Friday, December 31, 2004

La esperanza es gramática

La gente se queja de que ya nadie lee. Estoy en la playa, una playa donde todos son gringos (tuve que pedir las claves para poder insertar acentos en las palabras, pues estoy trabajando en un teclado configurado para lengua inglesa; y por supuesto, olvidé pedir la clave para la enie). Pues bien, en esta playa todo mundo lee tremendos tabicones que es de dar miedo. No he visto un sólo libro de cuentos por ningún lado.
Hay una teoría al respecto.
La cosa es que la gente ya no lee en el sentido de que ya nadie se adentra en esos hoyos negros que es la alta literatura. La gente ve televisión como lee libros. Los cuentos son otro problema, exigen prestar atención. Dudo que alguien pudiera realmente leer a Bolanio o a Rulfo o a Joyce o a Faulkner o a Proust con biknis enfrente. Bueno, tal vez Proust sí. Y Mann.
John Grisham, Anne Rice, Tom Clancy y sobretodo Dan Brown.
Curiosamente no he visto ningún Harry Potter (olvidé el nombre de la tipa que lo escribe), ningún Crichton y para mayor sorpresa, Stephen King.
Muchos jodidos Códigos Da Vincis y ángeles y demonios e incluso las claves para comprender estos libros y las defensas del catolicismo de estos libros y muchas otras letras parasitarias.
Vi un García Márquez.
Mis libros para la playa son: El bandido, de Robert Walser y Jardines de Kensington, de Rodrigo Fresán. El primero me gusta más. Y muchos otros libros que debo usar para mi tesis.
Los días que bajo miro el mar y pienso en el tsunami que azotó las playas de Phuket como si fuera un castigo divino contra todos los alemanes pederastas y los libidinosos que atienden el turismo sexual. Lo pienso en broma. No puedo dejar de recordar Plataforma de Houellebecq, por dos cosas: cómo enterró La firma de John Grisham en la playa, esperando que nadie la desenterrara (el personaje de Plataforma no podía evitar leer el libro imaginando a Tom Cruise en cada párrafo), pero sobretodo por el final de la novela, que no voy a escribir aquí.
Ay, el monoteísmo.
Combinado con el tedio es una cosa terrible.
En unas horas iniciará un reluciente y nuevo lustro. Me encanta la capacidad del lenguaje para poder escribir a futuro y en circunflejo. La capacidad de posibilidades. Si al menos se realizaran, si al menos, si tal vez, si ojalá. El suspense es exquisito.

Tuesday, December 21, 2004

Rumbo a Esparta


Varios días después de la boda. Sigo esperando una gran verdad. No hubo epifanía ni piedra de toque. A pesar de todos mis esfuerzos por mantenerme alerta no encontré un momento determinante en estos últimos días, no fue un evento, no hubo "parte aguas" ni hitos en mi propia historia de vida.
Observé con desapego y distanciamiento las cosas que pasaban: durante la misa, la fiesta, la despedida, la carrera de mi hermana en el aeropuerto y las lágrimas de mi madre. Al momento que mi hermana corría rumbo a su luna de miel y su nueva vida en Alemania mi madre se soltó a llorar y me agarró desprevenido, así que me abrazó. Le dije: "Hueles a masapán". Olía a masapán. Le dio risa.
¿Eché todo a perder por no estar más al tanto de mis sensaciones? No. Simplemente no me estaba ocurriendo nada.
Bebí durante el banquete, bailé y no vomité. Al día siguiente tenía la mente clara y no sentí dolor. El vodka no deja demasiados espíritus pesados.
Ah, la vida sigue. Mi hermana está en otra zona de tiempo global. Y yo estoy aquí. En la jungla. Son los años sesenta. Soy un espía en los finales de la guerra fría. Presencio el cambio geopolítico. Como ratas y serpientes. De vez en cuando me rompo huesos o sufro heridas de bala. Me tomo mi tiempo para reponerme. Cambio mi camuflaje para desaparecer en el ambiente. Cuelgo de árboles y lianas, mato cocodrilos, soy una especie de Rambo, en la sala de televisión de mi casa, a través del Play Station. Ah, vacaciones. Me duelen los ojos. Me siento disperso. No avanzo en la tesis. Ni en la novela.

Thursday, December 16, 2004

Escorpiones invaden el D.F.

