Hay una cafetería frente al edificio donde vivo, hoy la visité por segunda ocasión. La primera vez pedí un café, era temprano por la mañana e iba a la oficina. Hoy entré para cenar algo. Cuando me senté a la mesa, con mi libro de historias de terror, me dijeron que cerraban a las 9. Eran las 8:30. Estaba a punto de sacar mi reloj cuando la mesera me dijo: "son las 8:30". Acto seguido prendió la lámpara que estaba detrás de mi mesa para que me alumbrara y pudiera leer. Leí un rato sobre una historia donde se hablaba de un ratón y en la que se describían sus patas como espinas. Cuando me trajeron lo que pedí dejé de leer. Estoy dejando fuera de esto muchos detalles, por alguna razón. Lo cual es curioso pues en el momento me parecían importantes. "Si escribo más tarde sobre esto", pensé, "hablaré sobre tal y tal".
No dejaré esto fuera, sin embargo: cuando estaba por terminar, entró a la cafetería Óscar, la persona con la que vivo, para pedirme un favor. Sabía que estaría ahí pues yo había pasado rápidamente por el departamento. Se fue, con prisa.
Mi libro en realidad no es de historias de terror.
Hace poco leía, en otro libro, una tesis sobre el desarrollo de la carrera cinematográfica de Spielberg en la que se sugería que su niño interior finalmente se había muerto aunque, ocasionalmente, era probable que el niño aún le susurraba algunas cosas al oído. Cuando lo leí pensé en algo con lo que Óscar y yo bromeábamos cuando nos mudamos al departamento donde ahora pasamos gran parte de nuestro tiempo. Al principio nos percatamos de que se escuchaban pasos de niño, en la azotea. "El niño muerto", decíamos. Nos daba risa.
Los días de la primera semana que dormí aquí desperté puntualmente a las 5:30.
No dejaré esto fuera, sin embargo: cuando estaba por terminar, entró a la cafetería Óscar, la persona con la que vivo, para pedirme un favor. Sabía que estaría ahí pues yo había pasado rápidamente por el departamento. Se fue, con prisa.
Mi libro en realidad no es de historias de terror.
Hace poco leía, en otro libro, una tesis sobre el desarrollo de la carrera cinematográfica de Spielberg en la que se sugería que su niño interior finalmente se había muerto aunque, ocasionalmente, era probable que el niño aún le susurraba algunas cosas al oído. Cuando lo leí pensé en algo con lo que Óscar y yo bromeábamos cuando nos mudamos al departamento donde ahora pasamos gran parte de nuestro tiempo. Al principio nos percatamos de que se escuchaban pasos de niño, en la azotea. "El niño muerto", decíamos. Nos daba risa.
Los días de la primera semana que dormí aquí desperté puntualmente a las 5:30.
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