Tuesday, February 27, 2007

Últimamente la UNAM

Podría ser irónico y presentar una de las, creo, incontables conversaciones que he sostenido cuyo centro telúrico es la burocracia que rodea los procesos para distintas cosas que son necesarias para que una persona pueda mantenerse dentro de la UNAM, como estudiante. Pero la cosa con estos procesos burocráticos es que se encuentran rodeados de una nebulosa de magma imposible de asir por el conocimiento, una nube de olvido en la que uno entra apenas pisa el suelo de la Universidad Nacional, misma que recorremos a diario con fatiga, como si estuviéramos en una carreterea asediada por un sol de justicia. Cada que salgo de la UNAM lo hago azorado, lleno de pendientes imposibles, la conciencia de que hay algo que debe hacerse, llenar una forma, no llenar una forma, llevar un papel pero no el otro para poder, finalmente, llenar una forma que necesitamos para poder adquirir un documento que podemos o no certificar en una oscura oficina atendida por personas igualmente azoradas, embutidas en sus propios intereses que, por supuesto, no son los nuestros, ni los de nadie, sino los de un Todos que no existe pero que parece dormir eternamente dentro de un cajón lleno de papeles que ya nadie jamás abrirá pues son los necesarios. Sello de Aprobado lo quiera, en un año y medio me titularé de maestro en burocracia y documentación.

Monday, February 26, 2007

Guillermo Núñez en McSweeneys

Hace unos meses mandé una "convergencia" que ya había subido aquí al concurso de McSweeneys. Hoy la subieron:

También: sé que no es la gran cosa, que está en la tercera entrega de su Carnival of Convergences, donde se ponen, podría decirse, las convergencias del montón. Pero es McSweeneys. Y soy yo.

Friday, February 23, 2007

Quiero estos dos libros.



Y se acerca eso que llamamos Mi Cumpleaños.


Tuesday, February 20, 2007

¡Nuevo blog de Alejandro Vázquez!

Celebro la aparición de un nuevo blog de mi amigo Alejandro Vázquez. Es probable que sea una de esas múltiples empresas que abandonará, como esos otro cuatro o cinco blogs que inició el año pasado (de los que sé) pero también es probable que el sólo decir esto funcione como acicate para que no lo haga. ¡Las probabilidades!
La dirección es preguntadeldia.blogspot.com, encontrarán un link aquí mismo, a la derecha, donde tengo los, ejem, links. El formato sigue un poco esas columnas de, ejem, preguntas, un poco parecido a los Sedaratives de The Believer, esa genial columna mensual de consejos. Algunas muestras de los Sedaratives:
Dear Sedaratives,
I came out to my family as a gay man nearly nine years ago. While they've become more accepting of me, the still hold out hope that I'll meet "the right woman". I've never seen a woman naked, let alone dated one. How can I avoid the "don't knock it if you haven't tried it" argument and convince my family that I'm just not into girls?
Nathan Yergler.
Fort Wayne, Ind.
Dear Nathan,
First of all, did they not knock homosexuality before they tried it? Exactly. They're asking you to be open-minded so they don't have to. You can always lie and say, "Mom, I had sex with a woman and it was awful! Vaginas are gross! I'm glad I tried it but I'm gonna stick with penis. What's for dinner?" Another idea is to adopt a baby. Once there's a baby in the picture, they don't care who you're fucking. They just want to squeeze that little tushy!
Sarah.
Dear Sedaratives,
I'm a chronically depressed shut-in who doesn't bathe much. My lifestyle has caused a testicular fragrance of vast proportions. What should I do?
Chris Heffernan.
Long Island, N.Y.
Dear Chris,
You may think you're a shut-in and that therefore you don't wash your balls. But I'm here to tell you that you are a shut-in because you don't wash your balls. If you wake up and jump in the shower --or better yet, laze in a tub-- by the time you get out and towel off, you are much more apt to feel like going out into the world. This is not a chicken-and-egg scenario. Trust me: balls first, and your life will follow.
Sarah.
Nota: el nuevo blog de preguntas que ha preparado con esmero Alejandro Vázquez no se reduce, por supuesto, a preguntas de consejo. ¡Manden esas dudas universales que les acongojen!

