Thursday, February 24, 2005

Krankenhaus

Hay maneras de decir las cosas que no conozco. Maneras sutiles. Finalmente he recordado lo que quería contar ayer, cuando hablé sobre el hospital y mi hermana operada. Mi hermana sigue en reposo y los ojos cada vez más hinchados. Recuerdo estar en la cafetería del hotel, una cafetería con vista a la ciudad, una vista que mi hermana no pudo haber visto, cuando se me ocurrió algo que pude haber escrito. Hice una nota mental al respecto porque aún no consigo un cuaderno de notas para este tipo de cosas. El cuaderno de notas que quiero conseguir corresponde a una idea clara, fija y distinta. Debe ser de un tipo en especial, como el cuaderno que usa Indiana Jones en Los cazadores del arca perdida (en la escena de la excavación, cuando baja a la cámara secreta que contiene una maqueta de la ciudad perdida de no sé qué diablos) un cuaderno delgado amarrado con una liga. O bien, un libro pequeño de pasta dura, tamaño esquela. O bien, cuadernillos, también de pasta dura, tal vez forrados en piel, como los que usa el joven personaje de Finding Forrester. Como no tengo ninguno de esos cuadernos olvidé la idea mientras esperaba a que bajara el elevador. En ese momento me percaté de que olvidaba la idea pero no me importó demasiado porque se me había ocurrido algo todavía más interesante: Cómo es que en Alemania a los hospitales les llaman la casa de los enfermos (Krankenhaus) y cómo eso es algo demasiado cruel y deprimente. Por una razón a Maternidad le llaman Maternidad y no La Sala de Infantes Que Esperamos No Se Nos Mueran. Lo mismo con Cuidados Intensivos.
En eso estaba pensando mientras esperaba el ascensor y me distraía leyendo el directorio de la clínica. Y entonces vi un piso que se llamaba Fertilización Asistida, y me pareció de poco tacto, también, pero no tanto como este otro: La Clínica Del Dolor.
Suena a novela de Bellatin o a película de terror porno.
En el cuarto de recuperación le dije a mi hermana "Mira qué bonita vista te dieron", porque soy una mala persona. Y también: "¿De aquí quieres que vayamos al cine?". "Cállate baboso". "Vamos, te cuento la película". "Eres un idiota". Supe entonces que mi hermana aún estaba bajo los efectos de alguna droga porque normalmente no es tan agresiva. "Estoy tratando de hacerte reír. Soy como Patch Adams. Llámame Patch", le dije. Regresé a la cafetería.
En la cafetería recordé un mal anuncio publicitario. Un grupo de chicas guapas se sientan en una cafetería y platican. Recuerdo esto pero no el producto, ergo, mal anuncio. También recuerdo que había un momento en que la cámara iba en slow motion sobre la cara de una de estas chicas guapas. En el momento preciso que reía y que mostraba la lengua. Y recuerdo con mucho, mucho asco, que tenía la lengua amarilla por la cafeína. ¿No deben cuidar estos detalles los directores de anuncios publicitarios? ¿No deben los publicistas preocuparse por mostrar un mundo normal pero no cotidiano, perfecto, y sin manchas de cafeína? Deben. Es su labor, ésta. No mostrar la realidad, seducirnos, endulzarnos el día para que estemos dispuestos a recordar eso que venden, para que después se nos antoje compralo con la idea de que responde a una realidad mejor a ésta en la que cuando fumamos demasiado o bebemos cafeína la carne se torna amarilla. Si ni siquiera pueden hacer esto, ¿por qué seguir? Esto me hace sentir enfermo.
No puedo seguir.
No voy a seguir.

