"-Me presento: Nardo Sollozo, el Pulgarcito de las Estrellas", escribe César Aira en su novela La noche de Flores (2004). Es la voz de "un ser extraño, mitad murciélago, mitad loro, de un metro de alto, que se descolgó de un árbol al paso de" la pareja otoñal que retrata Aira en ese divertido texto sobre la crisis argentina, la memoria y repartidores de pizza. Eso y un cuento, dejen les digo de paso, es lo único que he leído de Aira. No sé por qué he dejado pasar el tiempo para dilatar el placer de leer Cómo me hice monja, que está en Era. En fin, después de un rato de que Nardo Sollozo, el Pulgarcito de las Estrellas, interrumpiera al matrimonio Payró en su caminata por el barrio de Flores, desaparece para dejar una vez más a la pareja, sola con sus pensamientos. Leo:
-¡Qué personaje! -le dijo Aldo a su esposa cuando quedaron solos-.- Si lo contamos, no nos creen.
Quizá había visto mal. Esas calles por las que iban y volvían estaban muy oscuras. Los focos de luz de mercurio sonlían fallar, y se volvían una estrellita rosada. Pero aun cuando estaban encendidos el follaje de los árboles los velaba, y se formaban unas sombras inquietantes sobre las veredas rotas y agujereadas. Rosa y Aldo ya se habían aprendido de memoria estas irregularidades, y su avance pausado, siempre del bracete, los preservaba de las caídas, que a su edad empezaban a ser peligrosas. Sentían que cada noche las calles estaban más oscuras, y se preguntaban a qué podía deberse. ¿Habría menos tensión? ¿Saldría menos luz de las ventanas y puertas de edificios? Esto último podía ser efecto de la crissi: la gente se cuidaba en el gasto de electricidad, como se cuidaba en todos los gastos. ¿O habría simplemente un crecimiento de las sombras?
Recuerdo que hace tiempo, cuando leí ese fragmento, me pareció claro que a este tipo de cosas eran a las que se referían las personas cuando hablaban sobre el modo en que Aira introducía elementos inverosímiles en sus novelas de modo que se volvieran verosímiles. Cuando esto sucedía a mí me importaba mucho todo eso sobre lo verosímil e inverosímil, pues me importaba mucho la cuestión de si todo puede ser escrito, que ahora, caray, cómo pasa el tiempo, me parece casi una obviedad que la literatura se sostiene en esos pequeños y bobos andamiajes que rezan "si lo contamos no nos creen" o "pero es que como se los cuento yo no me van a creer", en fin, las cosas que hace que uno se la crea o que, para decirlo con piruetas en el aire, crean un pacto, una suspensión de incredulidad, y todas esas bonitas formulaciones que ahora mismo regreso a su cajón.
Todo esto para preguntar: ¿pero qué tal que en una de esas resulta que Aira no es un maestro de la versomilitud sino de hacer que lo verdadero parezca verosímil, es decir, algo falso que pasa por verdad? Pues, oh, resulta que hay evidencias con-tun-den-tes de un enano que camina por las calles de Argentina. Quizá no se llame Nardo, pero de que es un ser pequeño y extraño, con pinta de murciélago, pueden verlo aquí:
Más información
acá. Y
acá. Entiendo que el gnomo que ha aterrorizado a Argentina tiene ya su tiempo (yo creía que era invento de Aira), pero me acabo de enterar vía
Boing boing, que es adictivo.