Saturday, February 17, 2007

Contra el pesimismo


Hace unos días fui al cine con un amigo y al ver a un grupo de oficinistas formados en la dulcería, como nosotros (que, esencialmente, también somos oficinistas, pero no como ellos quienes, además de serlo, parecían oficinistas) le comenté sobre una fotografía de Peter Sutherland. Me causaron ternura y a la vez alegría, estos hombres que, sin desesperación, con los medios que se nos han dado, buscaban formar vínculos más fuertes de amistad. Uno le pedía al otro servilletas, mientras el otro iba a apartar lugares, con las corbatas guardadas o aflojadas, con los sacos en el asiento trasero del auto. Pensé en la palabra amistad pero también, inmediatamente, me di cuenta de que señalar a estos hombres, a estos oficinistas, y el parecido que tenían con el registro que había hecho un artista sobre el fenómeno del oficinista enajenado que busca medios para distraerse, parecería, también, una crítica velada. Al señalar a estos hombres, ¿qué hice? Puedo sospechar que hice ambas cosas. Pero una debe prevalecer sobre la otra: ¿me impresionó más su intento por acercarse los unos a los otros? ¿O el absurdo de su situación? Veo ahora que estas cosas se complementan, pero pueden leerse tanto para bien como para mal. Es todavía más conmovedor, dado su situación, su gesto por acercarse. Es todavía más ácida la crítica, al señalar su desesperación. Sea lo que deseen que haya sido mi gesto, por favor recuerden a Elizondo: "Las gentes que se inclinan a considerar la mayor parte de los hechos de la realidad como deleznables, son frecuentemente gentes deleznables".

Friday, February 16, 2007

El escritor que no escribe

A Guillermo le da flojera de escribir. No sabe por qué cree que necesita escribir. Se sienta ante la pantalla de su computadora y decide copiar un texto que ya había escrito. Se sienta a escribir y se siente cómodo. Se siente cómodo porque la voz que utiliza es algo con lo que se siente seguro. Y entonces decido que tal vez sea hora de salir un poco de esta jodida burbuja plástica en la que me he encerrado para alejarme de los gérmenes, como si mi sistema inmunológico fuera débil y yo poseyera una voluntad marchita, incapaz de hablar por sí sola. Tal vez sea verdad esto y tal vez no estoy listo para dejar de claudicar. Me iría mejor, pienso en ocasiones, pero no ahora, si decidiera escribir sin acercarme tanto al borde y construyera historias cuyos elementos no me tocaran y a las que el calificativo de honesto les vendría dando un poco igual pues funcionarían más allá de la verdad, la falsedad, lo verosímil y las presencias reales. No me siento cómodo. La silla de metal, en la que estoy sentado, se clava en mi espalda y aplana mis nalgas y es de noche y tengo comezón y algo de sueño. Mañana volveré a esto, o tal vez no mañana pero un día próximo, después de una semana de no escribir en esta bitácora, trabajando otros proyectos, no lo sé, pero volveré y veré y diré: Maldita mierda. Y lo borraré porque escribo y escribo para borrar. Ya ni siquiera tengo la posibilidad de tirarlo al cesto. Tal vez debería escribir a mano. Tener la posibilidad de arrancar la hoja del cuaderno, aplastarla en mi mano y aventarla al cesto de basura es mucho más dramático que las posibilidades que me ofrecen esta escritura en el procesador de textos de mi computadora. Escribiría, me temo, a máquina si pudiera adoptar con esta actividad algo de aquél dramatismo. Arrancar una hoja, hacerla bola, tirarla al bote de la basura. En ocasiones con un tino perfecto, pero la mayoría de las veces con un desorden propio de la angustia, del aburrimiento de quien tira textos fallidos a la basura con frustración. No, aburrimiento no. Sólo frustración. Me temo que no lo consigo. No puedo escribir bien. Considero, sólo por un momento, porque sería costoso, imprudente y estúpido, aventar mi computadora al suelo. Tal vez jalar el cordón de la luz, con fuerza. Pero es una computadora portátil y no estoy conectado al tomacorriente. Podría, eso sí (si me sintiera frustrado) cerrar de golpe la pantalla. No me siento frustrado. Esto comienza a gustarme y, oh no, carajo, también comienzo a sospechar que no puede ser tan bueno, este texto. Esto de escribir rápido, porque lo estoy haciendo rápido, y en primera persona puede ser peligroso, engañoso. Parece demasiado fácil. Estoy haciendo algo mal. Lo sé. Ya tendré tiempo de corregirlo. Lo borraré mañana, sí. Despertaré temprano, me sentaré en esta incómoda silla y lo borraré.

