Sunday, June 15, 2008

El día de la piedra

Temo que con esta entrada estoy traicionando el sentimiento de complicidad que experimenté durantes varias horas el sábado pasado. Pero igual me siento obligado a contar esto. Se trató de un sábado que inició de un modo bastante inocuo: como si fuera un día más de la semana, conmigo y el resto de los compañeros de la redacción sentados frente a nuestras computadoras, en la oficina, por la mañana. El sol brillaba, los pájaros cantaban y nosotros estabábamos encerrados en el trabajo. Pocas cosas, entre las que se cuentan esto o encaminarse al aeropuerto o levantarse en un hotel el día del check out, nos predisponen a imaginar el día como parte de una serie ininterrumpida de perezas cotidianas. Pensé: más tarde, al salir de aquí -de la oficina- después de adelantar pendientes del cierre de edición, comeré. Iré al cine. Leeré. Haré estas cosas que me son familiares, que no presentan sorpresas y que por tanto son tan inofensivas como destructoras.
El día, imaginé, sería parte de la sucesión de las semanas que lentamente nos matan. Cuando uno se enfrenta a un panorama así... no, cuando uno se deja llevar por un panorama así lo que debe hacer es procurar que otros, como uno, sean arrastrados por la imbecilidad del día a día. No será una caída en llamas, pero al menos caerán otros con nosotros. Así pues, le llamo a un amigo, Eduardo Charpenel, para que nos aburramos mutuamente, intentando entretenernos. Le digo: después de comer, ya que salga del trabajo, vamos al cine. Sí, me dice, pero entonces me dice que antes quiere enseñarme algo. No puede decirme qué es, pues no quiere arruinarme la sorpresa. Comienzo a sospechar que es una broma o un engaño. O peor, que lo que me enseñará será algo que sólo lo sorprendió a él pero que no conseguirá sorprenderme a mí. Aún así su entusiasmo me deja picado. Y no sé si hacerles más largo el cuento. Ahondar en sus descripciones vagas. Decirles lo que comí y el tiempo que pasó antes de que finalmente lo viera.
Cuando finalmente pasé por él, se limitó a decirme que ignoraba si debía o no decirme más de lo que él ya sabía. Verán: esta historia, la historia del día de la piedra, es más la historia del modo en que contamos nuestras historias, la forma en la que preparamos una narración para llevarla hasta el chiste. Es el tipo de cosas que le dan sal a la vida. La historia del día de la piedra es la historia de la duda que hemos puesto en nuestra capacidad de asombrarnos. Lo hemos visto todo y como lo hemos hecho Eduardo sabe que debe indicarme exclusivamente el camino que debo tomar -cuando paso por él, una media hora antes de ir al cine- pero no decirme qué es lo que vamos a ver ya que tomemos ese camino. Sólo me suelta un "es un pedazo de irracionalidad". Lo cual, francamente, viviendo en el DF es algo que tampoco habría de sorprenderme. El absurdo es el eterno vecino, aquí en el DF. Sin embargo, me impresiona su decisión en mantener la sorpresa. Debe ser (imagino) algo realmente inquietante. Mientras nos encaminamos, me asegura que este es el mismo método que aplicó su padre cuando, por la mañana, le enseñó lo que me iba a enseñar a mí. Comencé a percatarme de que era, a cada momento que pasaba, el elemento de una narración que comenzó antes de mí y que continuaría después de mí. Así, cruzando las calles del Pedregal, Eduardo finalmente comenzó a develar el misterio. "Según mi papá", dijo a un par de cuadras antes de llegar a la calle donde estaba lo que quería enseñarme, "fue un acto de celos".
Cuando dijo esto, pensé: Seguro me va a llevar a la casa de una vieja a la que le pintarrajearon el zaguán con frases tipo "pinche zorra, ¿por qué me dejaste?". Algo así, imaginé. No sería la primera vez que viera algo así (recuerda cuando en el edificio cerca de donde una amiga vivía alguien escribió, con aerosol, que ahí vivía alguien infectado de SIDA). Pero no, la historia era delirante: "Y el güey, a quien dejaron, le encargó a unos tipos que se dehicieran de su mujer de un modo en el que no pudiera haber modo de que rastrearan el trabajo a él. Y entonces, una noche lluviosa llegaron con una grúa--" Cuando Eduardo estaba diciendo esto, o algo parecido a esto, di la vuelta en la calle donde me indicó. Y entonces la piedra sobre el coche:
Supongo que Eduardo, desde el principio, sencillamente pudo haberme dicho "Te voy a llevar a ver una roca sobre un coche". Pero se tomó su tiempo, el chavo. Creo que empecé a cagarme de risa pues no recuerdo muy bien el final de la historia que me estaba contando -algo de que los tipos no se dieron cuenta de que la tipa ya no estaba en el coche porque estaba lloviendo mucho y en fin, algo absurdo, inverosímil. Pero igual, la piedra estaba ahí, encima del coche.
Bajamos para que yo viera más de cerca el coche y vi que, en efecto, dentro estaba una red metálica con la que colgaron (imagino) la piedra en la grúa antes de dejarla caer sobre el coche. Por favor, noten que alguien pintó una carita sobre la piedra, como pueden ver abajo (también noten a Eduardo, feliz de su descubrimiento).
(Por la mañana le enseñé estas fotos a mi familia; se veían sorprendidos pero no tan sorprendidos; quizá porque son fotos y no lo vieron de, pues, primera mano; ver la guerra en la tele, ya se sabe, no es lo mismo que estar entre los balazos)
Más tarde fuimos, sí, al cine. Vimos la de Shyamalan. Está buena. Al salir, en fin, yo no podía dejar de pensar en la piedra sobre el coche -de hecho, ninguno de los dos podía parar de hablar al respecto- y le hablamos a un cuate que, sabíamos, estaba pasando mucho tiempo dentro de su propia cabeza, con la intención de sacarlo de su departamento para que viera la piedra y se riera y se distrajera. No contestó el teléfono pero igual le marcamos a una amiga para llevarla a ver esto. Estaba ocupada, nos dijo. Pero se insistió en que era inaudito lo que queríamos enseñarle. Y supongo que la gente reconoce la verdad cuando uno se la dice pues, sin pensarlo mucho, nos pidió que pasáramos en unos minutos y pasamos y, en efecto, estaba muy ocupada discutiendo algo con un amigo suyo a quien, ¿sobra decir?, no conocíamos. Pero igual lo invitamos para que nos acompañara y lo viera también. Ya era de noche. Y ya comenzaba a sospechar que esto le iba a hacer daño a mi vida. Esta piedra, este pedazo de irracionalidad, comenzaba a hacer que yo viera las cosas de otro modo. Finalmente fuimos y el amigo de la amiga dijo que él ya había escuchado hablar de esto y entonces pensé: ¿y si alguien deliberdamente puso esa piedra ahí para provocar la creación de historias? ¿Qué tal que es parte de un proyecto artístico, digamos, en el que se procura inventar rumores?
Pensé en lo que nos contaban el otro día en la oficina, sobre aquél proyecto que se presentó en el museo Eco donde un artista hizo como que detonaba una bomba con la intención de provocar miedo a los vecinos -cosa que consiguió y, sin medir las consecuencias (hubo histeria y ventanas rotas) casi consigue que se clausurara el museo- y carajo, este post se me está saliendo de las manos, como se me sale de las manos la historia. No puedo dejar de escribir sobre esto. Me voy a volver loco. Y quizá sea preferible esto a que me aburra, no lo sé. Pero ahora quiero llevar a todos a que vean la piedra. Quiero que la historia de la piedra, como seguramente quiere Eduardo y como quiso su padre, esté en la calle, en boca de la gente, que se hagan playeras con La Piedra en el Coche estampadas, que se haga un Puesto de Tacos La Piedra sobre El Coche, que lleguen reporteros de TV Azteca a preguntarle a la tipa por qué dejó al tipo. Quiero que alguien se acuerde de Paco Stanley con asombro, del Clan Trevi con temor, que no se lleven pronto la piedra de ahí. Un asidero sólido, es lo que pido.

