Friday, November 08, 2013

8.XI.2013


Estábamos en una parte de la ciudad más o menos despoblada, un solar cruzado por calles. Hacía calor y no queríamos estar demasiado tiempo a la intemperie. Le pedía que me esperara pues quería comprar una revista o que se adelantara y lo veía en el restaurante. Había expresiones del tipo "No te preocupes", pero expresadas con ansiedad –al parecer, hablé en sueños. La persona con la que hablaba era alta, de tez blanca, pelona, de rostro severo. Una camioneta negra nos esperaba, el motor encendido, vidrios polarizados.

Anoche intentamos llegar a tiempo a la taquilla del Cine Diana para comprar boletos y poder ver una película que sólo estaría ese día. Tomé un taxi a sabiendas de que Reforma estaba a vuelta de rueda –había dejado mi bicicleta en casa– y los reportes viales, que han adquirido un tono metereológico, informaban de un contingente que avanzaba por la avenida. Más tarde me enteraría de que eran manifestantes del CNTE, pero en la radio lo hacían sonar como si fuera un evento tóxico aéreo o una especie de plaga.

Al final no encontramos boletos y nos refugiamos en una especie de club social, donde hablamos sobre la crisis española (pero no sólo de eso) y comimos en abundancia. Quizá por eso, por la noche, hablé en sueños. Fue una buena noche.

No entiendo muy bien por qué sigo escribiendo aquí. Nunca estoy satisfecho. Lo de copiar las reseñas de los libros que he leído para La Tempestad tiene un sentido más lógico, una sensación de constancia que me alegra, pero esta otra cosa tiene una razón misteriosa que no comprendo y que no tiene mucho que ver con el placer sino, más bien, con la felicidad. Pero lo he dejado de hacer con la regularidad de antes...

Ya me había ocurrido que sueño con librerías, incluso con tiendas de cómics, pero no me había pasado con revistas.

Por alguna razón, quizá porque, por un capricho, empecé a leer Ciudad de Simak (lo tomé del librero de Elizabeth, sin avisarle), recordé a Franco Félix, leyendo en la calle. Una vez, camino al trabajo –cuando él todavía vivía y trabajaba acá– lo pasé en la bicicleta y sentí algo similar a la envidia cuando noté que él aún hacía eso de caminar y leer, algo que he dejado también de hacer (quizá por andar en bicicleta).

No es más difícil leer caminando que revisar el teléfono idiota mientras se camina. 

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