Ironía

Veo estas bitácoras electrónicas, veo estos gestos y a estas personas, no sólo en la red sino en mi familia y fuera, y en el trabajo y en la calle, en el tráfico y en el campo, cuando paseo sin prestar atención pero también cuando someto a todos a esos silenciosos juicios que realizo, y veo que algunas son graciosas, algunas se toman muy en serio, otras no, otras sí pero creen que no lo hacen --como yo-- y comienzo a clasificar tipos de personas de tal manera que comienzo a pensar en las clasificaciones que he leído y que me han agradado (como aquella del cuento Death defier donde está la gente del caos, la gente del orden, la gente del orden que cree que es gente del caos --como los franceses-- la gente del caos que cree que es gente del orden --como los texanos--) y veo que en realidad esta onda de las clasificaciones es bastante tonta pero no deja de ser divertida y útil, y que es suficiente para mantenerme menos inquieto, menos desesperado y harto de todos estos gestos y todas estas personas que sé, al final, sólo están buscando adelantar sus brazos y extender sus manos unos centímetros más, buscando menos separación, más cercanía, la prueba irrefutable, la prueba que no suena como una conquista ni, precisamente, como una prueba sino como algo que siempre ha estado ahí, algo sólido y amable y que no llega de manera violenta pero tampoco aburre porque es precisamente lo que todos han estado buscando. Un principio, tal vez, algo que nadie ha puesto en duda. Esta cosa existe. Estoy segura. Es una buena cosa y le hace bien a las personas. Es la única razón por la que, en un momento u otro, donde se vislumbra, las personas sonríen y se sienten plenamente felices, aunque sea momentánea, aunque sea en una sola ocasión --yo he experimentado esta cosa, en varias ocasiones. Pero luego viene la cabeza. Y luego viene la pasión. Y también la voluntad y las ganas de ser distinto o igual a los demás. Ese momento de nombrar cosas. Ese momento de no querer saber.
No serán las palabras con las que les haré entender esto. Mañana releeré y diré: no. Por favor no.

Thursday, February 15, 2007

Lista

Algunas cosas que no puedes mandar por DHL:

1. Monedas de circulación actual.
2. Relojes caros.
3. Sustancias radioactivas o corrosivas.
4. Sustancias contagiosas.
5. Animales muertos.
6. Restos humanos (incluyendo órganos y cenizas).

