Compré tres cuadernos marca Moleskin en Bilbao. Uno de los que venían empaquetados (sólo quedaba uno empaquetado, tuve que preguntar si tenían más; tenían más y venían empaquetados en plástico) traía una tira con la siguiente leyenda: "El legendario cuaderno que usaba Hemingway, Picasso, Van Gogh, Chatwin". Yo no sé quién era Chatwin pero, según la información que viene en una pequeña postal encontrada en el interior, cuando se enteró que la pequeña compañía francesa que los fabricaba y distribuía, dejó de existir en 1986, Chatwin compró muchos, muchísimos, para abastecerse.
"Le vrai Moleskine n'est plus", le dijeron. Y la verdad es que suena muy bien, esa frase, ¿no? La postal con esta información está ordenada de manera que todo lo que tenga que ver con la marca esta de cuadernos suene a gran anécdota literaria, a leyenda, a algo que podría entusiasmarle a cualquier babotas que se quiera dedicar, al menos por un tiempo, a la literatura. A cualquier babotas, en fin, que se parezca a mí. Chatwin, quien quiera que fuera, compró un chingo de estos cuadernos y no fueron suficientes.
Yo compré tres. No he visto esta marca en México, seguro la hay, pero nunca la he visto. Ahí, amontonados en mi mochila, me hacen sentir bien, especial, como si mi vida tuviera un significado mayor. No mayor que, digamos, la vida de Stalin o el Papa, pero al menos mayor que la tuya, lector, pues, vamos, tú, lo sabes, no tienes de estos cuadernos. Y si los tuvieras probablemente los usarías para escribir frases célebres de otros escritorsuelos y los mandados del día. Y tal vez hubieras elegido un cuaderno color verde o amarillo, pero no algo en color negro, como lo hice yo. Y seguramente hubieras escogido uno con hojas rayadas o cuadricaladas, algo así, absurdo, y no planas, como lo hice yo en toda mi magna sabiduría. Oh, cuadernos Moleskin, los amo. Amo el nombre de su marca, hago rodar las palabras en mi lengua como si fuera Homero. Simpson. Diciendo Rosquillas.
Moleeeeeeeeskiiiiiiiiin, me digo. Y repito. En mi cabeza e interior, para eterna satisfacción mía mientras paseo por las calles extranjeras, con estos cuadernos extranjeros en mi extranjera mochila y espalda. Moleeeeeeeeeeskiiiiiiin.
¿Qué escribiré en estos cuadernos? Oh. No lo sé. La historia del universo a través del punto de vista de una mosca, un ensayo sobre el viaje y la persecusión como gran tema literario, una reinterpretación de la Montaña Mágica, de Las Memorias de Ultratumba, un homenaje a Proust. O tal vez unas canciones. Una solución a un problema propuesto por Goedell o algún otro matemático importante.
(Y que exista, porque Goedell no existe ni existió, me acabo de inventar el nombre).
En fin, sólo quería presumirles que cometí la pendejada de comprarme un cuaderno sólo porque un papelito decía que era la misma marca que Hemingway usaba.