Wednesday, December 26, 2007

Sobre los deseos de desaparecer


El pasado seis de septiembre, Christopher Domínguez Michael apuntó unas cosas sobre un texto que escribió sobre Mann, aquí, en su blog de Letras Libres. Me acordé del texto del que habla ahí, de Pitol, sobre la lectura de éste de, creo recordar, La montaña mágica que, creo recordar también, leía cruzadamente con la correspondencia de Mann del periodo en que escribió aquél libro y que le tomó unas cuantas semanas. Esto, a su vez, me hizo pensar en Leo a Biorges, de Álvaro Uribe, que apareció en la sección "La Reflexión" del más reciente Cuaderno Salmón (6/7), un texto sobre el tiempo que le dedicó Uribe a la lectura del descomunal biografía-diario que hiciera Bioy sobre Borges (es un buen texto; vayan y compren la revista y léanlo). Pensaba, en fin, hacer algo así con algún libro-tabique que tuviera en mi haber (caso en cuestión, Las Benévolas); pero el libro de Littell no se presta para sumergirse. Me temo que es un buen libro pero no algo capaz de arrebatarnos de la cotidianeidad --al menos no para este lector.

Es verdad que anoto en mi cuaderno algunas cosas en las que pienso mientras leo el libro. Y aquí también. Pero no siento que desaparezco, cuando lo leo. Recuerdo que tuve algo de eso al leer 2666 (un libro incompleto pero más extenso que Las Benévolas y que terminé más rápido). Estoy pensando en llevar conmigo Las Benévolas, ahora que parto de viaje. Pero me pesará en la mochila. Quizá le arranque algunas hojas y ya está.

No leo Las Benévolas y me llora un ojo

No leo a Littell. Quiero leer a Littell. Me llora un ojo, el izquierdo. Tengo las manos frías. Escribo al tanto de que en estas líneas Eduardo o alguien que comulgue con su diagnóstico, confirmará que soy un fisicalista. Mi familia está afuera, hablan sobre el viaje... ¡a Disney! No diré que no me emociona, pues me emociona. Pero estoy enfermo. Me duele la cabeza. Y ansío una inyección: quiero estar sano para poder correr con mis primitos por los parques de DisneyWorld, para juzgar a los gringos en silencio, para juzgarme a mí mismo en silencio, para poner cara de que la estoy pasando en grande, a pesar de mi edad. Quizá en la puerta me recibirán con un "Hello little prince!" (me han dicho que si uno aparenta cierta edad, aunque quizá uno para ello debe ser niña, en la entrada de Disney le dicen: "Hello princess!"; cosa que me parece raro, en las ocasiones que he ido a Disney World nunca he visto eso).
No quiero ser irónico. Quiero pensar con la frialdad de aquél artículo en National Geographic que leí hace tiempo, Theme Park-Nation. Y tal vez, así, decir cosas interesantes. Algo que valga la pena leer aquí, en mi blog.
En este momento, vía MSN, Alejandro Vázquez me pregunta: "¿En serio irás a Disneylandia?".
Y le digo: "No, a DisneyWorld".
Lo raro es que cuando me veo forzado a decir que realmente iré, en seguida me justifico diciendo cosas como que voy con toda la familia y que es emocionante, ¿ven?, porque van muchos primos que son menores de edad y que seguramente lo disfrutarán porque nunca han ido pero la verdad es que de haberlo elegido pude haberme quedado. Por ejemplo: Las Vegas. Cuando mi familia va me niego a ir. Porque Las Vegas no me gustan. Aduzco que se trata de un lugar con mal gusto. Y no voy. Pero Disney.

Tuesday, December 25, 2007

A bout de souffle

"Haz como los elefantes, cuando estés triste escóndete" .
Jean Seberg en A bout de souffle

Toso, paso el Binotal con agua y trato de tomar aire. Es navidad y estoy enfermo. La noche anterior, la noche de paz, no fui a misa de gallo ni estuve en familia al momento en que se repartieron los regalos; estuve dormido, en una moderada paz, en una cama infestada de gérmenes, los míos, sorbiendo mocos toda la noche. Y ahora, con el nuevo día, salgo un momento de casa --de casa de mis abuelos-- y acompaño a mi padre a Celaya. Ahí, rentamos unas cuantas películas (El gran truco, Disturbia) que veo en estado vegetativo hasta que, finalmente, llego a ese momento en el que uno toma una especie de segundo aire y comienza a disfrutar la vida desde su enfermedad, saliendo un poco de la crisálida en la que ha estado invernando, escondiéndose, como nuestra personal y privada alegría de invierno.

