Sueño inquietante.
Estábamos en un espacio regido militarmente, rodeado de nieve. Había nazis pero eran zombis. Los dirigía un hombre rubio que presumía una herida letal en el rostro. Me entregaba a una mujer robusta, fornida, que rápidamente me levantaba para correr conmigo a un lugar donde pudiera tragarme: el tiempo se volvía más lento, intentaba, ella, una especie de bestia, morderme; lograba esquivarla un par de veces hasta que, finalmente, me mordía. Despertaba, aún dentro del sueño -tras una especie de muerte- años más tarde, cuando los zombis nazis habían subido al poder. Y yo era un zombi también. Una rata había habitado desde hacía tiempo en la cuenca de mi mano.
Estábamos en un espacio regido militarmente, rodeado de nieve. Había nazis pero eran zombis. Los dirigía un hombre rubio que presumía una herida letal en el rostro. Me entregaba a una mujer robusta, fornida, que rápidamente me levantaba para correr conmigo a un lugar donde pudiera tragarme: el tiempo se volvía más lento, intentaba, ella, una especie de bestia, morderme; lograba esquivarla un par de veces hasta que, finalmente, me mordía. Despertaba, aún dentro del sueño -tras una especie de muerte- años más tarde, cuando los zombis nazis habían subido al poder. Y yo era un zombi también. Una rata había habitado desde hacía tiempo en la cuenca de mi mano.