Wednesday, August 30, 2006

Ahora quiero leer

Ahora quiero leer Old friends de Stephen Dixon. Leí en una entrevista que después de que McSweeneys publicó I. en 2002, Dixon escribió 2. Se lo ofreció a McSweeneys. McSweeneys no lo quizo. Así que lo reescribió y se lo ofreció a Melville House. Meville House lo quizo, bajo el título de Old friends --de hecho, en este libro se revela que "I." es la inicial de "Irv", un escritor que está envejeciendo y que tiene un amigo, Leonard, quien también es escritor y también está envejeciendo.
Total que este año McSweeneys publicó End of I que inicialmente era 3. Dixon reescribió 3. Y sospecha que ya no volverá a tocar el tema de I. (después de todo, de esto se trata End of I., del final de I. y cualquier cosa que tenga que ver con dicho personaje). Así que bien, ese es el final.

Tuesday, August 29, 2006

Miren cómo me desgarro

Confiese, pues, lo que sé de mí; confiese también lo que de mí ignoro; porque lo que sé de mí lo sé porque tú me iluminas, y lo que de mí ignoro no lo sabré hasta tanto que mis tinieblas se conviertan en mediodía en tu presencia.

Confesiones, X, V, 7.

¿A dónde con esto? ¿Para qué? ¿No basta mi diario íntimo? ¿Por qué "íntimo"? Quiero confesarme, sí. Quiero dar ojos a los demás a través de los míos, también. Quiero hablar un poco del periodo de tiempo y del entorno en el que me tocó vivir, pero sobretodo quiero conocerme, quiero hacer de ese grito que dice que no estamos solos el mío.

Hoy: conseguí una antología de diarios íntimos. Sigo leyendo autobiografías. Me abruman, a menudo. Esos ojos tan grandes y limpios, que todo lo ven tan claro y que no claudican. Pienso en Gide. Pienso en Althusser, es verdad. También en Tolstoi y Dostoievski. En Gombrowicz y en amigos que saben enumerar y que se ocupan de sus propias vidas en sus propias bitácoras electrónicas. Insisto en llamar a esto "bitácora" cuando no es una bitácora. No es una caja negra de avión. O tal vez sea eso, un registro de algo que va en picada. Pero me gusta pensar que se trata más de una disciplina, de un esfuerzo que durará años --como Mi diario de Gamboa. ¿Por qué me llaman la atención? Los dibujos en los márgenes de sus cuadernos, Kafka. La sospecha y la constante tentación hacia el fracaso, Ribeyro. Pero también: el pedestal, Chautebriand. Y a su modo, como pedestal invertido, Agustín. Pero siempre, un ojo que ve por la ventana y no ve sino hielo, como el joven Musil y su Nocturnario, como si estuviera en el último, congelado círculo del infierno. Pero en todos, sospecho, un grito como el grito de Mahoma, que se vacía más que una cuba sin fondo.

Shaun of the Dead

Anoche vi esta película, Shaun of the Dead pensando que se trataba de Dawn of the dead. La estaban pasando en cable y como mi cable siempre anuncia qué película iniciará antes de que inicie, y como detrás de esta información hay personas que se ocupan de transcribirla para los subscriptores del servicio de cable, está siempre propensa al error --porque somos humanos, y cometemos errores, como comer más de lo debido o escribir "El amanecer de los muertos" en lugar de "Shaun of the Dead". Es un error comprensible.
Pero no sé, tal vez esto me predispuso a ver la comedia, pues es una comedia, con ojos distintos. Tenía ganas de pesimismo. Y no esa extraña combinación de pesimismo y comedia. Supongo que es una película divertida. No es una película alegre. Hay momentos, como en cualquier película --mas no en cualquier comedia-- realmente asquerosos (esa escena de canibalismo donde se comen los intestinos de un desgraciado --no había visto algo así en ninguna otra de las películas de zombies que he visto, que, por otro lado, son pocas).
Sólo para fans de humor inglés y gore.

Saturday, August 26, 2006

Pajarito muerto

Ahora estoy feliz. Cuando estoy feliz suceden cosas curiosas, como esa extraña e inquietante pero desconocida razón por la que comienzo a pensar en cosas tristes. Y esta cosa triste en ocasiones la olvido pero siempre que regreso del trabajo hacia mi casa, me asalta de nuevo. No estoy siendo claro. Es intencional. Dejen me explico. Entonces: al regresar a casa, en mi auto, en la esquina de Francia y Margaritas me detengo en un semáforo. Hace meses, en ese mismo semáforo, en ese mismo alto, observé cómo se estaba gestando un nido. El proceso de construcción no parecía resultarle demasiado difícil al pajarito que lo estaba haciendo. Meses más tarde, regresando por la misma vía, observé al mismo pajarito luchando por desenredarse de un listón que seguramente utilizó para armar parte de su nido. Al día siguiente, el pajarito ya no estaba luchando, sólo se balanceaba colgado del cuello. Y desde entonces, siempre que paso por ahí veo el pequeño cadaver, colgado de un hilo, y siempre me sorprende que haya conseguido olvidarlo una vez más. La última vez que lo vi, sin embargo, me prometí que al menos trataría de recordarlo para poder subir una nueva actualización a esta bitácora. Tal es la utilidad de su muerte. Tal es la utilidad de la literatura.