Wednesday, February 23, 2005

Ahora que tengo ganas de cagar decido comenzar a escribir y a percatarme de que es un error porque me molesta, a veces, escribir con prisa. Puede servir cuando no tienes nada que contar pero si tienes una idea la prisa cada vez te aleja más de ella. No tengo una idea, es cierto. Pero sí algo que intuí hace rato mientras operaban a mi hermana de los ojos. Algo que tenía que ver con la velocidad, particularmente después de que salió de recuperación y finalmente la dieron de alta y bajamos por el ascensor con un enfermero y una silla de ruedas. Le pregunté al enfermero si quería echar unas carreritas, él empujando a mi hermana y yo en otra silla de ruedas y me dijo que sí y sonrió y me vio atentamente. Estuve a punto de decirle: Pues vamos. Pero al ver que sólo estaba siendo amable decidí que sería una mala idea insistir.
Mi hermana es enfermera y ahora estudia derecho, no ahora que está acostado descansando de la anestesia, sino ahora, en esta época de su vida. No le gusta el derecho pero lo estudia. Gran fuerza de voluntad.
O justamente lo contrario.
Hay un escritor que no es Enrique Vila-Matas sino el escritor de Peter Pan, creo que se apedillaba Barry, quien dijo que cuando escribía con la mano izquierda normalmente le salían palabras siniestras, macabras, y con la derecha literatura muy optimista. Digo que no fue Vila-Matas quien dijo esto pues es algo que bien pudo haber dicho. Creo que Vila-Matas explota demasiado ese autoplagio del doble y el oscuro hermano siniestro y utilizar personas reales para sus personajes. Pero le sale bien, como si, igual que Barry, fuera escritor ambidiestro.
De chico también yo fui ambidiestro y tenía un problema para pronunciar las letra erre. Me llevaron con una maestra para corregir esto y mi madre me pidió que no hablara al respecto. Tal vez temían que la gente pensara que yo era idiota.
Últimamente no le preocupa esto.
Mi madre acaba de entrar al cuarto para decirme que se meterá a la regadera y pedirme que esté al pendiente del teléfono y de mi hermana, en ese orden. Espera salir de la regadera antes de que yo salga a la calle. Saldré a la calle, como en media hora. Pero antes debo cagar.
Regreso del cuarto de mi hermana donde ha sonado el teléfono. Mi madre tenía razón. Llamó una amiga de mi hermana para, supongo, ver cómo se encontraba. Transcribo la conversación:
-¿Sí?
-¿Sí?
-¿Quién habla?
-Pili
-Hola Pili, ¿cómo estás?
-Bien, ¿y tú?
-Bien también. ¿Cómo está tu familia?
-Ay muy bien, ¿y la tuya?
-A todo dar.
-¿Cómo está [tu hermana que no es la hermana de quien soy amiga y que se casó hace poco]?
-Oh, está bien. ¿Cómo están las tuyas?
-¿Las mías qué?
-Tus hermanas.
-Ah, pues muy bien.
-Qué bien. Bueno. ¡Adiós!
-¡No, espera! ¿Cómo le fue a [tu hermana que operaron]?
-Bien. Está aquí, camina hacia el teléfono como zombie. Ahora te la paso. Te cuidas.
-Ay, pobre. Bueno, adiós Memo te cuidas.
-Igual.
No. Simplemente no me llega. Aquello que quería contar. Lo pensé en la cafetería del hospital y seguro tenía que ver con lo silenciosos y deprimentes que son los hospitales. O tal vez con la vanidad, porque la cirugía de mi hermana fue, en parte, estética. Carajo.
Debo comprarme un cuaderno de notas.

