El temporal había arrastrado un aroma singular a la ciudad. Tuvo un efecto somnífero entre la población, pero los sueños que causó eran angustiantes. Yo tuve una pesadilla. Estábamos en el auditorio de un crucero turístico y el maestro de ceremonias fungía como una especie de editor. Al menos tenía el aspecto de uno: frente amplia, pelo chino, anteojos, severo. Invitaba al público a redactar un cadáver exquisito. Levantando la mano, ofrecíamos alguna frase para iniciar el relato y el siguiente participante debía continuarlo. Una tras otra las frases eran rechazadas todas por el editor. Con desdén y rapidez decía no, y le daba la palabra al siguiente participante. A pesar de la severidad levantábamos la mano para dar con la frase exacta. Finalmente, animado, me decidía a hablar en voz alta, pero velozmente el editor rechazó también mi oración. En una segunda vuelta, desesperado porque iniciara el relato, de nuevo levantaba la mano y cuando el editor me daba la palabra yo gritaba, seguro de mí mismo: ¡el temporal había arrastrado un aroma singular a la ciudad! Y el editor se mostraba, finalmente, satisfecho. Con esa frase sí podemos iniciar, le comunicaba al auditorio, y le pasaba la palabra al siguiente participante para dar con la segunda oración. Pero entonces yo despertaba, inquieto y a solas en mi departamento. Entre sueños me parecía distinguir el ruido que provenía de fuera, la tormenta continuaba y se escuchaba contra mi ventana. Pero no llovía. No era de noche. ¿Qué era, entonces, ese ruido? Finalmente comprendía: un extraño había entrado al departamento y hablaba en voz baja, conspirando contra mí.
Wednesday, October 14, 2020
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