Friday, August 25, 2006

Cuaderno Salmón

Hablaron, en el siguiente orden: Kleinburg, Morábito, Cabral, Lemus y Miklos. Todos dijeron: cosas interesantes. Algunas de las cuales: he olvidado. Recuerdo sin embargo: que la pasé muy bien. En algún momento: me sentí en el ombligo del mundo. Más tarde, en otro momento: se fue la luz y alguien intentó robarme la cartera, pero sólo consiguió agarrarme una nalga. Esto es: falso. Pero sí es cierto que: alguien gritó, cuando se fue la luz, y que alguien sugirió que se robaran una pintura. Pues había pinturas. Pues la presentación de Cuaderno Salmón se llevó a cabo en el Muca de la Roma. Mariana, quien pudo haber recibido de regalo uno de los cuadernos, en un desplante de altruismo y derroche, decidió apoyar la causa y en lugar de esperar su regalo, decidió comprarlo (se estaban vendiendo a mitad de precio). La revista es muy bella. Etienne opina que sería más bella si las hojas fueran de color salmón, como los periódicos de finanzas. Tal vez tenga razón. Por otro lado, llevaba la bragueta abajo y eso es suficiente como para quitarle credibilidad a sus opiniones --desde mi punto de vista. Pues mi punto de vista a menudo es inferior al del resto, pues mido menos en estatura. Por ello se agradeció que hubiera un desnivel en el Muca que me permitía ver a las personas desde un punto de vista más o menos normal, cada que me subía en él. Bebí un poco. Bebí un poco más. Le propuse matrimonio, de nuevo, a Mariana. Bebí un poco más. Llovió. La gente parecía que estaba feliz. O decididamente estaba feliz. O aparentaba muy bien que estaba feliz. O se esforzaban en parecer feliz y ese esfuerzo siempre cuenta.
Todo muy bien. El segundo número pronto en galeras. Y mi redacción, pronto, en estilo menos telegráfico.

Monday, August 21, 2006

Presentación de Cuaderno Salmón

Esta sexy revista finalmente hace su presentación. En un principio iba a ser en la Casa del Lago, pero ya ven. Ahora será en:
EL MUCA-ROMA (TONALÁ 51 ESQ. CON COLIMA) A LAS SIETE DE LA NOCHE DE ESTE JUEVES 24.
Además de los, según me dicen, muy atractivos David Miklos y Rafael Lemus, también hablará un poco Fabio Morábito y Álvaro Uribe. ¿Yo qué pitos toco en todo esto? Poco, en realidad. Digamos que si se cobrara el alcohol con el que se celebrará, yo lo cobraría. Pero no se va a cobrar. Así que vayan.

El idiota


Así que el idiota, Guillermo, se sienta en su escritorio y cierra, finalmente, el segundo y último tomo de los textos que Stephen Dixon ha dedicado a su idiota. Pues, como algunos saben, pero no todos y por eso seguimos, Dixon redactó sus I. y End of I. después de leer El idiota de Dostoievski, pensando que a él también le gustaría tener un libro que tratara sobre un idiota. Guillermo, el idiota, desea también haber escrito su propio libro sobre un idiota, un libro en el que hablaría más o menos de él y de las personas que le rodean, pero que al final mezclaría esas anécdotas con algo de ficción permitiendo que cobraran vida por sí mismas --tal y como lo hace, con maestría, Dixon.
Guillermo no lo hace con maestría, pues es un idiota. Ni siquiera tiene la disciplina para sentarse a escribir un libro, apenas y puede escribir unas dos o tres actualizaciones en su bitácora con ese tono (en todas finge que ha estado discutiendo con su novia, por ejemplo, atribuyéndose humores y tonos que siempre evita y jamás desearía tener). Ese pequeño ejercicio, donde también mezcla algo que tiene que ver con Marte y otros cuerpos celestes, le parece suficiente para descubrir de nuevo que Stephen Dixon es un gran escritor sobretodo por su disciplina, más que por su ya de por sí excelente escritura. Guillermo desearía ser un idiota como Dixon. Pero sólo puede ser un idiota como sí mismo.

