Finalmente ordené mis libros cromáticamente. Rojos hasta arriba. Naranjas y amarillos de inmediato. En el anaquel inferior, los libros cuyo borde es blanco y que son de los que más tengo. Debajo: verdes, azulosos, azules de verdad, azules oscuros, negros y en el otro librero una hilera pequeña de libros negros. Muchas gracias a Adriana Degetau por su ayuda. Al ver todos estos libros siento una tranquilidad que pronto se deforma para recordarme la cantidad de libros que están ahí y que no he terminado o no he comenzado.
En Valle de Bravo: olvido las cosas que debo hacer (una traducción que he postergado y un espantoso trabajo sobre ecología que aún no comienzo) y leo el último número de McSweeneys. Momentos más tardes escucho el retumbar de una batería y dos guitarras. Intentan tocar los acordes de una viejísima canción de Green Day. Una voz, de una casa cercana, les grita que se callen. Si mi perra siguiera viva y estuviera ahí hubiera comenzado a ladar, sobretodo por las vibraciones de la batería, y después correría por el jardín con su enorme tranco y daría curvas sin dejar de acelerar en las esquinas de la casa. Tendría que sacarla a pasear y tendría que llevar una rama para golpear a los perros que se le acercaran con segundas intenciones. Después, en el pueblo, la dejaría amarrada afuera de una heladería y cuando saliera con lo que hubiera comprado (no sería un helado sino un refresco, frío) un par de adolescentes, chicas, la estarían acariciando y diciendo: Qué bonita perra. Porque era una bonita perra. Y por supuesto, yo no diría nada, simplemente la desamarraría y caminaría de nuevo hacia la casa de campo, recriminándome por no decirles nada.
El último número de McSweeneys incluye un gran cuento que se titula Counting under water escrito por Kiara Brinkman y otro, que se llama Sales de Judy Bunitz. Ambos son muy pero muy buenos. También recopila historias de autores islandeses, que no he comenzado a leer.
Soy un desordenado. Debo dejar de escribir esto y comenzar mi trabajo. También: debo conseguir dinero. Aplicaré a la Gran Casa de las Becas Latinoamericanas y buscaré respetabilidad y cerraré los ojos ante el vacío y me cagaré hacia dentro. Pero tendré dinero. Me pregunto si lo vale.
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