Esperaba sentado en el jardín de la escuela con la que sueño ocasionalmente. Esperaba algo cuando se me pedía que ayudara con el viejo que acababa de llegar, debíamos cargarlo, recostado sobre nuestros brazos, y pasearlo por las dieciocho casas que se encontraban en el jardín de la escuela. Depositaron al anciano sobre nuestros antebrazos de tal forma que iba acostado pero increíblemente incómodo, tanto que el hombre –larguirucho, cano y barbado– gemía dolorosamente. Podía escuchar cómo crujía su espalda. Desperté con un dolor en el lúmbago y ahora me inclino a pensar que el viejo era yo y que las dieciocho casas eran la mayoría de edad, que dejé hace tiempo atrás para enfrentarme a la lenta pero segura degradación de lo físico.
Monday, May 06, 2013
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