Thursday, August 17, 2006

Otra forma en la que podría pasar

Guillermo detiene un momento su monólogo interior, saca su celular y marca el teléfono de su novia. Le pregunta cómo está, le dice cómo está él, habla un poco sobre lo cotidiano y finalmente le pregunta si no le importaría que comenzara a escribir algunas cosas en su bitácora electrónica, particularmente sobre las maneras en que discuten. Ella al principio no parece muy convencida de que sea una buena idea, pues no es buena idea, pero al final le dice que haga lo que quiera y cuelga. Así que más tarde, con esa voz que en ocasiones oscuras y terribles le asaltan, Guillermo decide escribir sobre las maneras en las que en ocasiones discuten --con un cuidadoso esmero por editar las partes más sensibles, evita escribir sobre los gritos, los portazos del auto, las lágrimas de coraje. Más tarde le pregunta a su novia si le parece bien lo que ha escrito y ella dice que está bien, que supone que es curioso. "Quise aprovechar aquello de que Marte estará cerca de la Tierra", le explica Guillermo, "como una especie de metáfora de lo que significa pelear con la persona a la que más quieres, supongo". Ella no parece muy interesada. Pocas veces lee su bitácora electrónica. Guillermo lo comprende. Pero con el paso del tiempo Guillermo sigue subiendo ese tipo de textos a su bitácora. Y entonces ella le pregunta por qué lo hace, no discuten, después de todo, tan a menudo, y cuando lo hacen es por tonterías. Él le vuelve a explicar lo de lo interesante de falsear su propia vida. Y bueno, lo de Marte. Ella sospecha que en realidad está tratando de escribir sobre algo más. Él no comprende. Ella insiste. Él también, con lo de la falsa inocencia y mamadas por el estilo. Bueno, ya, carajo, haz lo que se hinche en gana, le dice ella, finalmente, finalmente.

Tuesday, August 15, 2006

Cómo serían las cosas

¿Que por qué llego tarde? Porque vivimos muy lejos. ¿Que por qué estoy de malas? Porque el tráfico me pone de malas. ¿Que si estoy enojado contigo? No, no estoy enojado contigo, sólo estoy de malas porque el tráfico me pone de malas y debo pasar mucho tiempo en el tráfico pues vivimos muy lejos. ¿Que qué tiene esto que ver contigo? Nada, excepto que la razón por la que debo estar en el tráfico tanto tiempo --tanto tiempo como para ponerme de malas-- es porque te quiero ver. Y sí, supongo que el que te quiere ver soy yo así que no hay razón para que esté de malas. Y no, con esto no quiero decir que tú no quieras verme a mí. No, no me estoy poniendo en una posición privilegiada para reclamarte algo. Sí, la paso muy bien contigo y supongo que la pasaría mejor si no tuviera que pasar tanto tiempo en el tráfico. Y sí, supongo que aún le estoy dando vueltas a esto porque no sé lidiar al respecto de otra manera a no ser que pensar las cosas una y otra vez, tratando de otorgarles un sentido y orden en mi cabeza. Sí, es verdad que pienso demasiado las cosas. No, tienes razón, no hay ninguna razón en particular por la que debo subir mi voz --aunque tampoco una por la que debo bajarla, ni para que haya tráfico, ni para que vivamos tan lejos, ni para que me duela la espalda de pasar tanto tiempo sentado en el tráfico. Sí, podemos cambiar de tema. Sí, hablemos de otra cosa. Hablemos de Marte y el dios de la guerra de cómo serían las cosas si tú y yo nos peleáramos más a menudo.

Monday, August 14, 2006

Marte

¿Se enteraron de esto? Por supuesto que se enteraron de esto. Entran a la red diario. Están en el mundo. El periódico les llega a casa. Las ondas de radio les saturan los oídos. La televisión está encendida en todas las habitaciones de su hogar. Así que ya saben esto. ¿Por qué, entonces, escribo al respecto? Porque no es una actualización informativa, ésta. Es otra cosa. Un pretexto para esforzarme. Una buena oportunidad para utilizar la metáfora planetaria y divina de Marte. Porque Marte simboliza varias cosas, no tantas como la Luna, pero bastantes como para que esto suene más interesante que un corte informativo. Así que Marte, en las semanas que transcurrirán, estará más cerca de la Tierra de lo que nunca ha estado, entendiendo, como narcisísticamente lo hacemos siemrpe, el "nunca" sólo respecto de nuestras vidas. Pues Marte volverá a estar así de cerca de la Tierra algún día. Y apostaría que alguna vez estuvo incluso más cerca. Y eventualmente, el Big Crunch.
Pero no es ese día aún. Hoy es el día en que uno piensa en su novia, quien emocionada le informa sobre este fenómeno metereológico. Y cuando uno recibe la noticia, de cómo Marte para finales de Agosto aparecerá en el firmamento casi tan grande como la Luna (sólo es un efecto óptico, un engaño de nuestros sentidos, otra decepción en la que podemos confiar), uno piensa, inevitablemente, que Marte es el dios de la guerra y que nunca se ha peleado con su novia. ¿Nunca? No. Nunca. ¿Es esto posible? Es posible. ¿Se mantendrá así? Es posible. ¿Deseamos que se mantenga así? Es posible. Pero entonces, ¿por qué escribes esto? Es posible.
Estoy intentando ser azotado.