A dos días de la boda. Hoy recogí a un primo en el aeropuerto. Pasé dos horas en el tráfico, desde las Águilas hasta la terminal. No vivo en las águilas, mi jefe sí. Trabajé toda la mañana ahí y a mediodía emprendí el camino al aeropuerto. "Emprendí el camino" suena a frase que podría ser encontrada en una polvorienta bitácora de gran viajador.
Mi primo es un gran viajador. Voló de Los Cabos, donde hizo una parada de veinte minutos, hasta la Ciudad de México. Salió de California, donde está la base militar en la que trabaja y la universidad donde estudia para convertirse en ingeniero. Como marine mi primo ha conocido Australia, Hong Kong, las Filipinas, e Iraq. ¿Qué hace mi primo en la marina de Estados Unidos? Repara helicópteros. Pronto terminará su servicio --duración: cuatro años-- y aspira a trabajar en Continental donde reparará aviones.
"¿Confías en tus habilidades?"
"Sí", me contesta.
"¿Te subirías a alguno de los helicópteros que has reparado?".
"Pues. Sí. Supongo que sí."
"¿Alguno de los pilotos te ha invitado a subir?"
"Siempre declino, pero lo haría. Si nos los reparo bien, me meten a la cárcel".
Durante "el conflicto de Iraq" (así lo llama), cuando caían los helicópteros en territorio enemigo un grupo de ingenieros y soldados tenían que recogerlos para repararlos. Mi primo podía escuchar el zumbido de las balas. A mi primo no le gusta hablar de esto.
Así que vemos la televisión. Cenamos unos tacos, discutimos sobre el spanglish y cómo cada vez se le traba más el español. Hablamos sobre películas (particularmente de Los increíbles, Bob Esponja y Alexander). Le traté de explicar en qué consiste mi trabajo, así como lo hizo él. También guardamos silencio. En ese sentido, en nuestra capacidad de guardar silencio sin sentirnos obligados ni culpables por no hablar, o sin esperar que alguien rompa el encanto, nos parecemos bastante. Mi primo fue mi amigo de la infancia. Trepábamos árboles y nos aventábamos piedras, corríamos hasta que se nos acababa el aire y jugábamos a ser Indiana Jones (yo) y Bruce Lee (él). De vez en cuando yo prefería ser McGyver.
Justo ahora está frente a mí, durmiendo o fingiendo dormir. Puedo escuchar su respiración. Tiene catarro. Estuvo en Iraq. Lo pienso como una especie de beca: juega fútbol con nosotros, te pagamos tus estudios. Juega americano, una lesión no es nada, sé parte de nuestro equipo de polo, arriesga tu vida, conoce los horrores de la guerra, ve películas de Ben Stiller en el portaaviones, aquí hay un plan de estudios.
En casa comenzamos a ver Spun pero como me pareció demasiado intenso puse una película en Retro Channel. Cuatro hombres discutían frente a una fotografía hecha por satélite, aparentemente. Discutían algo sobre una fisura que se había hecho a las faldas de un volcán. Un volcán cerca de la Ciudad de México. En la siguiente escena el expreso de Monterrey se descarrila cuando un escorpión gigante lo embiste de frente. Los efectos especiales son sorprendentes. El blanco y negro ayuda. La gente grita y corre y detrás del escorpión gigante vienen muchos más. Los escorpiones se atacan entre sí por la comida. Deshacen en sus tenazas a un hombre (sorprendentemente, de todos los pasajeros sólo dieron con uno) pero en el alboroto se atacan entre sí. Gana el escorpión más grande, un enorme escorpión negro. El ejército decide movilizar a la gente (la cantidad de extras corriendo frente a Bellas Artes y el monumento a la Revolución era algo de admirarse), se ven escenas donde se bajan cortinas de hierro en el centro y camiones del ejército entre las calles. Y luego: un camión con mucha carne de cabrito se dirige al entonces aún Estadio Azteca. Dentro un plan se elabora. Atraen al escorpión gigante (que en los close-ups babea) y le disparan en el único punto que es vulnerable, debajo de la cabeza --le disparan con una especie de arpón conectado a un cable de cobre a través del cual correrán ¡60, 000 voltios!
Por supuesto el primero disparo lo falla un soldado mexicano, que de paso se electrocuta, y el segundo lo atina el único güero de la película. Que también se queda con la única vieja, para sonrisas de todos, incluyendo al Sr. Moreno y al Dr. Velasco, los cerebros del plan para derrocar las hordas invasoras de escorpiones negros, asesinos y gigantes.
Ay, el mundo.
Pasado mañana me emborracharé hasta vomitar o llorar, o ambas dos simultáneamente al mismo tiempo que intento pararme del suelo.