Así, recostado ante el televisor, pienso en esas personas que parecen considerar una virtud moral el no enfermarse, personas que han leído, acaso, demasiado Nietzsche y mal, mientras veo la tercera película que rentamos --y que escogió mi padre. Es buena, supongo. Le he escuchado decir a personas que es una gran película por la relación que tiene el título con la edición y de cómo esto es la gran cosa, en la historia de la cinematografía (yo sólo lo había visto en una película de Woody Allen pero reconocí o recordé los comentarios de la gente bien culta y bien acá apenas vi el primer corte trunco de A bout de souffle, de 1960). Y aunque la disfruté enormemente, cuando terminó me quedé con una sensación similar a la que me produjo Les quatre cents coups de Truffaut que había visto unos meses atrás. La sensación es: estoy seguro de que estas películas significan algo, que tienen importancia, que fueron una especie de parteaguas en la cinematografía, pero cuando me cuentan historias, me gustan las historias que conmueven. Y sí, A bout de souffle tiene su encanto narrativo; tiene esas referencias al cine noir y uno no puede menos que enamorarse de la indiferencia de la chica newyorkina que vive en París. Pero estas son cosas, digo, que uno piensa mientras está recostado, enfermo, y mientras ve a Jean-Paul Belmondo boxear en pantalla, presumiendo que él prefiere el box a otros deportes --es raro, pienso también, cómo a alguien pueda atraerle el boxeo. Observo el gesto de acariciarse los labios, la nariz ancha, como la de un boxeador. ¿Habrá boxeado, Belmondo, alguna vez en su vida? Y pienso en Hemingway, sus seguramente hinchadas orejas, su nariz seguramente aplastada, su suicidio tontamente romántico.

A mí lo que más me gusta de Truffaut es que haya actuado en Close encounters of the third kind. Se me confunden, estos tipos, Truffaut y Godard. Creo que la consufión se debe a que la escena de A bout de souffle, la escena de la habitación, me hizo pensar no en Godard sino en Truffaut y en aquella vez en que Spielberg le presumía un set que habían construido para la escena de Close encounters... en la que llegan las naves espaciales. Y Truffaut levantó los hombros y dijo: Pues, está bien. Pero cuando construyeron el set de una habitación de hotel para la misma película, Truffaut dijo algo así como Pero si esto está muy bien, ¡esto es un set de verdad! En fin, mi cabeza.

Y este post, me percato ahora, podría dedicárselo a César Albarrán, a quien le fascina y vive el cine y, he visto últimamente, el boxeo, pero no el boxeo como tal, sino el boxeo a través del televisor y la literatura, la historia del boxeo y quizá, pero esto no lo sé, a través de la memoria. Así que eso César, te lo dedico.

Friday, December 21, 2007

Soy un incendiario

A veces Óscar me dice cosas chistosas. Al oído. No, al oído no. Eso es broma. Entre las cosas chistosas que me dice hay varias de ese tipo, bromas basadas en la seguridad que tenemos de nuestra sexualidad. Otras veces hace bromas del tipo sarcástico, pero son las menos de las veces. Esto es el tipo de cosas que le agradezco. Últimamente hace otra cosa, muy graciosa, donde me dice cosas como: "Fíjate que apareció un texto en La Tempestad", y añade, muy serio, "ahí donde trabajo". Y esto es gracioso, ¿ven? Del humor que me gusta, además, ligeramente autodenigrante pero, fíjense, un poco más complejo que el humor autodenigrante que yo nutro pues en este se da por sentado que a ambos nos vale un poco madres que trabaje en La Tempestad o que haya besado a Bárbara Mori en la boca, pues esas cosas, pues, valen madres, a fin de cuentas. "El otro día Nicolás", y pone esa cara, "ejem, Cabral", y sigue. Tantas horas de risa, caray.
Hace rato me pidió que le dedicara un post. Es el único amigo que tengo que me pide estas cosas. "Pero ya lo hice muchas veces", le dije. "Escribes más de David". Y yo: "Pero él es famoso". Y él: "Pues yo lo seré en el futuro".
Propongo un brindis por el futuro.

Thursday, December 20, 2007

Adiós felino.


