Franz Kafka no depositaba confianza alguna en las obras que surgían de las experiencias personales. Para Pietro Citati (Florencia, 1930) esta desconfianza se aunaba tanto a un temor metafísico ("El mal se conoce a sí mismo: ninguno de sus propios abismos, de sus maquinaciones, astucias y enigmas le es desconocido...") como al temor a ser incapaz de escribir ("¿Qué pasaría si la agobiante observación de sí mismo redujese o cerrase del todo el orificios por el que uno se vierte en el mundo?"). Esta "biografía", Kafka (1987), es algo más cercano a un ensayo que a un texto historiográfico, menos preocupado por informar sobre los documentos y testimonios en los cuales Citati basó su narración que por realizar una lectura de la obra de Kafka a la luz (oscura) del temblor, la soledad y la culpa.
En efecto, ¿cómo confiar en testimonios enigmáticos? El libro no está desprovisto de aparato crítico: incluye una relación de citas y obras de Kafka al final del texto. Aún más: el ensayo es tanto una interpretación sobre lo mucho que ya se ha escrito sobre Kafka como sobre las preguntas que plantea su obra. Preguntas, dicho sea de paso, sin respuesta. Es la razón por la que Kafka se lee menos como una biografía que como una hagiografía. Citati se esfuerza en más de un momento en hacer lecturas cercanas a la teología (el trabajo en la compañía de seguros como una especie de ascética; los bufonescos habitantes de El castillo como dioses que no se comunican claramente; una fábula inconclusa que, como La condena o El desaparecido, reflexiona sobre el castigo y la ley divinos; las enfermedades –neurastenia, tuberculosis– como suplicios martirizantes padecidos por Kafka, sacrificios para el dios oscuro al cual consagró su vida).
Citati ofrece, empero, detalles sobre la vida del hombre: la noche del 12 de agosto en la que tuvo un primer y serio vómito de sangre; el registro en un hotel de Spindelmühle, cuando firmó, por error, como Josef Kafka (lo que le causó una preocupación intolerable, al percatarse más tarde); su ingesta, hasta el hartazgo, de carne, el día en que anunció que no respetaría su compromiso con Felice Bauer (era vegetariano); o, para finalizar, el intercambio con su incondicional Klopstock, en su lecho de muerte: "Cuando Klopstock se alejó de la cama para limpiar la jeringuilla, Kafka le dijo 'No se vaya'. 'No me voy', respondió Klopstock. Con voz profunda, Kafka prosiguió: 'Soy yo quien se va'".
Esta reseña de Kafka de Pietro Citati apareció en La Tempestad 86.