En la página 80 de La Sra. Dalloway: "La palabra hora hendió su cáscara, derramando sobre él sus tesoros; y de sus labios cayeron como conchas, como las virutas que produce el cepillo de un carpintero, sin esfuerzo por su parte, palabras duras, blancas, imperecederas, que volaron para colocarse en su sitio en una oda al tiempo".
En la página 116: "Desgajando y cortando, dividiendo y subdividiendo, los relojes de Harley Street mordisquearon aquel día de junio, aconsejaban la sumisión, exaltaban la autoridad y señalaban, formando a coro, las ventajas supremas del sentido de la proporción, hasta que las reservas de tiempo quedaron tan disminuidas que un reloj comercial, suspendido por encima de una tienda de Oxfor Street, anunció, afable y fraternalmente, (...) que era la una y media".
En la 133: "El Big Ben estaba empezando a dar la hora, primero el aviso, musical; después la hora, irrevocable".
En 133-134: "El sonido del reloj inundió la habitación con su onda de melancolía y, después de retirarse, se reagrupaba ya para dejarse caer una vez más cuando Clarissa oyó, casi sin darse cuenta, algo que hurgaba, algo que arañaba la puerta. ¿Quién podía ser a aquella hora? ¡Las tres, cielo santo! ¡Las tres ya! Porque con qué abrumadora franqueza y dignidad dio el reloj las tres..."
En 144: "El Big Ben dio la media.
Qué extraordinario, qué extraño, y también qué conmovedor, era ver a la anciana (¡vecina suya desde hacía tanto tiempo!) apartarse de la ventana como si estuviera atada a aquel sonido, a aquel cordel. Pese a su gigantismo, tenía alguna relación con ella. Abajo, muy abajo, en medio de cosas ordinarias, caía el retumbar de las campanas, dando solemnidad al momento. Aquel sonido, imaginaba Clarissa, forzaba a la ancianar moverse, a ir..., pero ¿dónde?"
En 155: "Tenía que volver a casa. Tenía que vestirse para cenar. Pero ¿qué hora era? ¿Dónde había un reloj?"
En 168: "El reloj daba las horas: una, dos, tres; qué sonido tan razonable, comparado con todos aquellos golpes y susurros; tan razonable como el mismo Septimus. Se estaba quedando dormida. Pero el reloj siguió dando las horas: cuatro, cinco, seis, y la señora Filmer, agitando el delantal (no irían a dejar el cuerpo dentro de la casa, ¿verdad?) parecía formar parte del jardín..."
En 206: "Un joven (eso era lo que Sir William le estaba contando al señor Dalloway) se había suicidado. Había estado en la guerra. ¡Ah!, pensó Clarissa, en mitad de mi fiesta aparece la muerte".
En 209: "El reloj empezó a dar la hora. El joven se había suicidado, pero no lo compadecía; con el reloj dando la hora, una, dos, tres, no lo compadecía, con todo lo que estaba sucediendo. Por fin. La anciana había apagado la luz y toda la casa quedaba a oscuras, con todo lo que estaba sucediendo, repitió, y le vinieron a la cabeza las palabras: No debes temer ya el ardor del sol".