Wednesday, December 08, 2004

Físico

Por la mañana contemplé mi cuerpo desnudo frente al espejo que tengo en mi armario. Traté de juzgar mi físico con frialdad y desapego. Hice la vanidad a un lado. La vanidad es una gran herramienta, un paliativo. Siempre me pregunté cuándo comenzaría a parecerme a mi padre. Él tiene barriga y hasta hace unos meses, yo no. También: como hacía frío, mi piel se cubrió de piel de gallina y mis pezones se mantuvieron erectos. Mis genitales se comportan de manera extraña cuando hace frío. Aparentemente es una cuestión de termodinámica y de mantener mi reserva de espermas viva. ¿Para qué? No lo sé. No conozco mujer.
Algo que debe ser vergonzoso, más vergonzoso que acercarse a una niña e invitarla a salir, y que además debe ser más triste que ser rechazado por una niña cuando te decides a invitarla a salir: A un niño de trece años se le diagnostica leucemia. El doctor le recomienda que comience una reserva de esperma en el banco de esperma. Es protocolo. Lo puede hacer en el mismo hospital, para su comodidad. El puberto acepta hacerse los exámenes, hace una cita para su próxima visita, comienza a imaginar cómo serán las sesiones de quimoterapia y entonces sale del consultorio con su madre, quien entre lágrimas le sostiene la mano y lo acompaña en el ascensor unos pisos abajo, al banco de esperma, donde se masturbará. Sí, hay cosas peores que no ser correspondido.
Mi piel aún está morena por la última vez que fui a la playa. En todo caso, más morena que de costumbre. Y decido que ya no puedo juzgar con frialdad mi cuerpo, ni hacer cálculos clínicos y desapegados. Así que comienzo a sonreír y bailar frente al espejo, como un imbécil. Después, me baño. Esto se está volviendo una costumbre. Hace semanas que lo hago. Me preocupa.
Fui al sastre hace unos días. Me pidieron que me probara la ropa que mandé hacer especialmente para un evento familiar, una prenda que seguramente usaré sólo esa noche, como un profiláctico, y eso hice. Entré al pequeño vestidor que tiene en la sastrería, me quité los pantalones y la camisa y los doblé sobre una silla. Después me puse el fracq. ¿Así se escribe fracq? Parece correcto. Cuando terminé de vestirme descorrí la cortinilla y una señorita de mi estatura me miró a los ojos: "¿Es usted el novio?". "No." "Ya lo quiero casar". Guardé silencio y me dejé hacer. Pasó sus brazos por detrás para colocar correctamente la corbata, extendió los pliegues, midió lo medible. Me hice creer que era erótico.
Leí Marranadas de Marie Darrieussecq y comencé El bebé. Darrieussecq es una gran escritora. De leer las primeras páginas de El bebé deseé, primero, ser madre, después, ser padre; y finalmente tener cualquier tipo de descendencia. Luego me deprimí pues pensé en cómo no conozco mujer y en cómo no he conocido mujer jamás y en cómo la Biblia y su léxico comienza a colarse cada vez más en mi cabezota. No tendré bebé, no daré a luz a nada nunca. Pero tengo una barriguita. Al menos la cerveza es útil para llener ciertos vacíos.
En una ocasión abracé a una amiga o me acerqué demasiado a su cabeza. Esta amiga tiene novio. Su pelo olía bien. Un poco se me metió a la boca y le dije: "Se me metió un poco de tu pelo a la boca". Hice un sonido parecido a un pthbbbb. Ella me contestó: "Pues qué suertudo". Fue gracioso, en ese momento. Y me hizo pensar en los bezoares y en las bolas de pelo de los gatos. También me hizo pensar en otra amiga, que también tiene novio, y en que tiene poco pelo. Y luego no pensé en nada y traté de seguir. Hace un par de días volví a darle un abrazo a mi amiga y su pelo volvió a meterse en mi boca, pero en esta ocasión no le dije nada. Sabía un poco amargo.