Tuesday, February 13, 2007

Actualización obsesa



Tanto The end of the alphabet (de Richardson --no confundir con el poemario de la jamaiquina Rankine, sobretodo porque no lo conocemos) como How we are hungry de Dave Eggers, toman prestado el diseño, fabuloso, bellísimo diseño, de los obsesionantes cuadernos Moleskine. Es fabuloso. No conozco el libro de Richardos, acaba de salir, pero por lo poco que uno llega a enterarse en la red, me entero que es un libro de viaje: la premisa: un hombre, al llegarle la noticia de su próxima muerte --en un mes-- decide emprender un viaje hacia todos esos lugares que no conoce. O a algunos. En el libro de Eggers, que sí conozco, también, apropiadamente, se trata el tema del viaje. Sin embargo, Eggers lo hace al modo de ese otro gran libro de viaje, God lives in St. Petesburg, de Tom Bissell. Es decir, explotando la idea del norteamericano que se enfrenta al resto del mundo --del norteamericano consciente del rol que juega como ciudadano no sólo del Imperio sino del Mundo. Al menos en un par de cuentos, es lo que hace Eggers (a diferencia del de Bissell, cuyo libro está impregnado de esta dialéctica). ¡Grandes lecturas! ¿Nadie quiere regalarme el de Richardson?
Fin de mi post mamón.

Monday, February 12, 2007

Vela con olor a libro


Quiero. Se llama Ex libris, de Modern Alchemy.

Más memorias de Lisboa

Hace unos días soñé con Benjamin Kunkel. Me topaba con él en la ciudad de México. Soñé despierto. Me acercaba a él --estaba caminando cerca del parque hundido-- y le decía que le conocía. No, no cerca del parque hundido, o bueno, sí, cerca pero no caminando sino sentado en el Sommeliere, escribiendo en un block de hojas amarillas. A su lado, un Libro del desasosiego muy usado, con muchas notas y post its saliendo de sus bordes, como un ramo abierto y paseado. Le decía entonces: "¿Es usted Benjamin Kunkel?", preguntándome si habría o no de agregar "autor de Indecision y fundador de N + 1". Nos entablaríamos entonces en una conversación a la que pronto añadiría que hacía tiempo leí un texto suyo sobre Pessoa en The Believer y que conocía a David Miklos, a quien él debió haber conocido no hace mucho tiempo, pero al final no lo hizo. "Vive por aquí cerca", estaría tentado a decir. Pero en mi sueño, en mi escenario imaginado, no estaría dispuesto a avanzar demasiado sobretodo porque (esto lo pensé o ideé en Valle de Bravo, leyendo una revista de literatura, escuchando a los Foo Fighters gritar desde el estéreo de un vecino) me distraería pronto con Lisboa, la idea de Lisboa.
Acabo de leer otra entrega en la serie de entregas que Philip Graham ha realizado para la página de McSweeneys sobre su estancia en Lisboa. En esta ocasión habla sobre un panel que se realizó en torno a la obra de Saramago, con la presencia de este autor. He leído poco a Saramago, sólo su Balsa de piedra. Tengo ganas de leer, ahora, su El año de la muerte de Ricardo Reis. Pero sobretodo de tener a Lisboa presente, al menos como un punto ciego al que siempre pueda referirme. Me encanta la memoria de Lisboa. Me encanta recordar que fue ahí donde me confundieron con un filipino --quizá porque a Mariana esto le causó gracia. Recordar la modorra que me curé en el cuarto, frente a una bella plaza cuyo nombre juré no olvidaría pero he olvidado, y cómo le grité a la camarera, quien insistía en entrar para tender una cama que no había sido destendida. Los paseos, los gatos negros en busca del sol, la suciedad, ese ambiente líquido que puede leerse en Pessoa y que parece tan literario pero que en el ahí y en el ahora era realmente molesto (aunque con el colchón de que uno, sabía, ignoro por qué, o más bien adivinaba que más adelante, en la memoria, el paseo sería un recurso recurrente, una agradable memoria, desprovista de los inconvenientes de la carne).
Los japoneses que me tomaron una fotografía. El autobús vecino cuya ventana estalló con una rama, rumbo a la playa. La perdida que me di rumbo a la playa. El pub con aires balleneros. El pescado con papas fritas, el vino blanco, el arroz en su caldo, los langostinos, los mosaicos que cubrían el piso (y la imagen de esclavos colocándolos), el cine con asientos numerados, el húngaro a quien no pude ayudar, las calles peligrosas que inocentemente transité, el Monasterio de los Jerónimos al que no entré porque estaba borracho y llegué tarde y ya habían cerrado, la imagen de un terremoto en 1755, la lengua de los portugueses, Pessoa, la limonada, el poco dinero, la obsesión con aislar momentos sólo por su carácter literario o hacer cosas estúpidas, como enterrar un libro en la arena, para poder contarlas.
Quiero volver.