Lamkó

Como sucede cuando iniciamos algo nuevo, inauguré una serie de ritos con la intención de mantenerlos en una renovada rutina. Levantarme temprano, tender mi cama y desayunar son algunos de estos ritos. También: leer al menos dos horas y sacar a pasear a mi perra antes de salir hacia la UNAM, donde hoy inicié la maestría en filosofía. Otra cosa: no usar el automóvil ni el metrobús para llegar a la UNAM, sino mi bicicleta. Este rito no es nuevo, desde la preparatoria hasta la universidad procuré desplazarme exclusivamente en bicicleta siempre que fuera a la universidad o a la preparatoria. Desde hace dos años que no tomaba clases, dejé de hacerlo. Pero oh, me siento joven de nuevo.
Obviamente, perdí toda condición física y no dejé de sudar durante toda la clase --la chica atractiva con acento español que se sentó a mi izquierda (dudo que fuera española, pero tenía acento español) se cambió pronto de posición. Supongo que olía mal.
Pero no es esto lo que quiero escribir sino que, cuando pedaleaba cuesta arriba desde mi casa hacia la universidad, en el camino me encontré con Lamkó, el escritor africano en quien me basé para escribir Un cuento africano. Me dio mucho gusto verlo. Tal vez sobretodo por la sorpresa de encontrarlo en la calle. Lo saludé, le recordé cómo fue que nos conocimos y le dije mi nombre, dos veces pues insistía en olvidarlo. Estrechó mi mano con debilidad y me sonrió mucho. Estaba, no sé por qué, muy agradecido de que me hubiera detenido para saludarlo, de haberlo recordado de las dos o tres clases que tomé con él en la EDE. Lamkó (olvido su primer nombre, pero recuerdo que a mi personaje lo llamé Lousi Lamkó) es autor de obras de teatro, entre las que se encuentran Como dardos y la novela El niño que vomitaba dinero. Es francófono. Sintió las rodillas débiles cuando vio cabezas empaladas afuera de una iglesia en Rwanda (esto nos lo contó y yo exploté esa anécdota, para una sola frase, en mi cuentito lumpen). Tiene la mirada triste, el pelo chino y corto, los labios gruesos y la voz muy baja. ¿Las manos? Suaves y gruesas.
Un cuento africano me permitió adentrarme en el universo de Coetzee, el escritor sudafricano, pues un par de libros que obtuve como premio fueron precisamente Hombre lento y me parece que Juventud: escenas de una vida provinciana. Después compré otros. No he terminado de leer ninguno. Pero siempre me llamó la atención que Coetzee inventara a una narradora ficticia, Elizabeth Costello, misma que aparece y reapaerece en sus últimos libros. Lamkó, debo decirlo, no es ficticio. Pero me encantaría que lo fuera. Ultimamente me he estado topando con demasiadas personas en quienes me baso para redactar mis tonterías. Probablemente dejarían de parecerme tonterías en la medida que no basara mis babosadas en la rica vida de nadie.

Friday, August 11, 2006

Cafeína

No me parece excesivo taza de café por la mañana del lunes, rumbo a la biblioteca. No me parece excesivo taza de café por la tarde del lunes, después de comer. Luego el martes, por la mañana, de nuevo en la biblioteca, y probablemente por la tarde dos porque me sentía muy cansado. Miércoles muy temprano por la mañana, en el salón de profesores y en el salón de clases. Y de nuevo en la tarde del miércoles para mantenerme despierto. Jueves por la mañana, de nuevo en el salón de clases y más tarde después de comer. Viernes por la mañana: escribo esto justo antes de salir por mi primera taza del día, preguntándome sobre mi taquicardia.

