Termino de ver Menschen am Sonntag (Gente en domingo, de 1930), no en la edición de Criterion sino en la que viene, gratis, con la compra del número 79 The Believer (marzo-abril, 2011) y que tiene una duración de una hora y unos 15 o 14 minutos. El número incluye una introducción a cargo de Jessica Winter, quien no tarda en señalar el pedigrí del filme: Billy Wilder escribió el escueto guión (autor de Double Indemnity, Sunset Boulevard, Some Like it Hot, The Apartment...), fue dirigida tanto por Robert Siodmak (The Killers de 1946 y Criss Cross de 1949) como por Edgar G. Ulmer, de quien Winter destaca Detour, de 1945. El asistente de cinematografía, se nos indica, fue Fred Zinnemann, futuro director de High Noon (1952) y From Here to Eternity (1953).
El filme, de acuerdo a lo indicado al inicio del mismo, sigue a un grupo de actores no profesionales (se presenta como un "experimento" y no se tarda en señalar que los intérpretes, al final del filme, han regresado a sus trabajos normales, como lo hacen los 4 millones de berlineses del año de 1930 al término de cada domingo que esperan con ansia, y como lo seguimos haciendo nosotros, hombres modernos, tras dejar nuestros papeles domingueros). Los no-actores también se desempeñan como trabajadores que descansan de sus trabajos en la realidad del filme: Christl, una actriz que quiere ser extra en un filme; Wolfgang, o Wolf, un vividor (en los créditos de la edición de Criterion se dice que vende vinos, y que, como el resto del reparto, se interpreta a sí mismo); Briggite, dependienta de una tienda de discos y fonógrafos; Erwin, un taxista y Annie, una modelo, que se la pasa el domingo tirada en la cama, a diferencia del resto, que tienen una especie de cita doble en un lago cercano a la ciudad.
El filme, de acuerdo a lo indicado al inicio del mismo, sigue a un grupo de actores no profesionales (se presenta como un "experimento" y no se tarda en señalar que los intérpretes, al final del filme, han regresado a sus trabajos normales, como lo hacen los 4 millones de berlineses del año de 1930 al término de cada domingo que esperan con ansia, y como lo seguimos haciendo nosotros, hombres modernos, tras dejar nuestros papeles domingueros). Los no-actores también se desempeñan como trabajadores que descansan de sus trabajos en la realidad del filme: Christl, una actriz que quiere ser extra en un filme; Wolfgang, o Wolf, un vividor (en los créditos de la edición de Criterion se dice que vende vinos, y que, como el resto del reparto, se interpreta a sí mismo); Briggite, dependienta de una tienda de discos y fonógrafos; Erwin, un taxista y Annie, una modelo, que se la pasa el domingo tirada en la cama, a diferencia del resto, que tienen una especie de cita doble en un lago cercano a la ciudad.
Los mejores momentos del filme se encuentran, a mi gusto, precisamente en las estampas de la ciudad real, alejados de la historia, a ratos chusca, a ratos definitivamente aburrida, que le da coherencia al grupo de imágenes: automóviles, trenes urbanos, niños riendo, señoras riendo, hombres riendo, hombres chapoteando en el agua, niños chapoteando en el agua, mujeres chapoteando en el agua, etcétera.
Winter recuerda que, por su momento histórico, de entreguerras, el filme evoca un vago anhelo, una especie de nostalgia anticipada: "...a Berlín se le está acabando la luz del día". Brigitte, hacia el final del filme, le pregunta a Wolf (quien ya ha acordado verse con su amigo Erwin para un partido de fútbol el próximo domingo) si se verán el próximo domingo, con, escribe Winter, unos "ojos hambrientos de una esperanzada anticipación y la despreocupada y joven creencia de que existe un futuro".
