahora sospecho que simplemente no tenía nada que ver con mi físico, que es sobre lo que voy a escribir a continuación.
No soy un adefesio, los niños no lloran ni corren ni se esconden cuando me ven. Más bien se ríen. No soy guapo, soy chistoso. Una amiga alguna vez me dijo que tenía cara de azteca. Nadie me había dicho algo así antes. No supe si debí indignarme o considerar su comentario algo racista, o si el tildar su comentario de racista me haría a mí un racista cuando en realidad lo que ella dijo sólo era un diagnóstico sobre mis características; mi nariz de tabique grueso, mi tez morena, mis cabellos grifos. A menudo mi pelo es un tema de conversación con ella. A veces, según lo lleve, me llama niño de hospicio, en parte por la poca edad que aparento y creo porque alguna vez le dije que con la manera en que llevaba el pelo me sentía niño de la calle.
Hace mucho tiempo que no le doy limosna a los niños de la calle. Tengo dinero. Esto, en su justa medida, aminora el impacto de mi fealdad y me hace sentir culpable porque me obliga a ver las cosas de manera distinta, como en Luces artificiales, de Daniel Sada. La última vez que le di algo a un mendigo fue una caja de papas McDonalds. Antes de entregárselas, le dije: "Están limpias", e inmediatamente me arrepentí. Estoy casi seguro de que no le hubiera importado. Después pensé que no debería pensar esas cosas pues me hacían una mala persona. Claro que le hubiera importado. Al acelerar vi por el retrovisor cómo la señora le puso catsup a sus papas. Llevaba un reboso de colores y trenzas que medio le peinaban el pelo.
El otro día descubrí que los Jáuregui y los Núñez, la familia de la que vengo, son descendientes de españoles que se mezclaron con indios en Guanajuato. ¿Qué tipo de indios? No lo sé.
Creo que una de las razones por las que no me gusta comprar ropa y mandarme hacer trajes es que me recuerda que soy chaparro, que casi no hay ropa a mi medida y que casi siempre me veo en la situación de pararme frente a un espejo de tres caras para que el sastre tome mis medidas. Estos espejos te permiten ver el frente y los lados de tu cara simultáneamente. Puedo observar con frialdad clínica, mientras el sastre le dicta a su asistente las dimensiones de mi cuerpo, mi perfil indio, mi pelo grifo, ralo y picudo, y la grasa de mis cachetes.
"Me gustan tus nalgas", me dijo en otra ocasión la misma amiga que opina tengo cara de azteca. No es la primera persona en opinar sobre mis nalgas. Recuerdo que un día, después de clases, en la primaria, estaba esperando a una amiga de mi madre que me iba a recoger. Tardaba en pasar por mí. Un niño más grande que yo, de secundaria, empezó a hablar a mis espaldas. "Mira a ese chaparro nalgón", le escuché decir.
Siempre me han gustado las niñas guapas. También me gustan las niñas que son más altas que yo. Cuando me hacen notar esto mis amigos les digo que no es que tenga mucha opción: casi todas las niñas son más altas que yo. Les da risa porque estas cosas, la verdad, son graciosas. También me gusta la pornografía, especialmente cuando las chicas que salen en las imágenes son rubias. En realidad no tengo preferencias. Vuelvo a la amiga que opinó sobre mi físico: Le molesta la pornografía. Le parece algo terrible. Tengo otra amiga a quien la pornografía no le parece terrible, incluso, sospecho, le gusta. Tengo otra amiga con la que no hablo sobre estos temas. Tengo varias amigas. Algunas de ellas no son guapas. Son a las que frecuento menos. No, en realidad no es así. A las que frecuento menos son a las más guapas. Los feos están condenados. Los feos que no son malas personas están aún más condenados. No sé porqué tienen que ser las cosas así, pero lo son. También está condenada la cultura de la queja. Y ahora no sé qué escribir.
Me pregunto si los feos que además son bondadosos de manera resignada se permiten escribir sobre su fealdad de manera desapegada. También me pregunto cómo sería esa literatura. Supongo que necesitaría como motor cierto orgullo y cierta autoestima. O poca autoestima y mucho orgullo, no lo sé. Hoy leí en Quién (una revista que ojeo porque me gusta ver a las niñas y mujeres guapas que generalmente salen en sus fotografías) que Jean Paul Sartre llevaba una relación con Simone de Bouviour (el primer comment que tendré sobre este post me corregirá cómo se escribe el apeyido, estoy casi seguro) un poco extraña: eran amantes, o amigos, desde hacía más de una década pero no vivían bajo el mismo techo y tenían varios compañeros. La única condición era que se contaran todo. No sé por qué se me pegó aquello. Pensé en Sartre y su ojo virulo y me costó trabajo creer que tuviera varias amantes. Se me hacía claro, en cambio, por qué Simone no habría querido vivir con él.
Es un poco triste pero creo que a los amigos a los que más les tengo confianza son a los que me parecen más feos que yo, pero con los que me gustaría pasar más tiempo es con los que son más atractivos que yo. Busco el justo medio. En una ocasión leí una especie de cuento escrito por Lidya Davies, compilado en su Samuel Johnson is indignant donde afirmaba que todos tenemos amigos más interesantes que nosotros, son los primeros que perdemos así como nosotros dejamos de frecuentar a los amigos que son menos interesantes que nosotros; todos desconfiamos de aquellos amigos que son tan interesantes como nosotros, pues en cualquier momento esto puede cambiar.
Vi el nuevo número de la revista Max, con Bárbara Mori en la portada y pensé en estas cosas.
Una vez, en Quién, vi una fotografía de Paulino Rubio leyendo El Aleph de Borges.
Borges no podía ver.
María Kodama tiene la nariz bien chiquita.
Un amigo conoció a María Kodama y le cayó muy bien, la conoció en un congreso sobre Borges.
Otro amigo, que es más guapo que aquél amigo, y más joven, también conoció a María Kodama en aquél congreso. A diferencia del primer amigo, quien se refería a ella como señora Kodama, se refería a ella como María.
Otro amigo, quien acompañó a ellos dos al mismo congreso con una ponencia, consideró que todo esto era muy gracioso y se casará en unas cuantas semanas con una niña muy buena onda a quien considero mi amiga. Es guapa y más alta que yo, pero no la encuentro atractiva, tal vez porque es novia de mi amigo, no lo sé, sólo espero que de asistir a la boda pueda pasármela bien, hace mucho que no lo hago (en una boda).
Me caga bailar.