Tuesday, November 30, 2010

Los poseídos


Descansé un rato de las lecciones de Nabokov para empezar a leer esto, The Possessed, de Elif Batuman. Leí la introducción y pensé que como el título hacía referencia a Los demonios (de Dostoievski, no de Heimito von Doderer) sería una buena idea empezar a leer, antes, Los demonios. ¿Por qué me pareció esto una buena idea? Porque estoy malito de la cabeza. Así que decidí, anoche, empezar a leer Los demonios. Lo saqué de mi librero, me lo llevé a la cama, donde ahora hago gran parte de mis lecturas, y me di cuenta de que la imagen de portada de mi edición -en Alianza- reproduce una pintura de Iliá Repin, que se titula, si recuerdo bien, "La conspiración de los terroristas", o algo por el estilo. Quizá es "La reunión de...". No pude encontrar la imagen en la red. El caso es encontré esto curioso porque es también una pintura de Repin la que utilizo en un cuento mío, Retrato de un hombre cansado, y que salió hace unos números en La Tempestad. Abajo, una imagen de dicho cuento tomada por el amigo al que lancé a la fama en el mismo. Todos lo comentan.

Tuesday, November 23, 2010

Nabokov sobre el naturalismo o realismo de Flaubert:



En realidad toda ficción es ficción. Todo arte es engaño. El mundo de Flaubert, como todos los mundos de los grandes escritores, es un mundo de imaginación con su lógica propia, sus convencionalismos propios, sus coincidencias propias. Las curiosas imposibilidades que he enumerado no chocan con la pauta del libro [Nabokov le dedica cinco párrafos a inverosimilitudes de la novela]... y de hecho, sólo las descubren los aburridos profesores o los estudiantes despiertos. Y tened presente que los cuentos de hadas que hemos estudiado con amor, a partir de Mansfield Park, están más o menos encuadrados en ciertos marcos históricos. Toda realidad es una realidad relativa, ya que cualquier realidad dada, la ventana que veis, los olores que percibís, los ruidos que oís, no dependen sólo del crudo toma y daca de los sentidos, sino también de diversos niveles de información. Puede que Flaubert pareciera realista o naturalista hace un centenar de años a los lectores que se formaron en las lecturas de aquellas damas y caballeros sentimentales a quienes Emma admiraba. Pero el realismo, el naturalismo, son sólo conceptos relativos. Lo que determinada generación toma por naturalismo en un escritor, a la generación posterior le parece una exageración de detalles monótonos, y a la generación anterior una monótona falta de detalles. Los ismos pasan, el ista muere; el arte permanece.

***

Pensar en términos como "realismo histérico" o la "novela nueva" o en la gente que considera a Platón un "idealista".