Les digo que vayamos a la Patagonia


Domínguez Michael escribió un texto sobre Bolaño en el que habla de México como su Patagonia. Resalta que le tenía devoción a Bruce Chatwin, cosa que yo ignoraba, pero no se me haría raro (el cariño que Bolaño le tenía a los vaqueros, a los detectives, a los zombies y a los gángsters sólo se parece al cariño que le tenía Chatwin a los forajidos, como puede leerse en su libro de 1977 En la Patagonia, la primera parte del compendio Los viajes que publicó Altaïr Viajes en 2005). Pueden leer el texto de Domínguez Michael aquí, en su blog de Letras Libres. El texto se publicó antes en El Ángel de Reforma.

Los niños

Me llega el ruido de juegos, risas. Es mediodía, ya un poco pasado. ¿Habrán salido de vacaciones los niños? Me parece muy pronto. Pero están ahí afuera, jugando. Ah, la navidad. Qué bonito tiempo. Leo en la red cosas, ocioso. Las benévolas está aquí, a mi lado, a medio terminar. No lo leo. En cambio, leo sobre los libros que algunos autores leyeron para estas fiestas. Esto lo leo a través del Moleskine Literario de Thays. Y después, a través de The Guardian donde publicaron las respuestas de algunos escritores a la pregunta: "Y en estas fiestas decembrinas, ¿usted qué leyó?" Lo que Dave Eggers leyó fueron libros sobre genocidio en Rwanda:

I know this sounds like hopelessly depressing material, and of course it is. But Jean Hatzfeld's Life Laid Bare: The Survivors in Rwanda Speak (Other Press) is also very readable, and elegantly edited, and it humanises the witnesses to the Rwanda genocide in a way that almost no book or film has yet done. Hundreds of thousands read Ishmael Beah's wonderful A Long Way Gone (Fourth Estate), which brought us into the mind and soul of a child soldier in Sierra Leone, and if you made it through that book, you will make it through Life Laid Bare, a collection of oral histories from Rwanda's survivors. I truly believe there is no better way to understand those unspeakable months in 1994 than by hearing from the Rwandans themselves.

Todavía no termino su What is the what, la "autobiografía" de Valentino Achak Deng, uno de los "niños perdidos" de Sudán. Pero no sé si estoy de humor para leer algo así --dice Guillermo, quien lee Las Benévolas. Es raro: hace un par de navidades Julián Etienne se quejaba --pero no sólo él, es algo que leí en varias páginas de Internet y en varios blogs-- de que las librerías españolas recomendaban como lectura navideña libros sobre la Guerra Civil española. Nada como eso para entrar en ánimo festivo, decían irónicamente estos muchachos como Etienne.
Mientras, los niños han vuelto, ahora escucho que uno grita: "¡Corre, corre!" y la risa de una niñita. Estoy tentado a subir, a la terraza, para ver a qué juegan los niños de la privada.

Wednesday, December 19, 2007

Descanso de mi lectura de Littell

Leyendo el pequeño y ligero Sobre la melancolía de los sastres de Charles Lamb. De este señor yo había escuchado sólo a través de Steiner, quien escribió en su Errata: examen de una vida que, siendo niño, había leído su edición de Shakespeare. Rafael Vargas, el traductor y presentador de esta pequeña colección de ensayos (UNAM, 2004), me instruye un poco: no es una edición de Shakespeare propiamente, algo que no se entiende de la autobiografía intelectual de Steiner, sino una adaptación de algunas de las obras de Shakespeare a cuentos para niños. Además, explica Vargas, Lamb realizó estas adaptaciones con ayuda de su hermana, Mary. ¿Saben qué había hecho Mary Lamb nueve años antes de que hicieran esta adaptación? En un arranque de locura, había asesinado a su madre. Así las cosas.

