Entre 1952 y 1968 Mathias
Goeritz emprendió en México un programa arquitectónico que cuestionaba el arte
que estaba dirigido a un solo sentido (el “arte burocratizado”) y la
arquitectura del Estilo Internacional. Abogó, así, por una “arquitectura
emocional”, un proyecto para el cual adoptó distintas explicaciones teóricas,
todas enmarcadas bajo la idea de una obra-de-arte-total (inicialmente Goeritz
comprendió el término “emoción” como algo similar a lo que Edmund Burke
comprendía por “asombro”; posteriormente la vería a partir de categorías
religiosas totalizantes). Es a este periodo particular que Daniel Garza
Usabiaga dedica su ensayo Mathias Goeritz
y la arquitectura emocional. Una revisión crítica (1952-1968), pasando
revista a obras como el Museo Experimental El Eco, la serie de los Mensajes y a La ruta de la amistad, así como a varios de los momentos
problemáticos de la retórica de Goertiz.
Usabiaga dedica
especial atención a las contradicciones estéticas en las que incurrió el
arquitecto alemán. Ante los excesos de la razón ilustrada (con un talante
preponderantemente romántico) Goeritz optó no por una crítica (y una
arquitectura) de carácter espiritual (o emocional) que devino una obra tan
reaccionaria como conservadora, incapaz de enfrentarse a su propio tiempo. “El
recurso espiritual, en su caso”, señala Usabiaga, “no cuestiona ni busca
cambiar los aspectos que determinan con mayor fuerza el estado de la sociedad,
como sus formas de gobierno o su sistema de producción”, a diferencia de
algunos de los autores a los que admiraba, como Hugo Ball y otros dadaístas.
Así, por ejemplo, cuando emprendió la serie de Mensajes, piezas decorativas abstractas de superficies
monocromáticas en las que utilizó láminas de oro, hizo referencias a la
luminosidad que durante la Edad de Media estuvo vinculada con la espiritualidad
y la virtud, siguiendo su programa de un “evangelio totalizante”, pasando por
alto, sin embargo, el costado fetichista de un material como el oro. A su vez,
Goeritz no pareció tener empacho en poner algunas de sus obras monumentales al
servicio de la publicidad, como da testimonio su trabajo en las Torres de
Satélite.
Su anhelo por este
“evangelio totalizante” fue declarado abiertamente por Goeritz: “Me inclino a
propagar la tremenda dictadura teocrática de algún nuevo faraón, al cual
quisiera servir, esperando que me deje construir sus pirámides”.
Como señala
Usabiaga en su apartado dedicado a La
ruta de la amistad y las obras realizadas para las Olimpiadas del 68, no
tardó en encontrar a este faraón en el PRI: “El diseño integral de la Olimpiada
puede ser visto desde esta perspectiva como una forma de imagen espectacular
que sirvió para ocultar, bajo un caleidoscopio de colores brillantes, la
realidad del 68: un año convulso a nivel mundial, cuando los tanques tomaron el
control de las calles de varias ciudades alrededor del planeta enfrentándose
ante la unión de singularidades que rechazaban cualquier afiliación categórica
mientras polemizaban a favor de la igualdad en distintos puntos del globo. Esta
condición represiva llevó a que 1968 se instaurara como un año de represión,
terror y muerte. En el caso de México se llegó a una matanza multitudinaria el
2 de octubre con tal de sostener el semblante de paz y amistad”. La
obra-de-arte-total de Goeritz ocultó, durante este periodo, el estado real del
mundo y de México.
Daniel Garza
Usabiaga, Mathias Goeritz y la
arquitectura emocional. Una revisión crítica (1952-1968), Vanilla
planifolia, 2012, 369 pp.
(Esta reseña se publicó originalmente en el semanario Frente).