Friday, October 27, 2006

Lo más divertido de Nietzsche son sus bigotes

Después de comer subí a mi cuarto. Mi padre acostumbra tomar siestas ahí pues es el más oscuro y fresco cuarto de la casa. Estaba tendido en la cama, deseando, tal vez, conciliar pronto el sueño para poder regresar pronto al trabajo y, por ende, no ser molestado por nadie. Pero soy su hijo. Y como todos los hijos, he venido al mundo para hacer que su padre sufra. "Papá", le dije tomando una pluma, "te voy a pintar unos bigotes". Mi padre me vio con una ya familiar combinación de ternura, hastío y resignación: "No lo hagas". Pero soy su hijo. "¿Si me los pinto yo, te los puedo pintar?" Dudó un momento: "No. Bueno, sí". Ya me han engañado de esta forma antes. Mariana, en una ocasión, consiguió que me pintara, yo solito, unas barbas con pluma indeleble. Y luego ella se negó a hacerlo, como había prometido. Esto es así porque mi novia es más inteligente que yo. Mi padre, por otro lado, está cansado. Empecé a pintarme los bigotes. Mi padre comenzó a reírse. Porque, verán, todo esto es muy cómico. Luego le dije: "Te toca". Y se quedó muy quieto, sonriendo, tendido en mi cama mientras pasaba la pluma por su rostro, formando un bigote muy fino, aunque no tan distinguido como el de Dalí.
Mis hermanas también lo encontraron muy cómico.
Sospecho que en realidad la gran razón por la que mi padre se dejó pintar bigotes y mi novia no es que, sencillamente, los hombres se ven mejor con bigote que las mujeres. (Escucho a Rivera Garza gritar desde un rincón, con su "kit" de mujeres barbudas, no feministas, en alto). O tal vez porque cuando se lo propuse a mi novia íbamos en el auto y no había agua cerca (cuando me bajé al menos dos familias me vieron con cara de pobre niño tonto). A veces abro los ojos y veo el mundo en rededor mío y me lleno de una alegría que me infla e ilumina como si fuera un núcleo de fuego, un eterno sol naciente.

Yeah Yeah Yeah!

El miércoles rockeé como si no hubiera un mañana. Lamentablemente, lo había. Hoy, dos días después, aún me duelen las rodillas y el cuello. ¡Cómo caen los imperios a nuestro rededor!

Wednesday, October 25, 2006

Confianza plena en mi sexualidad

¿Está gay si me doy besitos en el espejo?

No quiero sonar como un sabelotodo

Supongamos que decide que odia la "ironía"; la echa por la borda, pero ahora ha perdido el sentido del humor.
Zadie Smith.
Cuando opino, pues en ocasiones opino, termino en la nada cómoda posición del defensor de mis opiniones. Esto es: cuando opino y las personas ponen atención. La mayor parte del tiempo consigo opinar de manera que nadie se lo tome en serio. Es fabuloso. No quiero sonar como Sócrates, pero es verdad que preferiría reconocer que no sé nada. Lo malo es que creo que sé algunas cosas. Nota: me molestan los sabelotodos. Me molesta la posición de defensa, también. Me molesta el vago triunfo glotón de tener la razón: cuando reconozco una de mis fallas, cuando veo que la he superado, entra otra por la puerta trasera. Otra imagen: invito a la ironía a casa, le digo lo que está mal con ella, le digo "Ironía, el problema contigo es que dañas la capa de ozono; eres una mala persona; una copia pirata del sarcasmo y aunque todos quieren contigo, nadie te quiere", y pateo a ironía en los ovarios y la dejo tendida en la sala, llorando. Yo, comienzo a dar vueltas en son de triunfo, canto una canción, bebo hasta volverme torpe y le doy cinco, en son de festejo, a la persona que me ha acompañado durante todo este tiempo --ese nuevo vicio, la falta de humor.
Es difícil.
Estoy escribiendo un texto a cuatro manos. Las otras dos son de Zagal. Esto no es ninguna novedad, lo hemos hecho antes. Pero ahora es difícil. Estamos avanzando aporéticamente. Sí, avanzando, después de todo; pero el proceso, Dios. Lo difícil, en mi caso, es decir que tengo razón. Pero también se me dificulta reconocer que no la tengo. Esto es cuando discutimos un punto en el que tenemos posturas encontradas. Entonces, ah, hago esa pequeña trampa, ese gran escape, ese gran alivio: pienso en la muerte. Y luego, pienso en el gran esquema de las cosas. Simultáneamente, pienso en la entropía universal, en el progresivo avance de la descomposición y todo me da igual.
(Pero luego digo: oh no, eso es como reconocer que no sé nada).

