Están en todos lados. Algunos aquí en la ciudad, otros en el campo, otros en Europa, alguno en Georgia y temo que alguno ya no esté por aquí y yo no lo sepa. Uno de ellos está en el norte del país y cuando lo conocí tenía el pelo largo y no lo consideraba mi amigo. Ahora que está lejos, extrañamente, mi estima por él ha crecido. Tengo amigos raros, ordinarios, normales y peculiares. Tengo amigos que la mayor parte del tiempo son normales pero de vez en cuando no lo son, y amigos que normalmente son extraños pero que de vez en cuando se comportan con entusiasmo de zombies. Conozco personas con quienes he mantenido amistad por placer, porque nos conviene ser amigos entre nosotros, y otros porque son virtuosos; a veces los confundo entre sí. Es decir, en ocasiones las personas a las que estimo, a las que les tengo un cariño amistoso porque son virtuosas, me dan placer. Esta es la más acuosa de las características de mis amigos. Tengo amigos de quienes soy amigo sólo porque escuchan la misma música que yo. Otros porque hablamos de temas parecidos. Otros porque nos gustan las mismas películas, los mismos tipos de personas o los mismos libros. También tengo amigos de quienes soy amigo porque leen, ven y escuchan lo mismo que yo pero sobretodo por otra cosa que no logro precisar y que tal vez tiene que ver más con la cantidad de tiempo que podemos estar cerca y en silencio sin empezar a sentirnos incómodos.
Tengo un amigo virtuoso que escribió una tesis sobre la amistad. Tengo algunos amigos médicos, un amigo dentista, un amigo contador, un par de amigos sacerdotes, amigos escritores, amigos abogados y muchos amigos filósofos que probablemente se deberían dedicar a otra cosa porque me preocupan.
Muchos de mis amigos hablan con lentitud y calculan sus palabras, como yo. Tengo al menos una amiga que habla con una voz demasiado aguda, pero a la que ya me acostumbré, y de vez en cuando habla con rapidez. A veces no habla porque no tiene nada importante que decir, y lo sabe, y en otras ocasiones habla con levedad. Tengo otra amiga que también habla con mucha rapidez, cuando no está preocupada, y que habla sola cuando está preocupada y cree que nadie la está escuchando. Tengo varios amigos que hablan en la noche, cuando están dormidos, y amigos y amigas que roncan. Algunos de ellos ya se corrigieron el problema con una intervención quirúrgica. Tengo un amigo con almorranas. Varios amigos con familiares enfermos. Varios amigos que se someten a terapia. Varios amigos feos, varias amigas feas, varios amigos bien parecidos y varias amigas guapas que me ponen nervioso. Entre todos se lee al imbécil de Dan Brown, a J.R.R. Tolkien, a Shakespeare, al aburrido Rodrigo Fresán, a Michel Houellebecq, a Dostoievsky, a Bloom, a Joyce y Beckett y Bukowski y Fadanelli y Camus, a varios beatniks y a Wells y Welsh y Wittgenstein y Stephen King y Stoker. A Bolaño por supuesto, a Eggers, a españoles que no conozco, a un idiota gringo que escribe libros de guerra y espionaje, al tipo que escribió Momo, a Borges, a Cortázar, a Piglia, a Vila-Matas, a Auster, a Dixon, a Walser, a Gombrowicz... Tengo amigos a los que no les importa que escriba bien y mal.
También tengo amigos que no leen los demasiados autores. Tengo amigos tontos y amigos mucho más inteligentes que yo. Tengo un amigo que me paga los libros y no me regaña cuando llego tarde al trabajo y que odia a las mujeres. Creo que debería mencionar a una persona que a veces lleva galletas al trabajo pero tal vez no porque creo que ya sé quién es y creo que en el fondo no me cae bien. Y cuando me como esas galletas, lo hago con ganas de hacerle daño. Muchas de mis amistades aplaudirían este gesto porque la mayoría poseen algo de malicia.
Tengo amigos a los generalmente, o al menos ultimamente, sólo veo en la noche, en espacios cerrados y atiborrados de gente y alcohol. Son los menos. Tengo un amigo que cuando me ve me platica de nuestra amistad de la infancia y en lo que ha devenido, con un poco de culpa en la voz. A este amigo le preocupa que cada vez que nos veamos y estemos borrachos me diga siempre lo mismo. Tengo un amigo que antes vivía con otra pareja. Muchos amigos y amigas con pareja. Algunos sin pareja y que la buscan con desesperación. Tengo amigos y amigas que me han visto llorar, que también son pocos. Algunos de ellos, los mismos, me han hecho llorar. Tengo amigos con los que hago deporte. Otros con los que me quejo. Muchos me dan consejos: sentimentales, literarios, filosóficos, de comportamiento. Los consejos que me dan en su mayoría son a largo plazo y me hacen pensar en clínicas de esterilización en montes indígenas en las que se opta por soluciones prácticas e inmediatas en lugar de educación. Ninguno me da consejos prácticos. Me gustaría que se conciliaran los dos tipos de consejos. Ninguno o ninguna me ha visto desnudo. Creo. Ah. No. Olviden eso.
Tengo amigos a los que ya no voy a volver a ver y otros que sé buscaré aún en mi probable ancianidad. A algunos de mis amigos les preocupa el dinero y la muerte, a otros no. Algunos de mis amigos fueron mis maestros y aún deseo que algunos de mis maestros (sobretodo uno que se encerraba a leer, en la secundaria, en su cubículo y de quienes todos los profesores decían que era muy extraño y con quien platicaba sobre libros de ciencia ficción a pesar de que sabía que le aburría) hubieran sido mis amigos.
Tengo amigos a los que trato con sequedad y que no les importa, a otros que trato con sequedad y se sienten, a otros a los que no trato con sequedad o procuro no hacerlo porque siento que podría herirlos, aunque ya saben que si los trato con sequedad es porque es una de mis maneras de ser, no la más común, y que en realidad no importa porque no son ordinarios como tú.
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