Sunday, February 20, 2005

Adiós Refu, te extrañaremos

Mi perra ha muerto. No pudo haber sucedido en un mejor momento. Apenas hace una o dos noches un amigo me recomendó que dejara de escribir en mi blog sobre ella. "Deja de escribir sobre tu pinche perra", me dijo. Estábamos borrachos. La tienda de mascotas tiene una garantía por muertes accidentales, si sucede dentro de los quince días después de la compra. No sé si llamaré a mi nuevo perro como llamé a éste, pero creo que no. Estoy triste pero también siento otras cosas, una especie de alivio estúpido. Trato de poner atención a lo que siento.
Ya no sé si quiero otro perro.
Comenzábamos a tener nuestras costumbres, mi perra y yo. Pasear por la mañana a un jardín que está cerca de la casa. Correr de la puerta de mi casa a la puerta del fraccionamiento, sin correa. Caminar con correa hacia el parque para soltarla de nuevo ahí y esperar a que pasara media hora, al menos. La misma correa, perros distintos.
No quiero otro perro, he decidido.
Dos noches de beber demasiado, hechos que no tienen relación alguna con la muerte. Salimos a rockear, en tributo a Guns and Roses, que nunca me gustó. Hablé con una niña que conocí ahí, un rato. Y cuando comenzó a tocar la banda me dijo ahora vuelvo y no volvió. Esa noche y la siguiente estuve rodeado de amigos a los que no veo a menudo, cuyas vidas han cambiado poco a poco, atendiendo distintas obligaciones. Los mismos perros, distintos collares.
Esa noche regresé a casa y me metí a la cama. Sentí mi estómago, pesado y tuve que levantarme de nuevo. Molesto por esto. No me agrada cuando pasa esto. Entré al baño, vomité y sentí mi nariz ardiendo. Terminé y regresé a la cama. Dormí.
Al día siguiente me levanté temprano por la llamada telefónica de un amigo. Quería ver si aún andaríamos en bicicleta. Por mi voz, intuí, esperaba que le contestara que no, así que contesté que sí y me levanté, crudo, vivo, una almeja caminando. Preparé mis cosas y me lavé la cara. Bebí un Gatorade y salí rumbo a casa de mi amigo quien momentos antes de que yo llegara a su casa llamó a mi celular para cancelar. Regresé a mi cama.
Más tarde le hablé para que me acompañara al cine. Vimos la nueva película de Wes Anderson y eso me hizo sentir feliz. No mencioné a mi perra.
La alegría, descubrí al llegar a mi casa después de ver la película y dejar a mi amigo, también viene en forma de libro. La nueva McSweeneys Quarterly Concern había llegado por correo. Leí un cuento que se titula: Lie down and die. Es un cuento de sólo dos hojas. Después jugué Playstation, un rato y como a las diez de la noche recibí un mensaje en mi celular. Estoy comunicado con el mundo.
Otro amigo me invitó a una fiesta. Cuando llegué bebí, vi a mi amigo y a otras personas que veo, siempre, las mismas niñas, los mismos tipos, en todos lados, en todas las fiestas. Mi amigo se fue poco tiempo después de que yo llegara y cuando se retiró intenté incorporarme a distintas pláticas que se sostenían en la casa. Era un casa bonita, limpia. Me fui sin despedirme, en silencio, cuando otro amigo me llamó para que fuera a jugar dominó a su casa. Consulté el reloj y decidí que la noche aún era joven, que no sería necesario editarlo todo más tarde para hacerlo ver más alegre o más triste, según mi estado de ánimo.
No jugamos dominó, hablamos sobre libros. Victor Isolino, alias el Vila-Matas, Julián, quien me pidió que dejara de hablar sobre mi perra, y Vinnie, quien hace poco se cortó el pelo. Continué bebiendo ron y en algún momento, recuerdo, estuve amarrado a una silla, una revista pornográfica frente a mí. Y es extraño, pero no me pareció extraño que ese tipo de cosas sucedieran en mi vida.
Regresé a mi casa y no vomité.
Ahora escucho The blowers daughter, canción que escuché por primera vez en el cine durante una escena en slow motion. En esa escena Natalie Portman camina. Y sonríe. Y camina. Cuando escuché la canción creí que la conocía, pero no es así, sólo se parece a otras canciones. Un poco. De la película de Wes Anderson, cambiando de tema, recuerdo algunas buenas canciones de Bowie interpretadas en portugués. Hubo al menos un momento de la película durante el cual no supe si debía llorar o reír. Hubo otro momento, después de la película, en el que mi amigo, quien es contador, me invitó a una fiesta de contadores. Hace poco se cambió de trabajo y gana el doble de lo que ganaba. Fantaseo con que años más adelante sea mi mecenas. Por supuesto, no va a ser así. Como van las cosas, se casará con una mujer a la que respetará pero que realmente no conoce. Tendrá a unos hijos a los que amará y con los que sentirá una obligación, misma que lo llevará a gastar dinero en su educación. Y no tendrá dinero para mí. Estas cosas, las sé. Así que tal vez sea mejor que me dedique a otra cosa. No sé, tal vez deba estudiar para ser abogado. Decidí que no quería ir a la fiesta de contadores. ¿De qué hablaría durante una fiesta de abogados? Hablar con amigos que leen es sencillo, sólo debes opinar sobre libros. ¿Se debe opinar sobre contaduría? ¿Sobre los números? ¿Debo filosofar, en una fiesta así? ¿Qué son los números?, preguntaría. ¿Creen que los números estén en la naturaleza o que son un ente intelectual?, preguntaría. Me verían con atención y tratarían de averiguar si hablo o no en serio. Mi amigo comentaría: "Me impresiona tu capacidad para desconcertar a las personas". Pero yo insistiría: Los fractales, las proporciones perfectas de las escamas de un pez, estas cosas, estos números... ¿No son algo impresionante? ¿Cuál es el número finito de encimas existentes? ¿Cuál es el número finito de las cosas? ¿Es el universo algo limitado? ¿Cuántas veces late mi corazón por minuto? ¿Pueden hacer un estimado, contadores? ¿A qué velocidad se mueve mi cabeza? ¿Pueden monitorear ese tipo de movimientos, contadores? ¿Cuántas mentiras he escrito hoy?
Una.

Wednesday, February 16, 2005

La vida virtuosa

Si hubiera sabido de la alegría que me iba a dar Refu, mi perra, la hubiera buscado muchos años antes. Es verdad que en ocasiones mentas madres cuando te muerde o cuando hace un desmadre el jardín, pero sobretodo cuando debes levantar su mierda. Porque caga. Caga horrores negros que están en todos lados, después de que come, muy temprano en la mañana y por la noche. Caminas por el jardín y siempre hay uno ahí, un montículo de mierda dura y negra que te ve y te domina y parece decirte: Olvídalo, este terreno es mío, me apoderaré de él poco a poco, como un mal pensamiento que se oculta en el fondo de tu cabeza y que se materializará con el paso de los años. Pero hago lo que puedo, levanto, lavo y me lavo las manos, porque la perra es buena, me sigue, me reconoce y me muerde con cariño. En ocasiones me pregunto si esto está mal, si estoy transfiriendo todo el cariño que tengo por dar (!), como dice uno de mis amigos críticos, a mi perra. Y debe estar mal. Lo sé. Sobretodo cuando entro al baño del jardín, después de jugar con la pelota de la perra --una pelota naranja que tiene un cascabel dentro, una pelota que Refu sigue y muerde como si fuera algo vivo que quiere matar. Así que entro al baño, me lavo las manos de sus babas y orino. Y la perra entra también y es cuando comienzo a dudar. ¿Está esto mal? ¿Debe verme orinando? Sólo se sienta ahí y pone atención al ruido del agua y de vez en cuando me ve a los ojos. Esto no puede estar bien, me digo. Y le grito. No entiende nada de esto, por supuesto, pero le grito que se salga, carajo, pero no lo hace. Termino, me lavo las manos y salgo del baño y seguimos jugando y es como si no hubiera sucedido.
Debo buscarme una mujer.
Ahora que tengo a la perra me levanto temprano y no duermo tan tarde. Tampoco veo tanta pornografía como antes y como mejor. Desayuno. Anoche comencé a hacer abdominales. El otro día sentado en el retrete vi mi estómago y no era el mío, mi estómago estaba debajo de esa masa informe que estaba viendo, pero era extraño porque esta nueva masa también tenía un ombligo, un ombligo como el mío, y la misma pigmentación que el resto de mi cuerpo. Hoy desperté con un dolor en el abdomen. No debí esforzarme tanto y tan rápido. También comencé a levantar pesas. He vuelto y sé a quién debo agradecerle.

