Ya se distribuye la nueva Plataforma. Abajo, mi columna para este mes.
No lea en el Metro
«Precaución, no rebase la línea de seguridad», leo. No se alarmen, por favor, con lo que diré a continuación. Pero he descendido al metro, y como muchos otros pasajeros, como en tantas otras ocasiones, estoy esperando. Mientras lo hago, se instala un paréntesis en mis preocupaciones cotidianas y pronto me encuentro en una especie de trance hipnótico que tiene aires de familia con el vértigo. Y no puedo apartar la mirada de la indicación, «…no rebase la línea de seguridad…», ni de los rieles, ni de la barra alimentadora de tensión y, por favor, por favor, no se alarmen, pero estoy pensando en el suicidio.
Estoy pensando, casi simultáneamente, si más tarde, ya en la oficina, podré encontrar el dato duro de la cantidad de personas que se arrojan a las vías del metro anualmente en la ciudad, y si es realmente algo que quiero saber. Y, también, ¿por qué lo hacen? ¿Preocupaciones económicas? ¿Perspectivas limitadas de vida?
Finalmente, el transporte llega y la veloz mole naranja de los vagones me arrebata del trance para detenerse frente a mí. En una de las ventanas, antes de subirme al vagón alcanzo a distinguir una calcomanía con el siguiente verso de Raúl Renán (Mérida, 1928): «Sólo a los ángeles les es dado pisar la línea, sin temor a caer». Recuerdo entonces la queja del cosmonauta Krikaliev, el hombre que ostenta el récord actual de permanecer más tiempo en órbita (contra su voluntad, a principios de la década de los noventa) y quien, en un comunicado desde la extinta estación espacial mir informó al Kremlin que le parecía «de pésimo gusto» encontrarse en la videoteca de la estación una copia de la película 48 horas, cuya trama gira alrededor de dos astronautas a quienes se les agotará el oxígeno en un máximo de 48 horas.
Es decir: me parece de pésimo gusto que utilicen ese verso de Renán precisamente en el metro.
La calcomanía forma parte de Poesía en Movimiento, una «iniciativa de la Secretaría de Educación del Distrito Federal para promover la lectura al interior del Sistema de Transporte Colectivo Metro», como se ha repetido en varios medios impresos y electrónicos. ¿Por qué querría la Secretaría de Educación del df que se lea en el metro? Porque, como aseguran los publicistas de la librería Gandhi (en otro proyecto publicitario –antes que lectores, no lo olvide, se buscan clientes- apoyado por este sistema de transporte), en su propia iniciativa, se trata del “lugar ideal para leer”. Pero no lo es. El lugar ideal para leer es un escritorio, con tiempo para hacerlo; quizá en una biblioteca, o en un estudio, en una cama, en un sillón, en casa.
El proyecto de la secretaría se desprende de Más Libros, Mejor Futuro, un programa que, de acuerdo con el secretario Mario Delgado, busca «sembrar la semilla de la inquietud a la lectura». A mí me parece muy bien preocuparse porque la gente lea. Se nos ha recordado hasta el cansancio (como se nos recuerda que no rebasemos la línea de seguridad): en México se leen 2.7 libros al año, en promedio, por persona. No me parece tan bien, en cambio, que se espera que leamos en el futuro. Cedamos la voz a García Ponce: «…nuestras instituciones culturales subrayan abiertamente su carácter didáctico, anunciando que su propósito es también preparar para el futuro; pero esa continua mirada hacia el futuro nos deja sin presente. Y, sin embargo, ese presente es el único que puede dar realidad a la cultura».
Amigo lector, ¿está obligado a leer en el metro porque no tiene tiempo, porque trabaja demasiado? Lo que necesitamos no son más campañas publicitarias sino un mejor presente.
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