"La lectura de la novela", leo en El último lector de Ricardo Piglia, "es un espejo de lo que la vida debe ser; es el síntoma de Madame Bovary [...] En esa lectura extrema está el paso al bovarismo: querer ser otro, querer ser lo que son los héroes de las novelas". Esto del bovarismo, "la ilusión de realidad de la ficción como marca de lo que falta en la vida", me recuerda el modo en que Elif Batuman expone en su The Possessed, en el capítulo que le dedica a Los demonios de Dostoievski, la idea de René Girard en torno a la mímesis -también a través de Madame Bovary, quien, amando a León, en realidad busca convertirse en las heroínas de las novelas que lee; a través de Anna Karenina, quien, como Bovary, no se libra de sus deseos (mal colocados) hasta que pasa por algo terrible (la muerte por arsénico o por una dósis de vías de tren).
Como Piglia, Batuman también menciona al Quijote como un signo más de bovarismo o de enfermedad pero atiende especialmente al Stavogrin de Los demonios "-cuyo nombre combina el griego stavros (cruz) y el ruso rog (cuerno), sugiriendo el Anticristo- como el caso del mediador definitivo: quien no tiene deseos".
Batuman pasa un buen rato hablando de su propio Stavogrin, un antiguo compañero de posgrado con quien estaba, ella y sus amigos, obsesionada. Un día, cuenta, después de acostarse con él para descubrir que ya no la trataba igual, lo confronta. Al hacerlo, cuenta Batuman, "él dijo que mi obsesión con él era un signo de enfermedad. No puedo curar tu carencia metafísica, me dijo molesto. No puedo hacer nada por ti. Lo único que puedo es hacerte sentir miserable [...] Crees que soy diferente a ti; crees que tengo algo que no posees. Pero no somos diferentes. Tú y yo somos muy parecidos -somos exactamente iguales".
Posteriormente, el compañero de posgrado se eleva sobre sus propios deseos y se convierte en monje. Un final feliz.
Un poco más adelante, Batuman concluye:
"A final de cuentas, esto es lo que resulta tan hiriente del girardianismo: hace del amor algo completamente inútil. La curiosidad y la empatía que provoca el amor, que yo encontraba tan valiosa, eran descritas como fallas de la naturaleza humana. La motivación que nos lleva a cometer errores generosos, que yo consideraba los únicos modos de escapar de la prisión del egoísmo y la inercia, se transformaban así en una forma de egotismo".
No he leído a Girard pero recuerdo que amigos, como Jesús Salazar, lo hacían en la universidad. Hablando con algunos de ellos tuve la impresión -pero esto se debe, quizá, sólo a que no entendí bien- de que se trataba, Girard, de un académico preocupado por obtener una conclusión cristiana: Girard buscaba, de algún modo, hacer ver que si de imitar algo se trata, en realidad convenía imitar exclusivamente a Cristo, pues el resto de los modelos, por bellos que fueran, siempre se representarían como una ilusión. A través de Girard, como con Nietzsche o Freud o Marx, puede terminar sospechándose de todo -aunque para Girard hay un truco, creo: poner en Cristo una garantía.
Aún así, debo decir que es interesante cómo Batuman consigue mostrar la exageración de esta postura. Hay cosas valiosas, creo, que deben ser imitadas de la literatura. Es algo que siempre me ha gustado de ella: es un modo de aprender sobre la vida, de tener experiencia. Concluye Batuman:
"La empresa girardiana comenzó a parecerme hipócrita. Si Girard tenía razón sobre la condición humana, en realidad lo único que podemos hacer, lo único apropiado, es detenernos, dejar lo que estamos haciendo, todos, ahora mismo. Si las novelas eran realmente lo que decía, entonces su producción debía detenerse. Lo único que necesitamos es una novela, y todos deberíamos leerla y percatarnos, como San Agustín, que las premisas básicas de la narración literaria -el amor y la ambición- sólo nos pueden ofrecer miseria. Deberíamos abandonar nuestra intención de convertirnos en académicos: ¿para qué los necesitaríamos en un mundo donde el conocimiento, el aprendizaje y el concepto de la diferencia resultan poco más que un espejismo?"