Sunday, February 13, 2005

Lista canina

Lista de libros sobre perros que no he leído a pesar de que en su momento me pareció que debí hacerlo:
1. Colmillo Blanco, de Jack London.
2. Timbuctú, de Paul Auster.
3. Cachorro (no recuerdo el autor pero sí la portada del libro en la que un pastor alemán sacaba la lengua y parecía estar muy contento consigo mismo).
4. El país de las sombras largas (un libro que trata sobre esquimales y que no leí pero del que estoy seguro es el tipo de libros en el que necesariamente debe tocar el tema canino en algún momento, preferiblemente en un momento climático), de Hans Ruesch.
5. Perro amarillo, (tampoco recuerdo el autor).
Ahora una lista de libros que leí en los que se escribe de perros pero no necesariamente tratan sobre perros:
1. ¿Quieres ser mi perro?, de Arthur Bradford.
2. Perros héroes, de Mario Bellatín.
3. "After I Was Thrown In The River And Before I Drowned", que aparece tanto en How we are Hungry y Conversaciones con el ángel, en versiones ligeramente distintas. Este cuento de Dave Eggers es un gran cuento que habla sobre un perro muy velo al que le gusta brincar y comer pizza y que vive en su cuerpo en el fondo de un río como si se tratara de un costal de carne y huesos, después de que lo aventaron para que muriera. Gran cuento. Eggers toma alguno de los tópicos de este cuento para escribirle a distintos CEO's de varias transnacionales que comienzan con una entrada similar a esta:
"Estimado [señor importante de transnacional],
sé que es un hombre importante y no quiero quitarle demasiado tiempo. Quería informarle que desde hace tiempo escribo pequeñas historias de un perro muy veloz al que le gusta comer pasto y pizza. Aquí hay un ejemplo:
[ejemplo]
Muchas gracias por su atención."
¿No es esto fabuloso? Oh sí que lo es. A su manera.
Finalmente, una lista sobre las cosas que hace mi perra Refu que me hacen enojar:
1. Cuando me muerde la entrepierna.