Monday, October 23, 2006

Identifíquese

Los bancos tienen un problema conmigo. No les agrada que firme de la manera en que lo hago. Cuando firmo un cheque, lo firmo yo. Esto no, sin embargo, no computa. Los bancos preferirían que cuando firmo un cheque no firmara yo sino un sujeto completamente monolítico e impasible, incapaz de cambiar, de tener errores, de tener la misma intensión siempre pero distintos resultados. Sucede que, a ojos de los bancos, mi firma no siempre es mía, en ocasiones no se parece a mi firma --misma que tienen registrada en algún lugar. Pero si algo me hace aquello que soy, es precisamente la posibilidad de firmar, en ocasiones, con algunas diferencias. No me gustaría caer en el vértigo, que atrae tanto, del equivoquismo; pero debo decir que la razón por la que en ocasiones les regresan cheques firmados por mí, es por la diferencia.
Eso, o no tengo fondos.

Friday, October 20, 2006

De esas convergencias que dan envidia



Kevin Deutsch mandó esta convergencia al concurso de McSweeneys. Arriba, Arafat en 2004 rodeado de médicos, un día antes de viajar a París para tratamiento. Abajo, el poster de la película de Anderson, sobre ese Ahab de nuestro tiempo.

Thursday, October 19, 2006

Cansado de estar cansado de ustedes

Caminas con una mochila en la espalda, un par de cuadernos en la mano, un libro de Dostoievksi y una antología de diarios. Te llamas Guillermo. Mides poco. Comienzas a calvear. Adviertes que cada vez que estás callado y caminando, cuando ves a las personas en un gesto familiar, piensas, pero no dices, la palabra "ridículo". Ves a un muchacho con gafas oscuras, piensas "ridículo". Otro tipo, con mucho gel en el pelo. Piensas: "ridículo". Dos ancianos caminando, de la mano: "ridículo". Te odias a ti mismo por pensar "ridículo" cada que ves a alguien en tu camino. Entonces, ves a una niña caminando en tu dirección ocupada en la tarea de patear una botella de plástico. Alcanza a otra niña. Estás a punto de pensar "ridículo" pero en seguida ves lo que le entrega en la mano: una tortuga. Quieres pensar "ridículo" pero estás, más que nada, asombrado. Entonces piensas: "simios", que es la otra palabra que a menudo utilizas cuando observas a la raza humana, a tu raza. "Simios", todos ustedes. Sigues pensando en esto, en cómo intercambias en ocasiones la ya bastante usada palabra "ridículo" con la otra, "simios", al momento que entras a la universidad y miras a trece viejecitas, todas de apariencia cansada, todas de pelo cano. Parecen clones. Querrías decir "ridículo" o "simias", o pensarlo, pero lo dejas pasar.

Monday, October 16, 2006

La vida es dolorosa y decepcionante


¿Qué necesita uno para detestar la vida aún cuando se está paseando agradablemente por la costa californiana? ¿Qué tipo de hombre se necesita ser para que los demás siempre estén pendientes del momento en que, seguramente, romperemos en llanto o comenzaremos a despotricar contra las religiones más estúpidas, las religiones monoteístas, contra la igualdad más democrática, contra la manera en que está organizada el mundo? Se necesita ser Michel Houellebecq. Se necesita ser este hombre de cuarenta y tantos años, con implantes rojizos en la frente, para poder realmente apreciar en todo su esplendor y tedio a la pornografía. Se necesita ser este francés con puntas amarillas para comprender que el gran atributo de Lovecraft es su materialismo, su racismo, su carencia de virtudes literarias. Se necesita, en fin, ser un hombre moral para ver que uno escribe sólo en la medida que detesta la vida.
¿Humor? El humor, como lo es el amor a la justicia, sólo es un paliativo. El humor, en nuestra transacción corriente, sólo es una muestra más de que el motor de nuestras vidas es el odio y el sarcasmo. O como escribe uno de sus comentadores norteamericanos, Sam Lipsyte, "Someday there might exist a race of happy clones who will have no use for bumper stickers or the jokey pessimism they declaim". Tal vez. Algún día. Mientras, el escándalo.