Thursday, August 10, 2006

Dieciséis años


Ayer que me preparaba para salir y dirigirme hacia la preparatoria, recitando una y otra vez la manera en que me presentaría a mis nuevos alumnos, me distraje en el espejo de cuerpo completo que tengo en mi armario con tres nuevas pequeñas protuberancias que me salieron en la cara. En lugar de continuar con mi discursos preparado, pensé en distintas maneras de llamar a estas protuberancias: pensé en grano, pensé en barro, pensé en cúmulo de grasa y pensé en--cuando se me apareció, como si fuera una enorme pantalla de cine, la palabra DIMPLE, tal y como la había pintado Edward Ruscha.
Pero no, me dije, "dimple", en inglés, no es grano ni barro, sino hoyuelo --como estos, cuando sonrío y que me salen en la comisura de los labios. ¿O es el de la barbilla? No. Comisura de los labios. Exactamente igual a los que le salen a Naomi Watts. Pero: ¿por qué, entonces, la pintura de Ruscha trae esa herramienta de presión? ¿No significa eso que se exprime? ¿O es que dimple son los hoyuelos que salen cuando uno se exprime los barros? No podría decir. ¿O es acaso una referencia política a los demócratas que se dejan extorsionar para que se pase una ley y a quienes usualmente se les llama dimples?
Obviamente pensar en estas cosas provocó que al entrar al salón, unos cuantos minutos más tarde, olvidara lo que iba a decirles a los alumnos. En su luagr, dije algunas tonterías, algunas observaciones y fui poco a poco saliendo al paso, ligeramente nervioso. Entonces descubrí algo. Una persona que se sentó al frente me recordó, no sólo por su físico sino por su manera de actuar, su velo facial, su pelo chino y mal peinado, a Alejandro Vázquez, un amigo que me presentó por primera vez las pinturas de Ruscha. Después pensé que había quedado de mandarle una copia de una entrevista que había salido en un número más o menos reciente de The Believer, cosa que a la fecha no he hecho. Busqué a otros alumnos parecidos a los que tuve cuando estudié en la misma preparatoria. Encontré al menos dos adolescentes, con algunos granos, desganados, que se parecía a mí entonces.

Tuesday, August 08, 2006

La fortaleza

Ellos, si les aflige alguna tristeza o pensamiento grave, tienen muchos medios de aliviarse o de olvidarlo porque, si lo quieren, nada les impide pasear, oír y ver muchas cosas, darse a la cetrería, cazar o pescar, jugar y mercadear, por los cuales modos todos encuentran la fuerza de recobrar el ánimo, o en parte o en todo, y removerlo del doloroso pensamiento al menos por algún espacio de tiempo; después del cual, de un modo o de otro, o sobreviene el consuelo o el dolor disminuye.
Boccaccio, El decamerón
Me encuentro encerrado en la biblioteca de la Universidad Panamericana. Afuera llueve sangre y hay guerra. No. Afuera un sol de justicia. Un sol que ilumina el cielo y hace que parezca una pantalla de cine, blanca como la nieve en la que murió Robert Walser. Dentro, leo el Decamerón y pienso en los soldados que se encerraron en un castillo, en aquella película 28 days, rodeados de zombies, perdiendo el tiempo, distrayéndose disparándole a muertos vivientes. O bien, en el Amanecer de los muertos, donde un grupo se encuentra en un centro comercial, perdiendo el tiempo. O en La noche de los muertos vivientes, un grupo esperando la muerte. También en El día de los muertos, militares en un bunker. Tierra de muertos, empresarios y parias en un edificio de oficinas y departamentos. Tantas codas.
También pienso, obviamente, en La Máscara de la muerte roja, de Poe, donde varias personas se refugian en un castillo mientras esperan que afuera pase la muerte roja, hasta que descubren que la muerte ya ha entrado en el palacio donde festejan la vida. Pienso en estas cosas pues estas son las cosas que me hace pensar el Decamerón. También pienso en el tejido de Penélope y en los cuentos que contaba Sheherezade que le permitían vivir, noche a noche. Hay una relación fuerte e íntima entre sobrevivir y hablar, entre la posibilidad de mantenerse aferrado a una serie de historias.
Haunted, la novela de Chuck Palahniuck cuenta la historia de un retiro literario en el que se le pide a un grupo de incipientes escritores que dejen lo que están haciendo, sus vidas, para pasar un tiempo indeterminado en una "casa segura". Ahí escriben historias. Muchas historias, todas desagradables y bajo la estética del gore (si piensan leer este libro y mantener un estómago de acero, sáltense el cuento "Guts"). La novela, por supuesto, hace esa trampa de reunir varios cuentos bajo un esquema en particular para así poder llamarlo novela. Pero algunos cuentos valen mucho la pena. Otros, se nota, están ahí sólo para unir el todo.
¿Cuáles serían los libros que se llevarían los intelecturales a sus bunkers, mientras esperan a que pasara el cataclismo? ¿O Noé en el arca? ¿Cristo en el desierto?

Monday, August 07, 2006

Entrevista con Salvador Plascencia


Encuentro a Salvador Plascencia sobre Valencia, frente a las oficinas de la editorial McSweeneys, en The Mission, uno de los barrios de San Francisco donde conviven hipsters, librerías, inmigrantes y muchas, muchas taquerías.
McSweeneys, una de las más prestigiosas editoriales independientes de Norteamérica (debido principalmente al impulso y cuidado que le ha dado su fundador, el escritor Dave Eggers, y el humor que le han inyectado a la literatura “seria” de Estados Unidos).
Es en este marco que se publica la primera novela de Plascencia (Guadalajara, 1976), cuyo trabajo se compara a menudo por la crítica estadounidense con el de García Márquez y Borges. The People of paper es una historia de desamor, inmigrantes, travesías, luchas míticas y personajes que se revelan contra su creador, relatada en un inglés siempre cambiante y fluido, como los mismos límites del libro. Hasta el momento, tal vez sea uno de los libros más ambiciosos, en cuanto a forma y edición se refiere, que haya publicado McSweeneys.

