Un motor. La música de las cañerías. Una luz que se enciende en una ventana en un departamento vecino.
Hace unos días le marqué a mi compañero de cuarto, por teléfono, para que nos alcanzara, a unos amigos y a mí, en el bebedero cercano. "¿Qué haces?", le pregunté. "Espío al vecino rockero". Tenemos un vecino rockero.
En breve: me haré un licuado de plátano. En unos momentos: iniciaré la tercera temporada de Los soprano. Veré el capítulo aquí -un amigo de la oficina, Abel, me prestó la temporada- en esta computadora pues no tenemos televisor ni reproductor de DVD's. El vecino rockero tiene un invitado en su departamento, los veo por la ventana. Lo llamamos el vecino rockero porque lleva el pelo largo pero quizá sólo sea una (mala) decisión y no, como queremos, un estilo de vida (nunca lo hemos visto tocar la guitarra o la batería ni headbangear, pero insistimos en hacer un air guitar cada que lo vemos entrar a la habitación donde se encuentra su computadora -a la que está pegado siempre, como nosotros). El vecino rockero y su invitado se sientan frente al monitor de una computadora. Es un monitor grande.
Ventanas que se iluminan.
Ventanas en la computadora, que se abren.
Platico con una amiga que vive en Monterrey, a través de una de estas ventanas. Me cuenta que para cenar se preparó unos tallarines. Le cuento que para cenar me preparé una quesadilla y que en breve me haré un licuado de plátano. Me informa que desprecia el plátano. He visto dos veces en mi vida a esta amiga.
En otra ventana platico con un amigo al que he visto cinco veces en la vida, aproximadamente, sobre una entrada que leímos en otra bitácora electrónica a propósito de las traducciones. Tanto a mi amiga de Monterrey como a este amigo "los conocí por Internet".
Anoche O., mi compañero de cuarto (en realidad, de departamento, tenemos cuartos distintos) y yo armamos una especie de mesa a partir de un librero que ninguno de los dos usaba. Sobre él pusimos revistas y cosas que nos gustan. No tenemos televisión.
"No sé. De chiquita lo dejé de comer cuando me salió uno con partes negras. Ahora hasta los más perfectos especímenes me dan asco", me explican en una ventana.
"¿Partes negras?", pregunto.
"Sí, podridas", me explican.
Hace unos días le marqué a mi compañero de cuarto, por teléfono, para que nos alcanzara, a unos amigos y a mí, en el bebedero cercano. "¿Qué haces?", le pregunté. "Espío al vecino rockero". Tenemos un vecino rockero.
En breve: me haré un licuado de plátano. En unos momentos: iniciaré la tercera temporada de Los soprano. Veré el capítulo aquí -un amigo de la oficina, Abel, me prestó la temporada- en esta computadora pues no tenemos televisor ni reproductor de DVD's. El vecino rockero tiene un invitado en su departamento, los veo por la ventana. Lo llamamos el vecino rockero porque lleva el pelo largo pero quizá sólo sea una (mala) decisión y no, como queremos, un estilo de vida (nunca lo hemos visto tocar la guitarra o la batería ni headbangear, pero insistimos en hacer un air guitar cada que lo vemos entrar a la habitación donde se encuentra su computadora -a la que está pegado siempre, como nosotros). El vecino rockero y su invitado se sientan frente al monitor de una computadora. Es un monitor grande.
Ventanas que se iluminan.
Ventanas en la computadora, que se abren.
Platico con una amiga que vive en Monterrey, a través de una de estas ventanas. Me cuenta que para cenar se preparó unos tallarines. Le cuento que para cenar me preparé una quesadilla y que en breve me haré un licuado de plátano. Me informa que desprecia el plátano. He visto dos veces en mi vida a esta amiga.
En otra ventana platico con un amigo al que he visto cinco veces en la vida, aproximadamente, sobre una entrada que leímos en otra bitácora electrónica a propósito de las traducciones. Tanto a mi amiga de Monterrey como a este amigo "los conocí por Internet".
Anoche O., mi compañero de cuarto (en realidad, de departamento, tenemos cuartos distintos) y yo armamos una especie de mesa a partir de un librero que ninguno de los dos usaba. Sobre él pusimos revistas y cosas que nos gustan. No tenemos televisión.
"No sé. De chiquita lo dejé de comer cuando me salió uno con partes negras. Ahora hasta los más perfectos especímenes me dan asco", me explican en una ventana.
"'La traductología, ciencia que estudia la traducción', comienza diciendo. Hasta aquí es claro", juzgo en otra.
Cerca del departamento hay una vía rápida que no lleva muchos automóviles. Los pocos que pasan, los escucho ahora. También escucho un avión. Y un grillo."¿Partes negras?", pregunto.
"Sí, podridas", me explican.
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