Wednesday, February 09, 2005

La Refugiada

Tiene los ojos cafés, almendrados. El pelo es abundante y de un café clarísimo, como el chocolate. Es muy inquieta, ligeramente nerviosa. Tal vez por la edad. Cada vez que tiene oportunidad, se me brinca encima y tiene la terrible costumbre de caminar demasiado cerca de mí, a veces entre mis piernas. Es mi perra. Me encanta esto. Tener a la perra más veloz del mundo, porque deberían verla. Ayer, cuando estábamos en la terraza del jardín, la primera vez que estuvo ahí, brincaba del jardín a la terraza y corría formando un círculo perfecto alrededor mío; corría de la terraza al jardín y del jardín a la terraza y de nuevo, a toda velocidad, era increíble pero no se dio con ninguno de los pilares que sostienen el tejado. Corrió entre las macetas y brincó el desnivel, librándolo a penas, el pecho contra el suelo, la lengua de fuera y con los ojos atentos a mi espalda, en la terraza, y a mi cara, en el jardín.
Se ha apoderado de una pelota morada que antes de su llegada me mantenía cuerdo en noches de insmonio y falta de inspiración, noches en las que me obligaba a caminar en círculos en mi cuarto, de mi librero a la pared del baño, de la pared sobre la cama y al escritorio y de nuevo al librero, botando la pelota que ahora muerde y babea para mi eterno asco cuando se la arrebato del hocico. Un hocico rosado y con esos grumos o protuberancias que tienen todos los perros en las comisuras, un hocico que apesta, como ella, toda, a comida de perror. A croquetas. Ayer yo también apesté a perro y sé que con el tiempo esto me molestará, cada vez más, sobretodo cuando salude a otras personas y me tenga que disculpar por el olor, pero, ¿qué se le va a hacer? ¿Cierto? Es una perra y no tiene control sobre sí y no sólo eso sino que es la perra más veloz del mundo, y tal vez debí nombrarla después de haber notado esto, debí haberla llamado Centella o Relámpago o Rayo, pero no, porque así se llama mi hermana, así que tal vez algo menos complicado, más corto, Borrón, Dash, Veloz, Perra Veloz, La perra Más Veloz que Hayas Visto Jamás; aunque ahora que lo pienso no hay nombre apropiado para su velocidad, a no ser que me refiera a partículas elementales, como los Quark, o Electrón, o Positrón; aunque la verdad es que ninguno de ellos suena a algo veloz, tal vez Quark, pero en todo caso suenan más a planeta extraño de la serie Flash Gordon. Ahí está. Qué tonto. Flash.
Pero se llama Refu y debo acostumbrarme a llamarla Refu. Ven Refu, le digo y no me hace caso y ataca su pelota con toda la torpeza de sus dos meses. Que ya es bastante. Refu. Refu. Refu mi perra Refu no se está en paz. Y le tenía todo el cariño posible, ahí, tendida frente a mí en la terraza y en el jardín, junto a su nuevo plato para el agua que no le va a durar ni dos días porque lo muerde, aunque la regañe y le pegue, lo muerde como si no hubiera mañana. Entonces, estamos ahí, ella con su plato y yo con mi Coca Cola y empiezo a verme anciano, o un poco maduro, no demasiado, frente a una chimenea o un librero atiborrado de libros por leer y ella a mi lado, con su plato de agua y yo con mi tasa de café o mi pipa o mi Whiskey o una Coca Cola (porque me encanta la Coca Cola, a todo mundo le encanta la Coca Cola, de la misma manera en que todo mundo adora a los perros) y todo es paz. Así que ensayo y cuando ella está cerca, a mis pies, comienzo a leerle del libro de Vila Matas que estoy leyendo. Lo hago con una voz seria, ebria de posibilidades. Leo: "En el fondo, sólo los grandes tímidos son personas realmente atrevidas, capaces de cualquier cosa, créame". Refu se levanta, distraída y comienza a correr para inspeccionar detrás de un árbol que está en mi jardín. No le interesa. No se está en paz. Pinche perra.
Está bien. Con el tiempo se cansará y dejará de correr y se tirará a mi lado y entonces me podrá escuchar leer o teclear o escuchar música, también, en mi cuarto o en un estudio. Mientras podremos salir a la calle y a correr, a la montaña a andar en bicicleta, con mis amigos, al mar, sí, al mar, la perra más veloz del mundo con arena en las patas y mojada con agua salada, diablos sí, sería fabuloso, con freesbes y chicas en bikini preguntándome cómo se llama y contestarles, a punto de permitirles que la toquen, pero ella, celosa, correrá y ladrará y volverá al mar una y otra vez rápida como un quark.
Refu. Refu. Refu espantará los gatos, las ardillas y no le temerá a las águilas, que, por cierto, ya no se ha aparecido por mi casa.