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Cuéntame cómo fue que llegaste a McSweeneys.
¿Cómo llegué ahí? La historia es medio simple. Le mandé una historia a Eli [Horowitz], que es el managing editor de la revista, donde apareció un fragmento; entonces me preguntó “¿Es esto parte de un trabajo mayor?”, y le dije que sí, “¿Y ya lo terminaste?”, y le digo sí, “¿Me lo mandas?”, y se lo mandé. Ahí se quedó como por ocho meses. Después me preguntó si quería hacerlo libro, y ya. Así pasó.

¿Qué es lo que te gusta en particular de McSweeneys?
Admiro su manera de hacer libros. Quieren tanto los libros que no les preocupa gastar más dinero por sacarlo de una manera en específico, por hacer esto, por ejemplo [Salvador me muestra una hoja en la que algunos nombres fueron eliminados de su novela; no fueron tachados, sino cortados completamente]. No conozco ninguna otra editorial que haga ese tipo de cosas.

¿Qué tan importante es para ti que el papel mismo forme parte de la historia?
El material era muy importante, era fundamental para la historia. ¡Es la gente de papel! Ninguna otra casa editorial lo hubiera hecho. El libro, su material, es parte de la historia.

Eso me hizo pensar en Enrique Vila-Matas y su libro donde la protagonista mata al lector; sobretodo cuando uno de tus personajes sale del libro y va a tu departamento para quemar la novela que estás escribiendo.
¡Ah sí! Es en el que la protagonista le mete un cuchillo por la espalda, ¿no? Bueno, por ejemplo, [la editorial] Dalkey Archives también juega con la forma y las imágenes, pero sólo en el contenido. No es lo mismo que en McSweeneys, donde lo estético sale hasta en la portada. Por eso me gusta McSweeneys. Estaba muy emocionado de publicar ahí. Aunque casi no paguen.

Pero te dan control total, ¿no?
Sí, pero no me puse los moños. No había razón para hacerlo. Yo no escogí la portada, por ejemplo, pero, por otro lado, no sabía lo que quería.

Y eso, pensando en el contenido de tu libro, ¿te ayudó? Es decir, ¿qué tanto trabajaste los juegos tipográficos con el editor?
Pues todos esos juegos ya estaban ahí, de todas maneras; sólo fue la pregunta de cómo íbamos a hacer lo que hice en libro, cómo concretarlo. El fragmento que les había mandado era de una parte del libro que está escrita sólo en columnas. Sólo hicimos unos cambios menores, todos los juegos tipográficos ya estaban ahí.

Me pareció interesante que tu libro no se presenta con esa bandera étnica de lo que supuestamente es típicamente mexicano, la muerte, los tacos, Frida Kahlo, lo fronterizo…
Bueno, pero aún así mi libro tiene elementos que se identifican a menudo con lo mexicano; puse imágenes de lotería, historias de cholos, de inmigrantes. Pero quería transformar estos elementos. Por ejemplo, los cholos luchan una batalla, digamos mítica, o épica. Y lo hacen contra un planeta. No lo hacen, no sé, por drogas, no son peleas de pandillas o territoriales.

A eso tal vez me refería. Lo étnico, por decirlo de alguna manera, pasa a segundo término, y se vuelve una historia con ciertos tintes autobiográficos. O tal vez no autobiográfico, pero al menos hay un personaje que es el escritor Salvador Plascencia.
Es lo que quería hacer. Confundir lo que es verdad, lo que es mentira, lo que es historia, lo que es autobiográfico. Quería liberar mi libro de lo que se entiende por verdad. No me interesaba lo histórico, el plan era que todo estuviera confundido, si Rita Hayworth, otro de los personajes, fuese mexicana o no, no me importaba.

Claro, y esto, ¿siempre lo hiciste de manera conciente?
Nunca hubo un plan determinado. Hay escritores que siempre saben cómo va a ir su libro. Saben que va a comenzar en un punto determinado, que su personaje va a matar a cierta persona acá, luego más adelante se va a enamorar y luego, no sé, se acaba. Yo nomás seguía cada oración, escribía y veía qué párrafo seguía. No pensé en el plan, o en el arco de la historia, como se diga.

El que piensa pierde.
Sí, nunca lo vi como algo terminado, sólo me preguntaba: ¿Qué sigue, qué sigue, qué sigue? Llegué a un punto en el simplemente supe cómo.

¿Tienes alguna disciplina?
No, no tengo disciplina. Hay fines de semana que sólo me dedico a escribir, pero puedo dejar de hacerlo por tres meses. Pero cuando me da esa fiebre no puedo dejar de escribir por días. Y de nuevo, dejo de hacerlo por meses.