Mi Madame Bovary

Lamento informar que el siguiente texto se escribe a dieciséis minutos de que inicie mi jornada laboral*. Aún debo caminar durante diez minutos antes de llegar a la oficina. Es lamentable pues no creo que tenga ni la paciencia para escribirlo más tarde -aunque quizá lo revise- ni el tiempo para volver a él hasta dentro de un tiempo que, ahora que lo pienso, no será un lapso tan prolongado pero por alguna razón (el ajetreado ritmo de vida al que me someto sin razón alguna) es así como lo experimento.
Hace un par de días, en fin, pude, finalmente, terminar de leer Madame Bovary de Gustave Flaubert. Anteayer, para ser específicos. Fue una buena coincidencia que en varios medios norteamericanos le dieran atención a una nueva traducción recién publicada allá, realizada por Lydia Davis (que, además de cuentista -sólo he leído Samuel Johnson is indignant- ha traducido, según recuerdo, a Proust, entre otros), lo cual me dio oportunidad de leer varios textos al respecto a la par que llevaba a cabo mi lectura (aunque la mayoría, comprensiblemente, se concentraban en cuestiones de traducción). Entre ellos destaca este, de Julian Barnes y este otro, de Ruth Franklin. A ambos llegué a través de Conversational Reading. No pude seguir con atención, sin embargo, la serie de entradas que escribió Davis (aunque, ahora veo, sólo son cinco) a propósito de su traducción y que comenzaron a aparecer en la Paris Review desde el pasado septiembre. Quizá también debería escuchar la entrevista que le hizo hace tiempo Silverblatt a Davis, de la cual hace poco me habló Luis Panini.
Por azares de mi torpeza, perdí la traducción de Carmen Martín Gaite que estuve leyendo -publicada por Tusquets- y leí gran parte de la tercera sección, la que ocurre en Yonville, en una edición publicada en 1970 que, sospecho, mi padre compró cuando tenía unos 26 años -dos años menos de los que tengo ahora. Forma parte de una colección de novelas clásicas que mi padre tiene en una estantería no muy a la mano de su estudio, entre libros de derecho. Junto a esta colección (en la que hay libros de Tolstoi, Kafka, Dante, Homero, Poe y otros) se encuentra una de novelas de Balzac encuardenadas en un material de color verde. Esta edición de Madame Bovary es un libro bonito, encuardenado en un cartón duro que parece, pero no es, de cuero, con letras doradas en las que discretamente se anuncia que forma parte de un club internacional del libro y dentro, enmarcado en un diseño cargado, también se informa que Flaubert es uno de los Grandes Maestros de la Literatura Clásica Universal. Esta edición no informa quién la tradujo pero trae un prólogo escrito desde Madrid, según se anota, por Manuel Martínez Camaro. Quizá él mismo la tradujo. No leí el prólogo, viene en una letra minúscula y, por alguna razón, en cursiva.
Extrañamente, para ser de la década de 1970, se trata de una traducción en la que se leen cosas como "'¡Ved, ved! Seda para los forros a dos francos, cuando se encuentra pecalina a diez sous, y hasta a ocho, que hace perfectamente el avío!" o como "Emma se detuvo para dejar pasar un caballo negro que piafaba entre las varas de un tílburi, guiado por un gentleman con abrigo de piel de marta." Esto, creo, no está del todo mal. Creo que Barnes habla de cómo algunas traducciones fungen como máquinas del tiempo, obligándonos a leer en un estilo que consigue emular, al menos, la idea que tenemos de cómo se escribía en el siglo XIX. En cualquier caso, fue un golpe tener que leer parte de la novela así -más tarde, por azares de mi torpeza, que no había perdido la traducción de Carmen Martín Gaite y pude leer al ritmo fluido y desprovisto de tantas florituras que para entonces ya estaba acostumbrado.
La razón por la que leí a estas alturas de mi vida Madame Bovary es que he seguido, lentamente, el curso de literatura europea de Nabokov, publicado hace poco por RBA. Hace tiempo Mauricio Salvador me recordó que no había que hacerle mucho caso a Nabokov. Me lo dijo un poco en broma, de pasada y, como quien dice, en buena lid. Y creo entender a qué se refería. Nabokov es, sobre todo, un estilista y es difícil hablar del estilo porque a ratos parece que nos topamos con finuras interpretativas que se nos pueden escapar -especialmente si las leemos y no las escuchamos, digamos, en una clase. No es el caso, sin embargo, en su lectura de este libro, donde señala el buen uso del punto y coma, o la "interrupción paralela" o el "método de contrapunto". Aprendí cosas anoche, leyendo lo que tuvo que decir Nabokov a propósito de este libro. Y pues, está padre, ¿no? Continuaré con lo que tiene que decir de Stevenson -sobre un libro que leí hace tiempo- sobre Proust -sobre la única parte que he terminado de A la búsqueda... -y finalmente le daré a lo que tiene que decir sobre Ulysses que, espero, ahora pueda terminar. Están informados.
Subrayé esto de Madame Bovary, se los comparto:

"¿De dónde venía aquella inconsistencia de la vida, aquella prodeumbre fulminante de todas las cosas en que trataba de apoyarse? Si acaso existía en algún rincón del mundo un ser fuerte y hermoso, una naturaleza intrépida, desbordante de exaltación y de refinamiento, un corazón de poeta bajo apariencia angelical, una lira de cuerdas de acero capaz de entonar al cielo epitalamios elegíacos, ¿por qué no había de tener ella la suerte de encontrarlo?".

