Nunca he sido una persona que haga planes, no soy organizado ni quiero serlo. Hay un par de imprecisiones en esa frase pero en general es verdad, en particular quiere decir que intento ser flexible con los planes que sí llego a hacer porque le temo al cambio. Hacer planes y descubrir que son imposibles de realizar es una empresa no sólo idiota sino que exige un desapego que no poseo. La única pureza de corazón que he podido encontrar en mi vida ha sido la duda.
De tal manera que cuando el año pasado me animé a redactar un plan para las décadas que vienen sólo pude hacerlo introduciendo algunos cuatro elementos, generales y maleables, para el par de años que le restan a mi década de los 30. Entre ellos, tener una librería propia, acabar un proyecto de escritura que vengo arrastrando desde los 20, y uno más. Para la década de los 40-50 sólo logré anotar el iniciar y finalizar otro proyecto de escritura que he venido imaginando. Las décadas de los 60-70-80 las dejé completamente en blanco.
Pero acabo de borrar ese plan, y me partió el corazón. Me he quitado de nuevo la máscara y ahí sigue, firme, mi apego a la única inflexibilidad que conozco.
De tal manera que cuando el año pasado me animé a redactar un plan para las décadas que vienen sólo pude hacerlo introduciendo algunos cuatro elementos, generales y maleables, para el par de años que le restan a mi década de los 30. Entre ellos, tener una librería propia, acabar un proyecto de escritura que vengo arrastrando desde los 20, y uno más. Para la década de los 40-50 sólo logré anotar el iniciar y finalizar otro proyecto de escritura que he venido imaginando. Las décadas de los 60-70-80 las dejé completamente en blanco.
Pero acabo de borrar ese plan, y me partió el corazón. Me he quitado de nuevo la máscara y ahí sigue, firme, mi apego a la única inflexibilidad que conozco.
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