Este es un dibujo de Charles Lamb realizado por Daniel Madise. Una versión, ligeramente distinta, aparece en mi pequeño ejemplar, realizado para Fraser's Magazine.
Vargas también explica que Sobre la melancolía de los sastres, el ensayo que le da título a la colección, fue escrito en 1814, el único que escribió en ese año. Después, unos seis años más tarde, fue invitado a colaborar con la London Magazine, una revista en la que también publicaban Carlyle, Hazzlit, Keats y De Quincey. Y Dios mío, es un gran ensayo, ¿saben? De esos que a uno lo ponen a pensar. Hay dos razones, de acuerdo con Lamb, por las que se puede hablar específicamente de la melancolía de los sastres: su carácter sedentario y su dieta. Cuando leía esto, pensé en el señor Felipe, el buen sastre que me ha hecho algunos bonitos trajes y sacos con telas de El Salón Inglés, en el departamento de caballeros de Liverpool. (Por cierto, alguien debería enseñarle a las personas de El Salón Inglés que esas dos palabras llevan acento; sin él, las etiquetas de los trajes se leen como "El Salon Ingles", y a nadie le gusta llevar ingles en su ropa).
Tengo un problema: visto las tallas que están perdidas entre las medidas para niños y para adultos. Abultado al centro, no en las extremidades, con poca estatura pero no tanta como para comprar en Baby Gap. Es terrible. Y sin embargo, este señor Felipe me ha brindado soluciones, todas ellas muy elegantes. Mientras leía el ensayo, imaginaba a mi sastre, sentado en su taburete, vestido con ese agudo sentido de la moda que posee. Y en efecto, son raras las veces que no lo encuentro en su estación de trabajo, dándole a la cosida. Las veces que no llegué a encontrarlo -para molestarlo con una valenciana o para escoger un nuevo corte- lo imaginé, con actitud cetrina y rostro cansado, comiéndose un sándwich o algo. Un tentenpié. Muy serio, este señor Felipe. A veces me pregunto si parte de la melancolía de los sastres no se permea a las prendas que confeccionan. Aquí arriba, modelo con cierta vanidad el traje de pana que me mandé hacer no hace mucho, en una fiesta decembrina. Es un traje espléndido, me da pena que no puedan verlo bien; pero pongan atención, es otra cosa la que quiero que noten. ¿Cómo es posible que cargue con ese rostro mientras dos excelentes amigos míos, viejos amigos, amigos de la infancia, pasan el rato conmigo? ¡Y en una fiesta! Con esa sonrisa a medio salir, la mirada ansiosa, como si tuviera ganas de no estar ahí, alguien podría decir con Lamb: "El mismo trago no parece animarlo, o por lo menos avivarle algún signo externo de vanidad. No puedo decir que nunca provoque una cierta hinchazón de su orgullo, pero nunca estalla. Incluso temo que pueda hincharse hacia adentro hasta un grado alarmante; pues el orgullo tiene un parentesco cercano con la melancolía". ¿Es que me ha infectado la melancolía de mi sastre? Me preocupo.

Sunday, December 16, 2007

Cierta sabiduría en Las Benévolas

Sobre el callejón sin salida al que uno entra después de la infancia:
Si estaba siempre observándome así, con aquella mirada distante, con aquella cámara crítica, ¿cómo iba a poder pronunciar la mínima palabra auténtica, hacer el mínimo gesto auténtico? Todo cuanto hacía se convertía en un espectáculo para mí mismo, e incluso reflexionar no era sino otra forma de mirarme en un espejo, Narciso de poca monta que me pasaba la vida haciendo monerías sólo para mí, pero que no me lo creía.
Blogs. Diarios "íntimos". Tercera persona. La sensación de que hemos experimentado todo ya, porque lo hemos visto en la televisión, lo hemos leído, escuchado. La agradable idea de llevar nuestra vida como si fuera una novela, casi sin responsabilidad. Escribo que escribo, etcétera.

Saturday, December 15, 2007

No leo a Littell

No es que haya terminado el condenado libro. No es ya no leo a Littell. Lo que pasa es que estuve ocupado. Hubo un momento del día en que cargué costales llenos de piedras redondas, de río. Transportándolas, como bestia de carga. Debe haber una manera oficial de cargar estas cosas, una combinación de usar músculos de brazos --en lugar de la espalda, digamos-- y de respirar adecuadamente, en lugar de jadear. Pero yo no conozco estas fórmulas. Ahora, a punto de salir a rockear en la noche mexicana, con esa sangre roja que invade mi cuerpo pero lo motiva, me duele la espalda. Las veo negras.

Thursday, December 13, 2007

Leo a Littell

Aún.
Pensé que lo iba a terminar esta semana.