Monday, February 07, 2005

Carnestolendas

Platiqué con un primo. En el pueblo de mi primo, cuando todo está aburrido, se dice que no hay sangre. Cuando pasan cosas, es que hay carne. Desfile de carne humana, dice.
La última vez que estuve en Venecia me comporte de manera que años más tarde pudiera hacer afirmaciones que comenzaran con "la última vez que estuve en Venecia", como si se tratara de algo normal y cotidiano, el tipo de cosas que le suceden a uno cuando está fuera o cuando es joven. Así, por ejemplo, conté chistes tontos y conocidos, el tipo de chistes que uno cuenta cuando está borracho, pero lo hice en situaciones clave: encima de una góndola o mientras corría sobre el enorme puente de madera de La Academia en Venecia. ¿No es esto fabuloso? Lo es. Y calculado. Y enorme y nos supera a todos, esta velocidad sobre los puentes en Venecia. Y por supuesto no me subí a una góndola en Venecia. Nadie en sus cinco sentidos se ha subido jamás en una góndola en Venecia, mucho menos durante verano, la época en que el agua estancada y las inundaciones consiguen que Venecia hieda como lo hace cualquier desagüe de cualquier ciudad que se precie de serlo. Pero la velocidad estuvo ahí, en la plaza de San Marcos, cuando corríamos, porque estas cosas sólo se hacen en compañí de otros, y espantábamos las palomas o tropezábamos con ellas --porque jodidas palomas, ¡son como ratas! ¡Como las ratas de los mercados de la ciudad de México! ¡Están en todos lados! ¡En las catedrales y en los hoteles y en los departamentos que ya son parte del patrimonio nacional pero que aún son ocupados por ancianas obesas, ancianas que seguramente ya están solas y muertas y que malvivían de rentas congeladas y que nos obligaron a escuchar sus penas mientras nos comíamos un helado frente a una plaza, una plaza sin nombre y atestada por más palomas y más iglesas y muchos sacerdotes y monjas! No hubo carnaval. No hay carnaval en verano en venecia pero hubo la filmación de un anuncio. Y como eramos turistas, y no cualquier tipo de turistas sino el tipo específico de turistas que no quieren hacer cosas demasiado turísticas pero lo suficientemente turísticas como para que se amarren a nuestros recuerdos, nos acercamos con sigilio a la filmación del comercial. Era una promoción para Master Card en la que unos turistas, turistas normales, se fotografiaban y gritaban en medio del carnaval típicamente veneciano. Pero como no era época de carnaval (era junio o julio, pero ciertamente no era febrero) el carnaval que estaba ahí era falso y las personas detrás de las máscaras eran falsas, es decir, era actores y los turistas normales también eran falsos. Todo era falso. Excepto nosotros y nuestras enormes sonrisas estúpidas y borrachas (porque bebimos en una fonda atendida por una señora malhumorada y ojete que nos corrió cuando vio que sólo pedimos una cerveza y pasamos horas o intentamos pasar horas en su mesa hasta que nos corrió, esperando turistas más normales y más ricos que pudieran desperdiciar más tiempo y dinero que nosotros), en fin, excepto nosotros que sí nos acercamos y nos tomamos fotografías entre los actores con máscaras venecianas --esas máscaras tan chingonas, tan Eyes Wide Shut, tan narigonas y fálicas y tenebrosas-- como si realmente fuera febrero y no el apestoso veranos que pasamos ese día ahí.
Tuvimos que hacer todo rápido, aquella vez, la visita a la plaza de San Marcos, y los tópicos sobre los puentes, y la cerveza, y el espantar a las palomas, porque ni siquiera estábamos durmiendo en Venecia sino en tierra firme, en un cochambroso hotel que se llamaba Mini Miami. Terrible.
Y en parte es mejor porque seguramente el carnaval de verdad me hubiera decepcionado. He estado leyendo Lejos de Veracruz, de Vila-Matas, a sugerencia de un amigo. El mismo amigo que llegados a Veracruz, hace unos meses, se decepcionó en cierta medida pues creía que todo sería mambo y cha-cha-chá y Rosita Boom Boom Romero, pero no lo fue, sólo fue un poco de café con leche en los portales y diarrea en el baño del hotel (al menos para mí). Y calor. Algo de calor tropical, pero ni demasiado ruido ni demasiado me siento el rey del mambo. El personaje de Lejos de Veracruz, Enrique, afirma por eso, al principio del libro, lo siguiente: "No todo el mundo sabe que a Veracruz y a sus playas lejanas no pienso en la vida nunca volver".
Mi hermana está en Venecia, ahora. Fue a visitar el carnaval. Era una sorpresa. No se lo podía decir. La llevó su marido. Suena muy bien, eso, ¿no? Eso de tener a alguien y poderla aún sorprender con viajes como si aún estuvieran de luna de miel, aunque ya no lo están, pero están lejos y a salvo de mis juicios.
Por ahora.
Una amiga, recuerdo, me dijo una vez, en broma, que tal vez sería mejor que no nos conociéramos tanto para que así se mantuviera "perfecta en mi memoria". Creo que había cometido el error de decirle que era perfecta, en mi cabeza. No. No pudo haber sido eso, lo que le dije. Nadie dice eso. Nadie es tan desesperado como para decir eso ni tan atrabancado ni tan estúpido ni tan imprudente. Debí decir algo como Eres buena persona, en mi cabeza. O Eres a todo dar, en mi cabeza. Algo más moderado. Parece que quiero decir algo con esto, que tengo un punto, pero no es así. Sólo me parece curioso que haya leído a Vila-Matas por sugerencia de un amigo que se decepcionó más o menos de sus playas, y que Vila-Matas ponga a Sergio Pitol como personaje de su libro y que a Sergio Pitol lo haya conocido alguna vez y haya orinado en su baño y haya estado tentado a robar uno de sus cepillos --no así uno de sus peines-- y que todo en mi mente siga siendo unitario y femenino y sin hendiduras. O tal vez con algunas grietas, sobretodo en los bordes, pero que casi no se notan porque les puse mucha cola.