Friday, October 13, 2006

Obsesión Moleskine

Como supuse que pasaría, ya no consigo cuadernos Moleskine en México. Afortunadamente, soy como una ardilla que almacena nueces, como la cigarra de la fábula, como un norteamericano en un bunker, con latas de conserva. Mis padres regresaron de viaje este fin de semana, después de estar tres semanas fuera. Además de regresar sanos y salvos, lo hicieron con siete nuevos cuadernos Moleskine bajo sus brazos. "Pesan mucho", me dijeron.
A la obsesión que tengo por mis cuadernos (que sí, en ocasiones sobo de manera casi obscena, morbosa y pecaminosa) añado la que tengo por la cetrería. Esta última, debo decir, está mucho más a raya (no estoy interesado, por lo pronto, en aprender este arte ni en comprar capuchas para aves de rapiña, ni guantes ni correas avícolas), aunque en ocasiones se cuela en mis lecturas. Por ejemplo, hace poco anoté en mi cuaderno Moleskine que utilizo como diario lo siguiente, que tomo de Rimbaud el hijo, de Pierre Michon:
"Y probablemente él amaba y practicaba la poesía, pero a la manera de los hombres apasionados por la caza, por los libros de caza, bellos relatos otoñales con plumas y sangre, altos vocablos de montería, de cetrería, cuernos de caza sonando en un rincón del bosque, como si un ángel los tocara; pero que apenas tienen un fusil en la mano y la liebre salta a sus pies con sus expresivas orejas, se ponen a temblar, cierran los ojos y tiran a ciegas. Y cuando vuelven dicen que la caza fue buena".
Decir que no experimento así la literatura ya es decir que la "caza fue buena". No hay manera, por supuesto, de saberse un escritor con ciertos límites sin, a la vez, decir que la "caza fue buena".
Entre mis obsesiones está 1) la fragilidad de la carne, 2) la moral, 3) los límites de las palabras, 4) la prudencia y 5) la posibilidad de ser original. Estas cosas son sobre las que escribo. Caray, si en lugar de la cetrería fuera el bricolaje (otra palabra que me gusta exclusivamente por cómo suena, como batahola), me temo que encontraría manera de que las reparaciones y el trabajo de carpintería, fueran el vehículo de estas cinco obsesiones. Sí, al final de un día de escritura diría que las reparaciones fueron útiles, o que la fiesta estuvo buena; pero siempre, me temo, sería por accidente. No sé porqué me llama la atención la cetrería, porque caí en ella o decidí que era el medio apropiado para mis obsesiones. Y digo que se me hace extraño pues al final lo que me preocupa son aquellos cinco puntos. Es algo que debo pensar.
Además de los cuadernos mis padres me consiguieron los dos primeros tomos de Radiaciones. Estoy muy contento.

Wednesday, October 11, 2006

Nueva Fabulosa Convergencia


Hace tiempo, cuando McSweeneys todavía no era esa maquinaria fabulosa en la que uno puede confiar cuando busca cosas buenas hechas con talento, sino que aún era una revista que tambaleaba en un mar de sorpresas y que siempre parecía estar a punto de ser tragada por el mismo monstruo juguetón que la había creado, Wescheler, autor de múltiples convergencias (algunas de ellas recopiladas en su libro Everything that rises: a book of convergences), fue invitado por la alegre gente de McSweeneys para editar un número de su revista, el #8. Este mismo honor lo han experimentado escritores como Michael Chabon (Wonderboys) y artistas como Chris Ware (Jimmy Corrigan, the smartest kid on earth y Quimby the mouse).
Una de las primeras McSweeneys que compré fue precisamente el número ocho, ilustrado por Marcel Dzama. Como a la mitad del número, Wescheler introdujo un ensayo con un titulo muy a la Pierre Michon, Fathers and daughters, en el que a partir de una serie de fotografías de Tina Barney disertaba sobre las relaciones paternales y filiales. Es un ensayo magistral. Las fotografías de Barney, también. La de arriba, tomada en 1997 a Peter y Marina es parte de una serie que abarca varios años. Hoy, al concurso de las convergencias, una Laura Myers muestra las similitudes, los parecidos de familia, entre la mirada de Marina y el retrato que John Singer Sargent hizo a una Lady Agnew of Lochnaw, de 1892. ¡Miren esa mirada! ¿No es una de esas miradas que desarman con su ironía y paciencia impaciente? En palabras de Wescheler, una mirada "self-assured, ironic, a drowsy-lidded gaze freighted with entendres and double entendre".
Yeah.

