En el capítulo "Librerías fatalmente políticas", de su ensayo Librerías, Jorge Carrión (Tarragona, España, 1976) se indigna porque una guía Lonely Planet no hace mención del genocidio armenio en Turquía oriental. Es una indignación extraña, parecida a la de aquel que se escandaliza porque en una película de Disney (digamos, Los tres caballeros) no se percibe profundidad política. Es, también, el único momento en que Carrión parece mostrar distancia con la industria del turismo (de hecho, se asume como un «turista cultural»). En "Libros y librerías del fin del mundo", por ejemplo, leemos: «Los capuchinos que sirven en Melbourne y su empeñada persistencia de la hora del té, el cultivo de vinos excelentes y las casetas de baño de sus playas, la vida en la calle y las restauradas Arcades: todo puede leerse como un vaivén entre un estilo de vida mediterráneo, europeo, si quiere internacional, y cierta resistencia a abandonar el pasado colonial británico, la herencia de la Commonwealth». El ensayo está salpicado de anécdotas que exotizan países como Uruguay y Marruecos o ciudades como Sídney (¡Sídney!), y colocan constantemente a Carrión como un turista europeo que viaja con iPad (en una aduana de Venezuela, tras olisquear sus libros en busca de cocaína, un soldado le pregunta cuánto cuesta el aparatito) y se decepciona al descubrir que una librería en Tánger sólo vende títulos escritos en árabe. «En un establecimiento de antigüedades pekinés volví a incurrir –memorablemente– en la práctica del regateo», nos cuenta el trotamundos.
El volumen no carece de ideas, y con ellas se pretende enmascarar el hecho de que se trata de un libro de viajes. O mejor dicho: de turismo. El centro de su argumentación es que el fetichismo que acompaña a las librerías (y a los libros vistos como mercancía) «trasciende el clásico de la teoría marxista». Carrión en cambio ve a la librería «como templo donde se albergan ídolos, objetos de culto, como almacén de fetiches eróticos, fuentes de placer. La librería como iglesia parcialmente desacralizada y convertida en sex-shop» (en otro momento compara a la librería con un hotel). Vamos, lo que Carrión dice (no muy claramente) es que el fetiche de la librería en realidad no trasciende al «clásico de la teoría marxista». Y que eso está bien, que lo importante es gozarlas, como un turista (en el capítulo "El espectáculo debe continuar" nos habla de una de las más fotogénicas del mundo).
En el epílogo, dedicado a las librerías digitales, escribe: «Durante los primeros meses de 2013 he visto cómo un a librería casi centenaria se convertía en un McDonald's». No queda claro si tal cosa le parece bien o mal.
Esta reseña de Librerías (Anagrama, 2013) apareció en La Tempestad 95 (marzo-abril de 2014).
El volumen no carece de ideas, y con ellas se pretende enmascarar el hecho de que se trata de un libro de viajes. O mejor dicho: de turismo. El centro de su argumentación es que el fetichismo que acompaña a las librerías (y a los libros vistos como mercancía) «trasciende el clásico de la teoría marxista». Carrión en cambio ve a la librería «como templo donde se albergan ídolos, objetos de culto, como almacén de fetiches eróticos, fuentes de placer. La librería como iglesia parcialmente desacralizada y convertida en sex-shop» (en otro momento compara a la librería con un hotel). Vamos, lo que Carrión dice (no muy claramente) es que el fetiche de la librería en realidad no trasciende al «clásico de la teoría marxista». Y que eso está bien, que lo importante es gozarlas, como un turista (en el capítulo "El espectáculo debe continuar" nos habla de una de las más fotogénicas del mundo).
En el epílogo, dedicado a las librerías digitales, escribe: «Durante los primeros meses de 2013 he visto cómo un a librería casi centenaria se convertía en un McDonald's». No queda claro si tal cosa le parece bien o mal.
Esta reseña de Librerías (Anagrama, 2013) apareció en La Tempestad 95 (marzo-abril de 2014).