Thursday, February 08, 2007

Variación a un chiste de Brian Beatty

Adoro la ficción escrita por un narrador en el que no se puede confiar. Creo.

Los lectores terribles

A la fecha no he acumulado ningún lector terrible, de no ser por el puñado de personas que se han molestado por algunas cosas que he escrito pero que, debo decir, no constituyen en manera alguna un lector terrible, es decir, ese lector capaz de censurar o destruir. A lo mucho, este puñado de personas influyeron en mi estado de ánimo al grado de producirme un poco de arrepentimiento y culpa. Pero no estamos hablando de la KGB ni de la Inquisición ni de alguna oscura y complicada rama gubernamental capaz de desaparecerme. Por supuesto, está la Indiferencia Histórica. Ese gran Terror, ese gran Censor del que ningún escritor puede realmente librarse. Pues aún si mis textos me sobrevivieran, o si aún los textos de los Clásicos nos sobreviven a todos nosotros, amigos contemporáneos, el Sol estará ahí para tragar a la Tierra enterea.
Aún así, soy lo que se dice un escritor libre. No aspiro a la inmortalidad literaria. Nadie que se tome realmente en serio lo hace. Aspiro quizá a la inmortalidad del alma. Pero no a ese gran respeto. Podría sospechar, sí, constantemente en esta tierra. Podría idear que las personas que me leen --o peor, que la manera en la que escribo está absolutamente determinada por mi propia mente y pluma, por esa imagen que muestro y de la que no puedo ni quiero librarme. Pero la sospecha es quizá uno de los ejercicios más pobres que existen, hermana oscura y gemela de la queja.
En ocasiones le temo a mi voz de escritor, a ese Viejo Cabrón que quiere Caos. Le temo a ese puñado de escritores que se sienten. Pero de la misma forma a veces me siento triste, cansado y desanimado; sé que se me pasará. Esto lo leí en Muerte en Venecia:
"La maestría de nuestro estilo es falsa, fingida e insensata; nuestra gloria y estimación, pura farsa; altamente ridícula, la confianza que el pueblo nos otorga. Empresa desatinada y condenable es querer educar por el arte al pueblo y a la juventud. ¿Pues cómo habría de servir para educar a alguien aquel en quien alienta de un modo innato una tendencia natural e incorregible hacia el abismo? Cierto es que quisiéramos negarlo y adquirir una actitud de dignidad; pero, como quiera que procedamos, ese abismo nos atrae. Así, por ejemplo, renegamos del conocimiento libertador, pues el conocimiento, Fedón, carece de severidad y disciplina; es sabio, comprensivo, perdona, no tiene forma ni decoro posibles, simpatiza con el abismo; es ya el mismo abismo. Lo rechazamos, pues, con decisión, y en adelante nuestros esfuerzos se dirigen tan sólo a la belleza; es decir, a la sencillez, a la grandeza y a la nueva disciplina, a la nueva inocencia y a la forma; pero inocencia y forma, Fedón, conduce a la embriaguez y al deseo, dirigen quizás al espíritu noble hacia el espantoso delito del sentimiento que condena como infame su propia severidad estética; lo llevan al abismo, ellos también, lo llevan al abismo. Y nosotros, los poetas, caemos al abismo porque no podemos emprender el vuelo hacia arriba rectamente, sólo podemos extraviarnos. Ahora me voy, Fedón; quédate tú aquí, y sólo cuando ya hayas dejado de verme, vete también tú".