Feliz Cumpleaños

Estimado L.X.L.F., espero cumplas muchos más. Y perdón de nuevo por olvidarlo. O desconocerlo. Haré ese depósito a tu cuenta maestra pronto. Saludos.

Monday, October 09, 2006

Página 1, la estafa de librerías Gandhi.

Estoy enojado con las librerías Gandhi. Ha sido, por supuesto, un error desde el principio haber permitido que Gandhi me sedujera con sus descuentos, sus anaqueles limpios y corredores bien iluminados, con sus asistentes hippie de Zara y sus tazas de café. Pero ésta será la última. Porque, librerías Gandhi, deja te lo digo: ya no compraré más libros en tus librerías. No, libros, esperen, esto no es en contra de ustedes. Los amo, lo saben. En ocasiones con un amor malsano, desbordante y adictivo. Pero amor nontheless. Pero jodidas librerías Gandhi, el otro día confundí el abrazo frío que me otorgaban con uno de verdad, uno de cuates; uno en forma de un "Sistema de retribución a clientes" similar al que poseen las librerías de El sótano, uno parecido al de Cinemex, por ejemplo. Pero no. Era una patada en el culo. Una vil estafa. Un "paga 150 pesos por tu tarjeta de cliente frecuente" que fácilmente podría traducirse en "danos 150 pesos por nada a cambio". ¿Nada a cambio? Bueno, ahora me llega más Spam a mi cuenta de correo. Y me regalaron un bonito separador de metal (150 pesos). Y algo de sabiduría, supongo: Jamás confíes en Librerías Gandhi.
Jamás.
Te arrastrarán y humillarán.
Te engañarán y te pedirán que pidas perdón.
Entrarán a tu casa, te golpearán y violarán a tu hermana, matarán a tu perra y se comerán todo lo que haya en la nevera.
¿Saben a cuánto equivale seiscientos puntos Gandhi en pesos? A veinte pesos. Treinta centavos el punto. ¿Te dicen esto al momento en que pagas por tu tarjeta de Página uno? Por supuesto que no. ¿Te dicen que debes utilizar tus puntos antes del año pues de otra forma se pierden a menos que vuelvas a pagar cientocincuenta pesos? No, no te lo dicen. Lo que te dicen es que ésta es una buena idea, cuando en realidad no lo es. O tal vez lo es, pero no para ti.
Maldita, maldita, maldita Gandhi. Ahora compraré mis libros en El hallazgo. O en El Sótano. O en El FCE. O en El Parnaso. O en El Péndulo. O Torre de Lulio. O en las librerías de Donceles. Aunque sean pequeñas, desordenadas, oscuras, lejanas o apestosas. Estoy seguro de que serán honestas.

Thursday, October 05, 2006

Más sobre Cuaderno Salmón

En la nueva Letras Libres (Octubre 2006, Año VIII, Número 94, 50 pesos) hay un texto de Fabio Morábito --en la sección Letras, Letrillas y Letrones-- sobre el primer número de esa gran revista que es Cuaderno Salmón. El texto de Morábito es el mismo que se leyó en la presentación de Cuaderno Salmón, allá en el MUCA Roma (la colonia).
En el texto se discute: un texto sobre crítica escrito por Lemus, algunas bondades de Salvador Elizondo, las cualidades reproductivas del salmón, lo que constituye "ir contra la corriente", algunas menciones a David Miklos y lo que significa que ésta revista sea, sobretodo, un cuaderno. También se habla sobre los delfines.
Hay algunas otras cosas interesantes en la revista ésta, Letras Libres. Digamos que como de la página 53 en adelante. Lo demás está de hueva.

Wednesday, October 04, 2006

Convergencia



Clint Roenish, de Toronto, Ontario, mandó esta convergencia al concurso de McSweeneys hace un par de días o semanas. Debajo de la fotografía, que apareció en las noticias, sólo escribió: "Una exhausta Samantha Whiteside, con sus goggles en mano, es depositada en una camilla momentos después de completar su maratónico nado de 52 km a través del lago Ontario. De dieciséis años, y habiéndose sometido a hidroterapia durante su niñez para superar su artritis, estuvo sólo 71 segundos debajo del record de 1972, establecido por Cindy Nicholas". La pintura, obviamente, es del Greco.

