"Y luego a esperar. Esperar mientras los empleados con sus sueldos fijos, nada desdeñables, pensaban en cómo disfrutar del 'fin de semana' y debatían la cuestión en largas conversaciones, que, sin embargo, resultaban triviales e inútiles, porque nada de lo que decían se llevaba a la práctica; se trataba más bien de que aquellos tipos, la mayoría con algunos kilos de más, que se habían encontrado por casualidad en cualquier rincón o por un pasillo, demostraran públicamente que eran auténticos hombres de mundo y que lo conocían todo, que ya habían estado en todas partes... Charlatanería insustancial, cháchara sin fin, falsa amabilidad -una sonrisa no era más que una mueca en el rostro y, como tal, se quedaba en un gesto meramente epidérmico, por así decirlo-, ostentación y firmeza, porque aquí nadie era necesario, cualquier individuo, daba igual su rendimiento y capacitación, era prescindible y sustituible, lo único importante era tener un puñado de personas unidas, amalgamadas, para mantener en marcha el periódico".
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