Wednesday, December 12, 2007

Convergencia fácil




Leo Las Benévolas

Un rato, al menos. Por la mañana. Lo retomé. Anoche iba a escribir que no había leído nada. No sé porqué me esperé a que leyera al menos unas cuantas líneas, para escribir aquí. Harto, quizá, de ver el rostro de Vendela Vida. Pero no, no creo que sea eso. De las páginas que leí subrayé estas líneas. Creo que en el momento me gustaron mucho:
Me entraban deseos insensatos: tirarme a la nieve, ovillado dentro de la pelliza, y quedarme ahí cuando el tren arrancase, oculto ya bajo una fina capa blanca, un capullo de crisálida, que me imaginaba suave, tibio y tierno, como aquel vientre de donde me expulsaron un día de forma tan cruel. Aquellos ataques de hipocondría me asustaban: cuando conseguía recobrarme, me preguntaba de dónde demonios saldrían. No era algo que casara bien con mis hábitos. El miedo, quizá, me decía por fin. Pero en tal caso, ¿el miedo a qué? Creía tener domesticada a la muerte, y no sólo desde las hecatombres de Ucrania, sino desde mucho antes. ¿Era quizá una ilusión, un velo que corría el subconsciente para cubrir el grosero instinto animal, que andaba ahí agazapado?
Curioso que me gustara. No creo en el "grosero" instinto animal. Creo que existe el instinto animal, sí. Pero no creo que sea una cosa que, cuando está activado, sea necesariamente salvaje y sangriento. Quisiera ser un bonobo.

Thursday, December 06, 2007

Leo

Este libro enorme que me consume pero en el que me escondo. Es agradable visitar un universo una y otra vez, por unos días, avanzando poco a poco. A la vez, no tanto, pues leo Las Benévolas y comienzo a soñar con decapitaciones. Y supongo que son pesadillas pero no sufrí cuando soñé con esto, lo cual quizá deba preocuparme un poco. ¿Pero para qué preocuparme cuando puedo reír? Más, de Littell:
"Mire, desde mi punto de vista hay tres comportamientos posibles ante esta vida absurda. Primero, el de las masas, hoi polloi, que, sencillamente, se niegan a ver que la vida es una guasa. No se burlan de ella, sino que trabajan, acopian, mastican, defecan, fornican, se reproducen, envejecen y mueren como bueyes uncidos al arado, de la misma forma necia en que vivieron. Así es la inmensa mayoría. Luego están los que son como yo, que saben que la vida es una guasa y tienen valor para burlarse de ella, igual que los taoístas y que ese judío suyo. Y, luego, están, y si mi diagnóstico es correcto, ése es el caso de usted, los que saben que la vida es una guasa, pero sufren".
Ah, sufrir sin amargura. ¿Como en el limbo, en el vientre de nuestras madres, acaso?