En otras noticias, hoy me informaron que Corea del Norte y Corea del Sur se están intercambiando misiles.

*Terminé de escribir esto en la oficina.

Friday, November 19, 2010

Hay un libro titulado Diablo guardián

Es un mal libro.

***

-Estoy aburrido.
-Hay cerveza en el refrigerador.

Más tarde:

-Pero, ¿tú no tienes hambre? ¿Por qué si estás gordo?
-...
-...
-Ya andas pedo, ¿verdad?
-No, ya no estoy tomando. Me aburrí. Hasta eso me aburrió.
-Ah, beberé más.
-...
-Qué cosas tan pequeñas, ¿verdad? En la vida.

Más tarde escucho el distintivo jingle de una conocida comedia de situación que proviene de la habitación contigua. Los dos nos reímos. De un momento a otro, de mejorar la situación, nuestro vecino extravagante pero de buen corazón, llámese Pocholo o Kramer, entrará a nuestro departamento para ver qué estamos haciendo, metiéndonos en un jocoso problema.
Pero no. La situación no mejora. Sólo avanza y uno lo soporta, los músculos entumeciéndose.

Tuesday, November 16, 2010

The Instructions

Guillermo Íñigo dice: (10:27:38 a.m.)
No te cumplí, no terminé Madame Bovary.
Guillermo Íñigo dice: (10:27:45 a.m.)
Pero terminé el de Vendela Vida.
Sofía dice: (10:27:53 a.m.)
¿Cómo si ni lo tenías?
Sofía dice: (10:27:57 a.m.)
Ah, lo terminaste de perder.
Guillermo Íñigo dice: (10:28:08 a.m.)
Lo pedí por Amazon.
Guillermo Íñigo dice: (10:28:20 a.m.)
Ese gran río que lleva libros a tu puerta.
Guillermo Íñigo dice: (10:28:28 a.m.)
También me llegó The Instructions.
Guillermo Íñigo dice: (10:28:38 a.m.)
Me salió más caro el envío que los libros, gracias.

Tuesday, November 09, 2010

El oficinista

Digamos que esto es así. Que el director de una pequeña editorial de provincia finalmente accede a visitarme. Le he pedido vernos en el departamento pues ya casi nunca salgo. No nos conocemos pero está tan contento con mi trabajo que ha aprovechado el viaje que hizo a la ciudad para comparar costos de papel para pasar a platicar conmigo y discutir mis regalías. Ha sido un día largo. De la estación de autobuses se ha dirigido al centro para visitar distintas imprentas y de ahí ha tomado el transporte público hasta la colonia donde vivo y que él recuerda vagamente de sus años de estudiante. Sube al tercer piso, toca a la puerta y lo recibe un sirviente. "En un momento el señor estará con usted", le dice antes de cerrar la puerta. Digamos que de inmediato me cambio de mi ropa de sirviente a mi ropa normal, reteniendo apenas la risa, y abro la puerta sólo para decir, "¿Sí?, ¿en qué puedo ayudarle?". El editor, quien aún tendrá que tomar el transporte público para encontrarse con algunos amigos de su tiempo de estudiante y llegar a tiempo para el camión de la noche, no se ve nada contento.
Pero también digamos que en realidad nada de esto va a suceder. Que al escribirlo experimento un piquetazo de hartazgo y ansiedad. ¿Cuál es la necesidad, francamente?
Hace un momento que salí a servirme agua vi por la ventana que la vecina se lavaba los dientes frenéticamente. Su novio, el vecino rockero, estaba sentado frente a una computadora.

El zombie en los medios, aún, siempre

"Surely only a zombie would have been unmoved by the transcendent singing of the Tallis Scholars in the White Light Festival at Lincoln Center".

Acá.

Monday, November 08, 2010

"Luego venía la partida de gastos domésticos, que estaba subiendo de un modo alarmante..."