Thursday, February 03, 2005

Los amigos

Están en todos lados. Algunos aquí en la ciudad, otros en el campo, otros en Europa, alguno en Georgia y temo que alguno ya no esté por aquí y yo no lo sepa. Uno de ellos está en el norte del país y cuando lo conocí tenía el pelo largo y no lo consideraba mi amigo. Ahora que está lejos, extrañamente, mi estima por él ha crecido. Tengo amigos raros, ordinarios, normales y peculiares. Tengo amigos que la mayor parte del tiempo son normales pero de vez en cuando no lo son, y amigos que normalmente son extraños pero que de vez en cuando se comportan con entusiasmo de zombies. Conozco personas con quienes he mantenido amistad por placer, porque nos conviene ser amigos entre nosotros, y otros porque son virtuosos; a veces los confundo entre sí. Es decir, en ocasiones las personas a las que estimo, a las que les tengo un cariño amistoso porque son virtuosas, me dan placer. Esta es la más acuosa de las características de mis amigos. Tengo amigos de quienes soy amigo sólo porque escuchan la misma música que yo. Otros porque hablamos de temas parecidos. Otros porque nos gustan las mismas películas, los mismos tipos de personas o los mismos libros. También tengo amigos de quienes soy amigo porque leen, ven y escuchan lo mismo que yo pero sobretodo por otra cosa que no logro precisar y que tal vez tiene que ver más con la cantidad de tiempo que podemos estar cerca y en silencio sin empezar a sentirnos incómodos.
Tengo un amigo virtuoso que escribió una tesis sobre la amistad. Tengo algunos amigos médicos, un amigo dentista, un amigo contador, un par de amigos sacerdotes, amigos escritores, amigos abogados y muchos amigos filósofos que probablemente se deberían dedicar a otra cosa porque me preocupan.
Muchos de mis amigos hablan con lentitud y calculan sus palabras, como yo. Tengo al menos una amiga que habla con una voz demasiado aguda, pero a la que ya me acostumbré, y de vez en cuando habla con rapidez. A veces no habla porque no tiene nada importante que decir, y lo sabe, y en otras ocasiones habla con levedad. Tengo otra amiga que también habla con mucha rapidez, cuando no está preocupada, y que habla sola cuando está preocupada y cree que nadie la está escuchando. Tengo varios amigos que hablan en la noche, cuando están dormidos, y amigos y amigas que roncan. Algunos de ellos ya se corrigieron el problema con una intervención quirúrgica. Tengo un amigo con almorranas. Varios amigos con familiares enfermos. Varios amigos que se someten a terapia. Varios amigos feos, varias amigas feas, varios amigos bien parecidos y varias amigas guapas que me ponen nervioso. Entre todos se lee al imbécil de Dan Brown, a J.R.R. Tolkien, a Shakespeare, al aburrido Rodrigo Fresán, a Michel Houellebecq, a Dostoievsky, a Bloom, a Joyce y Beckett y Bukowski y Fadanelli y Camus, a varios beatniks y a Wells y Welsh y Wittgenstein y Stephen King y Stoker. A Bolaño por supuesto, a Eggers, a españoles que no conozco, a un idiota gringo que escribe libros de guerra y espionaje, al tipo que escribió Momo, a Borges, a Cortázar, a Piglia, a Vila-Matas, a Auster, a Dixon, a Walser, a Gombrowicz... Tengo amigos a los que no les importa que escriba bien y mal.
También tengo amigos que no leen los demasiados autores. Tengo amigos tontos y amigos mucho más inteligentes que yo. Tengo un amigo que me paga los libros y no me regaña cuando llego tarde al trabajo y que odia a las mujeres. Creo que debería mencionar a una persona que a veces lleva galletas al trabajo pero tal vez no porque creo que ya sé quién es y creo que en el fondo no me cae bien. Y cuando me como esas galletas, lo hago con ganas de hacerle daño. Muchas de mis amistades aplaudirían este gesto porque la mayoría poseen algo de malicia.
Tengo amigos a los generalmente, o al menos ultimamente, sólo veo en la noche, en espacios cerrados y atiborrados de gente y alcohol. Son los menos. Tengo un amigo que cuando me ve me platica de nuestra amistad de la infancia y en lo que ha devenido, con un poco de culpa en la voz. A este amigo le preocupa que cada vez que nos veamos y estemos borrachos me diga siempre lo mismo. Tengo un amigo que antes vivía con otra pareja. Muchos amigos y amigas con pareja. Algunos sin pareja y que la buscan con desesperación. Tengo amigos y amigas que me han visto llorar, que también son pocos. Algunos de ellos, los mismos, me han hecho llorar. Tengo amigos con los que hago deporte. Otros con los que me quejo. Muchos me dan consejos: sentimentales, literarios, filosóficos, de comportamiento. Los consejos que me dan en su mayoría son a largo plazo y me hacen pensar en clínicas de esterilización en montes indígenas en las que se opta por soluciones prácticas e inmediatas en lugar de educación. Ninguno me da consejos prácticos. Me gustaría que se conciliaran los dos tipos de consejos. Ninguno o ninguna me ha visto desnudo. Creo. Ah. No. Olviden eso.
Tengo amigos a los que ya no voy a volver a ver y otros que sé buscaré aún en mi probable ancianidad. A algunos de mis amigos les preocupa el dinero y la muerte, a otros no. Algunos de mis amigos fueron mis maestros y aún deseo que algunos de mis maestros (sobretodo uno que se encerraba a leer, en la secundaria, en su cubículo y de quienes todos los profesores decían que era muy extraño y con quien platicaba sobre libros de ciencia ficción a pesar de que sabía que le aburría) hubieran sido mis amigos.
Tengo amigos a los que trato con sequedad y que no les importa, a otros que trato con sequedad y se sienten, a otros a los que no trato con sequedad o procuro no hacerlo porque siento que podría herirlos, aunque ya saben que si los trato con sequedad es porque es una de mis maneras de ser, no la más común, y que en realidad no importa porque no son ordinarios como tú.