Vale la pena leer como vale la pena aprender de las experiencias de los demás, tener amigos, escuchar consejos, decir obviedades, percatarse de que no hay divisiones reales entre la ficción, lo que aprendemos de ella, y la realidad; realidad hay una sola. Me embrollo. Me confundo. ¿Pero no es ese el punto?
Leeré con mayor atención.
Como Piglia, Batuman también menciona al Quijote como un signo más de bovarismo o de enfermedad pero atiende especialmente al Stavogrin de Los demonios "-cuyo nombre combina el griego stavros (cruz) y el ruso rog (cuerno), sugiriendo el Anticristo- como el caso del mediador definitivo: quien no tiene deseos".
Batuman pasa un buen rato hablando de su propio Stavogrin, un antiguo compañero de posgrado con quien estaba, ella y sus amigos, obsesionada. Un día, cuenta, después de acostarse con él para descubrir que ya no la trataba igual, lo confronta. Al hacerlo, cuenta Batuman, "él dijo que mi obsesión con él era un signo de enfermedad. No puedo curar tu carencia metafísica, me dijo molesto. No puedo hacer nada por ti. Lo único que puedo es hacerte sentir miserable [...] Crees que soy diferente a ti; crees que tengo algo que no posees. Pero no somos diferentes. Tú y yo somos muy parecidos -somos exactamente iguales".
Posteriormente, el compañero de posgrado se eleva sobre sus propios deseos y se convierte en monje. Un final feliz.
Un poco más adelante, Batuman concluye:
"A final de cuentas, esto es lo que resulta tan hiriente del girardianismo: hace del amor algo completamente inútil. La curiosidad y la empatía que provoca el amor, que yo encontraba tan valiosa, eran descritas como fallas de la naturaleza humana. La motivación que nos lleva a cometer errores generosos, que yo consideraba los únicos modos de escapar de la prisión del egoísmo y la inercia, se transformaban así en una forma de egotismo".
No he leído a Girard pero recuerdo que amigos, como Jesús Salazar, lo hacían en la universidad. Hablando con algunos de ellos tuve la impresión -pero esto se debe, quizá, sólo a que no entendí bien- de que se trataba, Girard, de un académico preocupado por obtener una conclusión cristiana: Girard buscaba, de algún modo, hacer ver que si de imitar algo se trata, en realidad convenía imitar exclusivamente a Cristo, pues el resto de los modelos, por bellos que fueran, siempre se representarían como una ilusión. A través de Girard, como con Nietzsche o Freud o Marx, puede terminar sospechándose de todo -aunque para Girard hay un truco, creo: poner en Cristo una garantía.
Aún así, debo decir que es interesante cómo Batuman consigue mostrar la exageración de esta postura. Hay cosas valiosas, creo, que deben ser imitadas de la literatura. Es algo que siempre me ha gustado de ella: es un modo de aprender sobre la vida, de tener experiencia. Concluye Batuman:
"La empresa girardiana comenzó a parecerme hipócrita. Si Girard tenía razón sobre la condición humana, en realidad lo único que podemos hacer, lo único apropiado, es detenernos, dejar lo que estamos haciendo, todos, ahora mismo. Si las novelas eran realmente lo que decía, entonces su producción debía detenerse. Lo único que necesitamos es una novela, y todos deberíamos leerla y percatarnos, como San Agustín, que las premisas básicas de la narración literaria -el amor y la ambición- sólo nos pueden ofrecer miseria. Deberíamos abandonar nuestra intención de convertirnos en académicos: ¿para qué los necesitaríamos en un mundo donde el conocimiento, el aprendizaje y el concepto de la diferencia resultan poco más que un espejismo?"
Vale la pena leer como vale la pena aprender de las experiencias de los demás, tener amigos, escuchar consejos, decir obviedades, percatarse de que no hay divisiones reales entre la ficción, lo que aprendemos de ella, y la realidad; realidad hay una sola. Me embrollo. Me confundo. ¿Pero no es ese el punto?
Leeré con mayor atención.