Good for the production of literature, good for barroom conversation, good for the soul. Chaos!
Michael Chabon.
Cuando terminé la última página de Wonderboys tenía ganas de que el libro ardiera en llamas. También pensé que sería justo enterrarlo en la arena. Era ese tipo de libros. Pues, verán:
Existe una película basada en la novela. Salió en 2000. Como es común, y como seguro le intereserá saber a mi amigo Mauricio Marín Ykall (obsesionado con las novelas que se vuelven películas) se perdieron varios de sus elementos, especialmente las subtramas ramificadas a lo largo de la novela de Michael Chabon (es un maestro en esto de las redes y ramificaciones, esas supuestas digresiones). De este autor norteamericano ya había escuchado hablar principalmente porque fue el editor invitado del décimo número de McSweeneys. El número está dedicado a las historias fantásticas, en la tradición de Lovecraft o Poe.
De este volumen, son memorables varias escenas, como aquél elefante que es sentenciado a morir bajo la horca, o el monstruo marino del Polo Norte. En fin: historias que sugieren un vacío siniestro, un mundo oscuro detrás del nuestro, con seres más antiguos, inteligentes y crueles que nosotros --que constantemente luchan por entrar a nuestra realidad. Este tipo de historias, he aprendido, es una de las obsesiones de Chabon. Entre las varias cosas que pierde la novela en su versión cinematográfica está, precisamente, la fijación que tienen casi todos los personajes por un escritor de culto que emulaba a Lovecraft: el ficticio Albert Vetch quien firmaba siempre como August Van Zorn.
En realidad, dicha pérdida no afecta demasiado la versión cinematográfica (de hecho, me parece que estuvo nomiada a un Oscar por Mejor Adaptación o Mejor Guión Basado en Material Ya Publicado). Albert Vetch, a veces August Van Zorn, no es el centro oscuro de la novela, como lo es la poeta Tinajero para Los detectives salvajes ni el Archimboldi de 2666. Albert Vetch, a veces August Van Zorn, es el centro oscuro de Michael Chabon. Sin duda Wonderboys posee, en su trama, una pizca de autobiografía (como su protagonista, Grady, Chabon sufrió por una novela a la que invirtió mucho tiempo, una novela que no podía terminar, un bloque de hojas que se expandía sin fin y que al final se vio obligado a abandonar). Pero el verdadero tema, la verdadera obsesión que permea de la vida Chabon es la del escritor y su doppelgänger, ese oscuro hermano gemelo. Ese Viejo Cabrón. Escribe Chabon:
Q. was talking about the nature of the midnight disease, which started as a simple feeling of disconnecting from other people, an inhability to "fit in" by no means unique to writers, a sense of envy and of unbridgeable distance like that felt by someone tossing on a restless pillow in a world full of sleepers. Very quickly, though, what happened with the midnight disease was that you began actually to crave this feeling of appartness, to cultivate and even flourish within it. You pushed yourself farther and farther and farther apart until one black day you woke to discover that yourself had become the chief object of your own hostile gaze.
Otra de las cosas que cambian de la novela a la película es el nombre del perro de los Gaskell: de Doctor Dee a Poe, el escritor quien confiaba fatalmente, o al menos así es el mito, en las cualidades creativas del alcohol. ¿No hay un poema que Lovecraft le dedica a Poe? Sí, lo hay. Aquí un fragmento:
Un espectro camina solitario y callado
senderos que sus pasos caminaron en vida;
no lo miran los hombres, mas en ese legado
habita en la extrañeza su prosa esclarecida.
Pero sólo unos cuantos que saben de misterios
pueden mirar su sombra vagar por cementerios.
Como si saber de misterios fuera una virtud. Hay una lección en Wonderboys, así como la hay en Los detectives salves (me temo que no es así en 2666). La vida literaria, caótica, parece ser efectiva en términos creativos. Nuestro otro siniestro, adepto al mundo de lo uncanny, ese Viejo Cabrón que se empecina en sabotear y arruinar nuestra vida consigue hacernos creer, también, que lo hace en nuestro beneficio. En suma, que sabemos muy bien cómo engañarnos. Pues el doppelgänger del escritor es el escritor mismo.