Friday, April 27, 2012

Historia del sueño

Anoche soñé que visitaba una costa en compañía de mi padre y mi hermana mayor. La costa estaba construida en parte a partir de mi memoria de San Sebastián, donde se encuentra el Peine del Viento de Chillida. Sólo que en lugar de la escultura se había erigido una torre, una especie de faro, contra el cual chocaban las olas. Acordaba con mi padre y mi hermana que los vería en la torre para presenciar un atractivo turístico, ellos llegarían caminando y yo nadando. Al llegar a la torre me avergonzaba un poco porque mis ropas estaban mojadas. El espectáculo era musical pero además acompañaba el movimiento rítmico de los patrones de madera que cubrían los muros (que se asemejaban al Espacio de Experimentación Sonora del MUAC). Tengo vagos recuerdos de otros elementos del sueño, como una ciudad amurallada pero no recuerdo otra "trama".

Friday, April 13, 2012

La suerte está tirada

Anoche soñé que un chino me invitaba a jugar ruleta, en un casino. Perdía la mitad de mi dinero. Le aposté al nueve morado. Era una ruleta que tenía morado. No perdía todo mi dinero porque justo antes de hacer la apuesta, retiraba la mitad. Pero inmediatamente después de que perdiera el dinero, un terremoto. Salía del edificio. Así, perdía todo mi dinero, olvidado sobre la mesa de apuestas. Quizá soñé eso porque la noche anterior, en la oficina, había estado tirando dados. Tengo un par de dados, me los regalaron hace unos dos o tres años. Uno tiene preguntas y el otro números, pero el que tiene números en lugar del número uno tiene una calavera. Las preguntas son ¿qué?, ¿dónde?, ¿cuándo?, ¿cómo? y ¿quién? Desperté como a las 6:30. No sería hasta más tarde que me enteraría de que había temblado en la madrugada. Lo cual me sorprendería porque lo que leí al despertar, sin poder dormir (nunca despierto, o casi nunca, a las 6:30), fue el capítulo de Que el mundo me conozca de Hayes (que sacó recientemente La bestia equilátera) donde el narrador recuerda el primer beso que le dio a la mujer, sentados en un automóvil, como si nada, durante un terremoto.

Wednesday, April 11, 2012

Aquí se escupe en castellano

Reviso mi cuenta de correo electrónico. (Mi “inbox”, dirían algunos, te envié un “mail”, anuncian otros). Encuentro mensajes de amigos pero también invitaciones relacionadas con el trabajo. “Save the date”, me imploran. Lo extraño es que se trata de una invitación para un evento a realizarse en México, un correo enviado desde alguna oficina mexicana, con seguridad redactado por una persona cuya lengua materna es el castellano y no el inglés. ¿Por qué entonces “save the date”? Es una fórmula, cierto. Pero, ¿es más fácil decir eso que, por ejemplo “aparten la fecha”? Sospecho que no es utilidad lo único que ve la gente cuando deciden reproducir fórmulas en inglés. Sospecho, para decirlo pronto, que con ello revisten su lengua de algunos elementos que, imagino, consideran atractivos. El hilo negro: Creen que si la gente lo lee y escribe en inglés es porque se trata de algo con prestigio (tiene más “punch”, es más “cool”). ¿Es siempre el caso? Quizá en realidad la gente (la misma que confunde “crédulo” con “ingenuo” o “bizarro” con “extraño”) piensa en fórmulas en inglés porque fueron criadas por sistemas más efectivos que los educativos (los de la publicidad y el entretenimiento).
Pero no quisiera seguir por este lado –el uso común del inglés en el mundo laboral, donde se imponen frases hechas y expresiones sucintas- pues en realidad es tan idiota despreciar una lengua como lo es despreciar la otra: la vida de una lengua no está sino en el modo en que la usamos. (No teman, que aquí no apuraré un argumento donde concluya que deberíamos empezar a doblar todas las películas al castellano, por decir algo; no somos bárbaros, ni españoles). Se sabe, comparar lenguas es como comparar palas: la cuestión es qué uso les damos. ¿Hablas cinco idiomas? Bien. ¿Dices algo inteligente en alguno de ellos?
Quizá no somos tan vehementes en la defensa de una pala como en el de una lengua pues en aquellas rara vez depositamos sentimientos como la nacionalidad o la familiaridad.
Pero ah, otra sorpresa, no es la utilidad tampoco la principal virtud que algunos reconocemos en el lenguaje (es, apenas, una condición de posibilidad): también pueden ser bellos, dependiendo del ingenio con el que los tratemos. Goethe lo decía así: «El hombre ingenioso amasa su material léxico sin preocuparse de los elementos que lo componen; el carente de ingenio bien puede hablar con pureza, pues no tiene nada qué decir». La poesía y el habla apasionada son las únicas fuentes de las que brota la vida de nuestra lengua, decía Karl Kraus (atendiendo inteligentemente la cuestión de la defensa de la lengua).
No tengo interés en defender la pureza del castellano correcto. En general, creo que conviene alejarnos de cualquier aspiración a la pureza. Pero no deja de ser despreciable el modo en que nos sometemos a ciertos anglicismos pues revelan nuestro sometimiento al lenguaje publicitario. ¿Para qué usar extranjerismos cuando no son necesarios? Se puede decir adiós en lugar de “bye”.
¿Normas sobre cómo hablar? ¿Palabras a evitar? La tentación es grave. Me asalta continuamente. Pero, en realidad, no hay poder que pueda erigirse como autoridad sobre el uso que le damos a nuestra naturaleza –que es la palabra. Ni siquiera la razón, pues el habla es algo más que estructuras lógicas. Hablan de dónde viene uno y, a menudo, de a dónde podemos ir. ¿Pero qué horizonte nos espera cuando reproducimos las fórmulas con las que se nos invita a la distracción y al consumismo? Atención.

Sunday, April 01, 2012

Leer

Leo La soledad del lector. Escribe Markson:

En 1959, en Ciudad de México, el Lector se topó con un Ulises de Shakespeare and Company a pocos centavos en un mercado de pulgas. La tapa estaba descolorida y despegada, le faltaba el lomo y la contratapa. Tampoco era una primera edición.
Aún así.

También:

Malcolm Lowry: Tengo una historia divertida para contarte, de algo que sucedió cuando no estabas.
Protagonista: ¿Sucedió? Ah, carajo, se huele en todo el departamento. ¿No te habrás tomado mi loción de afeitar?

También:

Donald Barthelme: Cuéntame en qué has andado.
Protagonista: Lamentarás haberlo preguntado. ¿Te cuento de la operación por cáncer de pulmón que acabo de pasar o de la de cáncer de próstata que me están por hacer?
Donald Barthelme: Habla. Y después yo te cuento de mi cáncer de garganta.

***

No he comido por leer. Excepto dos tazas de café. El departamento huele a la comida que están preparando en otros departamentos.
De pronto, recordar que en I. Stephen Dixon hace que su personaje tome sopa miso mientras lee el obituario de Fels, trasunto de William Gaddis. Afirma el protagonista que la sopa miso ayuda a prevenir el cáncer de próstata.
De lo que murió Gaddis.
De pronto recordar también al compañero de escuela cuyo padre mató de un tiro a su mujer y después a su hermano y después se mató él. Dejándole al compañero de escuela, de quien ya no sé nada, antes de que cumpliera los once años, la tarea de subir las escaleras tras oír los disparos y descubrir los cuerpos.
Algo similar, anota Markson, le sucedió a Conrad Aiken.