Wednesday, October 14, 2020

14. X. 2020

Un relato.

El temporal había arrastrado un aroma singular a la ciudad. Tuvo un efecto somnífero entre la población, pero los sueños que causó eran angustiantes. Yo tuve una pesadilla. Estábamos en el auditorio de un crucero turístico y el maestro de ceremonias fungía como una especie de editor. Al menos tenía el aspecto de uno: frente amplia, pelo chino, anteojos, severo. Invitaba al público a redactar un cadáver exquisito. Levantando la mano, ofrecíamos alguna frase para iniciar el relato y el siguiente participante debía continuarlo. Una tras otra las frases eran rechazadas todas por el editor. Con desdén y rapidez decía no, y le daba la palabra al siguiente participante. A pesar de la severidad levantábamos la mano para dar con la frase exacta. Finalmente, animado, me decidía a hablar en voz alta, pero velozmente el editor rechazó también mi oración. En una segunda vuelta, desesperado porque iniciara el relato, de nuevo levantaba la mano y cuando el editor me daba la palabra yo gritaba, seguro de mí mismo: ¡el temporal había arrastrado un aroma singular a la ciudad! Y el editor se mostraba, finalmente, satisfecho. Con esa frase sí podemos iniciar, le comunicaba al auditorio, y le pasaba la palabra al siguiente participante para dar con la segunda oración. Pero entonces yo despertaba, inquieto y a solas en mi departamento. Entre sueños me parecía distinguir el ruido que provenía de fuera, la tormenta continuaba y se escuchaba contra mi ventana. Pero no llovía. No era de noche. ¿Qué era, entonces, ese ruido? Finalmente comprendía: un extraño había entrado al departamento y hablaba en voz baja, conspirando contra mí.

21. II. 2020

Nunca he sido una persona que haga planes, no soy organizado ni quiero serlo. Hay un par de imprecisiones en esa frase pero en general es verdad, en particular quiere decir que intento ser flexible con los planes que sí llego a hacer porque le temo al cambio. Hacer planes y descubrir que son imposibles de realizar es una empresa no sólo idiota sino que exige un desapego que no poseo. La única pureza de corazón que he podido encontrar en mi vida ha sido la duda.

De tal manera que cuando el año pasado me animé a redactar un plan para las décadas que vienen sólo pude hacerlo introduciendo algunos cuatro elementos, generales y maleables, para el par de años que le restan a mi década de los 30. Entre ellos, tener una librería propia, acabar un proyecto de escritura que vengo arrastrando desde los 20, y uno más. Para la década de los 40-50 sólo logré anotar el iniciar y finalizar otro proyecto de escritura que he venido imaginando. Las décadas de los 60-70-80 las dejé completamente en blanco.

Pero acabo de borrar ese plan, y me partió el corazón. Me he quitado de nuevo la máscara y ahí sigue, firme, mi apego a la única inflexibilidad que conozco.