Si un lector se impusiera la tarea de realizar, a partir de sus investigaciones y apuntes, un catálogo de malos lectores, en algún momento tendría que incluirse a sí mismo. En sus pesquisas, entre sus anotaciones, se toparía con la vanidad del impulso totalizante, vampírico, que descansa en el acto de subrayar las lecturas. Es una advertencia de Fabio Morábito (Alejandría, 1955) en su colección de prosas El idioma materno. ¿Colección? Ah, cautela: el término implica un edificio que descansa sobre ladrillos individuales, frases redondas (por ejemplo, a propósito de ese mal lector: «Al subrayar tanto se defendía de los libros, que mantenía a raya con sus rayas») que, sin embargo, no son el libro. En realidad, esta serie de prosas se asemeja más a un pensamiento que avanza (con cautela, en ocasiones como si se balbuceara una palabra desconocida) guiado por una constelación de ideas fijas. Por ejemplo, que la creación literaria es una actividad furtiva, nocturna; que, como la traducción, encierra una traición; que esos malos lectores que buscan los andamiajes de un libro en sus subrayados escriben, también, un libro secreto con sus lecturas; que el lector puede comportarse como el vampiro en su pulsión totalizante, o como Filoctetes, en su capacidad de vincular realidades distintas. Estas ideas, claro, se encuentran a la sombra de las que Morábito había desarrollado en el excelente ensayo Los pastores sin ovejas (1995), un libro que no sólo se hermana (ocasionalmente) con éste a través de sus temas sino por sus estrategias.
Aunque Los pastores sin ovejas posee un discreto tono académico (más en su erudición que en su prosa), ofrece al lector la insistencia de un escritor que asocia lecturas con el objetivo de desmenuzar ideas. Es una insistencia que vuelve, relajada, en El idioma materno, donde a través de ochenta y cuatro estampas (de apenas unos dos mil caracteres cada una) se toman y sueltan ideas (punteadas por relatos y recuerdos). En esa tensión entre la insistencia del pensamiento concentrado y la disposición de pasar de un tema a otro se encuentra una pregunta por la potencia de la prosa, especialmente la que acompaña al pensamiento que se esfuerza por esclarecer (aunque sea brevemente) una cuestión. Morábito conoce bien la otra cara de la creatividad literaria, más riesgosa, vinculada al oído antes que al pensamiento, donde no existen los pasos certeros de la claridad que el ensayo puede ofrecer. Tras leer "Verso y prosa", "El idioma solitario", "La poesía y la cara" y el texto que da título al libro, uno comprende que está ante una especie de balbuceo liberador: un esfuerzo por volver, desde la prosa, a la poesía.
Esta reseña de El idioma materno, editado por Sexto Piso, apareció en la edición 98 de La Tempestad, septiembre-octubre 2014.