Recomiendo La broma infinita de Robert Foster Wallace. Pero informo: ya no encontrarán copias en el Gandhi de Miguel Ángel de Quevedo, o al menos no pronto, porque Isolino, Julián y yo compramos todas. Las apartamos desde la semana pasada. La mía no tiene las páginas sesenta y uno a sesenta y cuatro. Sí, compramos las ochenta y cuatro copias que tenían y decidimos que las vamos a vender al doble.
Conozco a una niña a quien le gusta la trova. A mí no me gusta la trova. El otro día bebí en un bar de trova. No noté la trova. Iba con ella. Esto fue después de que unos amigos me mantearan. Había olvidado que había sido manteado. La última vez que fui manteado fue durante un concierto de Joaquín Valverde que se dio a faldas del cerro del Cubilete, durante una perenigración. Los momentos más espirituales de mi vida. Tal vez desde entonces perdí la sensibilidad y el gusto por la trova. ¿Debo agradecerle a Dios por esto? La niña a quien conozco y a quien le gusta la trova sabe que escribí una especie de novela que no ha leído. No la ha leído porque no sólo me preocupa su opinión sino porque ya no enseño esa madre. Ella opina que los libros de los que uno está avergonzado son como hijos mongolitos a quienes encerramos en un cajón. ¿No es esto gracioso? Un poco.
Algo es verdad: de vez en cuando hay que sacar a los niños a la calle, sino la cara se les pone pálida de tanto no ver el sol. Escribí esto hace tiempo (de la página 143):
"Soy delgado y ligero, por eso tengo el privilegio de estar hasta arriba. No es una razón meritoria, pero es la única práctica. Aún así, caigo de espaldas sobre la tierra. Y está bien, había riesgo, lo sabía. Sigamos, sigamos, hay más. Sigamos. El dolor es una ilusión.
Mi cuerpo vuela. Veo el suelo, intento dirigir mi caída. Pienso en el clínamen estoico. Pienso en la gravedad. Y estoy de nuevo en la tierra, sobre una manta de brazos. Un codo se ha clavado en mi costilla, duele. Duele como la puta madre duele. Pero nadie se puede dar cuenta, mis gritos se confunden con los de la muchedumbre. Federico, Juan, Abel, Luis, El compa, Daniel, todos gritan: ¡Eh, eh, eh, eh! No comprendo muy bien. Sólo intento no caer sobre la cara de alguien. Me desplomo finalmente sobre Abel, después de que me hubieran lanzado metros arriba, más de cinco veces seguidas. La velocidad, el vértigo, esto despierta mejor que un café express doble. Esto sólo es el rito iniciativo, como a su manera lo es el concierto de Valverde —que no escucho porque mi grupo de jóvenes cristianos, Saulo, recién estrenado, decide que es mejor adelantarse en la caminata. Me parece prudente. Nunca me ha gustado la trova, mucho menos la cristiana. Estamos listos para el Cubilete."
Mi cuerpo vuela. Veo el suelo, intento dirigir mi caída. Pienso en el clínamen estoico. Pienso en la gravedad. Y estoy de nuevo en la tierra, sobre una manta de brazos. Un codo se ha clavado en mi costilla, duele. Duele como la puta madre duele. Pero nadie se puede dar cuenta, mis gritos se confunden con los de la muchedumbre. Federico, Juan, Abel, Luis, El compa, Daniel, todos gritan: ¡Eh, eh, eh, eh! No comprendo muy bien. Sólo intento no caer sobre la cara de alguien. Me desplomo finalmente sobre Abel, después de que me hubieran lanzado metros arriba, más de cinco veces seguidas. La velocidad, el vértigo, esto despierta mejor que un café express doble. Esto sólo es el rito iniciativo, como a su manera lo es el concierto de Valverde —que no escucho porque mi grupo de jóvenes cristianos, Saulo, recién estrenado, decide que es mejor adelantarse en la caminata. Me parece prudente. Nunca me ha gustado la trova, mucho menos la cristiana. Estamos listos para el Cubilete."
Ahora escucho a Damien Rice. Es como si me estuviera esforzando por ser cursi.
Entonces: me han "manteado" tres veces en mi vida. O recuerdo tres. La última fue la de hace dos noches, la anterior fue durante la preparatoria (que no fue, en rigor, una manteada pues no usaron una manta, sino una especie de cama a base de brazos) y la primera que recuerdo fue en casa de mis abuelos, bajo la responsabilidad de dos primos que después decidieron irse al norte para trabajar. Me descalabraron y lloré mucho.
Ahora escucho "You can't hurry love", de The concretes. Es una gran, gran, gran canción. Después de eso, lo consulto en mi reproductor de mp3, escucharé a The libertines, Rebel Rebel (en su versión portuguesa), The Zombies, Iggy Pop, Anorexia y sus flaquitas, Tremendo Insecto y una canción que se llama Queen Bitch. Tengo mil madres por hacer, muchas lecturas. Cosas que necesito escribir. Perdí un documento importante. Unas llaves. Quiero ir a un concierto y no he comprado boleto. Y faltan las cosas importantes. Y hace calor. Y sudo y apesto.
2 comments:
no es joaquín, es martín. y si ese fue tu rito iniciático a la trova, ahora entiendo por qué la odias. odio a valverde y tú no sabes nada sobre trova.
la niña que cree que los textos malos son como hijos mongolitos
no es joaquín, es martín. y si ese fue tu rito iniciático a la trova, ahora entiendo por qué la odias. odio a valverde y tú no sabes nada sobre trova.
la niña que cree que los textos malos son como hijos mongolitos
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