Esperando a que la orden de Amazon pase. Esperando con las manos frías. La risa del compañero de cuarto, Óscar, viene, desde la otra habitación. Tenemos las puertas abiertas y escuchamos a veces lo que nos decimos -ya sea en voz alta o en nuestras cabezas, pues también nos leemos a través de las ventanas de las computadoras- y tenemos, seguramente, una ventana abierta por la que entra el aire frío que nos tiene ateridos. Las manos. Cambié las sábanas de la cama. "Está bien, ¿no?", me dice Óscar, a propósito de un texto de Antonio Ortuño que le acabo de pasar. Estoy esperando a que pase la orden de Amazon porque -me rasco la cabeza antes de escribir lo siguiente- se está tardando. Conjeturo: se tarda debido a que la conexión a Internet es lenta (tomamos prestado el inalámbrico de una vecina que no está al tanto de ello; digo tomamos prestado pues el día en que se de cuenta y nos pida rendir cuentas, rendiremos cuentas) o se tarda quizá porque escribí mal alguno de los datos de la tarjeta de débito con la que estoy pagando. ¿Sería más rápido con una de crédito? ¿Tener una tarjeta de crédito me convertiría en una de esas personas que compran con seguridad y anotan la cantidad de los números que nos asignan sin dudar siquiera un momento? Estoy comprando una nueva copia de un libro que hace unos días tenía en mis manos pero que olvidé en un aeropuerto. Lo olvidé en una sala y cuando regresé corriendo por él -estaba por abordar el avión que me trajo de vuelta a la ciudad- ya no estaba. Pregunté por él a una mujer que limpiaba una ventana cerca. No sabía nada de nada. Seguro alguien se lo llevó, me dijo. Seguro alguien se lo llevó. Como el libro no es mío y como apenas llevaba la mitad, aquí me tienen, esperando. No está del todo mal, esto. Finalmente me da tiempo para escribir un poco o no, no es precisamente así, sino que finalmente esto me permite obligarme a escribir un poco en este sitio y aún más, me da la oportunidad de animarme a pedir otro libro que había querido comprar desde hace tiempo pero debido, también, a la ya mencionada inseguridad que me provoca el comprar cosas en línea con una tarjeta de débito (algo que, cada vez sospecho más, no me sucedería si fuera una persona que posee una tarjeta de crédito), no me atrevo a comprar el otro libro que quería desde hace tiempo y que hace poco vi en el librero de una amiga. Permítanme recordarlo. Subí a su departamento, me hizo la seña universal con la cual nos comunicamos, nosotros los humanos, que estaba ocupada en el teléfono (tenía un teléfono pegado a su oreja) y entonces comencé a pasear la mirada por su librero. Ahí estaba el libro que yo quería y que no sabía que ella tenía. Lo tomé. Le di vueltas. Leí un poco. Colgó. Sin tacto alguno le dije, Préstamelo. Con alarma me dijo Oye Memo, nomás llegas y tomas el libro, Memo. Lo estoy leyendo, Memo. Una imprecisión que dejé ir. Pues no estaba leyéndolo. Ni siquiera lo tenía en la pila de libros que estaba leyendo. Pero sí tenía, concedo, un separador como a la mitad del libro, así como yo tenía uno en el que olvidé en el aeropuerto y que no me pertenecía -y aquí quizá convenga decir que esta misma amiga unos días antes le había preguntado al amigo que me había prestado el libro olvidado en el aeropuerto si yo regresaba los libros. Le dijo que sí. Aunque a veces los manchaba de vino. Otra imprecisión. Que se concede, era en broma. Pues aunque es verdad que yo me encontraba cerca del libro que se manchó de vino, otro libro, no fui yo quien lo manchó, aunque, es verdad, era mi responsabilidad. Tan era mi responsabilidad que tuve a bien comprar otra copia del libro a través de Amazon para dársela, como estoy haciendo ahora (sigo esperando, la pestaña donde se lleva a cabo la transacción reza "Cargando..."), algo que el amigo que tenemos en común, mi amiga y yo, no dejó fuera. El caso es que acordé no llevarme el libro del librero de mi amiga pero prometió prestármelo una vez lo termine de leer. Y es por eso, en parte, que tampoco lo he pedido ahora, a través de Amazon, que me tiene aquí, esperando, con las manos frías, las sábanas limpias, los ácaros confundidos, el párrafo llegando a su fin, la transacción en marcha.

Monday, November 01, 2010