Tuesday, February 01, 2005

Videodromo

Buena idea: Ver Evil Dead. Mala idea: Ver Evil Dead antes de comer. Buena idea: ver una película de Cronenberg que se llame Videodromo. Mala idea: Ver dos películas de Cronenberg seguidas.
Debo confesar que veo películas de Cronenberg no porque me gusten mucho ni porque me interese estudiar su técnica ni porque proporcionan importante material para mi "escritura", que es cierto, pero casi por accidente. Veo películas de Cronenberg porque quiero caerles bien a los empleados de Videodromo, un video-club que está en la Condesa, un video-club donde todo mundo parece estar en paz consigo mismo y se mueven y hablan con desenvoltura, personas que no se miran en el espejo para arreglarse la chamarra o su manera de caminar cuando están con una niña guapa. Personas normales, pero no demasiado normales, personas ordinarias pero nada aburridas. Tomo Evil Dead, de Sam Raimi, por ejemplo, y me dirijo a la caja y espero que el que esté atendiendo esa noche (tal vez un baterista de un grupo de rock-punk o un chico moreno y gordinflón que usa lentes cagados pero se ve en un estado de completa indiferencia), espero, en fin, que me diga: "¡Ah, Evil Dead! ¡De Sam Raimi! Esta película es poca madre." Es un trampa, por supuesto. Esperan a que conteste entusiasmado. Pero no debes hacer esto, no. Debes entregar tu dinero y decir con un tono muy pausado: "Sí. Es buena..."
No demuestres entusiasmo, te comerán vivo.
Supongo que podría decir lo mismo de las mujeres.
No digas que has estado buscando películas de Raimi desde que viste Spider-Man o The Quick and the Dead. No menciones tardes perdidas en Blockbuster. No menciones Blockbuster. Ni VideoCentro. No. No hagas nada de esto. Mantente tranquilo. Eres un zombie, un espía desenvuelto en Europa. Sabes de qué se trata esto. Eres cool. Te debes convencer de que hay cierta virtud en ser cool. Toma el cambio y da dos pasos atrás. Retírate con tus películas y espía un poco las estanterías, deséandolas a todas. Escucha cómo respiras. Estás en sincronía con el mundo. En Videodromo.
"Videodromo es peligroso", dice un personaje de la película de Cronenberg, "porque a diferencia tuya, tiene una filosofía".
¿Han visto High Fidelity? ¿Ubican la tienda de discos-vintage-fetiche-retro-inaccesible? Videodromo, el videoclub, es su equivalente en mi realidad cotidiana.
Bueno, basta de esto. Volvamos a lo mío. A sentirse inadecuado paseando con una amiga guapa, que por supuesto tiene novio, y en un estado que consideras climatérico, a pesar de estar en tus veintes. Cualquier declinación sexual en tu apogeo sexual, considero, sólo significa que no estás haciendo algo bien. Que estás aspirando a demasiado. Estás apostando en el lugar equivocado. No eres carita. No tienes verbo. Ni demasiado dinero. Sin embargo, consigues tener amigas que te hacen sentir bien, por momentos. Y aún así te revisas en el espejo con detenimiento y calculas cada una de tus palabras.
¿Un poco harto de nuestras palabras? Un poco. ¿Y de nuestra estatura? También, seamos sinceros.
En 2666 leemos:
"Era un tipo que medía casi dos metros. Algo nada usual en México, donde la gente más bien es bajita. [...] Es una cuestión de tradición y de alimentación. Una cuestión de morfología. Ahora tienen un presidente de la república que es más alto que el presidente de los Estados Unidos. Es la primera vez que ocurre. Poco a poco los presidentes de México serán cada vez más altos. Antes era impensable. Un presidente de México solía llegarle, en el mejor de los casos, al hombro a un presidente de América. A veces la cabeza de un presidente de México apenas estaba a unos centímetros por encima del ombligo de un presidente de los nuestros. Ésa era la tradición. Ahora, sin embargo, la clase alta mexicana está cambiando. Son cada vez más ricos y suelen buscar esposas al norte de la frontera. A eso le llaman mejorar la raza. Un enano mexicano manda a su hijo enano a estudiar a una universidad de California. El niño tiene dinero y hace lo que quiere y eso impresiona a algunas estudiantes. No hay ningún lugar en la tierra donde haya más tontas por metro cuadrado que en una universidad de California. Resultado: el niño obtiene un título y consigue una esposa que se va a vivir a México con él. De esta forma los nietos del enano mexicano dejan de ser enanos, adquieren una estatura media y de paso se blanquean. Estos nietos, llegado el momento, realizan el mismo periplo iniciático que su padre. Universidad norteamericana, esposa norteamericana, hijos cada vez de mayor estatura. La clase alta mexicana, de hecho, está haciendo por su cuenta y riesgo, lo que hicieron los españos, pero al revés. Los españoles, lascivos y poco previsores, se mezclaron con las indias, las violaron, les metieron a la fuerza su religión, y creyeron que de esta manera el país se volvería blanco. Los españoles creían en el blanco bastardo. Sobreestimaban su semen. Pero se equivocaron. Nunca puedes violar a tantas personas. Es matemáticamente imposible. El cuerpo no lo aguanta."
Y ya.