Tuesday, October 03, 2006

Tolstoi

Querida bitácora electrónica, tengo a Zagal aquí enfrente. Pone cara de desentendido porque le estoy leyendo esto a la vez que lo redacto (él finge trabajar en una minuta y me pide por favor que no lo distraiga pero no puedo evitarlo porque es lo que se dice la mar de divertido). Total Total que Zagal y yo --le choca, por cierto, que le diga Zagal-- estábamos platicando sobre diarios, memorias y autobiografías. Le dije: Caso curioso el de Tolstoi, ¿no crees?, que llevaba un diario y además un diario falso pues sabía que su mujer leía su diario cuando Tolstoi lo dejaba por ahí. Es un poco como en las películas, cuando el detective da el volantazo para perder a sus perseguidores. Sí, me dijo Zagal, yo conozco a un amigo que pretende hacer eso con su bitácora electrónica. Héctor tiene la rara costumbre de hablar conmigo sobre mí como si yo no estuviera en la misma habitación. No sé por qué hace eso.

Monday, October 02, 2006

Dejar de escribir


Jamás he leído la poesía de la poesía encarnada, de Arthur Rimbaud. Sé, ahora, que su madre no era una buena madre y que su padre era un hombre ordenado, amante de la aventura. Sé, también, que ésta no es la fotografía más famosa de Rimbaud y que la más famosa, en realidad, prefigura mucho mejor los espacios abiertos por los que caminaría, años más tarde, cuando trafique armas en África, cuando en su escritorio ya no se encontrará a Virgilio ni Víctor Hugo, ni en sus amigos a Verlaine, o en sus profesores a Izambard. Esta fotografía, sin embargo, explica por qué, tal vez, le llamaban "cochino santurrón", en la escuela. Explica todas esas tempranas distinciones, esos dos años en los que cumplió, al menos, cuatro cursos escolares. Pero busco sus poemas, en internet, por ejemplo, y no puedo con ellos, no en internet; necesito El barco ebrio en mis manos. Pero sé que incluso entonces diría no, poesía. Poesía no. No mientras sepa que Rimbaud, en otras fotografías y en vida, llevaba el pelo largo y se ensuciaba la cara, se emborrachaba y Dios mío, ¡vendía armas en África!, no a la poesía si sé que murió a los treinta y siete años, que se acostó con Verlain, quien era horrendo, que su casa fue un harén de varias razas, que pidió una confesión y morfina el día de su muerte, pero no poesía.
Pero todavía no puedo forzarme a mí mismo a dejar de escribir.

Pendientes

Lector, tú bien conoces al delicado monstruo.
Baudelaire.
Mejorar mi ortografía, tener mayor cuidado con la bitácora, continuar la novela, revisar la otra novela, escribir esos tres cuentos que se me ocurrieron en el fin, darle gracias de nuevo a Mariana por las ocurrencias, terminar el ensayo, terminar, algún día, de leer a Chautebriand, terminar Infinite Jest, Moby Dick, La cartuja de Parma y los otros libros que me esperan, comenzados, en el librero, pero también los que me esperan, nuevos, en el librero; no comprar nuevos libros hasta terminar aquellos; pedirle un nuevo recibo a la secretaria, entregárselo a D.M., hablarle a D.M. para preguntar cómo sigue, regresarle el libro, que ya terminé, a Adriana, darle continuidad a El Inquilino, escribirle a Zárate, en Mérida, limpiarle las orejas a Refu, darle más Keflex, llevarla mañana, después de su paseo, al veterinario; entregar la tarea del seminario en la UNAM (para mañana), calificar los trabajos de la preparatoria, preparar la clase de ética, hablarle de J.H., comer mañana con L.L., leer la nueva Letras libres, escribirle a la gente de McSweeneys para ver qué pasó con el nuevo número que todavía me deben, ver qué onda con el Ipod de Mariana --si se pueden o no pasar las canciones. Mandarle el texto a la Tempestad. Escribir el texto de la Tempestad. Tomar un café por la noche con Zagal, entregarle Las confesiones, pedirle de vuelta Fight Club, regresarle los libros que me prestó (leer los libros que me prestó). Escribirle a mis padres, preguntarles cómo les va. Hablarle a mi hermana el día de su cumpleaños. Hablarle a mis amigos, preguntarles cómo están. Levantarme temprano. Ordenar mi escritorio, lavar mi auto, recoger mi licencia de conducir, ver qué onda con lo de los impuestos, ver qué onda con lo de la beca, ver qué onda con lo del libro de cuentos. Hacer estas cosas con buena cara, evitando el tedio, ese delicado monstruo.