18 comments:

Guillermo Núñez said...

Óscar Benassini, que ya lo vio todo y nada le sorprende, me dice que es una obra de Fernando Ortega y que la lleva de lugar un lugar. Olvidemos, pues, a Paco Stanley.

Adriana Degetau said...

no olvidemos a paco stanley, que ya se va a celebrar aniversario de su muerte.
me gustó la idea de la piedra.

Adriana Degetau said...

sería lo mismo si fuera un Shadow y no un Spirit? o un Malibu? o un Neon?

Gabriela/undies said...

Jajaja un Spirit!

Yo sí aplicaría ese acto de despecho. Pero con el güey en cuestión adentro del coche.

Guillermo Núñez said...

Dice Óscar que siempre no, que era broma lo de Fernando Ortega, que me estaba mintiendo, que recordemos a Paco Stanley.

María (ahora en paz) said...

Muy buena entrada, Memo. La celebro, de verdad. Recuerda que te debo un álbum personal que bien puedes explotar en tu blog. Saludos!

Alejo Cava said...

Hoy fui parte de esta historia.

Anonymous said...

Memo, gran post.
Beso
-in

José Luis Leyva said...

Puta madre! que buena historia. Un saludo Guillermo.

Mariana said...

llermo, ¿es ciencia ficción? creo que alguien puso esa piedra para que otros creen arte... literatura.

Jaime Alberto Tovar said...

y en que parte esta la piedra memo? quiero ir a verla también!

El Reformador del Mundo said...

Yo ya vi esa piedra. Es lo inefable.

Falma Telemna said...

me acordé de mi hermano, que cuando vivía en mi casa, y hablábamos preguntando por mi mama, siempre nos contestaba que no nos la podía pasar porque estaba abajo de una piedra, abajo de un choche, lastima que seguro mi hermano no tiene nada que ver.
Apoyo la moción, ¿donde exactamente está la piedra? quiero verla.

Ambrosio Cajinas said...

Ya investigué...esa piedra es una mentira. ¡Qué lástima, tan bonita que era la historia que había tejido alrededor de esa mentira! No vuelvo a investigar cosas tan fantásticas: Jamás perdona el necio si ve la nuez vacía que dio a cascar al diente de la sabiduría

charp said...

La calle es Xitle 59, uno debe ir por Paseo del Pedregal y doblar en Risco, por el lado en el que hay una gran reja blanca, y doblar en la primera a la derecha.


Y no, por si se lo preguntaban, no estoy (tan) gordo, fue una jugarreta que me jugó mi sudadera.

Juan Manuel Escamilla said...

Eduardo me llevó con la misma treta ("Visita el blog de Guillermo para que veas algo que hicimos el sábado, que es imposible y hermoso, etcétera; yo creí que estaban embarazados) hacia el feliz desenlace de la Piedra Sobre el Coche.
Enorme.
La piedra.
Y el relato.
Felicidades, carajo.

Guillermo Núñez said...

Pardo, no mientas.

Anonymous said...

No es obra de Fernando Ortega. El autor es Jimmie Durham. Hace tiempo ya de este post, pero qué importa, la piedra sigue ahí.