Saturday, September 26, 2009

El conocimiento en los confines del mundo


Desde hace una semana Abel me prestó Aguirre, der Zorn Gottes (1972), de Werner Herzog pero no fue hasta anoche que pude verla. Comentamos que hubiera sido interesante hablar más en extenso del lugar que ocupa la naturaleza en la obra de Herzog -pues el tema fue tocado, pero sólo a partir de su Grizzly Man (2005), en el número 65 de la revista donde ambos trabajamos, ¡La Tempestad!, en "El nuevo opio del pueblo" (páginas 98-101), de John W. White- y es curioso, apenas unos días antes había leído en The Guardian sobre Rogue Film School, dirigida por Herzog, que inicia cursos en enero del año entrante, abocada específicamente a la práctica de películas tipo guerrilla (viendo Aguirre... y leyendo el listado de trivia que ofrece imdb.com, sobre la misma uno comprende de dónde sacó experiencia Herzog para entenderse a sí mismo como una autoridad en filmaciones de este estilo, de dejar medio cuerpo en el campo). Además del documental Grizzly Man, sólo he visto Rescue Dawn, otra película -de ficción- donde la naturaleza también ocupa un lugar prominente, mostrando belleza destructora, de caos y aparente sinsentido (una obviedad se hace, una vez más, clara: las dimensiones de la naturaleza no son las del hombre). Hay una extraña continuidad temática entre sus películas de ficción (el hombre ilustrado que busca conquistar, doblegar la naturaleza a su gusto -como en Fitzcarraldo, filmada diez años después de Aguirre...) y un salto aparente hacia sus películas de no-ficción, donde la naturaleza, creo, es vista con ojos distintos, de asombro (quiero ver Encuentros en el fin del mundo), pero sin olvidar sus dimensiones o poder.
Y miren, yo veía los ojos locos de Klaus Kinski viajar sobre el río y pensaba tanto en el asesino Willard que viaja en el río como en el hombre que se ha convertido en la pequeña deidad, el coronoel Kurtz, esa fuerza de la naturaleza a la que Willard ha sido enviado para dominar. Pensaba en Conrad. Y ahora pienso en la calvicie de Kurtz y pienso en la calvicie del Juez de Blood Meridian, de McCarthy, ese iluminado que buscaba conocerlo todo para dominarlo todo: "Whatever exists, he said. Whatever in creation exists without my knowledge exists without my consent" (p. 198, en la edición de bolsillo de Vintage). Ahora se me ocurre lo significativo del viaje de Aguirre, ese gran traidor, hacia el sur de nuestro continente (inicialmente, en búsqueda del dorado, hacia el final, parece, en busca de todo).
Todavía más al sur, Bruce Chatwin cuenta en En la Patagonia, lo siguiente sobre Tierra del Fuego:

"La flota holandesa de Schouten y Le Maire contorneó, en 1619, el cabo, y lo llamó Horn (Hornos, en castellano, por razones fonéticas y no de significada), no porque tuviera forma de cuerno sino en homenaje al Hoorn del Zuiderzee o mar del Sur holandés, los catógrafos habían dibujado la Tierra del Fuego como el extremo norte del Antictono y la habían poblado con los monstruso correspondientes: gorgonas, sirenas y el roc, aquél condor gigantesco que levantaba elefantes.
Dante situó su Colina del Purgatorio en el centro del Antictono. En el canto 26 del Infierno, Ulises, arrebatado en su loca trayectoria hacia el sur, divisa la isla-montaña que surge del mar, en el mismo momento en que las olas cubren su barco destruido por su deseo apasionado de transgredir los límites impuestos al hombre".

***


Los límites naturales, se entiende. Todavía más al sur de Tierra del Fuego, ese fin del mundo, se encuentra la Antártida. Ahora, una revelación: Abel es muy paciente conmigo. Mientras él me pasa películas como las de Herzog, abriendo mis horizontes culturales, yo le propongo que vayamos a ver Terror en la Antártida (Whiteout, 2009, originalmente), que se estrenó este fin de semana en nuestras salitas de cine. Y, ¿saben qué hace Abel?, me acompaña. Igual y lo hace sólo por la promesa de esos primeros diez minutos donde nos ofrecen a Kate Beckinsale en todo su esplendor, pero el caso es que lo hace. Obviamente, la película es un churro, un asco. Y yo de algún modo sabía que eso sería lo que íbamos a ver -Abel reconoció que también lo sabía de antemano- pero aún así, me he prometido, a estas películas se les debe dar una oportunidad. Finalmente, tenía algunos de los elementos que harían de ésta una buena película -un pequeño drama que ocurre en un universo cerrado, helado, un misterio (cuya resolución es más que genérica) y tal. Antes de entrar, recuerdo, como de pasada le mencioné a Abel que me interesaba la película porque creía que de algún modo estaba en la línea de 30 Days of Night (2007) que a su vez de algún modo refería a, lo que ahora veo, es una de mis películas favoritas: The Thing, de John Carpenter (1982). Le recomendé a Abel que viera la película de Carpenter.
¡Y no me lo van a creer! Pero anoche, después de ver la de Herzog, prendí el cable y en TCM ¡pasaban The Thing! Tenía ya unos cuarenta minutos de empezada. No me importó. Ya me la sabía. Además de los comentarios al margen que se hacen sobre el racismo (en la mejor línea de Night of the Living Dead de Romero) o, con mayor obviedad, los riesgos que corre el hombre alienado, ahora se me ocurre que esta es, también, una historia que nos habla sobre el mal. Pienso ahora en el Gran Traidor, Satanás, quien ofreció el conocimiento al hombre, quien, de acuerdo a Dante, se encuentra atorado en noveno círculo del Infierno, el círculo congelado. Me encantaría hablarles más al respecto, y lo haría si "tuviera un estilo áspero y ronco, cual conviene para describir el sombrío pozo". Pero no lo tengo y no es empresa que deba tomarse a la ligera. Así pues, sólo esas sugerencias.

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