Nada, no hay forma. Empezaba diciendo: "Vivíamos cerca de la escuela". Esto se me ocurrió anoche, iniciar un texto así. Pensaba que sería buena idea escribirle una carta, iniciando así. Quizá no quise avanzar porque no quiero escribir sobre aquello, una anécdota de mi adolescencia que involucra vivir en una zona residencial, valga la redundancia, valga decir "valga la redundancia" cuando es claro que en esta ciudad no lo es, cercana a una escuela, un grupo de niñas, videos de Metallica en VHS que se vieron una y otra vez, y, recuerdo ahora, una carne asada mal cocida. Pero estoy encerrado en una habitación con una pequeña biblioteca y un vaso de agua, ropa sucia y pendientes acumulándose en la cabeza. Aquí son muy pocas las cosas que me parecen importantes. Entre ellas, sin embargo, se encuentra el saber qué callarse.
Es claro que son escasas las cosas que hago por dinero.
Entre ellas no está el ser claro.
El pasado domingo anoté esto en mi cuaderno personal:
"Avanzo lentamente en Tworki (El manicomio). Ayer leí un pasaje en el que, un domingo, el protagonista, Jurek, lee una novela. La historia en la novela que lee, que ocurre en una escuela, avanza lentamente. Acaba de entrar el profesor al aula. Es domingo. Saldré".
Es jueves por la noche. Más temprano de lo que creía. Mañana, la oficina.
Es claro que son escasas las cosas que hago por dinero.
Entre ellas no está el ser claro.
El pasado domingo anoté esto en mi cuaderno personal:
"Avanzo lentamente en Tworki (El manicomio). Ayer leí un pasaje en el que, un domingo, el protagonista, Jurek, lee una novela. La historia en la novela que lee, que ocurre en una escuela, avanza lentamente. Acaba de entrar el profesor al aula. Es domingo. Saldré".
Es jueves por la noche. Más temprano de lo que creía. Mañana, la oficina.
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