Tuesday, December 04, 2007

Les digo que leo a Littell

Algunos eran, por lo demás, consumados fotógrafos, pero sus trabajos me dejaban un sabor de boca desagradable al tiempo que no podía dejar de mirarlos.
Jonathan Littell, Las Benévolas
Vero Testa, sin dejar comentario, mandó hace tiempo esta imagen al concurso de McSweeney's, el de las convergencias:Se estaba refiriendo a la serie de fotografías de la prisión Abu Ghraib, entre las cuales, destaca creo de manera más icónica ésta:
Al respecto, Lawrence Weschler escribió esto y refirió, igualmente, a esto. Estas convergencias las había visto ya, meses atrás, pero anoche que leía Las Benévolas, un libro en el que me he adentrado lentamente, lo recordé todo. Primero porque Littell sí decide transcribir el pasaje de Platón en el que me hizo pensar cuando escribí mi entrada de Noviembre 27 (más abajo), pero al que no llegué hasta anoche porque soy un lector lento y tonto. El pasaje, como ya había señalado Eduardo Charpenel en un comentario hace tiempo, en esta misma bitácora, proviene de La República y de creerle a Littell dice así:
Leoncio, hijo de Aglayón, subía del Pireo por la parte exterior del muro del norte cuando advirtió unos cadáveres que estaban tendidos en tierra junto al verdugo. Comenzó entonces a sentir deseos de verlos, pero al mismo tiempo le repugnaba y se retraía; y así estuvo luchando y cubriéndose el rostro hasta que, vencido de su apetencia, abrió enteramente los ojos y, corriendo hacia los muertos, dijo: ¡Ahí lo tenés, malditos, saciaos del hermoso espectáculo!
Temo que las cosas, en la novela, se van a poner cada vez peor. Como han de saber, está contada desde el punto de vista de un verdugo nacional socialista. En el momento de la trama en que voy, apenas se están mejorando los "métodos de exterminio", procurando poner a raya las pasiones que destapan en los soldados nazis las multitudinarias ejecuciones. Aquí, la tipificación, contada por el verdugo:
"Estaban, en primer lugar, esos que, aunque intentasen disimularlo, mataban con voluptuosidad; ya he hablado de ellos, eran criminales que habían salido a flote merced a la guerra. Estaban luego los asqueados, que mataban por deber, sobreponiéndose a la repugnancia, por amor al orden; y por fin, estaban quienes consideraban a los judíos como animales y los mataban igual que un carnicero degüella una vaca, una tarea grata o ardua según el humor o la disposición".
Pero, ah, el verdugo en cuestión no se identifica con ninguno de estos tres tipos. Sólo siente una comezón general por la búsqueda de respuestas: "una pasión por lo absoluto, y también, me percaté de ello un día con espanto, curiosidad: en esto, como en tantas otras cosas de mi vida, era curioso, intentaba ver qué efecto me iba a causar todo aquello".
¿Les conté de la vez que entré a YouTube buscando el video de la ejecución de Saddam Hussein? Tenía curiosidad. Y comencé a verlo pero cuando vi que le ponían el lazo al cuello tuve que cerrar la ventana. Sabía que si lo veía me haría, en algún sentido, daño. No hace mucho, sin embargo, entré al blog de un periodista de nota roja. Pasé el scroll rápidamente por encima de las fotografías más desagradables y me detenía solamente en los textos. Pero hubo un momento, recuerdo, en que me ganó la curiosidad: quería saber cómo reaccionaría si me detenía en alguna de las imágenes -era una mano cercenada de una señora que la perdió cruzando el periférico. Y comencé a aderezar la imagen con historias de terror y fantasía que conocía, en las que manos separadas buscaban volver a su dueño (recuerdo una vieja b-movie con Michael Caine que trataba precisamente de esto; se llamaba, si recuerdo bien, The Hand). Y sentí un poco de asco, pero en general no me pareció tan grave.
Me estoy preguntando seriamente si debo seguir con la novela. En este momento, quiero decir. Quizá más tarde me dé igual. Quisiera terminar esta actualización escribiendo "Qué horror" o "Esto es preocupante". Pero no me sale sincero.

Monday, December 03, 2007

La pista de hielo (otro paréntesis)

He estado pensando un poco en Bolaño, como lo hago cuando lo hago. De lo bueno, de lo exquisito, poquito. He estado ideando una entrada en la que hablo sobre lo que vi en el periódico, algo en las coordenadas de la entrada de esta Cecilia, a quien, han de saber, no conozco. Lo que vi en el periódico fueron imágenes de la inauguración de la pista de hielo que improvisaron en el Zócalo de la Ciudad misma que, seguramente, no visitaré ni conoceré, ni siquiera porque me parece exótica o rara, ni porque me parezca símbolo de una maldad mucho mayor de la que conocemos.
La pista de hielo no significa nada.
Su insignificancia no me hace pensar en el último círculo del infierno, helado.
Su intrascendencia, que algunos han de valorar, no me refiere a una fábula -como la de Bolaño, en la que un hombre del gobierno de una región (me pararía a revisar esto pero presté el libro, ya no recuerdo a quién) usa dinero del Estado para construirle una pista de hielo a una patinadora artística de quien, obviamente, está enamorado y quien, obviamente, no lo aprecia.
¿Saben en qué me hace pensar la pista de hielo de la ciudad de México? En las playas artificiales, en las ciclopistas, en todos ustedes y en la manera en que nada de esto será recordado mañana. Y esto, el tipo de pensamientos que uno tiene cuando rellena los espacios, en la regadera o en el tráfico, entre palabra y risa, no simboliza nada.

Amigos (un paréntesis).

Estoy feliz por ti. De verdad.
Pero creo que voy a ver la televisión.

Sunday, December 02, 2007

Leo Las Benévolas de Littell

En realidad no. No he tenido tiempo. Pero le tomé fotos en la FIL.
Aquí, dos autores famosísimos:

Y un alacrán:

Quien, han de saber, funge como editor de una buena, amigable editorial que posee libros donde se tratan temas muy sanos e interesantes. Como la amistad. Puro entusiasmo. Vean nomás la cara de Salvador.

Qué bonitas experiencias. Ya fui a la FIL. Ya escribí mi libro. Ya planté mi árbol. Me falta embarazar a alguien.