¿No estás un poco harto de este libro, con todas las entrevistas y todo?
No, siento que apenas recién lo terminé. Este libro es lo único que he escrito que no me ha provocado—

¿Vergüenza?
Bueno, a veces me ha dado vergüenza cuando la gente cree que lo que escribo es autobiográfico o que es verdad; cuando la gente llega y me dice: “Oye, Chava… esta parte, ¿qué pasó?”. ¡Pues no soy yo! Aunque mi personaje se llame Salvador Plascencia. Y yo no estoy interesado en la verdad, o en el arco de la historia, sino en cómo se mueve y nutre. No en lo que se pueda o no confirmar.

¿Ya tienes una idea de lo que vas a hacer después?
Un poco pero no te podría decir cuál es la historia o qué personajes hay; pero sé que voy a hacer algo.

Dentro del universo que creaste en The people of paper, ¿hubo reglas que no quisiste romper?
No concientemente. Nunca decidí “no voy a romper esto”. Y tampoco salí a romper con la tradición. He leído un poco de todo, pero no como para saber cuáles son las tradiciones; así que tampoco sabría qué romper.

Y mientras la escribiste, ¿no pensaste en que era un poco como tomar un riesgo?
¿Riesgo a qué? ¿A que no le gustara a la gente? Estoy en el cuarto solo cuando escribo y no tengo que responderle a nadie. Sólo pensé en un público cuando estuvo publicado. Imaginé la vergüenza que pasaría cuando la gente lo leyera. De hecho, tengo un poquito de susto de que lo traduzcan al español, porque entonces lo verían mis abuelos y mis primos, mi mamá, mi papá...

Y como bilingüe, ¿no estarías cerca al menos de la traducción en español?
Pues no lo sé. Creo que es algo que pasa con los inmigrantes. Fui, digamos, entrenado en la academia norteamericana en mi MFA en Syracusse y mi español se quedó en un nivel casero, en el de las rancherías de Guadalajara. Hay palabras que simplemente no sé cómo traducir.

Los Ángeles es muy importante en tu novela, ¿no? Como escenario y culturalmente.
Sí, al menos la zona de El Monte es muy importante. Está al este de Los Ángeles, y ahí crecí, ahí fui a la escuela, y fue donde tuve la experiencia de ser inmigrante, mexicano y de Estados Unidos. Es un lugar al que llegan muchos inmigrantes y ahora es una zona donde se concentran muchas razas distintas, orientales, latinos, italianos… Y eso no pasa en el Middle West. Ayer un reportero me decía: “McSweeneys no tiene negros, ni asiáticos y tú ¡eres el primer mexicano en McSweeneys!” Y yo: ¿Y por qué? ¿Por qué no? Hay una editorial que se llama Rayo, ¿la conoces? Y muchos chicanos publican en Rayo. El reportero me preguntaba por qué no me había ido con esa editorial, que si no me conectaba con “la estética de mi raza”. Se me hizo absurdo. Ese tipo de preguntas me parece un poco como decir “¿Por qué no estás en el barrio o en el ghetto?”. ¡¿Y por qué voy a estar ahí?! Es como si me mandaran al corral. ¿Por qué debo sentir una proximidad especial con los chicanos? Cuando leo cosas de chicanos, no las leo porque sean chicanos sino porque son buenas. Este reportero veía la editorial de McSweeneys como un lugar de puros güeros.

¿Y este tipo, era mexicano?
No, era un tipo extraño. Se fijaba sólo en la raza y lo político. Y supongo que mi novela es un poco política, pero inconscientemente. Generalmente me hacen preguntas sobre la forma de mi novela. No estaba preparado para eso.
Para más información, buscar en Mcsweeneys.net

Primera entrega--

--en una serie de entregas sobre las cosas que jamás, bajo ninguna circunstancia, debes decirle a los padres de tu novia.
"Yo no soy ningún santo".

Friday, August 04, 2006

A la gente le gusta robar




Anoche, cuando estaba a punto de partir leí en una página de Internet, que Wes Anderson se había inspirado en algunas fotografías de Jacques Henri Lartigue para hacer algunas de las imágenes de su película Rushmore. Iba a subir estas imágenes desde anoche. Pero no pude. Problemas técnicos. Desesperación de ya llegar a mi casa. Pero lo curioso es que precisamente cuando lo intentaba por tercera vez --sin éxito-- en el salón contiguo una clase de derecho o de algo similar se estaba llevando a cabo. El profesor, recuerdo, casi les gritaba a sus alumnos este pedazo de sabiduría: "¡A la gente le gusta robar!"
Jacques Henri Lartigue, además de tener un nombre pocamadre, fue un niño prodigio que comenzó a tomar fotografías desde los seis años. Siempre que pienso en niños prodigios pienso en Max Fisher.