Esto que sigue es de "Domingo", una entrada en Las reglas del juego (1948-1955) de Leiris. Es un poco largo pero creo que vale la pena:
"Por mi parte, debo poner mucho cuidado en esto, porque tengo demasiada tendencia a instalarme en la desesperación, a decidir que ahí me quedo y luego no moverme ya; también demasiada inclinación -después de haber sido atraído, en primer lugar, por todo lo 'moderno' [...], todo eso me atraía porque me parecía situarse en el punto extremo de la época y que había para mí, tan rebelde ante la idea de que algún día ya no sería joven, una especie de necesidad de acercarme a las últimas creaciones de la época-, demasiada inclinación a huir románticamente hacia la edad de oro que representan algunas formas de vida pasadas, que pueden ser la infancia (la de antes de la edad llamada 'de razón') o el estado de inocencia que se atribuye (sin haberse metido demasiado en ello) a los primitivos aún no corrompidos por nuestra civilización, incluso a todos los que no participan en nuestro frenesí mecanicista. Si pudiera soportar el vacío y la inacción de un domingo perpetuo, quizás me conformaría con eso. Pero la inmovilidad (incluso la de la felicidad) ya no significa para mí más que monotonía, transcurrir de un tiempo uniforme sin accidentes que obstaculicen mi mirada [...] sin nada de pintorequismo, si no para cegarme al menos para atraer mi mirada e impedir que se dirija directamente a la muerte inevitable que me espera al final de la calle.
[...]
Hoy, finalizada la guerra en nuestro continente y terminada la ocupación, ya no hay nada frente a mí, ni muralla de fuego que atravesar ni puerta opaca que derribar, nada que se levante en mi camino y le impida ir directamente hacia el foso; de suerte que, quizás, jamás me he sentido tan desamparado".
Leiris, tengo algo que decirte: no te equivoques.
Winter recuerda que, por su momento histórico, de entreguerras, el filme evoca un vago anhelo, una especie de nostalgia anticipada: "...a Berlín se le está acabando la luz del día". Brigitte, hacia el final del filme, le pregunta a Wolf (quien ya ha acordado verse con su amigo Erwin para un partido de fútbol el próximo domingo) si se verán el próximo domingo, con, escribe Winter, unos "ojos hambrientos de una esperanzada anticipación y la despreocupada y joven creencia de que existe un futuro".
Esto que sigue es de "Domingo", una entrada en Las reglas del juego (1948-1955) de Leiris. Es un poco largo pero creo que vale la pena:
"Por mi parte, debo poner mucho cuidado en esto, porque tengo demasiada tendencia a instalarme en la desesperación, a decidir que ahí me quedo y luego no moverme ya; también demasiada inclinación -después de haber sido atraído, en primer lugar, por todo lo 'moderno' [...], todo eso me atraía porque me parecía situarse en el punto extremo de la época y que había para mí, tan rebelde ante la idea de que algún día ya no sería joven, una especie de necesidad de acercarme a las últimas creaciones de la época-, demasiada inclinación a huir románticamente hacia la edad de oro que representan algunas formas de vida pasadas, que pueden ser la infancia (la de antes de la edad llamada 'de razón') o el estado de inocencia que se atribuye (sin haberse metido demasiado en ello) a los primitivos aún no corrompidos por nuestra civilización, incluso a todos los que no participan en nuestro frenesí mecanicista. Si pudiera soportar el vacío y la inacción de un domingo perpetuo, quizás me conformaría con eso. Pero la inmovilidad (incluso la de la felicidad) ya no significa para mí más que monotonía, transcurrir de un tiempo uniforme sin accidentes que obstaculicen mi mirada [...] sin nada de pintorequismo, si no para cegarme al menos para atraer mi mirada e impedir que se dirija directamente a la muerte inevitable que me espera al final de la calle.
[...]
Hoy, finalizada la guerra en nuestro continente y terminada la ocupación, ya no hay nada frente a mí, ni muralla de fuego que atravesar ni puerta opaca que derribar, nada que se levante en mi camino y le impida ir directamente hacia el foso; de suerte que, quizás, jamás me he sentido tan desamparado".
Leiris, tengo algo que decirte: no te equivoques.