Monday, February 05, 2007

Más Peter Sutherland, más obsesiones


Al otro lado del lago, recuerdo, se encontraban las ruinas del colegio para niñas que se había quemado décadas atrás. Aquellos que podíamos salir por la tarde, aquellos que se habían comportado bien y no tenían que pasar horas de ejercicio disciplinario en el gimnasio, caminábamos a donde se nos antojaba, sobre la nieve. Había lugares a donde no podíamos ir, más allá de la carretera, pero por alguna razón cruzar el lago --congelado-- y llegar a las ruinas no parecía representar peligro alguno. Me gustaba tirarme bocarriba sobre la nieve, escuchar los ruidos de otros adolescentes que caminaban por el bosque. En el centro de las ruinas había una habitación sin techo. En aquellas fechas, cuando se podía cruzar el lago, el cielo siempre era blanco y nublado y era lo único que podía ver desde mi posición en el suelo. En ocasiones un ave cruzaba el paisaje. Las espinas que rodeaban la construcción, y que necesitábamos atravesar para llegar a ella, no lastimaban pues se rompían con nuestros rompevientos. La memoria me dice que alguna vez vi un venado entre esas ruinas, pero no estoy seguro ya. Tampoco estoy seguro de si era verdad o no que el colegio para niñas también albergaba un hospital para tuberculosos, comos nos habían dicho. El frío quemaba las orejas, las mejillas. Dios con Mayúscula, ya pasa una década de esto.
Adoro la precisión del adjetivo que usa Eggers al inicio de su memoria, A heartbreaking... para referirse a los árboles de invierno, con sus ramas "caligráficas". Y la descripción que hace Tobias Wolff en su Old School para hablar del internado que, al igual al que se alberga en mi memoria, parecía, a la distancia, un grabado ilustrativo en un libro para niños.

Convergencia


Quiero ver Garden State (2004) de nuevo. Arriba una fotografía de Peter Sutherland --cuyo trabajo, algo de su trabajo, acabo de conocer hace unos momentos, gracias al director de la revista de arte Néctar, Óscar Benassini. Cosa que sé suena muy mamona, pero en realidad es muy sencilla y buena y alegre.

Thursday, February 01, 2007

Los viejos

Miran al horizonte pensativos, con sus carnes colgantes, preguntándose si aún pueden hacer un poco más. Amargados. Alegres. Abandonados. Expectantes. Conscientes. Se reúnen en espacios seguros, aclimatizados o que ya conocen --a la perfección, el nombre del cantinero, el tiempo que tarda el platillo en llegar, las salidas de emergencia y el mejor momento para retirarse. La experiencia les brinda el aire de sabios pero ellos lo saben bien, el frío terror que se encuentra bajo sus carnes y que ha crecido desde que tenían veintiseís. Dieciséis. Veinticuatro. Cuando cobraron conciencia de su finitud y su incapacidad de crecer. Se llaman Estéban. Mauricio. Guillermo. Mamá Jué. Les ponen atención pero saben que ya no funcionan. Les brindan ayuda, porque están ahí. Se mueven elegantemente, con lentitud y desgracia, con el tiempo contado, una y otra vez, en las largas horas del baño. Duermen menos y pasean por las calles. Se pierden, a veces. Se molestan con las películas. Con lo nuevo. Con el frío, el ruido y el calor. Entran y salen de quirófanos, alegres y sorprendidos (siguen aquí). Se reconocen en los pasillos y en las plazas. Se bolean los zapatos mientras leen el periódico. Sostienen en sus hombros a todas esas cabezas jóvenes, que parecen estar agradecidas pero sobretodo se encuentran desesperadas, atentas a lo que viene, a la decepción.
Observo los canosos cráneos de Bill Murray y David Letterman en el televisor. Parecen contentos consigo mismos, exitosos, suprimiendo esa perversa combinación de estoicismo e ironía. Deberían darles algún uso, pienso, o destruirlos, a estos sabios ancianos, que se ríen con esos limpios dientes. Pero no esto. No así. No sonriendo, haciendo bromas sobre el Super Bowl.