Thursday, August 03, 2006

Yo soy bueno


John Banville, autor de Fiction with the sea, Shroud, Eclipse y muchas otras, en entrevista con Ben Ehrenreich, afirma que prefiere ser reseñista a crítico literario, después de distinguir ambos. La distinción es muy sencilla, mientras el crítico literario se ve forzado por su, digamos, conciencia moral a hablar incluso de aquello que no le gusta para hacer una especie de pedagogía, el reseñista sólo se ve obligado a entusiasmar a la gente sobre aquello que le gusta a él. Claro, este es el caso de John Banville a quien seguramente en su muy bonita casa de Dublín le llegan los libros que quiere reseñar sin jamás verse en la incomodidad de tratar con sus autores, y puede colocar sus extensas reseñas en páginas enteras del, no sé, Irish Times y otros periódicos. En ocasiones, sus reseñas, como pasa a menudo con las reseñas de buenos escritores, aseguran un éxito a lo reseñado.
Rafael Lemus no hace mucho me dijo que los libros que le gustaban eran aquellos que lo dejaban en desagusto, sin saber bien a bien si le había gustado o no, si el texto se le quedaba en la cabeza. Esto me suena que es un poco como decir que a uno le gusta una mala cogida. Que, sin ser del todo desagradable, no puede decir si le gustó o no. Esto no es preciso, por supuesto. Sólo quería hacer a algunos reír. Entiendo perfectamente lo que quiere decir Lemus y lo comparto. Es decir, a mí también me gusta más Beckett que Platero y yo. Pero también me gustan los libros que me entusiasman sin hacerme sentir mal. Los libros que no son irónicos pero tienen la fuerza suficiente para hacerme desconfiar del sarcasmo y el azote.
A Christopher Domínguez le escuché decir alguna vez que el crítico literario es como quien va diario al hipódromo y hace sus apuestas. La característia esencial aquí es el ir diario, quien es capaz de apostar por un caballo mediocre, porque no hay de otra, aunque sea para decir que el caballo por el que se está apostando es un caballo mediocre.
Yo no voy a ser el valiente que pueda afirmar cuál es el caballo famélico al que nadie debería apostarle, pero sí el huevón que les puede decir con qué pony le gusta más salir a dar un paseo por la cuadra. Tan huevón soy en este sentido que me caga polemizar y que, de estar dispuesto a sacar una opinión al mundo, sólo sería en forma de aquello que sirva para entusiasmar a lo ya probado por la durísima prueba de mi particular gusto. Llamemos a este esfuerzo El Inquilino. Llamémoslo mi blog. Llamémoslo mi dulce opinión y mi constante silencio. Sé que es muy poco. Pero también sospecho que hay una fuerte crítica detrás de todo esto. Más fuerte aún en la medida que son pocos los libros que recomiendo. Para sus ratos de ocio o en el baño, les recomiendo The Believer book of writers talking to writers, donde leí, entre otras, la entrevista de Banville.

Malas noticias

Mi auto se inundó de malas noticias apenas encendí la radio al salir hoy de casa, por la mañana. Me costó más de un trabajo descifrar que no se estaba hablando de la granizada de anoche (pasé tres horas en el tráfico) ni de las manifestaciones sino de las muertes y los ataques de los atentados de Israel a Líbano. Me costó trabajo porque el tono era el mismo con el que se recitaban los números, las estadísticas, las opiniones y malas noticias durante la semana pasada, la noche anterior, el mes entero y el último decenio. Todos deberíamos preocuparnos. Nuevas pruebas científicas demuestran que pasaremos un mal rato, como todo mundo sabe está a punto de estallar una nueva reserva de petróleo, está en boca de todos que los cuerpos ya llegan a los miles, las reservas ecológicas son debastadas, dicen, millones de niños mueren de hambre, afirman, las personas son un diez por ciento menos feliz que hace un minuto.
Apagué la radio. O le cambié a una estación de rock donde ponían una canción de Clap your hands and say yeah! No lo recuerdo pues me distraje con la idea de lo infelices que han de ser los comunicólogos y los reporteros, hombres prácticos condenados al escapismo. Oncólogos capaces de diagnosticar, pero no de dar buenas nuevas ni informes, con hechos duros, de que la cura vendrá pronto. Cada que veo a un reportero sonreír, sé que no están hablando en serio.

Whiskas

¿Qué hacer cuando estás esperando aburrido en la cocina de la familia Degetau? Hacer tu vida interesante escurriéndote, silenciosamente, a la alacena para tomar un puñado de alimento para gatos. Descubrir, al masticarlos, que los trozos que parecen pescados y son de color rojo, saben a pescado concentrado; que los de color café saben un poco a tierra y que los de color caqui saben exactamente igual que el Eukanuba y el Proplan. Luego, enguajar.