Sunday, September 18, 2005

Contra el mundo, contra la vida

La vida es dolorosa y decepcionante. En general sabemos qué lugar ocupamos en relación con el resto de la realidad y no nos preocupa saber más. La humanidad, tal y como es, nos inspira sólo una atenuada curiosidad. Todas aquellas prodigiosas y refinadas "anotaciones", "situaciones", anécdotas... Todo lo que hacen, una vez que las hemos escuchado o leído, es reenforzar la ligera repulsión que ya se ha nutrido adecuadamente por cualquiera de nuestros días cotidianos.
El universo no es sino el provicional orden de unas cuantas partículas elementales. Una figura en transición hacia el caos. Los cielos serán glaciales y vacíos, apenas iluminados por la débil luz de estrellas moribundas. Y esto también desaparecerá. Todo desaparecerá. Las acciones humanas están tan separadas como libres de significado como los erráticos movimientos de las partículas elementales. ¿El bien, la maldad, la moralidad, los sentimientos? Puras "ficciones victorianas". Todo lo que existe es el egoísmo. Frío, intacto y radiante.
Me encantaría ahora decir que esto es sólo lo que opina Houellebecq y lo que late en el fondo de las personas que no han sido correspondidas, las que no han gustado, las que han comprendido; y que es bueno tener a alguien así, un maravilloso contraste a partir del cual podemos medir nuestras maravillosas y brillantes vidas. "Hay que conocer lo dulce y lo amargo para apreciar verdaderamente el dulce". Me gustaría decir que en efecto, desde acá, donde pasamos fines de semana en compañía de nuestros amigos y nuestra familia, donde creemos que existe una vida después de la muerte, en lugares soleados donde se dan competencias de autos y el alcohol nos alegra o donde nuestras parejas nos hacen regalos y gestos de cariño, todo esto podría parecer verdad pero no algo que nos preocupe.
¿Quién lee? ¿Quién escribe? Aquellos que no aman la vida, concluye Houellebecq a partir de su lectura de Lovecraft.
Aquí hay humor. Aquí está la sal de la vida. Aquí, en mí. En estas líneas. Esto debe comprenderse. Veo las cosas con claridad y no me importan. Así como el diagnóstico jamás curará una enfermedad por sí solo, una enfermedad no permanecerá sólo porque sabemos de qué trata.
Ahora, una anécdota sobre la vida de Max Brod:
-¿Por qué llora Max?
-Acabo de enterarme de la muerte de Franz Kafka.
-Oh, lo siento. Sé cuánto apreciaba usted a ese joven.
-No lo entiende. Me mandó quemar sus manuscritos.
-Entonces, el honor lo obliga a hacerlo.
-No lo entiende. Franz era uno de los más grandes escritores de la lengua alemana.
Un momento de silencio.
-Max, tengo la solución. ¿Por qué no quema usted sus propios libros en lugar de los de él?

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